Del horror y de la belleza
En la Franja, miles de muertos triturados entre los escombros no esperan ni el comienzo ni el final de nada
Ya, c¨®jame la mano.
?Qu¨¦ le coja la mano?
S¨ª. ?Y por qu¨¦?
Porque se dice que eso es lo que la gente hace cuando esperan el final de algo.
Son solo las ¨²ltimas l¨ªneas de una novela, Stella Maris, del escritor norteamericano Cormac McCarthy. Fue publicada en el 2022, un a?o antes que su autor muriese, y se trata de una conversaci¨®n que sostiene Alice Western, una joven doctorada en matem¨¢ticas en Alemania y diagnosticada de esquizofrenia paranoide, quien se ha internado voluntariamente en una cl¨ªnica, y que le pide al psiquiatra que le fue asignada que le tome la mano. No es m¨¢s que eso, apenas un di¨¢logo con el que termina un libro, pero que en su parquedad, en su desolada desnudez y, sobre todo, frente al presente, tiene algo profundamente perturbador y a la vez imponente.
Es como si algo efectivamente estuviera concluyendo. Algo inmenso, pesado, y al mismo tiempo casi irreal. Tan irreal que de pronto es como si toda la saga humana; las incontables lenguas que hemos hablado, las infinidades de culturas, de religiones, creencias, historias y genocidios e inesperados hero¨ªsmos, estuviese a punto de disolverse con un simple pesta?eo, con solo un cambio de mirada.
Al frente, recort¨¢ndose contra un atardecer permanentemente inm¨®vil, pareciera emerger algo que rebalsa todas las ideas con que intentamos definirlo y ante el cual, lo ¨²nico que nos es dado desear es que, contra todas las evidencias que tenemos a mano, sea algo mejor que lo ya hace miles de a?os nos ha tocado ver y vivir. Que si no es el fin de todo, que al menos nos ahorre, aunque sea una m¨ªnima parte, la crueldad de este presente interminable que nos condena a ser v¨ªctimas o c¨®mplices forzados de un horror que enceguece.
Pero vuelvo atr¨¢s. Stella Maris, la novela a la que me refer¨ªa, fue publicada junto con otra novela que la precede, El pasajero, en un volumen ¨²nico. Desde la ic¨®nica La carretera publicada 16 a?os antes, nada hab¨ªa aparecido del autor de Meridiano de sangre, Todos los hermosos caballos o No es pa¨ªs para viejos, entre otras novelas igualmente magistrales. Sin embargo, son estas dos ¨²ltimas, El pasajero y Stella Maris, las que representan una culminaci¨®n, y no solo de la portentosa obra de Cormac McCarthy, sino de esa ya larga saga que acompa?a al mundo que llamamos literatura.
El pasajero tiene como personaje central a Bobby Western, el hermano de la joven que est¨¢ hablando con el psiquiatra, y quien despu¨¦s de vagar por todo el pa¨ªs como un habitante de paso, llega finalmente a residir en Formentera. En la contratapa del libro se dice que El pasajero es ¡°una sobrecogedora novela sobre la moralidad y la ciencia, el legado del pecado y la locura que se aloja en la conciencia humana¡±, y m¨¢s abajo, refiri¨¦ndose ahora a Stella Maris, dice que se trata de ¡°una investigaci¨®n filos¨®fica que cuestiona nuestras nociones de Dios, la verdad y la existencia¡±. Est¨¢ bien, son unos buenos p¨¢rrafos de contratapa, pero a la vez es algo infinitamente m¨¢s puro e hiriente que eso: es la Belleza.
Al final de la novela, Western yace en su cama en un molino de viento escribiendo una carta a su hermana, el amor de su vida. Ha olvidado su cara ¨Cella se hab¨ªa rehusado de verlo desde hace a?os¨C, y ¨¦l cree que volver¨¢ a verla cuando muera:
¡°Sab¨ªa que el d¨ªa que muriera ver¨ªa el rostro de ella y quer¨ªa pensar que podr¨ªa llevarse consigo aquella hermosura, ¨¦l, el ¨²ltimo pagano sobre la faz de la tierra, cantando en su jerg¨®n a media voz en una lengua ignota¡±.
Entiendo entonces que el hecho de que Cormac McCarthy haya publicado estas dos novelas juntas no es casual, porque amabas quedaban as¨ª, hermanadas para siempre, f¨ªsica, materialmente, como lo estaban esos dos hermanos, Alice y Bobby, en la mente prodigiosa de su autor.
Y es apenas una delgad¨ªsima l¨ªnea de luz, casi imperceptible, cruzando esta tierra hinchada de verg¨¹enza y sangre.
Corte.
Afuera, el enloquecedor bombardeo.
Vamos, c¨®jame la mano
Pero nadie contesta, solo los pedazos rotos de otros dedos que parecieran a¨²n temblar a pocos cent¨ªmetros de los que fueron sus dedos.
Abajo, en la franja, miles y miles de muertos triturados entre los escombros.
Sus manos no se cogen.
No esperan ni el comienzo ni el final de nada.
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