El d¨ªa m¨¢s hermoso
En la Sala Matta hab¨ªa cinco sacos llenos de los vestigios de las performances de Carlos Leppe: 10 videos en loop, dos en cada bolsa. Era la luz adolorida del cuerpo de Leppe ocupando la sala

El 14 de julio de 2024 en la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes finaliz¨® la exposici¨®n El d¨ªa m¨¢s hermoso de Carlos Leppe, pionero de la performance y el videoarte en Chile. Fue una puesta en presente de los videos de 10 de sus performances. Testigos oculares de una obra f¨ªsica experimental, disruptiva, hedionda, peluda, pegajosa y l¨ªquida. Dif¨ªcil de atrapar y dolorosa como sus tiempos.
Las performances fueron contenidas en cinco grandes bolsas de tela pl¨¢stica blanca transl¨²cidas dispuestas en el espacio. Peque?as salas de espera que transpiraban im¨¢genes a trav¨¦s de la tela, ti?endo el aire residual entre sacos. Adentro, en cada bolsa, cohabitaban en solitario dos sillas plegables sobre un suelo blando donde pod¨ªan pasar cosas.
Las bolsas fueron construidas en Temuco por un productor de maxi sacos. Los maxi sacos son bolsas usadas en la construcci¨®n para acarrear escombros. Nadie podr¨ªa imaginar que las bolsas blancas usadas en El d¨ªa m¨¢s hermoso ten¨ªan que ver con las quebradizas bolsas a cuadrill¨¦ usadas para trasladar ¡®matute¡¯. La tela de los maxi sacos es extremadamente fuerte, aunque fr¨¢gil a la luz de los rayos UV. Tambi¨¦n es usada para construir los circos familiares que recorren en verano los peque?os pueblos costeros chilenos. Esta fortaleza superficial permiti¨® la itinerancia barata de El d¨ªa m¨¢s hermoso.
En la Sala Matta hab¨ªa cinco sacos llenos de los vestigios de las performances de Carlos Leppe: 10 videos en loop, dos en cada bolsa. Era la luz adolorida del cuerpo de Leppe ocupando la sala. ?C¨®mo atraparlo gigante? Leppe dio indicaciones: ¡°Al ubicar un objeto en un lugar e instalar otro, a una cierta distancia del primero, en un mismo espacio, se genera cierta energ¨ªa, una tensi¨®n que aparece por s¨ª sola, sin necesidad mayor de saber sobre sus procedencias (¡) Son como dos cuerpos vivos que cruzan sus miradas donde ambos se exponen. Ahora, si comenzamos a definir nuevos puntos donde colocar otros elementos (¡) ah¨ª el campo magn¨¦tico se vuelve a¨²n m¨¢s feroz, se produce una instalaci¨®n¡±.
El D¨ªa m¨¢s hermoso fue la puesta en presente de vestigios, nada m¨¢s alejado de una retrospectiva o d¨¦j¨¤ vu sin olores. Una explicaci¨®n para el p¨²blico tal y como fue, pero de memoria. Es imposible retratar los hechos l¨ªquidos que ocurrieron en y sobre Leppe. Nadie en sus cabales hubiera elegido esta huella conservadora e ingenua.

Nubes torturadas. ?No eran las performances de Leppe el paso lento de pesadas nubes torturadas? ?Algo dif¨ªcil de atrapar? Si podemos hablar de alguna referencia ma?osa para la instalaci¨®n de esta exposici¨®n son las nubes torturadas y los dibujos de cuerpos inflados de Leppe. Hinchadas de gases y gluten, clavadas, maniatadas tambi¨¦n. Pedro Montes me ense?¨® esas nubes torturadas cuando nos reunimos con Amalia Cross, Vania Montgomery y Mar¨ªa Fernanda Pizarro a conversar, hace varios a?os, acerca de El d¨ªa m¨¢s hermoso. Esas nubes quedaron flotando en mi cabeza, hasta aparecer en su exposici¨®n como evidencia de un crimen en el que nunca participaron.
El d¨ªa m¨¢s hermoso fue tambi¨¦n un paseo urbano. Volver a caminar por el Parque Forestal esquivando mojones frescos mirando sus pl¨¢tanos orientales mochados a medio morir saltando. Subir las escalinatas de la gruta, cruzar el hall central y bajar las peque?as escaleras imperiales hacia el subterr¨¢neo, con sus escalones negros y brillantes gracias al bet¨²n de zapato. Ah¨ª, encontrarse bajo un descanso con Catalina Arroyo rodeada de luz blanca fluorescente. La madre del ni?o ¨Cimagen verdadera y sagrada¨C no fue tocada en su rinc¨®n, como una animita que contin¨²a haciendo milagros. Solitaria, encerrada como una telenovela en su tele-recinto.
En la sala en penumbra, entre proyecciones indispuestas, Leppe reaparec¨ªa arrinconando como siempre. Un murmullo confuso de sus voces. Gritos, la Callas, boleros, murmullos, alaridos, silencios tambi¨¦n y un tiquitiquiti, recorr¨ªan la sala como materiales s¨®lidos. En el acceso, la boca desescalada de Leppe estaba transformada en gruta. Cantando desaforada, torturada por un forc¨¦ sobre un cuerpo arropado por una armadura pesada de yeso blanco como un reci¨¦n parido momificado. Una momia de plomo que solo pod¨ªa llorar cantando. Deformar, repetir, transparentar o mejor confundir, afuera y adentro enredando al visitante, sudar luz. Transpirar im¨¢genes verdaderas y falsas a la vez, a trav¨¦s de una tela que sufre de luz. Desatar a Leppe desatado.
La muestra fue un soporte barato. Soporte, no museograf¨ªa. Cinco bolsas colgadas con prensas met¨¢licas de las vigas maestras de la sala. Casi nada m¨¢s. Esta realidad barata nada ten¨ªa que ver con Leppe o con lo que supuestamente hac¨ªa en sus performances. Nadie duda de eso. El sonido barato, la luz barata, bueno, ah¨ª estamos. Hacerlo de otra manera, aumentar la nitidez del sistema, arrendar un sonido perfecto para escuchar habr¨ªa sido una impostura. Creer que creemos. Debemos saber movernos despacio. Resbalando de vez en cuando, seguir a Leppe en su despedida, desparramado sobre su propio peso de muerto o de lobo marino moribundo como dijo Justo Pastor Mellado. Trepando las escalinatas del Museo Nacional de Bellas Artes, gritando agobiado ?la gruta!
La museograf¨ªa convencional distribuye las obras clav¨¢ndolas en las paredes con cierta domesticidad, como si siempre hubieran estado en casa. Tambi¨¦n, lee el espacio de izquierda a derecha, siguiendo obediente un relato cierto, convirtiendo la muestra en un pre-texto del cat¨¢logo. Una introducci¨®n mal entendida que explica el contenido porvenir prescindiendo de su fuerza viva y de una cierta complicidad familiar existente entre las obras curadas.
El soporte, en cambio, no teme resbalar, pone la vida de la muestra por delante, detonando energ¨ªas extra?as entre sus cuerpos. La justa extra?eza le sirve para sacar a los objetos del letargo que han sufrido encerrados en sombr¨ªas bodegas, algo que ellos no podr¨¢n obtener de los necesarios epitafios que colgamos a su lado o de los textos que los agobian con el estruendoso aleteo de sus alas. El soporte es una serie de posiciones en el espacio que le permiten a la curadur¨ªa tomar posici¨®n y jugar en presente.
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