Despu¨¦s del llanto
Las escenas del cambio de mando siguen corriendo la vara de lo que cre¨ªamos posible ver. Nuevamente en la Casa Blanca, al mando del Ej¨¦rcito m¨¢s grande del mundo, Donald Trump. En primera fila, Musk, Bezos y Zuckerberg, los oligarcas tecnol¨®gicos m¨¢s poderosos
¡°La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fen¨®menos morbosos m¨¢s variados¡±. La cita, que podr¨ªa haber sido escrita con ocasi¨®n de las escenas de la semana reci¨¦n pasada, es de Antonio Gramsci, el comunista italiano que consumi¨® los ¨²ltimos 10 a?os de su breve existencia en las c¨¢rceles de la Italia fascista. A Gramsci le toc¨® vivir en un periodo hist¨®rico particularmente turbulento: presenci¨® la muerte de lo viejo, de ese largo siglo XIX de los imperios modernos que se confrontaron en 1914 haciendo estallar a Europa; tambi¨¦n le toc¨®, no s¨®lo ver sino participar directamente en los movimientos revolucionarios que se extendieron tras el triunfo de la Revoluci¨®n Rusa de 1917; movimientos que, salvo el ruso, fueron todos implacablemente derrotados. Era lo nuevo que no lograba nacer. Por supuesto, le toc¨® ver y sufrir esos fen¨®menos morbosos que se multiplicaron en la Europa de entreguerras: en Italia el fascismo, en Alemania la llegada de Hitler al poder. Y, muri¨®, vaya coincidencia, al d¨ªa siguiente del bombardeo a Guernika, hito militar que anunciaba las peores pesadillas del siglo XX.
La actualidad de las palabras de Gramsci es cruel. Ya son varios a?os viendo pasar ante nuestras pantallas espect¨¢culos morbosos y obscenos: guerras transmitidas en vivo y en directo, concentraci¨®n del poder y la riqueza a niveles cada vez m¨¢s escandalosos, fracasos estrepitosos del multilateralismo, destrucci¨®n de ecosistemas. Y las escenas que ha dejado el cambio de mando en Estados Unidos siguen corriendo la vara de lo que cre¨ªamos posible ver. Nuevamente en la Casa Blanca, al mando del Ej¨¦rcito m¨¢s grande del mundo, Donald Trump. En primera fila, Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, los oligarcas tecnol¨®gicos m¨¢s poderosos del mundo. El saludo nazi de Musk y la pat¨¦tica defensa de Milei, su minion rioplatense. Los indultos a los perpetradores del asalto al Capitolio. Los decretos ejecutivos. En fin.
Podr¨ªamos llenar ¨¢lbumes con las barbaridades protagonizadas por estos personajes. Largas listas de declaraciones, leyes y gestos. Y tiene algo narcotizante el ejercicio de chapotear en lo morboso. La performance del poder desembozado encandila o derechamente enceguece, embriaga y paraliza, pero, sobre todo, vuelve imposible elaborar la pol¨ªtica necesaria para enfrentar a las oligarqu¨ªas pol¨ªtico-tenol¨®gico-militares sintetizadas en las fuerzas que hoy componen el Gobierno de Estados Unidos, pero cuyo poder pesa sobre el mundo entero, incluido nuestro pa¨ªs.
Lamentos, indignaci¨®n moral, asombro y frustraci¨®n. Cada vez que la extrema derecha ha dado golpes dolorosos, consagrando en el poder a figuras otrora despreciadas y evaluadas como incapaces de ganar una elecci¨®n, el progresismo ha reaccionado as¨ª. Lo hizo con el primer triunfo de Trump, con el de Bolsonaro, con el de Milei y, nuevamente, ahora.
Walter Benjamin, un contempor¨¢neo de Gramsci cuya suerte no fue m¨¢s feliz, poco antes de suicidarse mientras intentaba escapar de la Francia ocupada por Hitler, escribi¨® una serie de aforismos destinados a proponer una manera de entender la historia que contribuyera a encarar de manera efectiva la lucha contra el fascismo. En uno de ellos, anotaba lo siguiente: ¡°El asombro ante el hecho de que las cosas que vivimos sean a¨²n posibles en el siglo XX no tiene nada de filos¨®fico. No est¨¢ al comienzo de ning¨²n conocimiento¡±. Benjamin se rebelaba contra ¡°el asombro¡± de los progresistas de su ¨¦poca, contra quienes se espantaban de que aquellas barbaridades fueran ¡°a¨²n posibles¡±. Ese asombro, para ¨¦l, no serv¨ªa de nada, no era un asombro filos¨®fico, en el sentido de que no abr¨ªa el camino a conocimiento alguno, sino que m¨¢s bien invitaba a un lamento apoltronado incapaz de movilizar fuerzas contra el fascismo. Un asombro paralizante y adem¨¢s desresponsabilizante, porque tanto en la Europa fascista como en el presente, los progresismos, parapetados en su llanto, eluden la insoslayable responsabilidad que les cabe en el surgimiento de las fuerzas reaccionarias.
No es ninguna novedad. Sendos an¨¢lisis acerca de c¨®mo llegamos hasta ac¨¢, elaborados por intelectuales, acad¨¦micos y activistas sociales, coinciden: la actual crisis de la democracia liberal y del orden mundial post Segunda Guerra, y el consecuente crecimiento de alternativas pol¨ªticas de derecha radical, es resultado de casi 40 a?os de pol¨ªticas neoliberales que han provocado un fortalecimiento extremo de una oligarqu¨ªa due?a de una enorme cantidad de riqueza y detentora de un poder cada vez mayor, y el debilitamiento de las grandes mayor¨ªas populares y de la clase trabajadora a nivel global. Estos procesos, que no han sido lineales ni se han producido de la misma manera en los pa¨ªses del norte que en los del sur, se han traducido en el debilitamiento de los estados de bienestar (all¨ª donde los hubo), la precarizaci¨®n de las condiciones laborales de grandes masas de trabajadores, en la p¨¦rdida de poder adquisitivo real de las clases medias y populares, en la p¨¦rdida de poder de los sindicatos y en el descr¨¦dito de la pol¨ªtica como expresi¨®n de la voluntad popular. Y son esas condiciones, materiales, concretas, las que constituyen la base sobre la cual se acumula el malestar, la impotencia y el resentimiento de franjas cada vez m¨¢s grandes de ¡°perdedores¡± de la globalizaci¨®n neoliberal.
Y es ac¨¢ donde las l¨¢grimas progresistas indignan, porque esas condiciones de escandaloso desequilibrio de poder y de riqueza no pueden ser achacadas, ni solo ni principalmente, a Reagan o a Thatcher o a Pinochet. Fue, precisamente, la neoliberalizaci¨®n de las distintas versiones de la socialdemocracia ¡ªdesde Partido Dem¨®crata al Laborista, al PSOE a la Concertaci¨®n y etc¨¦tera¡ª, la que oper¨® un abandono de la clase trabajadora y las clases populares y medias en favor del capital financiero y los grandes poderes econ¨®micos. No fue Donald Trump el que salv¨® a los bancos mientras millones de norteamericanos perd¨ªan sus casas. Fue Barak Obama, dem¨®crata y orgulloso primer presidente negro de los Estados Unidos. Eso, por poner solo un ejemplo.
Con l¨¢grimas no vamos a derrotar al fascismo. Tampoco con harakiris. Sin embargo, para rearmar una mirada estrat¨¦gica que nos permita crear una fuerza capaz de reinventar la pol¨ªtica y la democracia y de ganarle a las fuerzas reaccionarias, es preciso comprender c¨®mo llegamos hasta ac¨¢ y actuar decididamente de acuerdo a lo que ese balance indica, partiendo por hacer todo lo que est¨¦ a nuestro alcance para no permitir que el progresismo y la socialdemocracia se pongan al servicio de la concentraci¨®n de la riqueza y del poder en desmedro del bienestar de las grandes mayor¨ªas que dicen representar.