Relato de una epidemia en cuartos de hora
El m¨¦dico Federico Ol¨®riz narr¨® en su diario personal la llegada de una peste a Espa?a en 1884, con una medida de tiempo singular: los periodos de 15 minutos
El joven m¨¦dico Federico Ol¨®riz comenz¨® el 1 de enero de 1884 a apuntar obsesivamente todo lo que hac¨ªa cada d¨ªa en Madrid, absolutamente todo, medido en cuartos de hora. Con una esmerada caligraf¨ªa inglesa, escrib¨ªa en su diario: ¡°En la Facultad, examinando el cerebro de una joven idiota. Ocho cuartos de hora. [...] C¨¢rcel: examen de dos pederastas. Doce cuartos de hora. [...] Vuelvo por la noche y leo Tormento, ¨²ltima novela de P¨¦rez Gald¨®s. Ocho cuartos de hora¡±. El mi¨¦rcoles 2 de abril, Ol¨®riz anota la muerte de uno de sus hijos, Ricardito. ¡°Enfri¨¢ndose poco a poco y con una agon¨ªa muy penosa, el pobre ni?o resiste hasta las ocho de la ma?ana, a cuya hora, o algunos minutos antes, muere estando yo presente¡±. Ese mismo d¨ªa, tras enterrar a su hijo, apunta: ¡°Trabajo total: 26 cuartos de hora¡±.
El diario de Ol¨®riz es un asombroso viaje en el tiempo, una mirilla desde la que cotillear la vida de un hombre acomodado del siglo XIX: desayunaba una j¨ªcara de chocolate con picatostes, iba en tranv¨ªa a ver a sus pacientes, jugaba al ajedrez con las vecinas, le¨ªa a Julio Verne y, en una ¨¦poca en la que solo hab¨ªa unos 30 tel¨¦fonos instalados en todo Madrid, perd¨ªa horas y horas en paseos in¨²tiles para visitar a gente que no estaba donde ten¨ªa que estar. ¡°Voy al Museo de Historia Natural, pero no encuentro a Don Manuel Ant¨®n y me vuelvo en seguida¡±, escribe el viernes 21 de marzo. Miguel Guirao Pi?eyro, profesor de Anatom¨ªa de la Universidad de Granada, custodia en su propia casa por una herencia familiar el diario de Ol¨®riz. Es un cuaderno verde de m¨¢s de 500 p¨¢ginas, con cantoneras doradas. ¡°Es una joya¡±, explica Guirao. Estos d¨ªas, la pandemia del coronavirus le ha recordado algunos pasajes que parecen escritos hoy.
El martes 2 de septiembre de 1884, Ol¨®riz interrumpe su met¨®dica narraci¨®n de frases breves y suelta las riendas de su pluma. ¡°No pretendo ser cronista de mi tiempo¡±, se dice a s¨ª mismo, pero pasa a serlo. Una plaga ex¨®tica, el c¨®lera morbo asi¨¢tico, aporrea las puertas de Europa y el m¨¦dico est¨¢ inquieto. ¡°Al fin ha traspasado nuestro litoral mediterr¨¢neo y amenaza a Madrid como a Espa?a entera con sus estragos¡±, escribe Ol¨®riz. ¡°S¨¦ el miedo, m¨¢s a¨²n, el terror que cunde por Madrid con motivo del c¨®lera. La pasi¨®n pol¨ªtica llega a inspirar rumores tan absurdos como que el Gobierno mismo ha introducido fardos contumaces [contaminados] de Marsella en Alicante, para importar el c¨®lera y aprovecharlo como arma pol¨ªtica. Solo cito esta versi¨®n del origen de la epidemia como dato para calcular la facilidad con que se puede llevar hasta la locura a un pueblo fanatizado¡±, constata Ol¨®riz. Los bulos ya volaban en las redes sociales de entonces: el boca a boca.
El m¨¦dico, nacido en Granada en 1855, nunca hab¨ªa vivido una peste. ¡°He o¨ªdo muchos relatos de los testigos presenciales de otras epidemias y he le¨ªdo la descripci¨®n cient¨ªfica de algunas, y comprendo las emociones que deber¨¢ experimentar aun el hombre m¨¢s fr¨ªo, a la vista de una ciudad epidemia¡±, anota en su diario. El c¨®lera, provocado por un microbio que fulminaba a gran parte de los infectados entre diarreas y v¨®mitos, acababa de entrar por la costa de Levante. Lo que sigue en el diario es el relato de una ¡°v¨ªctima de la cat¨¢strofe¡± impresionada ante la dimensi¨®n de una epidemia.
¡°Un buque franc¨¦s, el Tonkin, procedente de la China, ha desembarcado en Argel 400 enfermos¡±, escribe Ol¨®riz el 2 de septiembre. ¡°Ya hace algunos d¨ªas hablaron los peri¨®dicos de c¨®licos sospechosos en Alicante ocurridos en una familia procedente de Argel; pero hasta ayer, primero de septiembre, no circularon rumores alarmantes por la corte, y hoy ha sido cuando se ha dicho sin rebozo ni rectificaci¨®n que el c¨®lera est¨¢ en Espa?a¡±. Madrid era por entonces una ciudad con alcantarillas a cielo abierto, en la que las inmundicias corr¨ªan por las calles camino del r¨ªo Manzanares, una gigantesca cloaca. La urbe era un para¨ªso para el c¨®lera, causado por la ingesti¨®n de agua o alimentos contaminados con la bacteria.
Ol¨®riz era un nuevo madrile?o. Acababa de llegar a la ciudad y todav¨ªa era un an¨®nimo catedr¨¢tico de Anatom¨ªa de 29 a?os en la Universidad Central de Madrid. A?os m¨¢s tarde se har¨ªa c¨¦lebre tras concebir un sistema de reconocimiento de las huellas digitales que todav¨ªa hoy utiliza la polic¨ªa cient¨ªfica espa?ola. Perteneci¨® a la llamada ¡°generaci¨®n de sabios¡± y fue amigo del neurocient¨ªfico Santiago Ram¨®n y Cajal, con el que jugaba al ajedrez. Tras la muerte de Ol¨®riz en 1912 por un c¨¢ncer, Cajal escribi¨® de ¨¦l que fue ¡°el maestro por excelencia¡±. Pero en 1884 todav¨ªa no era nadie.
Aquel 2 de septiembre solo hab¨ªa un tema de conversaci¨®n en la ciudad. En la facultad, donde Ol¨®riz diseccionaba cad¨¢veres, los viejos profesores contaban batallas de epidemias pret¨¦ritas. En el tranv¨ªa, los madrile?os se?alaban con temor al cerro donde las autoridades encerraban a los viajeros que llegaban de Alicante. Y alg¨²n ciudadano vociferaba contra ¡°la negligencia de las autoridades sanitarias¡± que hab¨ªan permitido que entrase la peste en Espa?a.
Miguel Guirao Pi?eyro, de 64 a?os, conserva el diario decimon¨®nico en su casa porque lo hered¨® de su padre, Miguel Guirao P¨¦rez (1924-2010), que a su vez lo hab¨ªa recibido de su padre, Miguel Guirao Gea (1886-1977), amigo de un hijo de Ol¨®riz que muri¨® sin descendencia. Los tres Guirao han compartido el mismo nombre, el mismo trabajo ¡ªprofesores de Anatom¨ªa en Granada¡ª y una misma pasi¨®n: Ol¨®riz. Hace dos a?os, Guirao Pi?eyro y el historiador de la ciencia Fernando Gir¨®n rescataron el diario de 1884 del m¨¦dico granadino y lo publicaron en el libro La vida de un cient¨ªfico en cuartos de hora (Editorial Universidad de Granada).
El 2 de septiembre de 1884 reinaba en Espa?a Alfonso XII, tatarabuelo del actual Felipe VI, y el conservador Antonio C¨¢novas del Castillo presid¨ªa el Consejo de Ministros acusado de propagar una peste en su propio pa¨ªs. Otros ciudadanos prefer¨ªan otras versiones igual de disparatadas. ¡°Un escribiente de la Facultad juraba que todo hab¨ªa sido por odio que nos tienen los franceses¡±, apunta Ol¨®riz. El rumor sosten¨ªa que un barco de Marsella cargado de ropa de enfermos hab¨ªa transbordado en alta mar los fardos contaminados a una lancha espa?ola para llevarlos a Novelda (Alicante) y comenzar la peste. ¡°Me resisto a creer que hubiera intenci¨®n expresa de traer el c¨®lera a Espa?a¡±, reflexionaba en su diario el m¨¦dico granadino. ¡°A¨²n no hay nada en Madrid m¨¢s que temores y alarmas¡±, conclu¨ªa en sus notas del 2 de septiembre. ¡°Trabajo total: 30 cuartos de hora¡±.
El d¨ªa siguiente, Ol¨®riz se levanta con la decisi¨®n de estar bien informado. ¡°Desde hoy en adelante comprar¨¦ El Imparcial [un peri¨®dico liberal de cuatro p¨¢ginas] todos los d¨ªas¡±, apunta en su cuaderno. El m¨¦dico tambi¨¦n anota todo lo que ve y oye paseando por las calles: ¡°Se?oritas que palidecen al hablar del c¨®lera [...], hombres de gorra y blusa que a voces se r¨ªen de la epidemia que amenaza y brutalmente pronuncian frases como la de ¡°?Qu¨¦ ganas tengo de que a todos nos d¨¦ la cagalera!¡±; hombres prevenidos que almacenan provisiones antes que escaseen o encarezcan; otros precavidos de otra clase que retiran su dinero de la circulaci¨®n¡±, relata el m¨¦dico. ¡°Algunos que, esper¨¢ndolo todo de un partido pol¨ªtico, calculan fr¨ªamente la influencia que la salud p¨²blica alterada podr¨¢ tener sobre la duraci¨®n del actual gobierno [...] Todo el mundo ridiculiza a los gobernantes por su miedo o las medidas rid¨ªculas por la exageraci¨®n¡±, se?alaba Ol¨®riz no ayer, sino el 3 de septiembre de 1884. Aquel mi¨¦rcoles solo trabaj¨® 22 cuartos de hora.
Los siguientes d¨ªas de septiembre, el m¨¦dico prosigue su relato minucioso, cada vez m¨¢s esc¨¦ptico sobre que el c¨®lera, realmente, hubiese llegado a la capital. ¡°En Madrid no hay nada hasta hoy, y en verdad que su aspecto ordinario no ha cambiado, pues los teatros empiezan a abrirse, las calles est¨¢ concurridas¡±, expone en su diario el 10 de septiembre. Hab¨ªa sido una falsa alarma. El c¨®lera, acantonado en las provincias del Levante, entrar¨ªa en Madrid la primavera de 1885, importado por segadores valencianos. El microbio mat¨® a 1.366 personas en la ciudad en los 133 d¨ªas que dur¨® la epidemia, seg¨²n el historiador Luis D¨ªaz Sim¨®n. Ol¨®riz y su esposa, Gracia, enfermaron del c¨®lera, pero sobrevivieron. La plaga se fue como vino. Benito P¨¦rez Gald¨®s, uno de los escritores favoritos de Ol¨®riz, lo relat¨® as¨ª en 1885: ¡°Las epidemias, por lo visto, sienten tambi¨¦n su decadencia, como las razas reales y aun las plebeyas, lo cual ser¨ªa un gran consuelo para la humanidad si la historia no nos ense?ase que tras el acabamiento de una peste viene la aparici¨®n de otra¡±.
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