?Se heredan las emociones?
Heredamos una predisposici¨®n biol¨®gica para adquirirlas con mayor o menor facilidad y, sobre todo, para expresarlas con fuerza diferente en cada persona
Suponga que nacemos dotados de un ca?¨®n con calibre diferente, mayor o menor en cada persona. Unas lo heredan con calibre grande y otras con calibre peque?o. Ese ca?¨®n viene preparado para disparar con su particular potencia de fuego, proporcional a su calibre, pero al nacer todav¨ªa no sabemos ni hacia d¨®nde va a apuntar ni cu¨¢ndo va a disparar. El calibre, el ancho de boca de ese ca?¨®n, es equivalente a la reactividad emocional, la fuerza con que se expresan las emociones en cada persona, una cualidad biol¨®gica, variable y con un gran componente cong¨¦nito, es decir, la heredamos en buena medida de nuestros progenitores y va a determinar muchos aspectos y circunstancias de nuestra vida. Incluso en los ni?os muy peque?os se observa que, ante una misma frustraci¨®n, cuando, por ejemplo, se les quita un juguete de las manos, su respuesta emocional puede ser muy diferente. Los hay que se enfadan mucho, mostrando un gran berrinche, mientras que otros expresan su sentimiento de manera m¨¢s suave y pac¨ªfica. Quienes tengan m¨¢s de un hijo posiblemente han tenido ocasi¨®n de comprobarlo en su propia familia. A los adultos nos ocurre lo mismo, pues somos muy diferentes en el modo y la fuerza con que se expresan nuestras emociones y sentimientos incluso en id¨¦nticas circunstancias.
La reactividad emocional, la fuerza de expresi¨®n de los sentimientos, podr¨ªa estar condicionada por causas o factores epigen¨¦ticos
Ahora tambi¨¦n sabemos que la reactividad emocional, la fuerza de expresi¨®n de los sentimientos, podr¨ªa estar condicionada por causas o factores epigen¨¦ticos, es decir, por experiencias personales de los progenitores, como las situaciones de estr¨¦s que han vivido y que han podido marcar sus genes condicionando su expresi¨®n. Aunque no sabemos c¨®mo, las marcas epigen¨¦ticas pueden transferirse al ADN de los gametos (espermatozoides y ¨®vulos) que, a su vez, se transfieren a los descendientes en la fecundaci¨®n. As¨ª ha sido comprobado en experimentos con ratas donde las que fueron entrenadas a asociar un determinado olor a una descarga el¨¦ctrica en sus patas tuvieron descendientes con m¨¢s sensibilidad a ese olor que las que no hab¨ªan sufrido la misma experiencia. El aprendizaje de los progenitores caus¨® cambios epigen¨¦ticos que facilitaron la expresi¨®n del gen que lleva la informaci¨®n para sintetizar la mol¨¦cula sensible a ese olor. Ese cambio se transmite por los gametos y aumenta la sensibilidad del descendiente para ese mismo olor. De modo similar, las vivencias estresantes de los padres podr¨ªan condicionar epigen¨¦ticamente la sensibilidad emocional de los hijos, e incluso de los nietos, en determinadas situaciones, pues las marcas epigen¨¦ticas pueden heredarse con los propios genes, aunque no tienen la misma estabilidad que ellos y pueden a?adirse o perderse en los cambios generacionales.
El calibre es, como decimos, en buena medida heredado, pero hacia d¨®nde apunta el ca?¨®n y cuando dispara, es harina de otro costal. Es decir, lo que va a emocionarnos y a hacernos expresar los sentimientos con esa fuerza de la que venimos dotados depende de factores que ahora son ambientales y educativos. Heredamos la potencia de fuego, la reactividad emocional, pero aprendemos a utilizarla seg¨²n lo que hemos vivido cada uno y c¨®mo nos ense?an y educan. Los est¨ªmulos, es decir, las palabras, hechos, ideas, pensamientos, personas, lugares y circunstancias que nos emocionan lo hacen porque en alg¨²n momento anterior de nuestra vida se asociaron a circunstancias que nos provocaron sentimientos como el miedo, la alegr¨ªa, la verg¨¹enza, el odio o el amor, entre otros muchos posibles. Muchas emociones son respuestas condicionadas, es decir, aprendidas, y esa asociaci¨®n pudo producirse de forma autom¨¢tica y espont¨¢nea, como cuando al pararse inesperadamente el ascensor sentimos miedo, o de forma instructiva, como cuando se nos educa para ser solidarios y generosos o, para odiar a personas, colectivos o ideas. Nadie nace siendo Jack el destripador o la madre Teresa de Calcuta, pero las experiencias vitales y la educaci¨®n pueden orientar una alta reactividad emocional hacia el altruismo y la bondad o hacia la maldad y el horror.
Otros factores biol¨®gicos pueden adem¨¢s sumarse, como en el caso de los hombres, donde la presencia en su sangre y su cerebro de la hormona testosterona puede actuar sin¨¦rgicamente con la reactividad emocional heredada
Por eso, cuando el ca?¨®n ya est¨¢ en posici¨®n y apuntando en un determinado sentido solo faltan las se?ales pertinentes para que dispare, es decir, solo faltan las situaciones personales o colectivas capaces de activar la expresi¨®n de los sentimientos incubados con la fuerza que cada uno lo hace. Otros factores biol¨®gicos pueden adem¨¢s sumarse, como en el caso de los hombres, donde la presencia en su sangre y su cerebro de la hormona testosterona puede actuar sin¨¦rgicamente con la reactividad emocional heredada potenciando respuestas emocionales y comportamientos indeseables. Desgraciadamente, no dejamos de comprobarlo.
En definitiva, las emociones mismas, como el miedo, el odio o el amor, no se heredan, pero s¨ª heredamos una predisposici¨®n biol¨®gica para adquirirlas con mayor o menor facilidad y, sobre todo, para expresarlas con fuerza diferente en cada persona. Lo que de ning¨²n modo heredamos son los est¨ªmulos y las causas que provocan las emociones y los sentimientos que tenemos, pues eso depende exclusivamente de nuestras vivencias personales y, sobre todo, de la educaci¨®n que desde ni?os recibimos, algo que no deja de ser una buena noticia porque nos permite cultivar una sociedad en la que educativamente se promuevan los sentimientos positivos alej¨¢ndonos de los negativos y corrosivos. La experiencia y la plasticidad cerebral tambi¨¦n nos ense?an que la educaci¨®n emocional puede ayudarnos, si no a evitar las emociones negativas, s¨ª a modular e incluso evitar las expresiones indeseables que provocan.
Ignacio Morgado Bernal es catedr¨¢tico de Psicobiolog¨ªa en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicolog¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona. Autor de ¡®Aprender, recordar y olvidar: Claves cerebrales de la memoria y la educaci¨®n¡¯ (Ariel, 2017).
Materia gris es un espacio que trata de explicar, de forma accesible, c¨®mo el cerebro crea la mente y controla el comportamiento. Los sentidos, las motivaciones y los sentimientos, el sue?o, el aprendizaje y la memoria, el lenguaje y la consciencia, al igual que sus principales trastornos, ser¨¢n analizados en la convicci¨®n de que saber c¨®mo funcionan equivale a conocernos mejor e incrementar nuestro bienestar y las relaciones con las dem¨¢s personas.
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