Las monta?as y el juego de los tiempos m¨¢s all¨¢ de los relojes
Leyendo a Robert Macfarlane descubrimos que las monta?as nos invitan a encontrar lo nuevo al fondo de lo desconocido
La fiebre de los buscadores de f¨®siles -padecida en Europa durante el siglo XIX- tuvo como resultado el saqueo de innumerables yacimientos. Armados de martillos y movidos por el ego¨ªsmo, los coleccionistas llegaban a todos los rincones posibles, sin importar el expolio que pudieran ocasionar con su capricho.
Porque durante la ¨¦poca victoriana fue de buen gusto coleccionar hallazgos f¨®siles para presentarlos en los salones. Se exhib¨ªan dentro de vitrinas, igual a reliquias que mostraban la fugacidad del tiempo a partir de la interpretaci¨®n de cada pieza fosilizada. Con esto, el tiempo de los relojes empez¨® a tomar valor mercantil en una Europa que ya se cre¨ªa el centro del mundo. De igual manera, el tiempo dej¨® de ser un periodo fragmentado en d¨ªas, horas, minutos y segundos, para pasar a ser medido en millones de a?os. Durante aquella ¨¦poca, la contemplaci¨®n de los f¨®siles llevaba a reflexionar acerca de la fugacidad de nuestro paso por el mundo; de nuestra fecha de caducidad.
En uno de sus art¨ªculos, Italo Calvino dej¨® escrito que coleccionar es lo m¨¢s parecido a llevar un diario donde cada pieza supone un apunte, y la suma de todas ellas trae como resultado el recorrido por la memoria de la persona que las colecciona. Si a esto, a?adimos que las piezas coleccionables nos conducen hasta pasados remotos, el resultado es un juego de espejos que trastoca nuestra dimensi¨®n temporal y con ello su concepto. En la ¨¦poca victoriana el pasado empezaba a ser memoria viva del tiempo presente.
De este ejercicio de la imaginaci¨®n tuvo mucha culpa el ge¨®logo brit¨¢nico Charles Lyell (1797- 1875), representante del uniformismo geol¨®gico, concepto basado en el estudio del presente como clave del pasado. Para Lyell, los f¨®siles eran ¡°monumentos antiguos de la naturaleza escritos en una lengua viva¡±. Con ello, mundos anteriores al nuestro se dejaban interpretar gracias a los vestigios fosilizados de ¨¦pocas remotas. Se consegu¨ªa de la misma manera que se puede interpretar una pel¨ªcula a partir de un fotograma como ¨²nico dato, es decir, con la imaginaci¨®n suficiente para rellenar las grietas del pasado.
Con la imaginaci¨®n como herramienta para devolver el pasado al presente, tambi¨¦n cambiar¨ªa la mentalidad acerca de la percepci¨®n de las monta?as. Va a ser cuando desaparezca lo siniestro de su topograf¨ªa, as¨ª como los peligros que se atisban en sus laderas. A partir de entonces, las monta?as dejan de ser un obst¨¢culo y se convierten en un accidente natural muy atractivo. El alpinismo empieza a ponerse de moda a la vez que la monta?a pasa a ser sin¨®nimo de imaginaci¨®n, el equivalente a un di¨¢logo entre la forma geol¨®gica y nuestras fantas¨ªas m¨¢s rec¨®nditas que se ponen de manifiesto cada vez que coronamos una cumbre.
Algo as¨ª nos viene a contar el escritor Robert Macfarlane en su exquisito trabajo titulado Las monta?as de la mente (Random House) donde las monta?as, su luz, su historia y sus sombras van a ser las protagonistas durante trescientas p¨¢ginas prietas de curiosidades. Tras su lectura, descubrimos que las monta?as nos invitan -parafraseando a Baudelaire- a encontrar lo nuevo al fondo de lo desconocido. Para Macfarlane, el componente m¨¢gico de escalar una monta?a es el resultado de una combinaci¨®n de riesgo y belleza, cualidades a las que se suma la dimensi¨®n temporal; son millones de a?os los que cargan sus pendientes.
Estas y otras cosas de lo m¨¢s variado se pueden aprender con la lectura de este libro, donde todos los caminos que abre Macfarlane van a parar al mismo sitio, un estado mental que nos ense?a lo necesaria que se hace la imaginaci¨®n si queremos contemplar la realidad geol¨®gica con rigor cient¨ªfico. H¨¢ganse un regalo y paren el tiempo leyendo este libro.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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