Querido Miguel
Seguramente, Miguel Barroso es el ser m¨¢s libre que nunca he conocido. Hizo, casi siempre, lo que quiso. Jugaba las partidas a las que la vida te enfrenta sin miedo alguno al fracaso
Todo un personajazo. Pocas personas he conocido en mi vida con mayor capacidad expresiva y con menos voluntad de exteriorizar sus propios sentimientos. Miguel Barroso dominaba la t¨¦cnica de despertar fascinaci¨®n en cualquiera con el que se encontrara. Era un conversador permanente, agudo, culto, perspicaz, divertido, interesante, original. Le gustaba deslumbrar. Sab¨ªa c¨®mo hacerlo y casi siempre lo consegu¨ªa. Su especialidad era crear con todo aquel con el que conectaba una relaci¨®n personalizada que hac¨ªa que el otro se sintiera diferente a los dem¨¢s.
En realidad, su mayor riqueza consisti¨® en saber sacar de los dem¨¢s lo mejor de s¨ª mismos para formar parte de su mundo. ?l tampoco arriesgaba mucho. Hac¨ªa que la gente se sintiera encantada al abrirle la posibilidad de compartir con ¨¦l alguna aventura fascinante, ya fuera cultural, sentimental, pol¨ªtica, enredadora o puramente festiva.
Es imposible explicar su vida de forma diacr¨®nica. Siempre se esforz¨® por vivir varias existencias en paralelo. Decir que ha vivido 70 a?os es absurdo. Ha mantenido siempre varias vidas simult¨¢neamente. No pod¨ªa permitir que algo interesante sucediera en su entorno sin que ¨¦l tuviera un papel protagonista. Su t¨¢ctica era siempre la misma. All¨ª donde llegara, se adue?aba inmediatamente del espacio com¨²n y pasaba a dirigir las operaciones. S¨®lo sab¨ªa mandar. Obedecer nunca le apeteci¨®.
Miguel, b¨¢sicamente, ha hecho en su vida casi todo lo que le ha apetecido. No le recuerdo pr¨¢cticamente ninguna frustraci¨®n, ni ninguna aspiraci¨®n no conseguida. Peleaba logros diferentes a todos los dem¨¢s. Por eso le era tan f¨¢cil ganar siempre las batallas. Nunca busc¨® el dinero, ni un cargo que le diera reconocimiento profesional, poder ejecutivo o presencia p¨²blica. Tuvo salarios extraordinarios en responsabilidades laborales de primer nivel en el sector privado que abandonaba en cuanto empezaban a convertirse en rutinarias o le obligaban a dedicarles un tiempo que no estaba dispuesto a perder.
El presidente Zapatero lo conoci¨® muy bien. Hizo de ¨¦l la mejor definici¨®n que jam¨¢s escuch¨¦. Dec¨ªa que Miguel Barroso, cada vez que llegaba a un punto de destino, lo primero que hac¨ªa era buscar la v¨ªa para fugarse en la primera oportunidad que surgiera. Era imposible de amarrar. Nada le agobiaba m¨¢s que sentirse encerrado o sin posibilidad de vivir una nueva experiencia.
Seguramente, es el ser m¨¢s libre que nunca he conocido. Hizo, casi siempre, lo que quiso. Jugaba las partidas a las que la vida te enfrenta sin miedo alguno al fracaso. Si perd¨ªa, sab¨ªa que en realidad representaba una gran ventaja. Se le abr¨ªa una nueva puerta de salida. En su colaboraci¨®n con la pol¨ªtica, una de sus grandes pasiones, esta forma de entender la vida fue la clave de su ¨¦xito. Nunca aspir¨® a nada. Nunca pidi¨® nada. Nunca recibi¨® nada.
Era un hombre profundamente de izquierdas y su ¨²nica implicaci¨®n pol¨ªtica era la de ayudar y enredar siempre que alguien solicitara su participaci¨®n, siempre desinteresada. La recompensa era poder participar en un momento hist¨®rico y contribuir a que saliera adelante como ¨¦l deseaba. Saber perder en la vida es una habilidad muy dif¨ªcil de sobrellevar para la mayor¨ªa. En pol¨ªtica, a¨²n m¨¢s. Pero a Miguel no le terminaba de afectar. Le molestaba perder, aunque no era lo habitual. La clave de muchas de sus grandes victorias derivaba de esa ventaja extrema que supon¨ªa no tener miedo a la derrota.
Una de sus frases m¨ªticas en la pol¨ªtica espa?ola la escribi¨® para Felipe Gonz¨¢lez en 1993, aquella incre¨ªble noche en la que el PSOE consigui¨® ganar las elecciones contra todo pron¨®stico. El presidente Gonz¨¢lez sab¨ªa que hab¨ªa ganado gracias al respaldo de ¨²ltima hora de una ciudadan¨ªa dolida con la deriva del Gobierno en los ¨²ltimos a?os. En lugar de salir a presumir de victoria, a Miguel se le ocurri¨® una frase humilde, vigorosa y agradecida. Felipe Gonz¨¢lez la dijo con esa autoridad que s¨®lo ¨¦l desplegaba en aquel tiempo: ¡°He entendido el mensaje¡±.
Nos hicimos amigos en 1983. Han pasado cuarenta a?os. Hemos compartido juntos infinidad de experiencias de todo tipo. En multitud de ocasiones han tenido que ver con actuaciones que otros han protagonizado y a los que en justicia les corresponde el m¨¦rito de lo ocurrido. Profesionalmente, pr¨¢cticamente nunca hemos trabajado juntos. Choc¨¢bamos inmediatamente. Sin embargo, hablando, dando ideas, proponiendo alternativas, echando una mano cuando alguien lo requer¨ªa creo que hicimos un buen t¨¢ndem.
Hemos compartido en m¨¢s de cuarenta a?os juntos multitud de aventuras y desventuras. Nuestras eternas conversaciones siempre terminaban recordando los detalles de cada historia en la que estuvimos presentes. Miguel ten¨ªa una magn¨ªfica memoria. Todo lo contrario que yo. Nuestra charla infinita consist¨ªa en que ¨¦l, el mejor narrador de historias que haya conocido, me contara con detalle lo que se supon¨ªa que nos hab¨ªa ocurrido. Por supuesto, nunca me import¨® que novelara todo lo que quisiera. Las mejores an¨¦cdotas, con los a?os, fueron creciendo, pasando de lo incre¨ªble a lo absolutamente alucinante.
Como dos buenos hermanos, nos hemos peleado en infinidad de oportunidades, tantas como las que nos hemos reconciliado. En realidad, siempre fui yo el que manifestaba el perd¨®n. A ¨¦l le resultaba muy complicado llegar a expresar un sentimiento seriamente afectivo. Hace unas semanas, le reproch¨¦, por en¨¦sima vez en la vida, la falta de atenci¨®n que prestaba a los afectos, al compromiso de la amistad. Siempre jugu¨¦ con la ventaja de saber que esos sentimientos los ten¨ªa, aunque fuera incapaz de mostrarlos. Para mi sorpresa, por vez primera en cuarenta a?os, me pidi¨® perd¨®n y me asegur¨® que no volver¨ªa a descuidarse. Me impresion¨® y me emocion¨®. Por supuesto, sigui¨® comport¨¢ndose exactamente igual. No sab¨ªa ser de otra manera.
Nuestra ¨²ltima aventura ha tenido que ver con el intento de revitalizar el grupo PRISA, en apoyo del impulso encabezado por Joseph Oughourlian. Est¨¢bamos inmersos en esta batalla. Habl¨¢bamos a menudo de que esta ten¨ªa que ser nuestra ¨²ltima aventura profesional. Por primera vez, en realidad, est¨¢bamos colaborando juntos en un mismo proyecto laboral, aunque fuera en espacios bien separados. Su muerte nos deja desguarnecidos, desarmados. Pero seguiremos adelante. Se lo debemos.
Esta semana ten¨ªamos ya previsto vernos. Hubi¨¦ramos quedado a cenar en alg¨²n restaurante cerca de su casa, como siempre. Adoraba fingir que pod¨ªa desplazarse a cualquier sitio. Era mentira. Siempre acababa llevando a todos cerca de su casa, dentro de los l¨ªmites de su territorio. Eso s¨ª, se dejar¨ªa invitar para dejar claro que no era el anfitri¨®n.
Inevitablemente, querido Miguel, te voy a echar de menos. Hablar contigo ha ocupado una parte importante de mi vida. No s¨¦ bien qui¨¦n me va a rememorar nuestras peripecias, convertidas por ti siempre en haza?as b¨¦licas.
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