Nuestro peque?o Billy
Ante la adversidad, nada como una voluntad f¨¦rrea y mucho sentido del humor. El testimonio que Billy Hopkins ofrece al lector en esta novela autobiogr¨¢fica as¨ª lo demuestra
Pr¨®logo: Otra maldita boca que alimentar
—Ahora, Kate. Vamos, empuja. Es que no lo intentas —dijo la comadrona—. ?Tira de la toalla y empuja! ?Vamos!
—?Qu¨¦ crees que estoy haciendo? —grit¨® Kate—. No puedo empujar m¨¢s. Tira y empuja. Esto es como remar en el lago de Heaton Park. Podr¨ªa hab¨¦rsele ocurrido a Dios una manera m¨¢s f¨¢cil de tener hijos, digo yo.
—Vamos, que ya falta poco, tesoro —se?al¨® Lily Goodhart, su vecina, mientras le sujetaba la frente sudorosa.
—Ya ver¨¢s c¨®mo el aceite de ricino lo acelera todo —a?adi¨® la comadrona McDonagh—. Adem¨¢s, tampoco es que sea tu primer reto?o.
—?Y qu¨¦! Eso no significa que sea m¨¢s f¨¢cil, por mucho que digan —protest¨® Kate.
Una repentina contracci¨®n estremeci¨® todo su cuerpo.
—?Dios me ampare! Igual que si me hubieran atravesado con el atizador de la chimenea al rojo vivo —dijo sin resuello.
—Muerde el pa?uelo cuando no puedas m¨¢s, Kate —se?al¨® la comadrona—. No tienen por qu¨¦ o¨ªrte los vecinos. Ni tus hijos, que est¨¢n en el cuarto de al lado. ?No est¨¢ tu marido en casa?
—No, yo misma le he dicho que se fuera al pub de la esquina. Aqu¨ª no har¨ªa m¨¢s que estorbar. Adem¨¢s, no le gustan estos fregados.
—Claro, qu¨¦ f¨¢cil. Pues me da igual, tendr¨ªa que estar aqu¨ª por si hace falta salir a buscar al doctor McDowell. Lily, ac¨¦rcate al pub y dile a Tommy que venga.
—Bueno, pero me parece que no le va a gustar —respondi¨® Lily.
—?Si le gusta como si no le gusta! Dile que es aqu¨ª donde hace falta. Y no vuelvas sin ¨¦l.
—Est¨¢ bien, si t¨² lo dices —se?al¨® Lily con cierta vacilaci¨®n antes de abandonar el angosto cuartito.
—Espero que no tengamos que llamar al m¨¦dico. Me morir¨ªa de verg¨¹enza? —a?adi¨® Kate cuando Lily sali¨® de casa.
—?Pero si es un m¨¦dico!
—?Y qu¨¦! No deja de ser un hombre, ?no?, y yo no quiero que ning¨²n hombre, ni siquiera mi propio marido, me vea as¨ª. Y adem¨¢s, me parece que?
Pero la comadrona nunca lleg¨® a saber su parecer porque Kate volvi¨® a retorcerse por un nuevo espasmo lacerante y todo su esfuerzo se concentraba en sofocar los gritos.
—Ahora, Kate —alent¨® la comadrona—. ?Vamos, que ya casi lo tenemos! ?Empuja! ?Hacia dentro y hacia fuera, adentro y afuera! ?Eso es!
Eran las ocho de la tarde de un domingo de 1928. Tommy ya iba por la tercera pinta de cerveza y le hab¨ªa empezado a invadir una placentera sensaci¨®n de afabilidad. En aquel ambiente se sent¨ªa como pez en el agua.
—Esto es lo que a m¨ª me va —le dijo a Jimmy Dixon, su amigo del alma—. Este es mi verdadero hogar. Las cuatro paredes del Tubby Ainsworth. El mejor pub de todo Collyhurst.
El pub se llamaba en realidad Dalton Arms, pero casi nadie lo llamaba por su nombre.
El espeso humo de tabaco y las voces animadas de la veintena de hombres que habr¨ªa en el lugar eran una combinaci¨®n que en Tommy produc¨ªa un rotundo efecto de bienestar y camarader¨ªa. Aqu¨ª se sent¨ªa a salvo y lejos de todos los avatares dom¨¦sticos.
Cogi¨® un paquete de Player's Weights, sac¨® el ¨²ltimo cigarrillo que le quedaba, le dio unos golpecitos contra la u?a del pulgar, amarillenta por la nicotina, y encendi¨® una cerilla. D¨¢ndole unas cuantas caladas con satisfacci¨®n, levant¨® la vista de las cartas que ten¨ªa en la mano y recorri¨® el sal¨®n con la mirada para registrar la escena de rostros masculinos p¨¢lidos y demacrados, con gorras planas y bufandas de lana que llevaban todos a modo de uniforme.
—Mira qu¨¦ buen pu?ado de trabajadores tenemos aqu¨ª —exclam¨® Tommy.
—?Qu¨¦ has dicho? ?Trabajadores? ?Pero si casi todos est¨¢n en paro! —respondi¨® Jimmy.
—Da igual. Son la sal de la vida. Excepto ese canalla de Len Sharkey, claro est¨¢ —se apresur¨® a decir mientras posaba la mirada sobre su odiado enemigo, que en aquel instante se re¨ªa a carcajadas con sus amigotes como consecuencia de alg¨²n que otro chiste.
Dicho esto, dieron un buen trago de cerveza.
En lo esencial, Tommy era un hombre feliz. Una cerveza, un amigo y un poco de paz, eso es todo lo que quer¨ªa. No era mucho pedir. Pero aquella tarde de domingo hab¨ªa algo m¨¢s. La suerte estaba de su parte. Se acababa de anotar doce puntos en el tablero de cribbage con una jugada de dobles parejas. No le cab¨ªa la menor duda. Estaba a punto de hacerse no s¨®lo con el triunfo de la partida, sino con el chel¨ªn que se hab¨ªan apostado. Lo cierto es que Jimmy Dixon no era lo que se dice una lumbrera, a duras penas lograba hacer el recuento de su propio tanteo, no digamos del de Tommy. Pero qu¨¦ demonios. Tanto si eran amigos como si no, un chel¨ªn era un chel¨ªn, y eso es lo que contaba en este perro mundo. Se bebi¨® el resto de la cerveza de un trago y se levant¨®.
—Esta ronda es m¨ªa, Jimmy. ?Lo mismo?
Jimmy vaci¨® el vaso.
—Gracias. No me vendr¨ªa mal. Y mira a ver si puedes comprarme un poco de suerte cochina, ya puestos.
Tommy se abri¨® paso a empujones entre la clientela de la barra.
—Tubby, cuando puedas, una pinta de la de siempre para m¨ª y otra de amarga para Jimmy. Ah?, y un paquete de Weights, de diez. No puede faltarme el cigarrillo por las ma?anas.
—Est¨¢ bien, Tommy. Una pinta de suave, otra de amarga y diez Weights. Eso suma un chel¨ªn con once peniques —respondi¨® Tubby Ainsworth al tiempo que serv¨ªa las cervezas.
Tommy pag¨®, recogi¨® las cervezas y el tabaco y volvi¨® a tomar asiento en la mesa de la partida.
—?A tu salud! —exclam¨® Jimmy.
—?A la tuya! —respondi¨® Tommy.
Fue en aquel preciso instante cuando la paz de Tommy se vio alterada. Seg¨²n inclinaba la cabeza para dar un trago de cerveza vio a trav¨¦s del fondo del vaso la figura de Lily Goodhart envuelta en un chal que se dirig¨ªa hacia ¨¦l con paso ligero.
—?Maldita sea! No te vuelvas ahora, Jimmy, pero? ?has visto qui¨¦n viene por ah¨ª?
—No. ?C¨®mo demonios quieres que la haya visto?
—Lily Goodhart, mi vecina. Y adem¨¢s s¨¦ por qu¨¦ ha venido.
Lily trataba de abrirse camino entre la implacable barrera de cuerpos masculinos que le fueron dedicando todo tipo de silbidos y abucheos.
—?No se permite la entrada a las mujeres!
—?Este es un lugar de hombres!
—?Vete a llenar el vaso a la salita de estar!
—Est¨¢ bien, est¨¢ bien. Lo ¨²nico que quiero es decirle una cosa a Tommy.
Se acerc¨® a Tommy y ¨¦ste apoy¨® la cerveza en la mesa.
—S¨ª, Lily. ?Qu¨¦ ocurre? —pregunt¨® con fastidio, molesto por semejante aparici¨®n y por el hecho de ser el centro de todas las miradas. En especial la de Sharkey, que parec¨ªa disfrutar de lo lindo y solt¨® otra carcajada con sus compinches.
—Ha llegado el momento, Tommy —susurr¨® con urgencia—. Es Kate. Ser¨¢ mejor que vengas conmigo. Ha roto aguas y las contracciones se van acelerando. Creo que no falta mucho.
—?Maldita sea! No hay paz en este mundo, ni siquiera en el pub. ?Para qu¨¦ tengo que ir? Kate me dijo que me quitara de en medio.
—Creo que es por si se complica y hay que llamar al m¨¦dico.
—?Al m¨¦dico! Como si me sobraran dos libras para llamar a ning¨²n matasanos. Adem¨¢s, tengo entendido que matan m¨¢s que curan, con esos infames instrumentos que usan.
—Yo me limito a contarte lo que me han dicho.
—De acuerdo, Lily. En cuanto termine la partida voy para all¨¢. Aunque la verdad es que no s¨¦ qu¨¦ voy a hacer yo ah¨ª. Le vendr¨ªa mejor que me quedara donde estoy. ?Cu¨¢ndo lleg¨® la comadrona?
—Hace m¨¢s de media hora. Est¨¢ haciendo todo lo posible para que sea r¨¢pido. Bueno, Tommy, ser¨¢ mejor que salga de aqu¨ª antes de que estos hombres me saquen a patadas. Pero les he prometido que vendr¨ªa a buscarte. ?Te espero en la puerta?
—Mira, Lily, no hace ninguna falta. He dicho que ir¨¦ en cuanto termine la partida, y eso es lo que voy a hacer, no temas.
—De acuerdo, si t¨² lo dices.
Como si se tratara de un escudo, se aferr¨® bien al chal que la envolv¨ªa y sali¨® a toda prisa.
Tommy volvi¨® a la partida de cartas, pero ten¨ªa el coraz¨®n en otra parte. La visita de Lily lo dej¨® abatido y desconcertado. Ech¨® a perder una jugada obvia de cuatro puntos y otras tantas en la siguiente mano. Jimmy Dixon no era tan lerdo como ¨¦l cre¨ªa y no dud¨® en aprovechar su distracci¨®n. En seguida le alcanz¨® y tras un par de manos gan¨® la partida con una escalera de color que le otorg¨® un total de ciento veinti¨²n puntos. Despu¨¦s recogi¨® sus ganancias y se las meti¨® en el bolsillo.
—Mala suerte, Tommy. Estaba convencido de que la victoria era tuya. No te preocupes. T¨®mate otra pinta para bautizar al reci¨¦n nacido. Era una de suave, ?no?
—No deber¨ªa, Jimmy, todav¨ªa no ha nacido. Aunque? est¨¢ bien, si insistes. Me has convencido. Pero tendr¨¢ que ser la ¨²ltima.
En su fuero interno, lo que le produc¨ªa mayor reparo era la sola idea de tener que escuchar a Kate en trance de dar a luz.
Jimmy regres¨® con las pintas de cerveza y dieron un trago largo los dos.
—?Ah! —suspir¨® Jimmy relami¨¦ndose—. ?No hay nada que supere un trago de buena cerveza! —Se inclin¨® hacia delante y adopt¨® un tono confidencial— ?Cu¨¢ntos hijos tienes ya, Tommy?
—Creo que ya he perdido la cuenta. A ver? —se puso a contar con los dedos—. Est¨¢ nuestra Flo, Polly, Jim, Sam y Les. ?Cu¨¢ntos son?
—Cinco.
—Eso es. Dos ni?as y tres ni?os, y con el que viene ser¨¢n seis, si es que lo logra, el condenado. Mejor me voy, Jimmy. Tengo que ver lo que est¨¢ pasando, supongo. Con un poco de suerte, ya habr¨¢ terminado todo cuando llegue.
Se bebi¨® el resto de un solo trago y se puso en pie.
—Gracias por la cerveza, Jimmy. Lo que no te agradezco es esa maldita partida de cribbage. Pero pienso recuperar ese chel¨ªn en la pr¨®xima, te lo aseguro.
Dirigi¨® sus pasos hacia la puerta enfrent¨¢ndose a un coro de comentarios insolentes que proven¨ªan de los asiduos del Dalton Arms.
—?No has pensado nunca en castrarte, Tommy?
—?Ser¨ªa una peque?a operaci¨®n de nada!
—?Tambi¨¦n podr¨ªas anud¨¢rtela, Tommy!
Tommy se dio la vuelta para comprobar qui¨¦n hab¨ªa sido el autor del ¨²ltimo comentario.
—Ser¨¢ mejor que cierres esa boca tan grande que tienes, Sid Hardcastle, si no quieres que te la cierre yo mismo.
El espont¨¢neo guard¨® silencio porque sab¨ªa que aunque Tommy era de aspecto inofensivo, un hombre menudo, calvo y patizambo, ten¨ªa muy mal car¨¢cter y era m¨¢s que capaz de cumplir sus amenazas. No en vano hab¨ªa trabajado y sobrevivido en el mercado de Smithfield m¨¢s de treinta a?os, en el transcurso de los cuales adquiri¨® cierta destreza en el arte de las grescas tabernarias.
Cuando estaba abriendo la puerta del pub, Len Sharkey alz¨® la voz y dijo en tono sarc¨¢stico:
—Parece que estamos ante un semental de primera?
Al ver que sus amigos lo premiaban con una sonora carcajada, se envalenton¨® y a?adi¨®:
—Todos los cat¨®licos son iguales?, se multiplican como conejos.
Tommy se detuvo, dio media vuelta y se fue hacia ¨¦l. Alz¨® la vista y lo mir¨® a los ojos.
—?A qu¨¦ te refieres con eso del semental, de los cat¨®licos y de los conejos?
—L¨¢rgate, Tommy. No quiero l¨ªos. Era una broma.
—Sharkey, eres un payaso y quiero que sepas una cosa. En el mercado hay unos cuantos tipos grandullones.
—Ah, ?s¨ª? ?Y qu¨¦?
—Pero nunca me he topado con un tipo de tus dimensiones. Seguro que pasas del metro ochenta, si no me equivoco.
—Uno noventa y dos —respondi¨® Len con orgullo.
—Nunca me he topado con nadie tan grande como t¨², con tanto m¨²sculo. Me quito el sombrero —prosigui¨® Tommy quit¨¢ndose la gorra con rapidez.
Len se creci¨®.
—Pero me parece que debes de ser el ¨²nico hombre de Collyhurst que no tiene huevos.
En aquel instante, sin previo aviso y en un solo movimiento veloz y fluido, le propin¨® un cabezazo con la destreza del propio Dixie Dean marcando un gol de cabeza para el Everton. Len se desplom¨® en el suelo, que estaba cubierto de serr¨ªn y en buena hora, pues de su nariz comenz¨® a salir sangre a borbotones. Se hizo un silencio moment¨¢neo al cabo del cual estall¨® el infierno. La cuadrilla de Len comenz¨® a lanzar improperios: ??Loco de mierda?. ??Est¨¢s mal de la cabeza!?, al tiempo que ayudaban al l¨ªder de la panda a ponerse de pie. Jimmy Dixon sali¨® disparado a sujetar a Tommy para impedir futuros arrebatos.
—Tranquilo, Tommy. C¨¢lmate —dijo Jimmy.
—?Se acab¨®! —grit¨® Tubby Ainsworth se?alando a Tommy y a Len Sharkey—. ?Os proh¨ªbo la entrada a los dos! No pienso consentir ni media pelea en mi local. Y t¨², Tommy, vete a casa de una vez, por el amor de Dios. ?Es ah¨ª donde haces falta!
—Est¨¢ bien, Tubby —dijo Jimmy tratando de calmar los ¨¢nimos—. Ya se va. Yo me encargo de que lo haga.
Dicho esto, acompa?¨® a Tommy hasta la puerta.
—Ser¨¢ mejor que te vayas a casa, Tommy, y que alguien te vea el tajo que tienes en la cabeza. Ese Len Sharkey ha estado pidiendo a gritos una buena paliza desde hace tiempo. A partir de ahora va a tener que andarse con m¨¢s ojo cuando abra el pico.
—No tiene ning¨²n derecho a decir lo que ha dicho, Jimmy, respecto a los cat¨®licos y todo eso. Lo habr¨ªa matado si t¨² no lo hubieses impedido. Y encima Tubby me ha prohibido la entrada. A m¨ª, que soy uno de sus mejores clientes.
Jimmy se ech¨® a re¨ªr.
—?Prohibirte la entrada? ?Pero qu¨¦ dices! Si Tubby tuviera que prohibir la entrada a todos los que se han peleado alguna vez en su bar se quedar¨ªa sin un solo cliente. Cr¨¦eme, ma?ana mismo lo habr¨¢ olvidado. Despu¨¦s paso por tu casa, Tommy, a ver c¨®mo va todo.
Pr¨®ximo fragmento: Dulce tentaci¨®n', de Carole Matthews
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.