Las aventuras de Oliver Twist
El cl¨¢sico de Dickens, ahora m¨¢s actual que nunca gracias a la nueva versi¨®n cinematogr¨¢fica que Polanski estrena estas Navidades
Oliver Twist y de las circunstancias que concurrieron en su nacimiento
Entre los varios edificios p¨²blicos de cierta ciudad, que por muchas razones ser¨¢ prudente que me abstenga de citar, y a la que no he de asignar ning¨²n nombre ficticio, existe uno com¨²n, de antiguo, a la mayor¨ªa de las ciudades, grandes o peque?as; a saber: el Hospicio. En ¨¦l naci¨® —un d¨ªa y a?o que no he de molestarme en repetir, pues que no ha de tener importancia para el lector, al menos en este punto del relato— el ser mortal cuyo nombre va antepuesto al t¨ªtulo de este cap¨ªtulo.
Bastante despu¨¦s de haber sido introducido en este mundo de pesares e inquietudes por el m¨¦dico de la parroquia, se abrigaron inn¨²meras dudas de que el ni?o sobreviviese siquiera lo preciso para llevar un nombre, en cuyo caso es m¨¢s que probable que estas Memorias no hubiesen aparecido jam¨¢s, o, de haberse publicado, al hallarse comprendidas en un par de p¨¢ginas, hubieran pose¨ªdo el inestimable m¨¦rito de constituir la biograf¨ªa m¨¢s concisa y fiel de cuantas existan en la literatura de cualquier ¨¦poca o pa¨ªs.
Si bien no estoy dispuesto a sostener que el haber nacido en un hospicio sea, por s¨ª sola, la circunstancia m¨¢s afortunada y envidiable que pueda acontecer a un ser humano, s¨ª he de decir que, en este caso particular, fue lo mejor que pudo haberle ocurrido a Oliver Twist. Es el caso que se tuvieron grandes dificultades para inducir a Oliver a que tomase sobre s¨ª la tarea de respirar, pr¨¢ctica molesta, pero que la costumbre ha hecho necesaria para nuestra c¨®moda existencia, y durante un rato permaneci¨® boqueando sobre un colchoncillo de borra, suspendido de manera harto inestable entre este mundo y el otro, indudablemente inclinada la balanza en favor de ¨¦ste ¨²ltimo. Ahora bien: si durante ese breve per¨ªodo hubiese estado Oliver rodeado de sol¨ªcitas abuelas, anhelosas t¨ªas, expertas nodrizas y doctores de honda sabidur¨ªa, inevitable e indudablemente hubiera muerto en un decir am¨¦n. Mas como no hab¨ªa sino una pobre vieja, bastante aturdida por el inusitado uso de la cerveza, y el m¨¦dico de la parroquia, que desempe?aba estas funciones por contrata, Oliver y la Naturaleza pudieron dilucidar la cuesti¨®n por s¨ª solos.
El resultado fue que, mediante algunos esfuerzos, Oliver respir¨®, estornud¨® y procedi¨® a anunciar a los hu¨¦spedes del Hospicio el hecho de la nueva carga impuesta sobre la parroquia, lanzando un grito todo lo agudo que l¨®gicamente pod¨ªa esperarse de un infante que s¨®lo pose¨ªa ese util¨ªsimo accesorio que es la voz desde un espacio de tiempo no superior a tres minutos y cuarto.
Tan pronto como Oliver dio esta primera prueba del libre y adecuado funcionamiento de sus pulmones se agit¨® la remendada colcha que se hallaba desali?adamente extendida sobre el lecho de hierro, se alz¨® desmayadamente sobre la almohada el rostro p¨¢lido de una joven y una voz apagada articul¨® de un modo imperfecto estas palabras:
—?Dejadme ver a mi hijo antes de morir!
El doctor, que se hallaba sentado cara al fuego, calent¨¢ndose y frot¨¢ndose las manos alternativamente, al o¨ªr la voz de la joven se levant¨® y, acerc¨¢ndose a la cabecera de la cama, murmur¨®, con m¨¢s dulzura de la que pudiera esperarse de ¨¦l:
—?Vamos! No hay que hablar de morirse todav¨ªa.
—?Pues claro que no...! —exclam¨® la enfermera, depositando apresuradamente en su bolsillo una botella de verde cristal que estuvo saboreando en un rinc¨®n con evidente regusto—. ?Que Dios bendiga vuestra alma! Cuando hay¨¢is vivido tanto como yo y hay¨¢is tenido trece hijos, muertos todos, menos dos, que est¨¢n conmigo en este hospicio, ya ver¨¦is c¨®mo no lo tom¨¢is de ese modo. Pensad en lo que es ser madre y en que hay aqu¨ª un corderillo que criar, ?ea!
Evidentemente, esta consoladora perspectiva de esperanzas maternas no surti¨® el efecto apetecido. La paciente movi¨® tristemente la cabeza y tendi¨® la mano hacia su hijo.
El m¨¦dico lo deposit¨® en sus brazos. Ella apret¨® ardientemente sus p¨¢lidos labios sobre la frente del ni?o, se pas¨® luego las manos sobre el rostro, mir¨® en derredor con ojos extraviados, se estremeci¨®, cay¨® de espaldas... y muri¨®. Le frotaron el pecho, las manos y las sienes; mas la sangre se hab¨ªa detenido para siempre. Antes hab¨ªan hablado de esperanza y de consuelos. Hac¨ªa mucho tiempo que ¨¦stos eran desconocidos para ella.
—?Todo ha terminado, se?ora Thingummy! —dijo el m¨¦dico, al cabo.
—?Ah! ?Pobrecita! Ya lo veo —murmur¨® la enfermera, recogiendo el tap¨®n de la botella verde, que se hab¨ªa ca¨ªdo sobre la almohada al tiempo de inclinarse a levantar al ni?o—. ?Pobre mujer!
—No os molest¨¦is en mandar por m¨ª si el ni?o llora —dijo el m¨¦dico, poni¨¦ndose los guantes con gran parsimonia—. Es muy probable que est¨¦ molesto. En ese caso, dadle un poco de papilla —se puso el sombrero y, deteni¨¦ndose junto a la cama, camino de la puerta, a?adi¨®—: Era guapa la muchacha... ?De d¨®nde vino?
—La trajeron anoche —respondi¨® la vieja— por orden del visitador. La encontraron tendida en la calle. Debi¨® de haber andado mucho, pues tra¨ªa los zapatos destrozados; pero nadie sabe de d¨®nde ven¨ªa ni ad¨®nde iba.
Se inclin¨® el doctor sobre el cad¨¢ver y le alz¨® la mano izquierda.
—?Lo de siempre! No hay anillo de boda. ?Ah! ?Buenas noches!
Se fue el m¨¦dico a cenar, y la enfermera, tras haberse aplicado una vez m¨¢s a la verde botella, se sent¨® en una silla baja delante del fuego y comenz¨® a vestir al infante.
?Qu¨¦ excelente ejemplo, el joven Oliver Twist, del poder de los vestidos! Liado en la colcha que hasta este momento fuera su ¨²nico abrigo, lo mismo podr¨ªa haber sido el hijo de un noble que el de un mendigo; dif¨ªcil le hubiera sido al m¨¢s soberbio desconocido asignarle su puesto adecuado en la sociedad. Mas ahora, envuelto ya en las viejas ropas de percal, amarillentas de tanto uso, qued¨® clasificado y rotulado, y al instante ocup¨® su debido lugar: era el hijo de la parroquia, el hospiciano hu¨¦rfano, el galop¨ªn humilde y fam¨¦lico que ha de ser abofeteado y tundido a su paso por el mundo, despreciado por todos y por nadie compadecido.
Oliver lloraba con fuerza; mas si hubiera podido saber que era un hu¨¦rfano a merced de las indulgentes gracias de capilleros y limosneros, acaso hubiera llorado mucho m¨¢s.
Que trata del desarrollo y educaci¨®n de Oliver Twist y tambi¨¦n de la Junta
Durante los ocho o diez meses siguientes, Oliver fue v¨ªctima de una serie sistem¨¢tica de felon¨ªas y enga?os. Le criaron a biber¨®n. Las autoridades del Hospicio informaron debidamente a las autoridades parroquiales de la triste y desamparada situaci¨®n del huerfanito. Las autoridades parroquiales preguntaron dignamente a las autoridades del Hospicio si no hab¨ªa en la casa mujer alguna que estuviese en condiciones de otorgar a Oliver Twist el consuelo y el alimento que necesitaba. Las autoridades del Hospicio respondieron humildemente que no, ante lo cual, las autoridades parroquiales, magn¨¢nima y humanitariamente, decidieron que Oliver fuese pensionado, es decir, enviado a una sucursal del Hospicio, situada a unas tres millas de distancia, en donde otros veinte o treinta juveniles transgresores de las leyes sobre la mendicidad se revolcaban por los suelos durante todo el d¨ªa, sin el engorro de un alimento ni una ropa excesivos, bajo la maternal custodia de una se?ora de edad, que recib¨ªa a los delincuentes en consideraci¨®n a siete peniques y medio por cabeza y semana. Con siete peniques y medio a la semana hay de sobra para alimentar a un ni?o; es mucho lo que puede adquirirse con siete peniques y medio, suficiente para atiborrarle el est¨®mago y hasta para que se sienta molesto. Mas la madura se?ora era una mujer dotada de gran sabidur¨ªa y experiencia; sab¨ªa muy bien lo que conven¨ªa a los ni?os, y ten¨ªa una idea muy precisa de lo que a ella le conven¨ªa. Por eso se apropiaba de la mayor parte del estipendio semanal para su uso personal y relegaba a la creciente generaci¨®n parroquial a una raci¨®n m¨¢s escasa todav¨ªa de la que en principio se le asignara, con lo que hallaba en la ¨ªnfima profundidad una mayor holgura, demostrando con ello poseer muchas veces una grand¨ªsima filosof¨ªa experimental.
Conocida es de todos la historia de otro fil¨®sofo experimental que sustentaba la teor¨ªa de que un caballo pod¨ªa vivir sin comer, demostr¨¢ndolo tan a la perfecci¨®n que logr¨® que el suyo se conformase con una brizna de paja al d¨ªa, y sin duda hubiese hecho de ¨¦l el m¨¢s fogoso y r¨¢pido animal, sin comer nada en absoluto, si no se hubiese muerto precisamente veinticuatro horas antes de recibir su primera y vivificante raci¨®n de aire. Por desgracia para la filosof¨ªa experimental de la dama a cuyo cuidado quedara entregado Oliver Twist, tal era, por regla general, el resultado alcanzado al poner en pr¨¢ctica su sistema, ya que en el preciso instante en que un ni?o hab¨ªa logrado existir con la m¨¢s reducida porci¨®n posible del m¨¢s flojo alimento, tristemente acontec¨ªa, ocho casos y medio de cada diez, que enfermaba de hambre y de fr¨ªo, ca¨ªase al fuego por descuido o medio se asfixiaba por accidente, en cualquiera de cuyos casos el desventurado ser era llamado al otro mundo, donde se reun¨ªa con los padres a quienes nunca hab¨ªa conocido.
A veces, con motivo de alguna indagaci¨®n m¨¢s minuciosa que de ordinario sobre alg¨²n ni?o que quedara olvidado al levantar una cama, o que resultara inadvertidamente escaldado al lavarle, con quemaduras de muerte, si bien era extra?o que ocurriese este ¨²ltimo accidente, pues que rara vez se efectuaba en el establecimiento nada que se pareciese a un lavado, se le met¨ªa en la cabeza al Jurado hacer preguntas molestas, o estampaban los vecinos rebeldes su firma en una protesta. Mas estas impertinencias pronto quedaban reprimidas por las declaraciones del m¨¦dico y por el testimonio del celador, el primero de los cuales, siempre que tuvo que abrir un cad¨¢ver, nada hall¨® en su interior —cosa muy probable, por cierto—, jurando el segundo todo cuanto apetec¨ªa la parroquia, prueba de su adhesi¨®n al cargo. Aparte de esto, la Junta administrativa realizaba peri¨®dicas peregrinaciones al establecimiento; mas siempre enviaba la v¨ªspera al celador para anunciar su visita. De este modo, cuando ellos iban, encontraban a los ni?os pulcros y aseados. ?Y qu¨¦ otra cosa pod¨ªa apetecer el pueblo!
No cabe esperar que este sistema de cultivo hubiese de producir una cosecha extraordinaria ni exuberante. El noveno cumplea?os de Oliver Twist le hall¨® p¨¢lido y delgado, algo corto de estatura y de circunferencia decididamente escasa. Mas la Naturaleza o la herencia hab¨ªan dejado un vigoroso esp¨ªritu en las entra?as de Oliver. Tuvo espacio abundante para desarrollarse, gracias al mezquino alimento del establecimiento, y quiz¨¢s a esta circunstancia se deba el que pudiera llegar a este su noveno aniversario. Sea como fuere, es lo cierto que lleg¨®, y lo celebr¨® metido en la carbonera, en la selecta compa?¨ªa de otros dos caballeretes que, despu¨¦s de compartir con ¨¦l una buena tunda, quedaron all¨ª encerrados por la terrible osad¨ªa de tener hambre. En aquel momento, la se?ora Mann, la buena ama de casa, se vio inesperadamente sorprendida por la aparici¨®n del se?or Bumble, el celador, que trataba de abrir el postigo del jard¨ªn.
Pr¨®ximo fragmento: 'Labor arcaica' de Raduan Nassar
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