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La Espa?a de los ping¨¹inos

Enric Juliana muestra en este libro su visi¨®n sobre la actual coyuntura pol¨ªtica entre Catalu?a y el Gobierno de Zapatero

Una frase todav¨ªa resuena en la calle G¨¦nova: ?T¨² y tu maldita guerra? — La l¨ªnea azul sube y baja — Breve apunte sobre un matrimonio de la clase media madrile?a que quiso enterrar el complejo de inferioridad de la derecha —Algunas consideraciones sobre el manejo de la inteligencia emocional en el drama del 11 de Marzo. Transcurridos apenas unos meses de las elecciones legislativas de marzo de 2004, Mariano Rajoy adopt¨® la costumbre de mostrar un gr¨¢fico a quienes acud¨ªan a visitarle a su despacho de la calle G¨¦nova, en el s¨¦ptimo piso de la sede central del Partido Popular. Planta que comparte con ?ngel Acebes, instalado ¨¦ste en el despacho que perteneci¨® a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Mascando un puro y con ese gesto tan habitual en ¨¦l de mostrarse un poco de vuelta de todo, el l¨ªder de la oposici¨®n ense?aba al visitante una cartilla rectangular con dos l¨ªneas en diente de sierra. La l¨ªnea azul correspond¨ªa a la intenci¨®n de voto del PP a lo largo de los dos ¨²ltimos a?os y la roja mostraba la evoluci¨®n del PSOE en el mismo periodo de tiempo. La l¨ªnea roja s¨®lo superaba claramente a la azul en dos casillas: la correspondiente a febrero de 2003 —cuando tuvieron lugar las grandes manifestaciones contra la guerra de Iraq— y la de marzo de 2004. Rajoy ense?aba la cartilla y no hac¨ªa grandes comentarios, como si invitase al interlocutor a sacar sus propias conclusiones. ?Las cosas nos iban razonablemente bien, pero??, ven¨ªa a decir, como un veterano administrador que muestra la evoluci¨®n de los asientos en un libro del Registro de la Propiedad.

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El gr¨¢fico mostraba con bastante claridad c¨®mo el PP estaba en perfectas condiciones de consolidarse como la nueva ?mayor¨ªa natural? de un pa¨ªs sociologicamente escorado hacia el centro izquierda. No es ning¨²n secreto estad¨ªstico que Espa?a tiene el coraz¨®n ligeramente a la izquierda.

Cada pa¨ªs es hijo de su historia y cuarenta a?os de dictadura no se borran de un plumazo (ni con un aznarato). La ligera tendencia a la izquierda es cierta, pero tambi¨¦n lo es el creciente pragmatismo de las clases medias: al igual que en el resto de Europa, que en Estados Unidos y en otras naciones del mundo desarrollado, la marcha de la econom¨ªa pesa mucho en la inclinaci¨®n final de los electores. Primum vivere, que dec¨ªan los antiguos romanos. Y al PP la gesti¨®n econ¨®mica le iba de perlas. De los catorce a?os de gobierno de Felipe Gonz¨¢lez hab¨ªa heredado una econom¨ªa din¨¢mica y abierta al exterior, repuesta de las traum¨¢ticas secuelas de la reconversi¨®n industrial y oxigenada por unas magn¨ªficas ayudas de la Uni¨®n Europea que suman un bill¨®n de pesetas anuales, esto es, el uno por ciento del Producto Interior Bruto. No estaba mal la herencia del ?pedig¨¹e?o?, mote con el que Aznar quiso descalificar a Gonz¨¢lez cuando ¨¦ste negociaba con sus socios europeos la cuant¨ªa de los fondos de cohesi¨®n.

La herencia no era mala y, adem¨¢s, las arcas del Estado se hallaban rebosantes de dinero tras la privatizaci¨®n de las grandes empresas p¨²blicas, circunstancia que no se volver¨¢ a repetir en la historia: lo vendido, vendido est¨¢. Herencia saneada, dinero en caja y petr¨®leo barato. Podr¨ªa decirse que en marzo de 2000 el PP estren¨® la mayor¨ªa absoluta ba?ado en oro negro: ?a 25 d¨®lares el barril! (tras el hurac¨¢n Katrina, en septiembre de 2005, la cotizaci¨®n del barril lleg¨® a superar los 70 d¨®lares). Y China a¨²n no hab¨ªa despertado del todo. La coyuntura internacional era medianamente aceptable; hab¨ªa negros nubarrones en el horizonte despu¨¦s de los atentados de Nueva York, pero ninguna guerra a gran escala estaba todav¨ªa en marcha.

Los espa?oles consum¨ªan como jam¨¢s lo hab¨ªan hecho. En t¨¦rminos globales, Espa?a iba m¨¢s que bien, aunque no todo el mundo se beneficiase por igual de la excelente e irrepetible coyuntura. Conviene subrayar este ¨²ltimo adjetivo: el PP se consolid¨® en el poder a caballo de una irrepetible coyuntura econ¨®mica.

El gr¨¢fico de Rajoy era veraz. La corriente principal avanzaba a favor de su partido y s¨®lo pod¨ªa ser interrumpida por dos acontecimientos tr¨¢gicos: la guerra y el terrorismo. La vehemencia con que Rajoy mostraba el gr¨¢fico a sus visitantes contribu¨ªa a alimentar un rumor que circul¨® intensamente por Madrid inmediatamente despu¨¦s de las elecciones del 14 de marzo de 2005. Decepcionado por la derrota electoral, Rajoy habr¨ªa irrumpido en el despacho del presidente del Gobierno en funciones —el despacho de la calle G¨¦nova que ahora ocupa Acebes— con el siguiente comentario: ?T¨² y tu maldita guerra??

No es ning¨²n secreto que Rajoy nunca fue un entusiasta de la adhesi¨®n espa?ola a la invasi¨®n de Iraq. Como tampoco lo fue Rodrigo Rato, el ¨²nico miembro del Gobierno que se atrevi¨® a discrepar sobre este asunto en una reuni¨®n del Consejo de Ministros. Pero tambi¨¦n es sabido que el PP cerr¨® filas y celebr¨® como un gran triunfo pol¨ªtico el voto un¨¢nime de sus diputados en favor de la intervenci¨®n militar cuando, en marzo de 2003, la oposici¨®n logr¨® forzar una votaci¨®n secreta en el Congreso de los Diputados con el vano prop¨®sito de abrir alg¨²n tipo de fisura en el monolito gubernamental.

Los sondeos indicaban en aquel momento que m¨¢s del 80% de la poblaci¨®n espa?ola estaba en contra de la pol¨ªtica del Gobierno en este asunto. Hac¨ªa a?os que no se produc¨ªa un divorcio tan acusado entre la mayor¨ªa gubernamental y la opini¨®n de la calle. Pero hab¨ªa m¨¢s factores en contra. La decidida oposici¨®n del Papa Juan Pablo II a la guerra no pod¨ªa ser un mensaje ignorado por el centro derecha espa?ol. Sin embargo, el PP cerr¨® filas firme como una roca, conforme a esa vieja tradici¨®n hisp¨¢nica que obliga a seguir al jefe por encima de todas las cosas. Quedaba claro que Espa?a ha sido, es y seguir¨¢ siendo durante bastante tiempo un pa¨ªs caudillista. Basta viajar por Europa o tomar un poco de distancia desde cualquier otro punto del planeta para constatarlo.

Pero el gr¨¢fico de Rajoy tambi¨¦n pod¨ªa ser interpretado de otra manera. Si el PP s¨®lo pudo ser desbordado electoralmente por una confluencia de factores excepcionales, quedaba abierta la posibilidad de noquear relativamente pronto al novel Gobierno Zapatero. El PSOE gan¨® las elecciones del 14-M con 10,9 millones de votos, fruto de una movilizaci¨®n extraordinaria del electorado de izquierdas, en la que fueron factores determinantes el descontento juvenil y la movilizaci¨®n de muchos abstencionistas cr¨®nicos que decidieron acudir a votar, m¨¢s contra Aznar que a favor de Rodr¨ªguez Zapatero. Si ello fuese realmente as¨ª, los populares podr¨ªan abrigar esperanzas de un pronto regreso al poder. Al PSOE no le ser¨¢ f¨¢cil suscitar de nuevo un alt¨ªsimo grado de movilizaci¨®n de su electorado potencial, como ya se vio en las elecciones europeas de junio de 2004, tres meses despu¨¦s del 14-M, casi zanjadas con un empate. Aquel que sufra m¨¢s desmotivaci¨®n entre los suyos perder¨¢. Y el Estatut de Catalunya puede ser un gran acicate para desmovilizar al electorado de izquierdas.

No hay victoria electoral sin congregaci¨®n de los incondicionales. Lo cual significa que el PP tambi¨¦n debe trabajar para mantener intacto y muy cohesionado su electorado de marzo de 2004, que tambi¨¦n fue excepcionalmente cuantioso: 9,6 millones de votos. La pol¨ªtica parece en ocasiones muy compleja, pero los esquemas t¨¢cticos, tan bien destilados por ese gran laboratorio social que es Estados Unidos, son en ocasiones de lectura bastante simple. Una de las reglas norteamericanas dice lo siguiente: despu¨¦s de una derrota electoral, lo primero que hay que hacer es retener a los incondicionales e intentar que el adversario no se afiance; despu¨¦s ya habr¨¢ tiempo para los indecisos.

Retener a los incondicionales e intentar que el adversario no se afiance. ?sa ha sido la labor a la que se ha dedicado el Partido Popular durante la primera parte de la accidental legislatura socialista. Lo que a¨²n no est¨¢ definitivamente claro es si lo ha hecho de la manera de la manera m¨¢s eficaz posible o si, por el contrario, ha beneficiado al adversario con su perenne agresividad.

En septiembre de de 2005, con m¨¢s de quince meses de legislatura a cuestas, los sondeos apuntaban m¨¢s bien en esta ¨²ltima direcci¨®n. El m¨¦todo de oposici¨®n de Rajoy era mal valorado. Hab¨ªa logrado un cierto deterioro de la imagen angelical de Zapatero, con la consiguiente estabilizaci¨®n de una ventaja de seis puntos a favor del PSOE (uno m¨¢s que en las elecciones de marzo), pero con un fuerte coste de imagen: el estilo PP s¨®lo era aprobado por el 38% de los encuestados y Rajoy se manten¨ªa en zona de suspenso. En octubre, sin embargo, las encuestas sufrieron un cambio espectacular: el PP empataba e incluso de pon¨ªa por delante del PSOE como consecuencia del malestar generado en amplios sectores de la sociedad espa?ola por la propuesta de reforma del estatuto catal¨¢n. La pol¨ªtica de agresividad permanente parec¨ªa dar sus frutos. La l¨ªnea dura pod¨ªa sentirse m¨¢s que satisfecha: ?una inversi¨®n de ocho puntos en poco m¨¢s de treinta d¨ªas! La l¨ªnea azul despegaba por fin en el gr¨¢fico de Rajoy captando votos en el campo del adversario.

Y, sin embargo, estas mismas encuestas —que obviamente provocaron escalofr¨ªos en la Moncloa— segu¨ªan censurando la pol¨ªtica de oposici¨®n del PP y otorgando a Rajoy un menor cr¨¦dito que al presidente del Gobierno.

?Eran un bache pasajero del liderazgo socialista o apuntaban a una recuperaci¨®n estructural del centro derecha?

Seguramente habr¨¢ que esperar al final de la legislatura para salir de dudas. Los primeros cuatro a?os de Aznar en la Moncloa tambi¨¦n tuvieron muchos vaivenes en las encuestas: hubo meses en que el PSOE se colocaba por delante y al final el PP obtuvo la mayor¨ªa absoluta. La situaci¨®n, obviamente, no es la misma, pero cada vez est¨¢ m¨¢s claro que los ciclos pol¨ªticos se han vuelto bastante impredecibles. En la modernidad l¨ªquida todo deviene inestable.

En el XV congreso del PP, celebrado en octubre de 2004 en Madrid, el l¨ªder de la oposici¨®n intent¨® un cierto aggiornamento mediante una t¨¢ctica verdaderamente muy gallega. Invit¨® a Alberto Ru¨ªz-Gallard¨®n a efectuar uno de los discursos inaugurales del congreso, a sabiendas que el alcalde de Madrid no desaprovechar¨ªa la ocasi¨®n para reafirmar su perfil moderado. Que a su vez ser¨ªa replicado por el ala dura. Tal polarizaci¨®n habr¨ªa permitido al nuevo l¨ªder del partido ubicarse en una interesante posici¨®n intermedia, capaz de ensamblar y articular las dos almas del partido. Efectivamente, Ru¨ªz-Gallard¨®n no desaprovech¨® la ocasi¨®n y dej¨® dicha una frase para la historia: ?Algo habremos hecho mal?.

Furibundo ante tama?o atrevimiento, Aznar utiliz¨® su discurso en la sesi¨®n de clausura para efectuar un f¨¦rreo llamamiento al cierre de filas. El congreso le aplaudi¨® a rabiar y Rajoy, elegido sin problemas presidente del partido, tuvo que dejar para mejor ocasi¨®n los malabarismos centristas y colocarse en la estela aznariana. ?ngel Acebes, el rostro que los espa?oles m¨¢s asocian a las aciagas jornadas de marzo de 2004, fue elegido secretario general y Eduardo Zaplana, estilista levantino, sigui¨® al frente del grupo parlamentario. La continuidad quedaba sellada. Un a?o despu¨¦s, en v¨ªsperas de las vacaciones de verano de 2005, el dirigente catal¨¢n Josep Piqu¨¦ lanzaba un torpedo contra la l¨ªnea de flotaci¨®n de Acebes y Zaplana. ?Sus nombres est¨¢n demasiado asociados al pasado? dijo Piqu¨¦, pero al cabo de veinticuatro horas ped¨ªa p¨²blicamente perd¨®n a trav¨¦s de los micr¨®fonos de la cadena COPE, tras ser desautorizado por Rajoy. ?Actuaba por cuenta propia Piqu¨¦? La vida interna de los partidos suele ser muy complicada y el PP no es una excepci¨®n. Rajoy desea impulsar una cierta renovaci¨®n del centro derecha espa?ol, pero tambi¨¦n parece evidente que el de Pontevedra no posee la suficiente fuerza propulsiva para imponer un en¨¦rgico cambio de rumbo. Rajoy no es un hombre propenso a la aventura, ciertamente, pero su imagen p¨²blica y su pol¨ªtica siguen estando condicionadas por la manera como fue elegido —a dedo.

Parece evidente que el primer partido de la oposici¨®n est¨¢ obligado a seguir una trayectoria ondulante hasta el pr¨®ximo ciclo electoral. Sus actuales dirigentes intuyen que algo debe cambiar, pero no pueden echar por la borda a la vieja guardia aznariana, porque ello significar¨ªa dar la raz¨®n al heterodoxo Ru¨ªz-Gallard¨®n (?algo habremos hecho mal?) legitimando as¨ª, de manera plena, la victoria electoral del PSOE. Y ¨¦se es uno de los n¨®dulos principales de la actual situaci¨®n en Espa?a: el PP acat¨® la victoria socialista, sin aceptarla pol¨ªticamente. De la misma manera que no acept¨® la ¨²ltima y p¨ªrrica victoria de Felipe Gonz¨¢lez en 1993. Si en aquella ocasi¨®n la furibunda oposici¨®n a la continuidad de los socialistas en el Gobierno acab¨® funcionando —por agotamiento del cuerpo electoral—, podr¨ªa deducirse que la t¨¢ctica de la embestida sin descanso puede volver a tener ¨¦xito. La pregunta es si Zapatero representa hoy lo mismo para la sociedad espa?ola que lo que representaba Gonz¨¢lez en 1993, con catorce a?os de Gobierno a cuestas.

Volvamos al principio. Al gr¨¢fico de Rajoy. ?Por qu¨¦ Aznar aproximo tanto el carro de la victoria al abismo de la guerra? La respuesta puede que sea muy simple: precisamente porque las cosas le iban muy bien. Quiz¨¢ valga la pena intentar una aproximaci¨®n psicol¨®gica al personaje. El tercer cap¨ªtulo del libro Retratos y perfiles, dedicado a su esposa, es particularmente interesante. En ¨¦l confiesa que Ana Botella ha sido la persona m¨¢s importante en su vida y relata con mucha franqueza c¨®mo le ha ayudado a orientar su vida en momentos decisivos. Explica Aznar lo siguiente, a prop¨®sito de los inicios de su carrera pol¨ªtica: ?Cuando nos mudamos a Madrid, Ana segu¨ªa resisti¨¦ndose a que yo me comprometiera tanto como ya lo estaba haciendo en la pol¨ªtica. Nunca he tenido una oposici¨®n m¨¢s persistente. Sigui¨® oponi¨¦ndose hasta que un d¨ªa intervino decisivamente. En 1982 me hab¨ªan propuesto presentarme a las elecciones para ser diputado por Soria lo que significaba ingresar definitivamente en la pol¨ªtica profesional. Tuve algunos disgustos en Soria, porque Alianza Popular no estaba bien organizada todav¨ªa, y aquel proyecto no cuaj¨®. A la vuelta a Madrid ten¨ªa pendiente una llamada de Fraga que, evidentemente, iba a hacerme una nueva propuesta. Yo me empe?¨¦ en no devolver la llamada para no verme en un nuevo compromiso, hasta que Ana, en uno de sus arranques de genio, se plant¨® y me dijo que si lo que a m¨ª me gustaba era la pol¨ªtica y quer¨ªa dedicarme a la pol¨ªtica, ella estaba de acuerdo y ella me apoyar¨ªa a fondo. Termin¨® anim¨¢ndome a que levantara el tel¨¦fono para contestar la llamada de Fraga. As¨ª empez¨® todo.?

Salvando muchas distancias, el episodio que narra Aznar guarda cierta similitud con un pasaje de la biograf¨ªa de Jordi Pujol en el libro El Virrey, del periodista Jos¨¦ Antich, el mejor retrato que se ha escrito del ex presidente de la Generalitat. En la primavera de 1960 un grupo de j¨®venes catalanistas organizaron un arriesgado acto de protesta en el Palau de la M¨²sica Catalana, donde el Orfe¨® Catal¨¢ ten¨ªa previsto dar un concierto de homenaje al poeta Joan Maragall con asistencia del general Francisco Franco. A ¨²ltima hora, por decisi¨®n expresa del gobernador civil Felipe Acedo Colunga, se prohibi¨® que el concierto incluyera el Cant de la Senyera, himno a la bandera catalana escrito por el abuelo del actual presidente de la Generalitat. Iniciado el acto, un grupo de j¨®venes se levant¨® para entonar la canci¨®n, lanzando unas octavillas tituladas Us presentem al general Franco (Os presentamos al general Franco), cuyo texto hab¨ªa redactado Pujol. Era el 29 de mayo de 1960. Las detenciones comenzaron de inmediato y a las dos de la madrugada Pujol fue alertado de la conveniencia de ocultarse. Al futuro presidente de la Generalitat —cuenta Antich— le asaltaron las dudas, pero la actitud de su esposa fue decisiva. Pujol, que entonces ten¨ªa 30 a?os, se mantuvo en su domicilio a la espera de la polic¨ªa. Ello le supuso un consejo de guerra y una condena de siete a?os de prisi¨®n, de los que cumpli¨® tres. ?stas fueron las palabras de Marta Ferrusola: ?Ahora es el momento de quedarse. Cuando nos casamos me dijiste que Catalu?a podr¨ªa pasar por delante de nosotros. Pues bien, ahora es el momento. Yo estar¨¦ a tu lado en todo, pero es ahora cuando hemos de dar el do de pecho?. Dos matrimonios de clase media ante la disyuntiva de la pol¨ªtica en dos momentos muy distintos de la historia de Espa?a. Dram¨¢ticamente distintos. Dos historias que seguramente corroboran aquella vieja idea de que detr¨¢s de un hombre importante suele estar la mirada vigilante de una mujer fuerte.

La trayectoria de los Aznar simboliza, a mi modo de ver, el despertar pol¨ªtico de la Espa?a conservadora despu¨¦s de los a?os de mayor hegemon¨ªa pol¨ªtica, cultural e incluso psicol¨®gica de la izquierda antifranquista. Su biograf¨ªa es la historia de una afirmaci¨®n sociol¨®gica que se hallaba pendiente al menos desde finales de los a?os sesenta, cuando comenz¨® el declive del R¨¦gimen. Ambos, Aznar y Botella, son hijos de familias conservadoras y opositores a un puesto en la funci¨®n p¨²blica inmediatamente despu¨¦s de finalizar la carrera universitaria. El Madrid de clase media en estado puro. Ana Botella fue la primera en aprobar, consiguiendo el puesto de T¨¦cnico de Administraci¨®n del Estado, y Aznar le sigui¨® sacando inmediatamente despu¨¦s plaza de Inspector Fiscal. Corr¨ªa 1977, el a?o cero de la nueva democracia espa?ola. Se ha dicho muchas veces que a Aznar se le subi¨® el triunfo a la cabeza. Y posiblemente sea cierto. Jordi Pujol, que es un muy buen conocedor de la pol¨ªtica y de la textura de los hombres que se dedican a ella, ha emitido el siguiente diagn¨®stico sobre su antiguo socio parlamentario: ?Se entusiasm¨® demasiado cuando vio que el viento soplaba muy a su favor?. El ejercicio del poder suele acentuar e incluso alterar el car¨¢cter. Y la Moncloa tiene fama de casa encantada. Tiene s¨ªndrome, dicen. Enamorado de su habilidad para las situaciones de alto riesgo, Adolfo Su¨¢rez lleg¨® a comportarse en la ¨²ltima fase de la transici¨®n como una reencarnaci¨®n del Llanero Solitario. Convencido de su fortaleza pol¨ªtica y de llevar a cabo una misi¨®n providencial, Felipe Gonz¨¢lez proclam¨® en un congreso del PSOE, all¨¢ en 1986, que el hombre de la derecha que alg¨²n d¨ªa habr¨ªa de sucederle a¨²n no hab¨ªa terminado los estudios de bachillerato, ignorando que ya hab¨ªa aprobado las oposiciones a inspector de Hacienda. Y aunque seguramente sea pronto para enjuiciar de manera definitiva a Jos¨¦ Lu¨ªs Rodr¨ªguez Zapatero, algunos gestos del actual presidente dejan entrever un culto creciente y quiz¨¢ temerario a su capacidad intuitiva.

Personas que frecuentaron la Moncloa durante la segunda legislatura del PP dan cuenta de un Aznar exultante, radicalmente seguro de s¨ª mismo y absolutamente convencido de poder garantizar a su partido una larga permanencia en el poder. La famosa foto de las Azores es muy elocuente al respecto. George W. Bush aparece en el centro de la imagen como un cowboy con la Biblia protestante en el bolsillo. Tony Blair est¨¢ all¨ª porque cree que ha de estar all¨ª, pero su semblante serio delata temor e incluso espanto. Los hechos han dado raz¨®n sobrada a su inquietud.

Y Aznar ?est¨¢ contento! Sonr¨ªe satisfecho, no por el hecho de haber decidido el comienzo de una guerra (cabe suponer), sino por lo que la situaci¨®n supone de culminaci¨®n biogr¨¢fica: la rotunda afirmaci¨®n de un hombre que se ha sentido profundamente menospreciado por sus adversarios.

En aquella foto, vale la pena recordarlo, hay dos personajes invisibles. El anfitri¨®n y el que deb¨ªa haber sido el invitado m¨¢s simp¨¢tico, el hombre de los chistes. El primer ministro portugu¨¦s Jos¨¦ Manuel Durao Barroso cedi¨® la isla y sirvi¨® las Coca-Colas, pero prefiri¨® no salir en el retrato, quiz¨¢ advertido por un sexto sentido, quiz¨¢ por el extra?o vuelo de las aves aquella tarde en el cielo del Atl¨¢ntico o quiz¨¢ por la astucia adquirida durante su juvenil militancia marxista-leninista en la Revoluci¨®n de los Claveles. (Durao perteneci¨® al PCPML, el partido extremista que en 1974 ped¨ªa por las calles de Lisboa el jolgamento publico dos criminosos fascistas). El otro ausente era Silvio Berlusconi, que unos d¨ªas antes hab¨ªa sido discretamente invitado a comer en las estancias del Vaticano y finalmente decidi¨® quedarse en Roma. Su ausencia de- mostr¨®, una vez m¨¢s, que los italianos son insuperables en el arte de verlas venir. Periodistas que viajaron de regreso a Madrid en el avi¨®n del presidente espa?ol cuentan c¨®mo ¨¦ste se paseaba por el pasillo de la aeronave fumando un habano de notables proporciones con cara de enorme satisfacci¨®n. El verano anterior hab¨ªa le¨ªdo las memorias de sir Winston Churchill.

Pero Aznar ten¨ªa un plan. Un plan que no era nada descabellado, se est¨¦ o no de acuerdo con sus ideas. Consciente de las contradicciones del proyecto europeo y bien informado de las debilidades estructurales del eje francoalem¨¢n —en este aspecto puede afirmarse que los hechos le est¨¢n dando toda la raz¨®n— vio en la guerra de Iraq la posibilidad de colocar a Espa?a en un plano privilegiado de las relaciones internacionales, forjando una estrecha alianza con Estados Unidos. Espa?a seguir¨ªa siendo una potencia de tipo medio, pero se convertir¨ªa en la primera de las potencias medias e incluso pod¨ªa ver colmada la aspiraci¨®n de ingresar en el G-8. El precio a pagar, l¨®gicamente, era el incondicional apoyo a la estrategia de Bush en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, puesto que Espa?a no estaba en condiciones de ir a Iraq en primera l¨ªnea de combate al igual que los brit¨¢nicos, aunque esta hip¨®tesis llego a ser sopesada por alguno de sus colaboradores. Mientras maduraba el ?salto de calidad? en el plano internacional, se trataba de asegurar una nueva mayor¨ªa absoluta para el Partido Popular antes de que el ciclo ¨¢lgido del centro derecha comenzase a declinar y fuesen necesarios nuevos pactos parlamentarios con CiU o con otras fuerzas perif¨¦ricas. Hab¨ªa que aprovechar la siguiente legislatura para favorecer una renacionalizaci¨®n del PSOE (con la posible ruptura interna de los socialistas, muy posiblemente en Catalu?a) para pactar con el nuevo partido socialista —acaso liderado por Jos¨¦ Bono— una reforma de la ley electoral que liquidase el papel arbitral de los nacionalistas en el Parlamento espa?ol, sobre la base de introducir, al igual que en Alemania, una cuota m¨ªnima de votos en toda Espa?a. Un cambio de tales caracter¨ªsticas (que seguramente habr¨ªa obligado a CiU a establecer un acuerdo estable con el PP al estilo de la CSU b¨¢vara) obligaba a retocar la Constituci¨®n 1978, que determina la base proporcional de la ley electoral. No es una ficci¨®n. Es la hoja de ruta que Aznar ten¨ªa en mente el d¨ªa que vol¨® a las Azores, explicada por personas que conoc¨ªan muy bien su contenido. Es la hoja de ruta que ahora vuelve a estar presente en los editoriales de algunos diarios madrile?os al calor del fenomenal debate que ha propiciado el Estatut de Catalunya.

Ello contribuye a explicar la raz¨®n por la que el PP acogi¨® con tanto alborozo el nuevo Gobierno tripartito catal¨¢n en noviembre de 2003. El pacto de los socialistas catalanes con Esquerra Republicana era un inmejorable punto de apoyo para incrementar la presi¨®n sobre el PSOE. Estamos hablando de un partido socialista muy susceptible de ser desestabilizado por el flanco territorial y en cuyo interior Pasqual Maragall despertaba entusiasmos perfectamente descriptibles, como ha vuelto a quedar de manifiesto en estos ¨²ltimos meses. Cuando en enero de 2004 los servicios secretos espa?oles tuvieron noticia del estramb¨®tico encuentro del reci¨¦n estrenado conseller en cap de la Generalitat de Catalunya, Josep Llu¨ªs Carod-Rovira, con dirigentes de ETA en el sur de Francia, el gui¨®n de la inminente campa?a electoral quedaba escrito.

As¨ª llegamos al 11-M, al tramo final del gr¨¢fico de Rajoy. No hay datos que demuestren que Aznar manipul¨® de una manera absolutamente deliberada la informaci¨®n oficial sobre los salvajes atentados terroristas de Madrid. La primera informaci¨®n policial que aquel d¨ªa lleg¨® al Gobierno apuntaba a ETA, impresi¨®n que de inmediato qued¨® corroborada por la temprana comparecencia p¨²blica del lehendakari vasco Juan Jos¨¦ Ibarretxe. La hip¨®tesis encajaba plenamente con la din¨¢mica pol¨ªtica en marcha: si ETA hab¨ªa hecho estallar los trenes, Esquerra Republicana era moralmente culpable por mantener tratos con gente capaz de cometer un crimen de tal magnitud. Y si ERC era culpable, el PSOE tambi¨¦n lo era, por haber permitido el pacto de los socialistas catalanes en la Generalitat.

Una mayor¨ªa absoluta de 200 diputados pod¨ªa estar al alcance de la mano. La posibilidad de enmendar los pactos de la transici¨®n con el consiguiente refuerzo del Estadonaci¨®n se convert¨ªa en algo m¨¢s que una hip¨®tesis. El 11 de marzo por la ma?ana la mayor¨ªa absoluta estaba al alcance. S¨®lo hab¨ªa que estirar un poco el brazo. La din¨¢mica puesta en marcha con las primeras declaraciones oficiales del Gobierno era casi imparable.

Cuando comenzaron a llegar datos que apuntaban en direcci¨®n contraria a la hip¨®tesis de ETA, la bola de nieve ya no pod¨ªa detenerse sin transmitir la sensaci¨®n de que el Gobierno hab¨ªa mentido y que rectificaba a marchas forzadas, impelido por el miedo de perder las elecciones. Era muy dif¨ªcil modular el mensaje, admiten personas que vivieron la crisis muy de cerca. ?ngel Acebes, el gran¨ªtico y disciplinado ministro del Interior, nunca ha sido un campe¨®n de la comunicaci¨®n pol¨ªtica. El principal problema de Acebes no era tanto la informaci¨®n que transmit¨ªa, sino el tono que empleaba; el mensaje siempre subyacente en sus palabras conten¨ªa un siniestro silogismo: si ha sido ETA, la culpa es de Esquerra, y si la culpa es de Esquerra debe pagarla el PSOE. Cada vez que aparec¨ªa en televisi¨®n, el ministro del Interior transfer¨ªa sentimientos de culpa a una base sociol¨®gica ampl¨ªsima. Lo cual aviv¨® el deseo de millones de espa?oles de que no hubiese sido ETA. Y acab¨® motivando las manifestaciones del d¨ªa de reflexi¨®n, en las que los socialistas, tanto o m¨¢s asustados que el Gobierno, tuvieron una participaci¨®n muy relativa.

As¨ª se fragu¨® el vuelco del 14-M en opini¨®n de quien firma estas l¨ªneas, que vivi¨® los acontecimientos, minuto a minuto, en la redacci¨®n de La Vanguardia, el ¨²nico diario espa?ol de gran tirada que no dio por cerrada la responsabilidad de ETA en la masacre. La tesis que acabo de exponer, admitida como v¨¢lida o aceptable por personas relevantes del PP, quiz¨¢ sea poco sofisticada si se compara con las enrevesadas y delirantes teor¨ªas conspirativas que durante meses se han publicado en la prensa de Madrid hasta traspasar el l¨ªmite del aburrimiento y en algunos casos del delirio. Es una explicaci¨®n simple: la autor¨ªa de ETA encajaba y enriquec¨ªa una din¨¢mica pol¨ªtica imparable. Por eso no se detuvo: porque en s¨ª misma era imparable. Nunca hay que perder de vista que las situaciones complejas obedecen en muchas ocasiones a mecanismos relativamente simples.

El 11-M a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y al Partido Popular les fall¨® la inteligencia emocional. Y les perdi¨® el sue?o, seguramente fugaz, de que en aquellas circunstancias era posible alcanzar los 200 diputados. Imaginemos otros escenarios posibles; nada descabellados si tenemos en cuenta experiencias posteriores como el comportamiento del Gobierno brit¨¢nico tras los atentados de Londres en julio de 2005. Si antes de la manifestaci¨®n de repulsa en las calles de Madrid, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar hubiese comparecido en la Moncloa, o en el Parlamento junto con el jefe de la oposici¨®n y con todos los presidentes auton¨®micos sin excepci¨®n —?ay del que hubiese rechazado la invitaci¨®n!— el clima en las horas previas a la jornada electoral posiblemente habr¨ªa sido otro y su desenlace distinto. Si la opini¨®n p¨²blica hubiese sido informada por un portavoz menos implicado en el combate electoral, como por ejemplo el secretario de Estado de Seguridad, Ignacio Astarloa, un hombre templado; o por el director general de la Polic¨ªa, siguiendo la pauta brit¨¢nica, el PP probablemente seguir¨ªa hoy en el Gobierno.

Si aquellas horas dram¨¢ticas se hubiesen gestionado de manera distinta, las manifestaciones ante las sedes del partido del Gobierno quiz¨¢ no se habr¨ªan producido y de haberse registrado —impelidas por la extrema izquierda o por otras fuerzas— se habr¨ªan girado contra el PSOE, aunque ¨¦ste no hubiese tenido ninguna responsabilidad en su convocatoria. El d¨ªa 11 de Marzo a la derecha espa?ola le fall¨® la inteligencia emocional. Pero suponer que, en iguales circunstancias, un Gobierno de izquierdas lo habr¨ªa hecho mucho mejor es mucho suponer.

Portada del libro: 'La Espa?a de los ping¨¹inos', de Enric Juliana
Portada del libro: 'La Espa?a de los ping¨¹inos', de Enric Juliana

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