'La ¨²ltima gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler (1939-1945)'
Un libro de Secundino Serrano que alza la voz contra el silencio y el olvido, y que reivindica a toda una generaci¨®n, la de los republicanos espa?oles que consiguieron derrotar a Hitler
Fragmento literario: Cap¨ªtulo 1: Rep¨²blica de fugitivos
Concepci¨®n Fern¨¢ndez, madrile?a del barrio de Chamber¨ª, estaba casada con Rom¨¢n Vargas, soldado de la Rep¨²blica. Huyendo de las tropas rebeldes, que hab¨ªan entrado el 26 de enero de 1939 en Barcelona, lleg¨® a Figueras. Concepci¨®n quer¨ªa compartir la suerte de su marido, y la acompa?aban cinco hijos menores de edad. Un d¨ªa sali¨® a por alimentos, seguida de los tres mayores, y dej¨® a dos ni?as en el alojamiento colectivo; en el intervalo, la aviaci¨®n de los ?nacionales? atac¨® el lugar. Cuando Concepci¨®n Fern¨¢ndez regres¨® al refugio encontr¨® a sus hijas muertas y apenas le dio tiempo de unirse a la columna de vencidos que serpenteaba camino de la frontera. Coincidiendo con esa tragedia que se a?ad¨ªa a miles de calamidades parecidas, el 1 de febrero a las diez y media de la noche se reuni¨® el Parlamento republicano en los s¨®tanos del castillo de San Ferran de Figueras. Los 62 diputados eran conscientes de que asist¨ªan a un acontecimiento hist¨®rico, y la asamblea aprob¨® por unanimidad una proposici¨®n que dec¨ªa: ?Las Cortes de la naci¨®n, elegidas y convocadas con sujeci¨®n a la Constituci¨®n del pa¨ªs, ratifican a su pueblo, y ante la opini¨®n universal, el derecho leg¨ªtimo de Espa?a a conservar la integridad de su territorio y la libre soberan¨ªa de su destino pol¨ªtico?. La sesi¨®n se levant¨® cuando pasaban cuarenta y cinco minutos de la medianoche. Era la ¨²ltima vez que las Cortes republicanas se reun¨ªan en suelo espa?ol. Mientras Concepci¨®n Fern¨¢ndez empujaba su dolor hacia el exilio, sin tiempo para honrar a sus muertos, la Rep¨²blica agonizaba en la villa de Figueras, a veinte kil¨®metros de la divisoria pirenaica.
Fracasados los ¨²ltimos intentos de conseguir una paz sin represalias, por mediaci¨®n franco-brit¨¢nica, hab¨ªa que acercarse a la frontera a matacaballo. Como fuera. Mientras los soldados aguantaban como pod¨ªan la avalancha rebelde, los civiles arrastraban sus m¨ªnimas pertenencias y todo el horror de los ¨²ltimos meses. ?Hab¨ªa mujeres que acarreaban sobre sus cabezas cestas llenas de ropa mojada, con cuatro o cinco criaturas llorosas cogidas a sus faldas. Hab¨ªa toda la miseria y la desesperaci¨®n imaginables y las que no pueden imaginarse?, escribe Federica Montseny. Abundaban los ni?os entre las primeras oleadas de extra?ados, y entre ellos los hijos de Concepci¨®n Fern¨¢ndez: Conchita, Manuel y Antonio. Algunos peque?os sucumbieron al fr¨ªo, y a la desnutrici¨®n, y a las enfermedades; y tambi¨¦n a la metralla. Una imagen golpea el recuerdo de los supervivientes: las madres locas de dolor que abrazaban a sus hijos difuntos, que se negaban a enterrarlos, incapaces de aceptar la realidad. En ese revoltijo de cuerpos y miedos tambi¨¦n se mov¨ªan los adolescentes y los viejos. Antonio Gard¨® Cantero refiere c¨®mo la aviaci¨®n ametrallaba las columnas de civiles: ?Cuando los aviadores terminaron las bombas de mano que nos tiraban con toda impunidad, nos arrojaron las cajas de embalaje de aquellos elementos de destrucci¨®n y muerte?. En pocos d¨ªas, un tropel de civiles se agolp¨® en la ¨¢spera orograf¨ªa pirenaica, azotada sin descanso por la ventisca, sobre todo en los pasos fronterizos de Port-Bou-Cerb¨¨re, La Junquera-Le Perthus, Camprod¨®n-Col d'Ar¨¨s-Prats-de-Mollo y Puigcerd¨¤-La Tour de Carol-Oss¨¦ja. Pero la frontera era s¨®lo un medio entre otros de escapar: hubo pilotos que trasladaron a sus familias en avi¨®n, y barcos de todo tipo fondeaban en puertos y playas del Mediterr¨¢neo franc¨¦s1.
Aunque las autoridades se mostraban contrarias a la entrada masiva de los republicanos, la noche del 27 al 28 de enero abrieron pasillos para los civiles. El 31 de enero se autoriz¨® el paso de los heridos; la amputaci¨®n de miembros por falta de cuidados creci¨® de modo exponencial en los ¨²ltimos d¨ªas y el miliciano mutilado se convirti¨® en otra imagen habitual de la retirada. Pero la cuesti¨®n clave en la frontera resid¨ªa en conocer si Francia permitir¨ªa la entrada de los soldados. Desde un punto de vista t¨¦cnico, la soluci¨®n parec¨ªa sencilla: los gobernantes franceses no hab¨ªan reconocido los derechos de beligerancia de los bandos en guerra y por lo tanto no estaban obligados a responsabilizarse de los vencidos conforme a los convenios internacionales. Las autoridades, pese a todo, no tuvieron el valor de adoptar una decisi¨®n que se adivinaba catastr¨®fica y asilaron a los milicianos. Un testigo de la ¨¦poca sostiene que ?probablemente les obligaron a ello, tanto las armas que llev¨¢bamos la mayor¨ªa de los hombres, como los rostros asustados de aquella avalancha decidida a cruzar a cualquier precio?2. Un an¨¢lisis retrospectivo ajeno a lo que acontec¨ªa en la realidad.
A las ocho de la ma?ana de un 5 de febrero friolento se permiti¨® el acceso de los soldados por Cerb¨¨re y al d¨ªa siguiente, a partir de las cuatro y media, por Le Perthus, lugar de entrada de la mayor¨ªa de los milicianos. El d¨ªa 6 salieron de Espa?a las autoridades m¨¢s representativas: Manuel Aza?a, presidente de la Rep¨²blica; Juan Negr¨ªn, jefe del Ejecutivo, y Diego Mart¨ªnez Barrio, presidente de las Cortes. Melladas las relaciones institucionales, horas m¨¢s tarde lo hac¨ªan los presidentes catal¨¢n y vasco, Llu¨ªs Companys y Jos¨¦ Antonio Aguirre. Otros importantes personajes tambi¨¦n buscaron refugio en Francia. Algunos, con pol¨¦mica incluida. Desde sectores republicanos se censur¨® con dureza no exenta de amargura la actitud de Francisco Largo Caballero, antiguo presidente del Gobierno, y Luis Araquist¨¢in, que utilizaron ambulancias para trasladar ?archivos y enseres dom¨¦sticos?, como si la tragedia que discurr¨ªa en derredor no les concerniera. Las facilidades para los notables republicanos se produc¨ªan l¨®gicamente por doquier. Federica Montseny alude a c¨®mo fue sacada de las filas de desgraciados ?ante las maldiciones de los miles que esperaban?. Pero los privilegiados tampoco escaparon a los rigores del exilio. Montseny fue detenida el 29 de octubre de 1941 y estuvo encarcelada en la prisi¨®n de P¨¦rigueux; se libr¨® de la muerte y la deportaci¨®n pero la obligaron a vivir a salto de mata. Largo Caballero pas¨® parte de la guerra mundial en el campo de exterminio nazi de Sachsenhausen-Oranienburg3.
Entre los d¨ªas 5 y 13 de febrero pasaron a Francia todos los integrantes del Grupo de Ej¨¦rcitos Republicanos de la Regi¨®n Oriental. Aunque el 6 ya hab¨ªan entrado m¨¢s de 50.000 soldados, el grueso accedi¨® a territorio franc¨¦s entre los d¨ªas 9 y 11. Fue una operaci¨®n m¨¢s o menos ordenada teniendo en cuenta las circunstancias, y se produjeron detalles de gran estilo. Jos¨¦ del Barrio, jefe del 18? Cuerpo de Ej¨¦rcito, penetr¨® con sus hombres el 11 de febrero, con un d¨ªa de retraso sobre lo previsto, porque quer¨ªa alcanzar Francia en impecable parada militar, incluido el Himno de Riego, con los hombres aseados y encuadrados en sus unidades respectivas. No buscaba la admiraci¨®n de los franceses sino testimoniar que eran el Ej¨¦rcito de la Rep¨²blica y no la patulea anunciada por la prensa. Los ¨²ltimos soldados atravesaron la frontera el 13 de febrero por Camprodon-Col d'Ar¨¨s. Entre ellos se encontraba Narc¨ªs Falguera, encargado de inventariar a los hombres que pasaban —?quedamos para cerrar la puerta?—, quien refiere con tristeza que, de los 2.700 soldados que compon¨ªan su unidad en las Navidades de 1938, s¨®lo quedaban 629. Avel•l¨ª Art¨ªs-Gener, que tambi¨¦n pas¨® en este grupo, ha descrito las dificultades de la ruta, c¨®mo se deslizaban los pies entumecidos entre la nieve helada y el riesgo de precipitarse por los barrancos. En la frontera afloraron los gestos y las emociones. Antes de entrar en Francia, algunos milicianos recog¨ªan y guardaban un pu?ado de tierra espa?ola. El anarquista Borr¨¢s califica la acci¨®n de blandengue, supersticiosa, que enmascaraba lo que hab¨ªa ocurrido en Espa?a: la derrota, los recuerdos de la lucha, la revoluci¨®n. Las diferentes unidades republicanas pasaron armas —las que no consiguieron destruir—, y camiones, y muchos caballos y mulos4. Con el Ej¨¦rcito entraron en Francia entre 5.000 y 6.000 miembros de las Brigadas Internacionales que hab¨ªan continuado en Espa?a despu¨¦s de la despedida oficial de noviembre de 1938. Tambi¨¦n lo hicieron unos 2.000 soldados ?nacionales? apresados en los ¨²ltimos combates en Catalu?a; conducidos hasta Am¨¦lie-les-Bains y Elne, las autoridades francesas los devolvieron a Espa?a.
Los rebeldes sellaron la frontera el 13 de febrero y el recuento provisional de refugiados se impon¨ªa como primera tarea. Una Comisi¨®n del Ministerio de Asuntos Exteriores, presidida por Jean Mistler, cifr¨® en 350.000 el n¨²mero de los refugiados, repartidos del siguiente modo: 163.107 civiles (ni?os, mujeres, ancianos, no clasificados) y 190.000 combatientes (180.000, en los campos de concentraci¨®n y unos 10.000, en hospitales). Los socialistas franceses elevaron a 400.000 los espa?oles instalados en Francia entre el 27 de enero y el 12 de febrero. El informe Vali¨¨re evalu¨® en 440.000 los refugiados, repartidos entre 220.000 soldados, 170.000 mujeres, ni?os y ancianos, 40.000 inv¨¢lidos y 10.000 heridos. Tambi¨¦n la prensa public¨® sus c¨¢lculos. Le Midi Socialiste estim¨® el n¨²mero en 450.000, de ellos 220.000 combatientes, y La D¨¦p¨ºche rebajaba a 359.000 los evacuados. Finalmente terciaron en la pol¨¦mica los historiadores. Los m¨¢s destacados especialistas del exilio espa?ol abundan en magnitudes que oscilan entre los 453.000, incluyendo civiles, y el medio mill¨®n. En el galimat¨ªas de los n¨²meros, la pretensi¨®n de una contabilidad exacta entra de lleno en el territorio de la ficci¨®n. En muchos casos, la querella de las cifras busca enmascarar la naturaleza del exilio, ningunear la aportaci¨®n de los republicanos a la resistencia contra Hitler y, sobre todo, trasladar una imagen amable de la dictadura franquista. El descontrol de la llegada, la clandestinidad de muchos de los refugiados, la distribuci¨®n por territorio franc¨¦s y el movimiento simult¨¢neo de repatriaci¨®n imposibilitan un arqueo riguroso; resulta dif¨ªcil hasta consignar aproximaciones. La memoria de los supervivientes carece de fiabilidad, ciertamente, pero los recuentos oficiales tambi¨¦n fueron manipulados en funci¨®n de los intereses pol¨ªticos. Y algunos testimonios aportan informaci¨®n m¨¢s precisa que las interminables ristras de n¨²meros. Jean-Maurice Herrmann, corresponsal de Le Populaire y Le Midi Socialiste, qued¨® sobrecogido por la marcha de los republicanos: ?Es de noche. Las estrellas brillan en lo alto. El fr¨ªo entumece los dedos. El rugido de los motores hace vibrar la tierra. El ¨¦xodo de los catalanes parece continuar indefinidamente... un pueblo entero, prefiriendo el exilio a la esclavitud, desfila sin detenerse, sin apresurarse, sin una queja, desde el alba?5.
Hubo espa?oles a quienes las fuerzas s¨®lo les respondieron para morir en una tierra libre. Como Antonio Machado, poeta mayor comprometido con el ideario republicano, cuya vida se apag¨® en el Hostal Quintana de Colliure el 22 de enero de 1939. Eulalio Ferrer ha evocado su encuentro con el maestro en Banyuls: ?En la placita del pueblo, sentados en un banco, Luis descubre a Antonio Machado y a su madre. Nos miran con gratitud cuando les hablamos. Nos han prometido que vendr¨¢n a recogernos, dice don Antonio. Pero nadie sabe nada de nada. Observa mi capote militar y se lo entrego impulsivamente, como si as¨ª quisiera rendir homenaje a este gran poeta que tanto admiro. Lo junta a la manta que cubre los dos cuerpos, necesitados de m¨¢s abrigo?. Enfermo y agotado, el escritor andaluz fue v¨ªctima de una evacuaci¨®n ca¨®tica y de la desidia de la Administraci¨®n francesa. Tres d¨ªas m¨¢s tarde fallec¨ªa Ana Ruiz, su madre. La muerte de Machado se convirti¨® en s¨ªmbolo de una Rep¨²blica errante abandonada por todos. En un bolsillo de su abrigo ra¨ªdo, su hermano Jos¨¦ encontr¨® un papelito con estas palabras enigm¨¢ticas: ?Estos d¨ªas azules y este sol de la infancia?6.
POL?TICA DE LOS FRANCESES
Los expatriados de Catalu?a representaban el cuarto flujo de espa?oles que atraves¨® la frontera francesa. Coincidiendo con las conquistas de los rebeldes, la poblaci¨®n que se consideraba amenazada marchaba a Francia, cuando no pod¨ªa desplazarse directamente a zona republicana. Hab¨ªa, no obstante, una diferencia radical entre uno y otro movimiento migratorio, y era que mientras el de Catalu?a se aventuraba como definitivo los anteriores se juzgaban provisionales. De hecho, la mayor parte de los soldados que sali¨® en las tres primeras retiradas regres¨® a los campos de batalla.
La campa?a de Guip¨²zcoa en 1936 empuj¨® a Francia entre 15.000 y 20.000 personas, 16.239 seg¨²n las recientes evaluaciones de Pedro Barruso. Pero los paisanos volvieron r¨¢pidamente: de los 4.678 civiles vascos que salieron a ra¨ªz de la toma de Ir¨²n, 4.582 estaban en sus poblaciones de origen un mes despu¨¦s. Como es l¨®gico, la situaci¨®n fue distinta entre los militares, la mayor¨ªa de los cuales se reincorpor¨® al Ej¨¦rcito republicano. El epicentro del conflicto se desplaz¨® entre mayo y octubre de 1937 hacia el frente Norte, cuyo desplome ocasion¨® otro importante movimiento de poblaci¨®n. En un reciente estudio se especifica que en toda la campa?a del Norte, desde la ca¨ªda de Ir¨²n hasta la de Gij¨®n, se evacuaron 95.777 vascos, la mayor parte de los cuales regres¨® a Catalu?a; y entre 40.000 y 60.000 salieron de nuevo cuando la retirada de febrero de 1939. Como es natural, tambi¨¦n marchaban entre ellos 40.087 santanderinos y asturianos. En total, la campa?a del Norte llev¨® a 135.864 espa?oles camino del exilio. Entre junio de 1938 y enero de 1939 la frontera francesa estuvo cerrada de manera oficial, aunque continuaron las repatriaciones7. El tercer y ¨²ltimo movimiento migratorio previo a la ca¨ªda de Catalu?a lo ocasion¨® la conquista del Alto Arag¨®n, entre abril y junio de 1938. Seg¨²n Stein, en abril cruzaron la frontera de 15.000 a 17.000 soldados, 8.000 durante el mes de junio. La mayor¨ªa fue repatriada, el 90 por ciento a la zona republicana. Como hab¨ªa ocurrido en los movimientos anteriores, el grueso de los huidos regresaba al pa¨ªs. No obstante, en cada oleada se establec¨ªa en Francia un cierto n¨²mero de espa?oles. Casi todos ellos fueron dirigidos al territorio que se extiende entre los r¨ªos Loira y Garona, con el fin de alejarlos de la frontera. Una fuente de solvencia, la historiadora Genevi¨¨ve Dreyfus-Armand, consigna que a finales de 1938 hab¨ªa en Francia 40.000 espa?oles desplazados, incluidos los ni?os8.
Antes de que arribaran a Francia los primeros extra?ados de la guerra ya hab¨ªa en el pa¨ªs vecino una importante colonia espa?ola formada por emigrantes econ¨®micos. Proced¨ªan del mundo rural, y eran por lo com¨²n reacios a las teor¨ªas emancipadoras de la izquierda; conocidos como los extranjeros de las tres pes: plebeyos, pobres y piadosos. Los franceses no ten¨ªan mejor opini¨®n de los trabajadores espa?oles, y los calificativos convocaban t¨®picos ofensivos: zafios, indolentes, prol¨ªficos, sucios, inconstantes. Entre los emigrantes y los exiliados no existi¨® por lo general simpat¨ªa alguna. ?La mayor parte de los emigrantes no se entendieron con los exiliados porque ellos quer¨ªan principalmente ganar dinero. La gente de la inmigraci¨®n econ¨®mica hac¨ªa verdaderas barbaridades: trabajaban a destajo hasta 20 horas del d¨ªa para comprarse un coche. Para muchos de nosotros esa actitud era de lo m¨¢s ruin?, expone Floreal Samitier. Manuel de Castro eleva las cr¨ªticas: ?No ser¨¢ entre ellos donde nosotros vayamos a buscar resistentes porque nos arriesgar¨ªamos a toparnos con un franquista?. La colonia espa?ola de emigrados en Francia —ocupada en el sector primario— era la tercera en n¨²mero, despu¨¦s de la italiana y la polaca, y estaba asentada sobre todo en los departamentos fronterizos del Mediod¨ªa: Bajos Pirineos (en la actualidad, Pirineos Atl¨¢nticos), Altos Pirineos, Ari¨¨ge y Pirineos Orientales. Tambi¨¦n hab¨ªa un alto porcentaje en Gers y Gironda, adem¨¢s de en ciudades como Marsella y Par¨ªs. El punto de inflexi¨®n coincidi¨® con la Rep¨²blica. En 1919 hab¨ªa 255.000 emigrados espa?oles en Francia, 323.000 en 1926 y 352.000 en 1931; al estallar la guerra de Espa?a, unos 120.000. La disminuci¨®n resid¨ªa sobre todo en dos variables: la crisis econ¨®mica y las naturalizaciones9.
Pero el descenso del n¨²mero de espa?oles en Francia despu¨¦s de la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica tambi¨¦n se deb¨ªa a que algunos regresaron a la patria para vivir los nuevos tiempos. Porque no todos los emigrantes econ¨®micos —o de la ?vieja emigraci¨®n?— eran conservadores a machamartillo. En las minas del Gard-Al¨¨s trabajaban en 1948 medio millar de espa?oles que manten¨ªan fuertes v¨ªnculos con Espa?a y estaban politizados en extremo. Pese a que los exiliados exhibir¨¢n siempre sus diferencias con los emigrados econ¨®micos, algunos de ¨¦stos ayudaron a los primeros. La familia Galindo, por ejemplo, increment¨® el arrendamiento de tierras para acoger, conforme a la legalidad, a familiares y amigos que de otro modo hubieran terminado en los campos de internamiento. Uno de sus miembros, Pedro Galindo, asegura que la emigraci¨®n tambi¨¦n ayud¨® a la Rep¨²blica durante la guerra con dinero, armas y alimentos. ?l mismo viaj¨® en un convoy fletado por los ?sudetas? —as¨ª eran conocidos los emigrantes— con destino a Barcelona. ?Yo iba con la ilusi¨®n de contemplar grandes banderas republicanas pero no vi ninguna, todas eran de partidos y sindicatos. Vi banderas de todos los colores menos la tricolor. De hecho, nos recibieron a tiros porque todos quer¨ªan apoderarse del convoy. La divisi¨®n entre los republicanos fue una decepci¨®n para m¨ª, y se me quitaron las ideas de quedarme como voluntario?. Otros s¨ª lo hicieron, aunque desconocemos el n¨²mero de emigrantes que regres¨® a Espa?a para incorporarse al Ej¨¦rcito republicano una vez comenzada la guerra. S¨®lo disponemos de dos cifras: Sugier indica que en el departamento de Gard, en febrero de 1937, hab¨ªan vuelto 103 espa?oles para alistarse en el Ej¨¦rcito Popular, la mayor¨ªa de ellos mineros. Rubio apunta que entre 1935-1938 regresaron a Espa?a como m¨¢ximo unos 1.700 emigrados econ¨®micos. Tambi¨¦n sabemos que algunos ?sudetas? se enrolaron en las Brigadas Internacionales para combatir la sublevaci¨®n de los militares. Pese a los desencuentros, la pasi¨®n por Espa?a uniformaba a emigrados y exiliados. Mar¨ªa Llenas, espa?ola que viv¨ªa en Francia desde 1919 y particip¨® de manera activa en la Resistencia francesa, declara: ?Fuimos unos emigrados por fuerza, por miseria y por hambre, pero que llevamos todos Espa?a en lo m¨¢s profundo de nuestras entra?as. Somos espa?oles a parte entera. As¨ª me educaron mis padres y as¨ª morir¨¦: ?Espa?ola!?10.
La Primera Guerra Mundial y la correspondiente movilizaci¨®n de los j¨®venes franceses, junto a la neutralidad espa?ola, hab¨ªa auspiciado el desplazamiento de trabajadores agr¨ªcolas hacia Francia, necesitada de mano de obra. Pero despu¨¦s de la depresi¨®n econ¨®mica de 1930 empezaron a sobrar extranjeros. En una coyuntura de creciente aversi¨®n a los for¨¢neos, se produjeron dos oleadas sobre Francia que apuntalaron los movimientos xen¨®fobos: jud¨ªos perseguidos a ra¨ªz de los decretos de Nuremberg de 1938 y polacos que escapaban a la ocupaci¨®n nazi. La combinaci¨®n de gobiernos mediocres, las crisis perpetua de la III Rep¨²blica y la saturaci¨®n de emigrantes permiti¨® el arraigo de un discurso patriotero, incluso en ambientes de izquierda. Pierre Laborie lo expresa de manera atinada: ?En un pa¨ªs fatigado y paralizado por el miedo, el extranjero cristaliza precisamente todas las fuentes del miedo?. En ese marco hist¨®rico adverso discurri¨® el ¨¦xodo republicano. Un Gobierno del Frente Popular, impugnado por los demagogos, fue incapaz de efectuar una tarea de did¨¢ctica pol¨ªtica imprescindible para que no fraguara la inquina a todo lo diferente.
Durante la guerra civil espa?ola, Francia abord¨® el problema de los expatriados con aprensi¨®n, en la l¨ªnea patri¨®tica, pese a que gobernaban los frentepopulistas. Las primeras disposiciones de la Administraci¨®n francesa se publicaron los d¨ªas 20 de julio y 6 de agosto de 1936. Tanto una como otra incid¨ªan sobre una presencia molesta pero que todav¨ªa no alarmaba. En el primer caso, se permit¨ªa a los refugiados residir en el departamento de llegada, y en el segundo, como consecuencia del incremento de evacuados, se les alejaba hacia regiones del interior. Naturalmente, la soluci¨®n deseada por los franceses, sobre todo cuando se trataba de combatientes, era el regreso a Espa?a; apoy¨¢ndose en la pol¨ªtica de no intervenci¨®n, el refugiado decid¨ªa a cu¨¢l de las dos Espa?as se reincorporaba. Pero el arsenal normativo contra los republicanos se fue haciendo cada vez m¨¢s especializado y restrictivo, y el 27 de septiembre de 1937, con los ¨²ltimos estertores del frente Norte, adquir¨ªan vigencia los decretos que obligaban a repatriarse a los varones entre 18 y 48 a?os. La medida concern¨ªa sobre todo a las regiones de Aquitania y Midi-Pyr¨¦n¨¦es, especialmente al departamento de Bajos Pirineos, v¨ªa de entrada para los confinados del frente Norte. Dos d¨ªas despu¨¦s, otra norma impon¨ªa la salida de Francia a todos los que entraron con posterioridad al 18 de julio de 1936, y todo ello con independencia de las circunstancias personales. Pero tampoco exist¨ªa unanimidad legislativa en los diferentes departamentos. En Bajos Pirineos se permit¨ªa la presencia de espa?oles no incluidos entre los 18 y 48 a?os, mujeres y ni?os, siempre y cuando contaran con familiares en Francia que se hicieran cargo de ellos11.
El socialista Marx Dormoy, ministro del Interior, firm¨® el 27 de noviembre de 1937 un decreto que autorizaba exclusivamente la permanencia en Francia de quienes pudieran mantenerse sin trabajar o fueran acogidos por familias. Quedaban al margen mujeres, ancianos, ni?os y heridos. El problema fue que tambi¨¦n el franquismo pon¨ªa condiciones para el regreso. A los soldados que pretend¨ªan volver a la ?zona nacional? les exig¨ªan incorporarse al frente, aunque cambiando de bando, y a los civiles, clasificarlos antes de reanudar sus actividades anteriores a la guerra12. La llegada al poder de ?douard Daladier el 10 de abril de 1938, que en la pr¨¢ctica significaba el final del Frente Popular, empeor¨® las circunstancias. El encargado de tutelar la nueva pol¨ªtica respecto a los exiliados en tiempos de xenofobia fue Albert Sarraut, ministro del Interior, quien el 14 de abril de 1938 apunt¨® que se necesitaba una ?acci¨®n met¨®dica, en¨¦rgica y r¨¢pida para liberar a nuestro pa¨ªs de los excesivos elementos que por ¨¦l circulan?. Pero Sarraut no se comport¨® como un cirujano de hierro, y evit¨® en lo posible repatriar por la fuerza. La situaci¨®n se enred¨® poco a poco y las disposiciones represivas se desplegaban en cascada. El 2 de mayo de 1938, Daladier present¨® otro decreto para combatir a los inmigrantes irregulares, que inclu¨ªa servicio de vigilancia de fronteras, normas sobre matrimonios con extranjeros y requisitos para nacionalizarse; quienes lo contravinieran ser¨ªan vigilados y castigados. El 12 de noviembre de 1938 se permiti¨® el internamiento de los extranjeros ?indeseables? que no encontraran pa¨ªs de acogida; eran los precedentes legales que llevaron a los espa?oles a los campos de internamiento o de castigo, y el primero fue el de Rieucros (Loz¨¨re), activo desde el 21 de enero de 1939. M¨¢s all¨¢ del aluvi¨®n normativo, sorprende la actitud de los franceses, que ante la avalancha que se avecinaba —y que les hab¨ªan anunciado desde 1937 tanto personalidades francesas como espa?olas— se negaron a considerar siquiera la situaci¨®n. Al igual que luego frente a los nazis, era como si las autoridades estuvieran incapacitadas para las grandes decisiones. El 17 de agosto de 1939, una orden a los prefectos les exhortaba a redoblar la vigilancia sobre los milicianos espa?oles y los brigadistas, catalogados como ?indeseables? y a quienes habr¨ªa que tener en una lista, tanto los expulsados como los expulsables, sobre todo entre 20 y 48 a?os13.
Uno de los objetivos del Gabinete Daladier era mantener relaciones de buena vecindad con Franco. La guerra contra Alemania circulaba ya como hip¨®tesis fundada en las canciller¨ªas europeas y Espa?a, pese a su debilidad econ¨®mica y militar, representaba un problema de primer orden para las colonias norteafricanas de Francia en caso de aliarse con Hitler. Francia y Espa?a sellaron el protocolo B¨¦rard-Jordana el 27 de febrero de 1939, y el pa¨ªs vecino se desvinculaba en consecuencia de toda ayuda hacia los republicanos espa?oles, al igual que Gran Breta?a; la premura del reconocimiento del r¨¦gimen franquista le pareci¨® excesiva incluso al propio L¨¦on B¨¦rard. El llamado Acuerdo de Burgos era favorable a Franco y apenas entra?aba contrapartidas; fue posible por la querencia de Inglaterra al r¨¦gimen dictatorial —una verdadera red de intereses econ¨®micos y geopol¨ªticos— y los temores de Francia, presionada por el Vaticano. El pretexto de unos y otros era que hostigar a Franco ten¨ªa como correlato un aumento de la influencia nazi en Espa?a. El Parlamento franc¨¦s autoriz¨® el reconocimiento del r¨¦gimen por 323 votos contra 261, y el mariscal Philippe P¨¦tain, cu?ado del pintor Ignacio Zuloaga, fue nombrado embajador en Burgos14. Los refugiados fueron utilizados a partir de entonces por los franquistas como moneda de cambio para negociar contrapartidas, dos especialmente: el armamento y el oro del Banco de Espa?a depositados en Francia. La negociaci¨®n semej¨® un juego de tah¨²res, con los extra?ados como naipes: los franceses quer¨ªan desembarazarse de los espa?oles, mientras que los vencedores, despu¨¦s de las repatriaciones masivas de los primeros meses, no manifestaban inter¨¦s en recibir a individuos considerados izquierdistas. Franco respondi¨® a las devoluciones del armamento y el oro permitiendo el paso hacia Espa?a de 50.000 refugiados a partir de julio de 1939. Las ¨²ltimas repatriaciones y las reemigraciones a Am¨¦rica y alg¨²n que otro pa¨ªs europeo dejaron el censo de los espa?oles en Francia en 180.000 en diciembre de 1939, 45.000 mujeres y ni?os entre ellos15.
La situaci¨®n de los vencidos se complic¨® sobremanera con el reconocimiento del r¨¦gimen franquista: perd¨ªan su condici¨®n de ap¨¢tridas. Aunque continuaron siendo v¨¢lidas las c¨¦dulas de identidad emitidas por las autoridades republicanas, a partir del protocolo B¨¦rard-Jordana qued¨® derogada la Ley Daladier-Sarraut de 2 de mayo de 1938 y la documentaci¨®n pertinente para moverse por Francia deb¨ªan expedirla las autoridades franquistas o sus representantes legales. Para los republicanos era otra dificultad adicional: su libertad depend¨ªa en parte de la voluntad de los representantes consulares y diplom¨¢ticos de Franco. Sobre todo, teniendo en cuenta que las autoridades estaban firmemente decididas a que no hubiera espa?oles indocumentados fuera de los campos. La soluci¨®n pasaba entonces por conseguir los salvoconductos provisionales de duraci¨®n variable. Pero, como apunta Marie-Claude Rafaneau-Boj, ?hay que esperar al 17 de agosto para que el mi?nistro del Interior d¨¦ por fin instrucciones para censar a los milicianos y a los antiguos miembros de las Brigadas Internacionales, internados o incorporados en compa?¨ªas de trabajo, que deseen beneficiarse del derecho de asilo. Los extranjeros de 20 a 48 a?os de edad que no hayan sido objeto de alg¨²n informe desfavorable se inscriben en un registro y se clasifican por edad?. Los llamados ?indeseables? quedaban fuera de esas soluciones y su destino estaba ligado a la expulsi¨®n o a los campos de castigo: el calificativo les ven¨ªa dado en la mayor¨ªa de los casos por su posici¨®n ideol¨®gica16.
La llegada masiva de espa?oles hab¨ªa creado un importante problema financiero a los franceses. Ocho francos al d¨ªa le costaba al erario p¨²blico cada refugiado, una cifra considerable si tenemos en cuenta el n¨²mero de ellos. Pero las autoridades tambi¨¦n contaron con una ?inversi¨®n espa?ola? para esa financiaci¨®n: joyas, oro y dep¨®sitos bancarios en Francia sirvieron para costear en parte la presencia de los republicanos. Varios pa¨ªses aportaron igualmente fondos para su mantenimiento: Suecia, Noruega, Pa¨ªses Bajos, Suiza, Gran Breta?a y la URSS. En la mayor parte de los casos, el dinero fue administrado por la Cruz Roja. Como ya empezaba a constituir un lugar com¨²n la ecuaci¨®n republicano-comunista, Le Matin ped¨ªa que los espa?oles fueran conducidos a Rusia: ?Francia se har¨¢ cargo de la organizaci¨®n; los Estados Unidos pondr¨¢n el dinero; Gran Breta?a, los barcos; Rusia, la hospitalidad; y Ginebra, las operaciones?. El diario alem¨¢n V?lkischer Beobachter (Observador Popular), de tendencia nazi, parec¨ªa apiadarse del ?gigantesco sacrificio financiero de Francia por los refugiados rojos espa?oles?. Los confinados eran vistos adem¨¢s por los franceses con desconfianza, un enemigo interior a quien daban cobijo y comida: quintacolumnistas de la revoluci¨®n17.
ESPA?OLES EN TIERRAS DE FRANCIA
Las primeras im¨¢genes que los republicanos fijaron en sus retinas al otro lado de la frontera corresponden a las tropas coloniales africanas. Entre los destacamentos encargados de vigilar a quienes salieron por Catalu?a se encontraban spahis (caballer¨ªa africana integrada por marroqu¨ªes y argelinos) y tiradores senegaleses (infanter¨ªa colonial). Fatalidad o c¨¢lculo, las autoridades francesas hab¨ªan encontrado un m¨¦todo infalible de afrentar a sus hu¨¦spedes: en el imaginario colectivo de los refugiados, los moros gobernaban las pesadillas m¨¢s l¨²gubres despu¨¦s de su participaci¨®n en la guerra civil. ?Para los internados, los spahis eran la sombra de los moros que Franco llev¨® a Espa?a para matar espa?oles?, confirma el guerrillero Victorio Vicu?a. Una tradici¨®n racista —moro era sin¨®nimo de violento, bujarr¨®n y traidor—, exacerbada por la coyuntura adversa y una historia en com¨²n pespunteada de desacuerdos, produc¨ªa entre ambos grupos un resentimiento sin matices; los senegaleses —?altos, feos y fieros?, al decir de Samuel Joukovsky— eran para los exiliados una variedad de argelinos y marroqu¨ªes. Algunos testigos distinguen sin embargo la bondad de los senegaleses frente a la maldad intr¨ªnseca de los magreb¨ªes. Celso Amieva mantiene que esa diferencia se deb¨ªa al ?odio secular? entre espa?oles y moros. Muchos testimonios apuntan a los africanos como autores de tropel¨ªas sin cuento, y los internados sospechaban que se cobraban en los blancos espa?oles las humillaciones que sufr¨ªan de los franceses. Seg¨²n el doctor Pujol, ?los negros ten¨ªan carta blanca sobre los blancos. Pod¨ªan apalear, insultar, robar, acometer a las mujeres a mansalva, cubiertos por la m¨¢s magn¨ªfica de las impunidades. ?Y c¨®mo usaban de ese raro y precioso privilegio!?. En la playa de Argel¨¨s, varios guardianes pagaron con sus vidas la imprudencia de mezclarse entre los expatriados18.
Las declaraciones m¨¢s templadas ponen de manifiesto que las relaciones no acontecieron tal como las recuerdan muchos internados. El ¨²nico delito de los africanos consist¨ªa en que, para huir de la miseria, se alistaron en unas tropas coloniales que ten¨ªan asignada la misi¨®n de vigilar a un Ej¨¦rcito vencido; los medios de comunicaci¨®n proclives a los republicanos aluden a un trato razonable. El comisario ?ngel Granada rememora con agradecimiento la actitud de un senegal¨¦s que le sac¨® herido de una fila y lo condujo en brazos a los servicios sanitarios. Los testimonios sobre los spahis en ?frica de Norte resultan positivos, y los trabajadores de Khenchela evocan con gratitud ejemplos de solidaridad. Pero las im¨¢genes repulsivas de los soldados coloniales apenas se diferenciaban de los sentimientos hacia otros cuerpos policiales o militares. Un dirigente socialista defin¨ªa de este modo a un polic¨ªa: ?Era un t¨ªpico sargento de gendarmes: gordo, rosado tirando a rojo, lleno de charcuter¨ªa y de vino tinto. All¨ª, en los Pirineos, era un verdadero hombre abominable de la nieves?. Zafios, arrogantes y brutales eran los calificativos habituales sobre las fuerzas de orden francesas 19.
Senegaleses y spahis formaban parte del formidable dispositivo que aguardaba a los republicanos en la vertiente norte de los Pirineos; adem¨¢s de 50.000 soldados desplazados para contener a las ?hordas rojas?. Un despliegue in¨²til. Los testimonios coinciden en que llegaron de manera pac¨ªfica, con el prop¨®sito de no a?adir dificultades a la dram¨¢tica situaci¨®n. Los espa?oles, vocingleros y alborotadores por lo com¨²n, se hab¨ªan transformado en una masa silenciosa y resignada y la econom¨ªa expresiva era la caracter¨ªstica dominante. Alg¨²n que otro Vive la France. Gestos atolondrados. Pu?os en alto cuando aparec¨ªan los fot¨®grafos o hab¨ªa p¨²blico. Nada m¨¢s atravesar la frontera, los guardias registraron con minuciosidad a los refugiados. Oficialmente, para requisar las armas, que hab¨ªan sido inutilizadas antes de atravesar la frontera. Lo mismo hicieron con los veh¨ªculos y el ganado de todo tipo acarreado por los fugitivos; los caballos servir¨ªan para alimentarlos durante los primeros d¨ªas. Pero tambi¨¦n confiscaban, contra las leyes de acogida, objetos y documentos personales. Unos servidores del orden codiciosos y venales convirtieron la frontera en un zoco donde los confinados se ve¨ªan compelidos a malbaratar sus pertenencias: anillos, relojes, prism¨¢ticos, estilogr¨¢ficas, medallas, alianzas, pulseras... Otros testimonios afirman que sencillamente fueron robados. Despu¨¦s del tercer grado a la dignidad que signific¨® la arribada, empezaron las primeras lecciones de franc¨¦s: Allez, allez, allez! Allez vite! Courez, courez, courez! Los espa?oles se impusieron a la perplejidad y al abatimiento por mor de una leve esperanza: en Madrid y Valencia a¨²n resist¨ªan las tropas republicanas, aunque la mayor¨ªa ya no tuvo oportunidad de intervenir en esa ¨²ltima batalla. Las Juventudes Socialistas Unificadas consiguieron que numerosos j¨®venes se apuntaran para regresar al frente de Madrid y se encontraron con un problema insuperable: no dispon¨ªan de aviones para llegar hasta la capital porque los franceses de Daladier s¨®lo promov¨ªan la repatriaci¨®n a la Espa?a franquista. Las potencias democr¨¢ticas daban a la Rep¨²blica por amortizada20.
Los episodios pirenaicos desbarataron el mito de Francia como tierra de asilo. Los espa?oles hubieran entendido que se impusiera un control exigente en la frontera, incluso que Francia invocara dificultades para acogerlos. Pero nunca olvidar¨¢n que fueron tratados como criminales y cobardes. Art¨ªs-Gener sostiene que ciertos problemas fueron inevitables, pero que en el recibimiento tambi¨¦n influy¨® un cierto racismo; en el verano de 1940, cientos de miles de belgas atravesaron la frontera y no fueron maltratados como los republicanos. Tampoco el pueblo franc¨¦s aport¨® calor al recibimiento, y las reacciones podr¨ªan sustanciarse en tres palabras: indiferencia, inquietud, hostilidad. Manejados como animales, observados con prevenci¨®n, quienes tuvieron la suerte de vivir experiencias positivas las rememoran con ah¨ªnco. Porque tambi¨¦n hubo pueblos que mostraron un comportamiento intachable con los espa?oles: Condom, Cravant y Binseles, entre otros. Le Glaneur d'Oloron public¨® el 16 de febrero de 1939 una carta de agradecimiento de los confinados al pueblo de Oloron, en el B¨¦arn: ?Nos hemos visto abrumados por todas las clases sociales de la poblaci¨®n y de un cari?o y unas muestras de simpat¨ªa que no podemos pagar m¨¢s que con nuestra palabra y nuestros actos. Los ni?os, para quienes todo os parece poco; las mujeres, a quienes dais el m¨¢ximo de facilidades para su gran misi¨®n de madres; los hombres, a quienes el respeto y las deferencias son incesantes; todos, absolutamente todos, os decimos lo ¨²nico que podemos en nuestra desgracia: gracias, muchas gracias, pueblo de Oloron?. F¨¦lix Santos recoge el testimonio de Leonor Sarmiento, quien revive la actitud del pueblo de Saint-Herain-sous-Souvigny: ?Hoy, despu¨¦s de cincuenta a?os, se me saltan las l¨¢grimas al recordar aquellas muestras de solidaridad?. Por lo que a colectivos se refiere, los maestros franceses aparecen aludidos con veneraci¨®n porque trataron con respeto y humanidad a los ni?os espa?oles. Y a los adultos.
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