Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia
Esta es una noticia. La escritora Hortensia Campanella, directora del Centro Cultural de Espa?a en Montevideo, le entreg¨® ayer a mediod¨ªa a Mario Benedetti la cr¨®nica completa de la vida del escritor, que ahora va a cumplir 88 a?os. Fue en su casa de 18 de Julio con Zelmar Michelini, y el poeta y novelista recibi¨® el manuscrito, en el que la autora uruguaya lleva trabajando a?os, con gratitud e iron¨ªa. "?Y qui¨¦n ser¨¢ este?", dijo, al tiempo que pasaba las hojas del libro que contiene mucho de lo que hizo en una vida que sigue. El libro se titular¨¢, cuando se publique, Mario Benedetti. Un mito discret¨ªsimo. Procede de un verso del mismo poeta.
Nosotros est¨¢bamos all¨ª. Nos abri¨® Ariel Silva, el ayudante literario, profundamente humano, singular de Mario Benedetti; Mario nos hab¨ªa invitado a almorzar, e iban a traer las viandas del restaurante San Rafael, que est¨¢ a la vuelta, y que el maestro usa siempre como su lugar de comidas, pero esta vez ha querido que comamos en casa.
All¨ª nos llev¨® Hortensia Campanella, con su libro. Lo llevaba en el coche, en su regazo, reci¨¦n hecho; lo aceler¨® en las ¨²ltimas semanas: lo llevaba haciendo mucho tiempo, habl¨® "con todo Dios", y all¨ª, en el libro, hay una lista inmensa, desde Hermenegildo Sabat, el gran dibujante argentino, a Daniel Viglietti, el gran cantante uruguayo, al que por cierto Benedetti dedic¨® un libro que hace a?os public¨® J¨²car y que ahora regresa (en Seix Barral) remodelado.
Viglietti y Benedetti se cruzaron hace a?os en un aeropuerto; le dijo Daniel a Mario: "Estoy poni¨¦ndole m¨²sica a tus versos". Y Mario le dijo: "A lo mejor yo le puse letra a tu m¨²sica". Y se rieron juntos. Luego Mario lo pens¨® m¨¢s y dijo: "Tenemos que hacer algo con esta casualidad". Y de ese endecas¨ªlabo naci¨® una serie de conciertos que les hicieron cabalgar juntos; la gira se llam¨® A dos voces, y el libro, que evoca la vida y la mirada que sobre Viglietti proyecta Benedetti, se llama Desalambrando.
El libro que le llevaba Hortensia a Benedetti dej¨® el coche, subi¨® al ascensor, y finalmente cay¨® en manos del poeta; es extra?o, quiz¨¢ ustedes no lo han visto nunca, y de hecho es la primera vez que este periodista asiste a semejante acontecimiento. Mario Orlando Hardy Brenno Benedetti Farrugia ?todos esos nombres le dieron su padres, y ¨¦l los recita ri¨¦ndose, siempre, de la ocurrencia largu¨ªsima de la familia, y evocando cada nombre como si fuera una historia? estaba all¨ª, sentado en su sill¨®n, al lado de un cuaderno donde va anotando sus versos, sus relatos, sus haikus, y de pronto una mujer rubia, alta, sonriente, le hace entrega de un manuscrito en el que est¨¢ toda su vida.
Anot¨¦ minuciosamente el momento, porque instantes as¨ª no s¨®lo no los vive cualquiera sino que ni siquiera los vive un editor o un periodista, y en este caso lo est¨¢bamos viviendo. La casa estaba tranquila al mediod¨ªa; Ariel Silva respond¨ªa correos de admiradores (?pero sobre todo de admiradoras!) que le preguntan a Mario como est¨¢ (triste, c¨®mo va a estar: muri¨® su mujer, Luz, aquello fue una cat¨¢strofe, ¨¦l mismo ha estado enfermo, ahora mejor¨®, pero esas cosas dejan heridas, cicatrices, cansancio, pero est¨¢ bien, est¨¢ mejor), ayudantes de la casa preparan todo para ese almuerzo que ¨ªbamos a tener, y eran las doce y ocho minutos de la tarde.
Hab¨ªamos quedado a las doce; Mario estudi¨® en un colegio alem¨¢n, en alem¨¢n ha actuado hasta en el cine, en alem¨¢n ha escrito versos, y los alemanes le ense?aron que hab¨ªa que estar a tiempo, puntualmente; ¨¦l siempre est¨¢ a tiempo, hace lo posible por salir antes de la hora, y llegar cuando ha dicho que iba a estar. As¨ª pasaba, por ejemplo, en la Feria del Libro de Madrid, a la que, porque desde hace a?os ha vuelto a vivir a Montevideo, no regresa ya. Percib¨ª cierta nostalgia en el poeta de aquella rutina gloriosa: llegaba a la feria (a las doce en punto, precisamente), se pon¨ªa en la caseta, casi siempre de Visor, su editor querido de la poes¨ªa, e iba haciendo palotes; cada cinco palotes tachaba, y as¨ª sucesivamente; un d¨ªa yo estaba a su lado y hab¨ªa contado los palotes: 210, el m¨¢s vendido de la feria. Evocamos juntos ese momento, y le vi en sus ojos marrones, creo que son marrones, la nostalgia que Mario reserva para dentro y que luego est¨¢ en su poes¨ªa y en sus libros. "Ah, pasan los a?os".
Pues Hortensia iba con ese manuscrito; sab¨ªa que le iba a hacer ilusi¨®n tocarlo, entreverarlo un poco, y eso hizo Mario, ella se lo alarg¨®, ¨¦l lo recogi¨® en su regazo y lo primero que hizo fue leer el t¨ªtulo grande: Un mito discret¨ªsimo. Esboz¨® la sonrisa de co?a que se gasta para decir lo contrario de lo que quiere expresar, y dijo: "?Y este qui¨¦n ser¨¢?".
Luego fue repasando las p¨¢ginas, y cont¨® algunos n¨²meros de la paginaci¨®n, hasta que lleg¨® al 250, la p¨¢gina final de esta biograf¨ªa. Entonces le dijo a Hortensia: "Cuidado que te he dado trabajo". Le tra¨ªa la vida en realidad. ?l mismo ahora parece que la est¨¢ reescribiendo, en sus versos, y ahora la ver¨¢, contada por otros, por much¨ªsimos ("pero con qu¨¦ cantidad de gente has hablado"), en este libro que recib¨ªa como un regalo y a la vez como la posibilidad de un espejo. Finalmente, Mario dej¨® sobre una mesilla el manuscrito, Hortensia vivi¨® el momento con una emoci¨®n que reprodujo su silencio, y Mario abri¨® una botella de vino que le hab¨ªamos llevado como regalo, y brindamos por el libro y por la vida.
Pero tambi¨¦n brindamos por el partido del domingo, el Nacional-Pe?arol que a Mario Benedetti lo tiene a mal traer. El Pe?arol est¨¢ fuerte, pero no es su equipo (?es el equipo de la bi¨®grafa!), y el Nacional est¨¢ como el Bar?a, y como el tango, fan¨¦ y descangayao, y Mario es del Nacional hasta las ¨²ltimas consecuencias. Una vez un editor despistado puso en la portada de un libro suyo una bandera del Pe?arol, ?era como insultarle en la cara! Ahora el Nacional est¨¢ en horas muy bajas, "vete a saber lo que puede pasar". Lo vive como una tragedia, o por lo menos como una melancol¨ªa, que es el grado de pesadumbre que m¨¢s se acompasa con el car¨¢cter de los uruguayos.
Benedetti no para de escribir; la salud se le quebrant¨® y ahora se le adecent¨® otra vez, aunque queda ah¨ª la oscuridad que le vino cuando muri¨® su mujer, y aquella figura central de su vida y de sus sentimientos dej¨® la casa pero mantuvo ah¨ª su presencia, como el alma que se junt¨® con Benedetti. Ahora ha salido en Espa?a, en Alfaguara, Vivir adrede, un conjunto de relatos breves en los que pone de manifiesto esa iron¨ªa con la que sigue mostrando la perplejidad y la rabia de los adolescentes que pregunan cualquier cosa en clase; el libro ya lo hab¨ªa publicado Seix Barral en Argentina; ¨¦l est¨¢ encantado con el ejemplar que le traigo, que indica que en casi nada ya se han venido en Espa?a dos ediciones; en la portada hay un p¨¢jaro que canta desde lo alto de una silla de jard¨ªn, ante un ¨¢rbol que reproduce una luz indecisa, la luz de los ¨¢rboles, y el poeta se queda mirando esa cubierta como si mereciera un relato m¨¢s, "a lo mejor lo hago".
Y escribe poes¨ªa. En julio saldr¨¢ Testigo de uno, que publicar¨¢ Visor, y tiene en una de esas carpetas azules con el¨¢stico que son tan propias de Mario 66 poemas ("y ser¨¢n setenta, Mario quiere que sean setenta", dice Ariel) de un libro que me parece que me dijo que se titular¨¢ Biograf¨ªa para encontrarme.
Y nos sentamos a la mesa. Mario est¨¢ reci¨¦n afeitado, y muy bien afeitado. Le record¨¦ una an¨¦cdota. Hace a?os, cuando vivi¨® en Madrid su primera operaci¨®n, yo mismo era el encargado de llevarle los peri¨®dicos al hospital, para que muy de ma?ana cumpliera su rito de leer la prensa al despertar. Esa vez le dije: "Mario, los hombres convalecientes se tienen que afeitar; te tienes que afeitar; as¨ª pareces m¨¢s enfermo". Al d¨ªa siguiente volv¨ª a llevarle los peri¨®dicos, estaba muy bien afeitado, no le dije nada, y al cabo de media hora llam¨® mi atenci¨®n y me dijo: "?No viste que hoy me he afeitado?" Cuando termin¨¦ de recordarle la broma volvi¨® a su rostro esa melancol¨ªa risue?a, esa ternura que es la que vive en su mirada y la que est¨¢ en los versos de Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia. Un mito discret¨ªsimo.
Por cierto, le dije: ?y cu¨¢ndo eres m¨¢s Hamlet? Pero la respuesta ya se encontrar¨¢ en otro sitio.
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