Leonard Cohen, el susurro feroz
El m¨²sico canadiense inicia triunfalmente en Le¨®n su gira espa?ola
Lo sagrado y lo profano, la Biblia y la carne, Dios y el sexo, la mujer y la muerte, las plagas ya certeras y las que est¨¢n por llegar, aleluyas repetidos como el mantra que no cesa... un poco de cabaret jazz y otro poco de susurro y rhythm & blues, el termomix l¨ªrico y salvaje de un bardo viejo lanzado a la carretera por la fuerza de la ruina: todo eso es, todo eso fue Leonard Cohen anoche en la plaza de toros de Le¨®n, donde el compositor e int¨¦rprete canadiense (Montreal, 1934) ofreci¨® un recital de casi tres horas que supuso el pistoletazo de salida de una gira espa?ola que le llevar¨¢ adem¨¢s a Palma de Mallorca (11 de agosto), Vigo (13), Girona (15), Madrid (12 de septiembre), Granada (13), Zaragoza (15), Bilbao (17) y Barcelona (21).
Imagine usted que un desgraciado incidente financiero -producto o no de la crisis de marras- le ha dejado fuera del circuito. Vamos, que un g¨¢nster disfrazado de amigo le ha timado y le ha dejado en la calle. Sin una perra. Volqueta total. Con la hucha del cerdito resquebrajada y sin perras para el retiro.
Pues, sobre poco m¨¢s o menos, ¨¦se y no otro es el motivo por el que un mont¨®n de incondicionales espa?oles, como los reunidos ayer en Le¨®n para empezar, pueden ver y escuchar este verano a Leonard Norman Cohen.
Porque, har¨¢ cosa de cinco a?os ya, una tal Kelley Lynch, que hasta entonces hab¨ªa ejercido de amiga y representante, dej¨® al autor de Suzanne sin los cinco millones de d¨®lares que ¨¦ste hab¨ªa dejado a buen resguardo para la jubilaci¨®n. Bueno, la cosa no est¨¢ clara. Hay quien sostiene que la buena de Kelley se fug¨® con el bot¨ªn. Pero tampoco faltan las versiones que hablan de una mala inversi¨®n del sabroso plan de pensiones del artista: ni m¨¢s ni menos que en bonos Madoff.
Es sabido: en tiempos duros, la gente sufre, en tiempos duros, la gente discurre y en tiempos duros, la gente se busca la vida. Los hay que lo tienen crudo tirando a imposible. Y los hay que agarran, saltan del camastro y se autocatapultan a la furgoneta y a los escenarios. L¨¦ase, en este amplio cap¨ªtulo de la m¨²sica popular, nombres ilustres que en este verano recorren las carreteras de la vieja Europa: Jerry Lee Lewis, BB King, Roy Haynes, Hank Jones, los Eagles, Burt Bacharach. Y, por ¨²ltimo, Leonard Cohen. Peor para ¨¦l y albricias para sus seguidores, un pu?ado de los cuales (en torno a 2.000, el concierto no se llen¨® ni mucho menos) se rindi¨® ayer a viejos himnos como So long Marianne, Take this waltz (el homenaje de Cohen a Lorca en forma de adaptaci¨®n del poema Peque?o vals vien¨¦s), Sisters of mercy o, por supuesto, el inaplazable Hallelujah.
La cosa arranc¨® a lo grande, con acordes de guitarra espa?ola y Cohen de rodillas atacando los primeros compases de Dance me to the end of love. Un Leonard Cohen flaco como una rama de bosque y embutido en un impecable traje oscuro. Siguieron The future y Ain't no cure for love, Everybody knows e In my secret life, entre otras. En un momento dado, y tras agradecer al p¨²blico espa?ol la acogida, el m¨²sico sentenci¨® en voz baja y la cabeza gacha: "Es un aut¨¦ntico privilegio, en medio de un mundo tan violento como ¨¦ste, compartir una noche as¨ª con ustedes en un pa¨ªs pac¨ªfico como ¨¦ste". ?Un fallo de sus asesores de actualidad, quiz¨¢?
Alguien dijo que la sensaci¨®n de ver en directo a Cohen puede ser parecida a visitar Venecia antes de su hundimiento definitivo: bingo. A sus 74 a?os -cumplir¨¢ 75 el 21 de septiembre, d¨ªa de su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona- el cantautor m¨¢s influyente de los ¨²ltimos 40 a?os resiste perfectamente en una plaza de toros la embestida de 25 canciones y las banderillas de tres horas de concierto y varias propinas, es cierto, pero ser¨ªa una idiotez de fan irredento decir que su voz es la que era; y, por supuesto, que su lucidez y capacidad compositivas son las que fueron.
Como pudo comprobarse ayer en Le¨®n, la ya de por s¨ª grave y gutural voz del cantante ha adquirido inequ¨ªvocos tintes de susurro. Siempre los tuvo, es cierto, pero hoy ocupan una indisimulada e inevitable porci¨®n en su directo. Y eso, aun conservando la magia del eterno creador de Suzanne, se hace a veces un poco angustioso. Se ama a Leonard Cohen, se sufre por Leonard Cohen.
As¨ª que en esta gira espa?ola, enmarcada en un tour monumental que le lleva por todo el mundo desde hace ya un a?o (en realidad, dos giras enlazadas, algo que no le ocurr¨ªa desde hace 15 a?os), ¨¦l se limita a recorrer su ¨²ltima "creaci¨®n" discogr¨¢fica: Live in London. Y las comillas de "creaci¨®n" no son caprichosas. Tienen que ver con que ese doble disco en directo no es una creaci¨®n en sentido estricto, sino m¨¢s bien una "recreaci¨®n", grabada en junio de 2008 en el O2 Arena de Londres. Ning¨²n problema para los incondicionales, encantados -como en el concierto de ayer- de poder tararear, silbar y canturrear los standards cl¨¢sicos del h¨¦roe de la noche.
El arranque de la segunda parte del concierto de ayer, tras el preceptivo descanso de 20 minutos -que 74 primaveras son 74 primaveras-, fue, en ese sentido, de antolog¨ªa. Cohen, que se hab¨ªa retirado del primer acto dando saltitos por todo el escenario ante la hilaridad general, encaden¨®, as¨ª, a palo seco, magistrales versiones de The tower of sound, Suzanne (delirio del p¨²blico ante una canci¨®n que s¨®lo envejece como los mejores borgo?as), Sisters of mercy y una conmovedora The soldier.
Nada, ni lo odiosamente relacionado con el paso del tiempo o con las ruinas financieras, pudo ayer con la estela de Leonard Cohen, que cada vez que present¨® a cada uno de sus m¨²sicos se quit¨® el sombrero y se inclin¨® ante ellos como un mayordomo ante su amo. Tampoco lo prosaicamente indeseable de nuestras vidas pudo ayer, en una plaza de toros que parece un ovni a punto de despegar, con la impronta de Jikan Dharma, aquel monje budista, naranja y rapado que rezaba a las estrellas, prisionero de la vida zen. El bardo grave solt¨® su rugido ayer bajo la luna enorme del verano espa?ol. Ni con la inolvidable silueta escueta de "el peque?o jud¨ªo que escribi¨® la Biblia", y ¨¦sas son palabras suyas. S¨®lo un exceso de susurros, apenas un no llegar a las notas m¨¢s altas. Tampoco es mucho peaje para tan gran magisterio... sobre todo, cuando se tiene la terrible, inevitable sensaci¨®n de que est¨¢s en Venecia y el agua te toca ya las rodillas. Eso es Cohen: Venecia hundi¨¦ndose, orgullosa, susurrante.
Babelia
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