Este muerto est¨¢ muy vivo
A punto de llegar a la peque?a pantalla la ¨²ltima incursi¨®n al transitado universo de los muertos vivientes, 'The walking dead'
Cuando Robert Kirkman puso sus zarpas en el mundo de los muertos vivientes muchos se echaron las manos a la cabeza y reprimieron una risotada: ?qu¨¦ iba a aporta un joven guionista de c¨®mics a un mundo que ya ha visitado hasta el kiko? Pero, aunque fuera s¨®lo por llevar la contraria, Kirkman pari¨® un tebeo sobre un mundo oscuro, retorcido, pero donde -parad¨®jicamente- los zombies son simplemente un accesorio para cavar en lo que realmente le interesa: el alma de los seres humanos.
Su universo, un p¨¢ramo poblado por tipos llenos de infecciones que arrastran los pies y cuyo ¨²nico deseo es comer (si es carne fresca mejor) se revelaba as¨ª como un algo m¨¢s, un escenario de tintes dram¨¢ticos donde los muertos vivientes a¨²n poseen la memoria suficiente para sufrir por ella y donde los vivos desear¨ªan estar muertos para no tener que lidiar con el Apocalipsis en persona. Su vida es un lugar del que desean escapar sin perder un minuto y sin embargo se ven obligados a quedarse all¨ª, en ese sitio desolado que es su existencia.
La cosa no tard¨® en llegar a las manos de Frank Darabont, un director m¨ªtico (a su vera se han gestado The Mist, Cadena Perpetua o La milla verde, todas ellas esbozadas por los pinceles del prol¨ªfico Stephen King y cercanas a los territorios del fant¨¢stico) que -quiz¨¢s por un punto de afinidad y otro de ambici¨®n- meti¨® las manos en el pastel y decidi¨® que el sabor no ser¨ªa el de siempre sino otro muy distinto, m¨¢s embarrado, m¨¢s terroso... distinto.
De su cocina surge The walking dead, la en¨¦sima visita al jard¨ªn del zombie, all¨ª donde las flores viven para siempre, a menos que les descerrajes un tiro en la cabeza. Con la ayuda del mism¨ªsimo Kirkman, veinte millones de euros y ambici¨®n desmedida, Darabont se pasea por los recovecos de la civilizaci¨®n y la contradicci¨®n que entra?a la propia supervivencia cuando seguir con los ojos abiertos y la cabeza clara no parece ser la mejor opci¨®n.
La serie se exhibi¨® en Londres hace tres semanas para unos cuantos afortunados entre cartas de embargo (para que el periodista no hablara de ello hasta que llegara el momento) y promesas de asistir a algo especial. La espera no defraud¨® a los asistentes y el visionado del producto, una pluscuamperfecta colisi¨®n entre los universos televisivos y vi?eteros, dej¨® claro que no se ha sacrificado nada en aras de la comercialidad.
Los zombies de Darabont lucen tan fieros como los imaginados por Kirkman, se mueven con la misma -abrumadora- lentitud pero siguen siendo implacables. Sus humanos desfilan al ritmo que marca un futuro marchito y los biorritmos de una tierra que le ha dado al bot¨®n de "apagar". El mal rollo es obvio entre los que han conseguido huir y el culebr¨®n (dicho sea con el mayor de los respetos) llevar¨¢ al colectivo resultante a no disfrutar mucho de la compa?¨ªa mutua. Unos estar¨¢n muertos pero a los otros/as parece no quedarles demasiado por lo que vivir.
The walking dead arranca con un tiroteo que deja al sheriff (Andrew Lincoln) de un peque?o pueblo estadounidense en coma. Cuando ¨¦ste despierta de su letargo lo hace s¨®lo para descubrir que su estado de bienestar ha sido licuado sin saber muy bien por qu¨¦. A partir de ah¨ª se sucede la epopeya de este tipo familiarizado con las armas y lo suficientemente duro como para no tener que mencionar que es un tipo con coraza y rostro de hormig¨®n. Su viaje a no se sabe muy bien donde, ya sea en coche o a caballo, y el encuentro con personajes que desfilan en los tacones de la fragilidad, piernas temblorosas, presas de la incertidumbre, construyen una trama f¨¦rrea, cuyo equilibrio reposa en la perfecta combinaci¨®n entre el cl¨¢sico de toda la vida (esa persecuci¨®n de ra¨ªces Romerianas -por el m¨ªtico George E. Romero- por las calles de Atlanta) y el pulso que emerge del pozo donde se esconde todo lo que nos convierte en seres a merced de los elementos, hombres y mujeres zarandeados por el peso de una realidad que nos aplasta. Al fin y al cabo el Apocalipsis pesa much¨ªsimo, con fuerzas o sin ellas.
Darabont ha contado para salirse con la suya con la ayuda de AMC (la cadena por cable que produce Weeds o Mad Men, entre muchas otras series) qui¨¦n apuesta por un producto valiente, poco amigo de los golpecitos en el hombro del espectador. Con su dinero y unos cuantos kilos de libertad creativa, incluyendo la contrataci¨®n de un reparto de desconocidos (todos/as ellos hijos/as de la madre cat¨®dica) y la colaboraci¨®n de Greg Nicotero, un maquillador de efectos especiales con un curr¨ªculum infinito y que no se anda por las ramas.
Con todo lo dicho (y la voluntad expresa de no decir demasiado m¨¢s, que luego pasa lo que pasa) no puede por menos que recomendarse una visita al universo del muerto viviente, ese que a pesar de haber sido toqueteado sin pausa en los ¨²ltimos treinta a?os, sigue resisti¨¦ndose a morir, como si pensara que a¨²n tiene mucho que decir. Espa?a -faltar¨ªa m¨¢s- no se va a escapar y los fans podr¨¢n por fin saciar su sed de sangre a trav¨¦s de la cadena FOX el d¨ªa 5 de noviembre.
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