Tan solo un Oscar de honor reconoci¨® la gloria de Blake Edwards
Ninguna pel¨ªcula del cineasta ya fallecido obtuvo el reconocimiento de la Academia de Hollywood. Como Chaplin, Altman o Fellini, tuvo que conformarse con un galard¨®n honor¨ªfico
Alfred Hitchcock, Charlie Chaplin, Howard Hawks, Stanley Kubrick, Preston Sturges, Ernest Lubitsch, Hal Ashby, Alan J. Pakula o Robert Altman entre los angloparlantes y Sergio Leone, Federico Fellini, Ingmar Bergman o Akira Kurosawa entre los que no dominaban la lengua del imperio de Hollywood, es muy larga la lista de maestros del cine que nunca recibieron un Oscar. Una lista que ahora tambi¨¦n incluye al talento de Blake Edwards, el hombre que dio al mundo t¨ªtulos inolvidables y pari¨® uno de sus mejores personajes c¨®micos en la absurda irreverencia del inspector Clouseau. Como en algunos de los casos mencionados en esa larga lista de directores, Edwards se tuvo que conformar con un Oscar honor¨ªfico que le fue entregado en la 76? edici¨®n de los premios m¨¢s prestigiosos de la industria. Ya est¨¢. Y gracias.
Como repite al un¨ªsono la cr¨ªtica cada vez que uno m¨¢s de los elefantes blancos del cine se extingue sin el merecido reconocimiento ?en qu¨¦ piensa la Academia cuando entrega sus estatuillas? ?Acaso los acad¨¦micos est¨¢n dormidos? Las razones siempre son de lo m¨¢s diversas. En el caso de Edwards, el realizador nunca fue un favorito de la cr¨ªtica y sus peleas con la industria est¨¢n bien documentadas incluso por el propio director cuando rod¨® con toda su mala leche la s¨¢tira de Hollywood que es SOB. De toda su filmograf¨ªa como actor frustrado metido a guionista, productor y realizador; Edwards s¨®lo consigui¨® una candidatura al Oscar en 1983 por el gui¨®n de V¨ªctor o Victoria. Por lo dem¨¢s, el hombre que descubri¨® el lado serio de Jack Lemmon en D¨ªas de vino y rosas, enamor¨® a todos con la picard¨ªa rom¨¢ntica de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes y despert¨® la hilaridad desbocada de un atormentado Peter Sellers en El guateque o La Pantera Rosa, a los ojos de la Academia no fue merecedor de ning¨²n otro reconocimiento en forma de Oscar.
Cuando finalmente le lleg¨® esa estatuilla del mea culpa a toda su carrera, la misma con la que la Academia tambi¨¦n se disculp¨® con Chaplin, Altman o Fellini entre otros -aunque nunca lleg¨® a manos de un Kubrick-, Edwards demostr¨® su talante y la recogi¨® de buen grado. Otros como Peter O'Toole o Jean-Luc Godard han hecho saber a los acad¨¦micos su amargura con estos premios de honor, casi de pedrea. No Edwards, que puso en escena uno de sus conocidos momentos de humor, robando en silla de ruedas la estatuilla de las manos de un conchabado Jim Carrey antes de estrellarse contra el escenario.
Para ese momento y como muchos de los grandes del cine todav¨ªa con vida, Edwards llevaba tiempo sin rodar. Esa afici¨®n suya por otras formas art¨ªsticas como la pintura y la escultura y que cobr¨® volumen en el rodaje del remake de Francois Truffaut El hombre que amaba a las mujeres, donde realiz¨® sus propias piezas, se convirti¨® en su verdadera pasi¨®n con exposiciones como la que realiz¨® en el Pacific Design Center de Los ?ngeles en 2009. Como explic¨® entonces a la prensa las piezas, desde grandes instalaciones al aire libre a joyas de mujer, fueron su propia voz, un ¨¢rea donde no tuvo nunca que preocuparse por la cr¨ªtica.
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