El esp¨ªa impasible
La pel¨ªcula 'El topo' entusiasma en la Mostra
Hace apenas tres a?os un tipo llamado Tomas Alfredson entraba como una locomotora en el mundo del cine. La pel¨ªcula se llamaba D¨¦jame entrar y era un preciosa revisi¨®n del mito vamp¨ªrico, cruel pero delicada, de tremebundas intenciones y atm¨®sfera radioactiva. Los cin¨¦filos se santiguaron y algunos anticiparon la llegada de un animal art¨ªstico; otros lo atribuyeron a un golpe de suerte y pusieron su entusiasmo en pausa hasta la llegada de su segundo trabajo. Bien, ¨¦ste ha llegado, se llama El topo, y confirma lo que muchos/as sospechaban: este tipo tiene bien poco de novato con fortuna y mucho de geniecillo, de prestidigitador.
Se atreve esta vez Alfredson con un cl¨¢sico de la literatura de esp¨ªas, El topo, del gran John Le Carr¨¦, y el resultado es una maldita bomba: densa, sofocante, implacable... brutal. Para empezar e interpretando a Smiley (el protagonista del relato, un agente retirado obligado a volver al campo de batalla) un se?or llamado Gary Oldman, capaz de todo, dominador de infinidad de registros, que puede jugar al adorable abuelo que disfruta jugando con sus nietos o al loco que quiere estrangularte mientras duermes. Su Smiley es un prodigio de econom¨ªa gestual (que no hieratismo) y definici¨®n perfecta: seco, enjuto, c¨ªnico, demasiado listo para su propio bien.
En torno a ¨¦l se mueven un sinf¨ªn de personajes atrapados en un alambique de muros, telegramas codificados e intrigas internacionales, tipos con las caras de Colin Firth, Toby Jones, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, John Hurt o -ojo con este hombre- el impresionante Tom Hardy. El personaje de Oldman desenreda la madeja con la paciencia del que sabe que el castillo de cartas acabar¨¢ desmoron¨¢ndose a base de soplar y establece la base de una maravillosa pel¨ªcula que enlaza con esa tradici¨®n europea (casi un g¨¦nero en s¨ª mismo) del cine de la guerra fr¨ªa.
Alfredson define con impecable estilo el laberinto de emociones que se genera en torno a la b¨²squeda del topo (un esp¨ªa metido hasta las trancas en las altas instancias del espionaje ingl¨¦s) y lo hace con la ayuda de una c¨¢mara que toma la forma de una lupa o de un cuchillo de cocina, metida en todos los saraos, explorando con sabidur¨ªa a un despampanante reparto coral sin olvidarse del aparato visual que necesita el filme. El topo es brillante en su elegancia, descomunal en su vertiente narrativa (aunque el espectador va a tener que intentar no parpadear), genial en todo lo dem¨¢s. Una grand¨ªsima pel¨ªcula de esp¨ªas, hija de otros tiempos, de esas que necesita un segundo (y un tercer) visionado y que resistir¨¢ en la m¨¦dula de la audiencia el paso de los a?os.
No hay que olvidarse, ni hablar, del incre¨ªble trabajo del compositor espa?ol Alberto Iglesias, que pone la puntilla a un grandioso esfuerzo colectivo: su banda sonora para El topo es uno de esos ejemplos de grandeza art¨ªstica solo al alcance de unos cuantos elegidos y, qu¨¦ duda cabe, Iglesias es uno de ellos.
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