Las vidas de la casa de Aza?a
La casona familiar de los Aza?a en Alcal¨¢ de Henares fue saqueada y convertida en comisar¨ªa tras la Guerra Civil. Gracias al diario de su hermana Pepita, desvelamos lo que estas paredes callaron, met¨¢fora de muchos silencios de Espa?a.
Esta de la calle de la Imagen, n¨²mero 5, de Alcal¨¢ de Henares, es la casa donde naci¨® Manuel Aza?a, el presidente de la Rep¨²blica tambi¨¦n en tiempos de guerra, muerto en el exilio franc¨¦s un a?o despu¨¦s de la contienda civil. Es un edificio muy noble que mira hacia la casa m¨¢s chica en la que naci¨® Miguel de Cervantes, y es trasera de un convento de carmelitas donde, de chico, el que ser¨ªa adem¨¢s excelente escritor iba ¡°a decirle discursos¡± a las hijas de santa Teresa.
Sobre este muchacho que luego ser¨ªa tantas cosas, y tambi¨¦n una v¨ªctima de la di¨¢spora a la que fueron obligados los republicanos, se mont¨®, en la posguerra, un terrible acoso que desfigur¨® su memoria hasta los extremos del chascarrillo y la caricatura. Pero no solo eso: con sa?a, elementos facciosos que en su mayor¨ªa pertenec¨ªan a la Falange alcala¨ªna, vecinos en todo caso de la familia asaltada, irrumpieron en esta casa de patio ancho y abierto, de galer¨ªas generosas y de alcobas espaciosas en las que estuvieron sus primeros libros, para despojar lo que estuviera a su alcance hasta dejar la mansi¨®n vac¨ªa e irreconocible.
Una mujer entre los que robaron, Carmen Hern¨¢ndez, jefa de Falange de Alcal¨¢, consider¨® que quiz¨¢ ella pod¨ªa simular que hac¨ªa lo propio, pero tuvo la inteligencia de saquear para guardar y devolver en su d¨ªa a la familia Aza?a las pertenencias que le hab¨ªan sido despojadas en cuanto Franco declar¨® que la guerra hab¨ªa terminado.
Carmen Hern¨¢ndez le ten¨ªa respeto al presidente, y cuando Pepita, la hermana de Manuel Aza?a, regres¨® del exilio, en 1940, y se fue a vivir otra vez a Alcal¨¢, decidi¨® entregar muebles y otros objetos que ella misma hab¨ªa requisado¡ Con una voluntad de hierro, como si su memoria herida le dictara, Pepita Aza?a fue escribiendo en un diario de tapas iguales a los ya famosos cuadernos del presidente todos los objetos que en otro tiempo hubo all¨ª.
La hermana de Aza?a (con su sobrina Concha Aza?a Cuevas y con su otra sobrina Pepita Aza?a Cuevas, hijas de Gregorio, hermano del presidente) regres¨® a Alcal¨¢, pero la casa estaba incautada por la dictadura (fue comisar¨ªa y sede de Falange), de modo que esos muebles y otros objetos restituidos la acompa?aron a las casas que ocup¨® hasta que el r¨¦gimen le devolvi¨® esta casa de Imagen.
La memoria de Pepita fue eficaz, obsesiva, minuciosa. Nunca antes se hab¨ªan dado a conocer esas p¨¢ginas, que guardan con celo, igual que guardan la casa, la sobrina nieta del presidente Mar¨ªa Jos¨¦ Navarro, hija de Pepita Aza?a Cuevas, y su marido, el ingeniero Jos¨¦ Aparicio. Han restaurado las estancias, pero han dejado algunas alcobas y salones que son como aquellos en los que Manuel vivi¨® hasta que se fue a estudiar con los agustinos¡
Aqu¨ª est¨¢ la casa que ¨¦l consideraba ¡°triste¡± o ¡°l¨²gubre¡±, como recuerda Santos Juli¨¢ en su biograf¨ªa Vida y tiempo de Manuel Aza?a; pero era triste y l¨²gubre porque aqu¨ª, en su ni?ez, fueron desapareciendo abuelo, padre, madre, hermano¡; pero la casa es abierta y espaciosa, convoca al recogimiento y al estudio, y refleja sin duda el esp¨ªritu en el que Aza?a, hijo de alcalde e historiador, Esteban Aza?a, se hizo para la vida.
Pepita fue anotando lo que hab¨ªa y lo que faltaba en cada una de las estancias¡ En el oratorio de la familia (los Aza?a ten¨ªan un oratorio) hab¨ªa ¡°una imagen de la virgen de las Mercedes¡±, tambi¨¦n hab¨ªa ¡°un cuadro de la bendici¨®n Papal de Le¨®n 13 (sic); dos coronas de cementerio, una caja conteniendo una corona de porcelana con rosas y violetas, una cinta marcada ¡®Tus hijos y hermanos¡¯ (¡), un crucifijo dorado, juego de la media luna y candelabros¡±.
La escritura sucinta, precisa, obsesionada seguramente con la obligaci¨®n moral de restituir al menos los nombres de las cosas, ya que no pod¨ªa recuperar las cosas, prosegu¨ªa describiendo lo que deb¨ªa haber habido en el comedor reencontrado: ¡°Un aparador, un trinchero, con espejos; una mesa de comedor, dos mecedoras de rejilla, un sof¨¢ grande tapizado, doce sillas, un juego de cortinas de terciopelo, un tapete de chimenea, un espejo de caoba¡¡±. Y de otras estancias de la casa Pepita rescat¨® estos vac¨ªos: ¡°Un tresillo de caoba tapizado de damasco azul y dorado; un sof¨¢ y cuatro silloncitos de caoba tapizados de damasco de seda azul, dos sillas de caoba con respaldo y asiento de rejilla, una mesita centro de caoba¡¡±.
En la alcoba principal (una de esas alcobas del siglo XVIII que terminaban en un sal¨®n donde recib¨ªan) hab¨ªa ¡°una cama de matrimonio, dos mesas de noche con espejos, un lavabo tocador con espejo y m¨¢rmol rosa, un armario de dos lunas, todo esto de caoba con adornos dorados, un espejo dorado, un cuadro pintado al ¨®leo copia de la Pur¨ªsima de Rafael¡¡±.
En esa minuciosa reelaboraci¨®n de su paisaje dom¨¦stico, Pepita escribi¨®, a veces sin puntos ni comas, como para que no se le fueran de la cabeza los objetos enumerados, que ¡°hab¨ªa en la casa dos muebles que quedaron de mi hermano Gregorio despu¨¦s de su fallecimiento que eran: un piano que fue de mi madre / una cama dos mesillas lavabo armario con luna, juego en madera color claro / un sof¨¢ dos butacas, seis sillas, pintada la madera de color guinda tapizadas de verde (¡) / Un ba¨²l de chapa con ropa de Manola y Enriqueta / (¡) Varios cajones de libros y papeles/ Una m¨¢quina de coser / (¡) Un arc¨®n grande lleno de ejemplares de la Historia de Alcal¨¢ escrita por mi pap¨¢¡±.
Estamos rodeados de la memoria infantil de Aza?a; por aqu¨ª correte¨® el muchacho y deambularon personajes que luego ser¨ªan trasuntos de algunas de sus ficciones; aqu¨ª est¨¢ la escalera de caracol que aparece en La vocaci¨®n de Jer¨®nimo Garc¨¦s; por aqu¨ª corr¨ªa detr¨¢s de su madre, y estos artesonados y estas estanter¨ªas fueron algunas de sus primeras visiones, como las del oratorio y las visitas a las monjas, que fueron sus amigas (y que lo siguen siendo, como dice Jos¨¦ Aparicio).
Desde esta alcoba, en la que est¨¢ una de las mesas que restituy¨® Carmen Hern¨¢ndez, se ve¨ªa el patio castellano donde crec¨ªan el pino y la higuera a cuya sombra ¨¦l le¨ªa los libros que ya no est¨¢n¡ ?l se llev¨® libros, cajas y cajas, quiz¨¢ est¨¢n ahora en La Sorbona, qui¨¦n sabe¡
Hay dormitorios y despachos que est¨¢n sin tocar, por as¨ª decirlo; en la restauraci¨®n que han elaborado Mar¨ªa Jos¨¦ Navarro y Jos¨¦ Aparicio para que la casa de Aza?a sea tambi¨¦n habitable en el siglo XXI se han respetado cuartos, dormitorios y despachos, que reproducen el ambiente dieciochesco de las viejas estancias en las que puli¨® su esp¨ªritu el ni?o Manuel Aza?a. Aqu¨ª est¨¢, se?ala Mar¨ªa Jos¨¦, la tarima original, y est¨¢ la mesa sobre la que ¨¦l escrib¨ªa o le¨ªa; hab¨ªa una chimenea que se llevaron, y no est¨¢n los libros, claro, dejaron tan solo un ejemplar de La Ilustraci¨®n espa?ola y americana de 1878 y las Doloras de Campoamor, marcadas con el sello de la Falange¡
Pepita volvi¨® del exilio (con su sobrina Pepita, con Concha, hijas de Gregorio, muerto en 1934; Pepita es la madre de Mar¨ªa Jos¨¦; a Concha la adopt¨® como hija la hermana de Aza?a) cuando su hermano Manuel muri¨® en Montauban¡ Era 1940; hasta 1953 no le fue posible recuperar la casa incautada, y muri¨® seis a?os despu¨¦s, tras una vida en la que el susto y las depresiones fueron compa?eras del miedo¡ La casa fue recuperada gracias a las gestiones que, en medio de la oscuridad del r¨¦gimen, hizo el marido murciano de la sobrina Pepita. Mar¨ªa Jos¨¦, ni?a a¨²n, fue a algunas de esas visitas l¨²gubres. ¡°Recib¨ªan a mi padre en estancias oscuras, y quien lo atend¨ªa deb¨ªa ser un juez de Responsabilidades Pol¨ªticas; se comportaba con mucha educaci¨®n. Yo era una ni?a, as¨ª que solo recuerdo la oscuridad, aquellos salones inmensos y oscuros¡¡±. Mientras tanto, Pepita Aza?a y los suyos deambularon por otras casas de Alcal¨¢, donde llevaron consigo los objetos restituidos por Carmen Hern¨¢ndez¡
Ahora, en una de las camas que forman parte del abigarrado mobiliario de los Aza?a, reposa una mu?eca desnuda que fue de Pepita; hay abanicos, una virgen (que restituy¨® Carmen Hern¨¢ndez)¡ Todo lo que hay de esa ¨¦poca de los Aza?a, recuerda Mar¨ªa Jos¨¦, ¡°lo devolvi¨® Carmen; le ten¨ªa gratitud a mi t¨ªo abuelo, seguramente porque ¨¦l le ayudar¨ªa en alg¨²n momento con alg¨²n trabajo; lo cierto es que lo pon¨ªa bien en las conversaciones, y en aquel tiempo de posguerra eso era mucho m¨¢s que arriesgado¡±.
Como si quisieran borrar un pasado que desment¨ªa la imagen de un Aza?a comecuras, los desvalijadores no dejaron nada del oratorio¡ Pepita volvi¨® a Alcal¨¢ con la madre de Mar¨ªa Jos¨¦; esta se cas¨® aqu¨ª, con Jos¨¦ Navarro, abogado, ¨¦l fue quien hizo las gestiones para recuperar la casa. En ese deambular melanc¨®lico que ella distrajo recordando qu¨¦ hab¨ªa en la casa desvalijada, not¨® la ignominiosa frialdad que la posguerra reservaba aqu¨ª para los que fueron vencidos. ¡°Muy desolada¡±, cuenta Mar¨ªa Jos¨¦, ¡°fue a ver a los que eran m¨¢s amigos, y ah¨ª tambi¨¦n se encontr¨® que ten¨ªa que seguir con una mano delante y otras detr¨¢s, sin amistades, solo con la memoria que la persegu¨ªa¡±.
Arruinadas y saqueadas, aquellas mujeres (¡°aqu¨ª me encontr¨¦ a cuatro mujeres asustadas¡±, dice ahora Jos¨¦ Aparicio, que encontr¨® a la familia Aza?a cuando empez¨® a cortejar a Mar¨ªa Jos¨¦) empezaron a vender lo que les quedaba del patrimonio familiar. ¡°Pero nunca, ni en los primeros momentos, ni antes de su muerte, en 1959, escuch¨¦ a mi t¨ªa abuela, ni a mi madre, que muri¨® en 1985, decir nada sobre la guerra, sobre los sufrimientos que padecieron¡ No contaban ni siquiera lo que le pas¨® a Gregorio, hijo del hermano de Aza?a, a quien fusilaron en C¨®rdoba el 19 de agosto de 1936.
El cuaderno en el que Pepita Aza?a D¨ªaz describi¨® el contenido del despojo ¡°fue un desahogo¡±, dice ahora su sobrina nieta¡ El tiempo fue pasando en esta casa de Alcal¨¢, hasta su muerte; recuper¨® algunos de sus amigos, ven¨ªan a merendar a estas estancias, jam¨¢s hablaron de pol¨ªtica¡ Mientras no pudo volver, Mar¨ªa Jos¨¦, que era una ni?a, entraba por el jard¨ªn, escuchaba a lo lejos los c¨¢nticos de Falange, se asomaba a los balcones que hab¨ªan sido el soporte de la mirada adolescente de Manuel Aza?a, y volv¨ªa adonde estaba Pepita:
¨C?T¨ªa, he visto tus balcones!
Mientras tanto, Pepita Aza?a D¨ªaz se vengaba del expolio luchando con la memoria para establecer por escrito todo lo que hab¨ªa sido suyo y ahora estaba en manos de los que hab¨ªan vencido¡ En 1980, todav¨ªa, cuando a¨²n viv¨ªa la madre de Mar¨ªa Jos¨¦, en el centenario de Aza?a, los herederos del despojo lanzaron pintura roja contra la placa que recuerda que aqu¨ª naci¨® el presidente de la Rep¨²blica, aparecieron esv¨¢sticas, lanzaron un petardo¡ ¡°Mi madre lo vivi¨® con miedo¡±. Como si volviera la oscuridad. Jos¨¦ Aparicio avis¨® a los facciosos: ni un paso m¨¢s en la ignominia. Y ya no hubo m¨¢s. La desolaci¨®n est¨¢ en estas hojas que ellos guardan ahora como un testimonio de lo que la memoria puede contra la desolaci¨®n pavorosa que dej¨® la guerra en la familia Aza?a.
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