Los escritores misteriosos
El libro de N¨¦stor S¨¢nchez, 'Nosotros dos-Siberia blues' recuerda a los autores misteriosos ?Puede un escritor marginal competir con los grandes autores por un lugar en la memoria?
Hay grandes maestros en la novela y en el campo de la poes¨ªa de todos los tiempos. Maestros reconocidos con obras perdurables. Homero con Virgilio, Cervantes con Shakespeare compiten por mil¨ªmetros de diferencia en la cantidad de gloria alcanzada durante siglos. Entre Balzac y Dickens ocurre otro tanto. ?Pero podr¨ªa un escritor como el franc¨¦s Marcel Schwob, por citar un ejemplo incontestable de literatura marginal competir con todos ellos por un lugar de honor en la memoria literaria del mundo? Un lugar tiene pero tan peque?o, que no s¨®lo puede osar arrebatarle a ninguno de aquellos maestros una fracci¨®n de segundos de atenci¨®n sino que es hasta posible que no falten quienes lo consideren un producto de la genial inventiva de Borges. Precisamente estos d¨ªas sale a la venta El libro de Monell, libro del que Borges tantas maravillas nos habl¨®. Porque Schwob no s¨®lo no es un invento suyo sino que sin ¨¦l (y otros pocos, m¨¢s la Enciclopedia Brit¨¢nica, seg¨²n expon¨ªa en un ensayo Alan Pauls), hoy no concebir¨ªamos la obra del maestro argentino como la concebimos. Marcel Schwob es un hoy un famoso desconocido: un escritor secreto, como esa hueste de ilustres desconocidos que tanto venera y difunde Enrique Vila-Matas como parte constitutiva de su programa est¨¦tico.
En todas las lenguas del planeta hay escritores de relevante personalidad literaria que sobreviven en los m¨¢rgenes de sus respectivas literaturas. M¨¢s o menos torturados o atormentados por indescifrables aflicciones, son la met¨¢fora contraria de la empalagosa cuando no casi ofensiva presencialidad, esa enfermedad tan sofocante de nuestra contemporaneidad. Almas errantes de la ficci¨®n que transitan con m¨¢s pena que gloria, aunque ¨¦sta no les falte entre los entendidos, tan contados e invisibles como sus ignotos admirados. La mayor¨ªa de ellos colaboraron con la naturaleza de su personalidad o la de su obra (o las dos a la vez), a mantenerse al margen del mundanal ruido de la celebridad literaria. Transitaron, como si lo hicieran en un confortable abismo, huidizos, fugaces y desconfiados. (Algunos, rechazados, o misteriosos a la fuerza, como lo fue durante unos a?os nada m¨¢s ni nada menos que Juan Rulfo, o el cubano Virgilio Pi?era). En las letras de habla espa?ola, de un lado y otro del Atl¨¢ntico, tambi¨¦n abunda esta especie rara, no s¨¦ si en peligro de extinci¨®n. El fen¨®meno literario conocido en Espa?a, durante la d¨¦cada de los sesenta y parte de los setenta, como el boom, dej¨® en el olvido a grandes novelistas. ?Qui¨¦n se acuerda hoy de Eloy, esa joyita literaria del chileno Carlos Droguett? ?Cu¨¢ntos lectores puntuales de la ¨²ltima novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa o Garc¨ªa M¨¢rquez podr¨ªan citar dos libros del uruguayo Felisberto Hern¨¢ndez, o uno, uno solo, del argentino Macedonio Fern¨¢ndez? El tambi¨¦n argentino Fogwill tuvo un poco m¨¢s de suerte casi al final de su vida (fallecido el a?o pasado): la edici¨®n de sus libros en nuestro pa¨ªs lo situ¨® con absoluto derecho al lado de sus consagrados compatriotas Ricardo Piglia y C¨¦sar Aira. Pero s¨®lo porque alguien lo rescat¨® del casi anonimato maldito en que sobreviv¨ªa, eso s¨ª, orgulloso y seguro de su val¨ªa.
En Espa?a, exactamente en 1974, se public¨® una novela que pas¨® pr¨¢cticamente inadvertida. Se trata de Escuela de mandarines, del escritor murciano Miguel Espinosa (1926-1982). Redescubierta (o sencillamente descubierta con unos cuantos a?os de retraso) en los a?os ochenta, se supo de una obra anclada en unos presupuestos narrativos muy pocos afines con los est¨¢ndares al uso de esos a?os. Era sencillamente una novela como nacida de la nada, sin tradici¨®n reconocida, iconoclasta y plet¨®rica de una riqueza y una libertad literarias hasta ese momento desconocidas en nuestro arte de la ficci¨®n. En la d¨¦cada de los noventa, con car¨¢cter p¨®stumo, se publica otra novela suya, La fea burgues¨ªa, t¨ªtulo (y fondo) de inequ¨ªvoco perfume bu?uelesco. Quien sigue sus pasos en similar secretismo es el escritor gallego Juli¨¢n R¨ªos (1945), aunque nunca dej¨® de publicar. Se conoc¨ªa una novela titulada Larva.
Se conoc¨ªa m¨¢s este t¨ªtulo que su autor. Siguiendo la estela intraducible de Finnegans Wake de James Joyce, Juli¨¢n R¨ªos escribi¨® el libro probablemente m¨¢s carnavalesco de la literatura espa?ola, carnavalesco, aunque no sabr¨ªa decir si exactamente como nos ense?¨® que lo fue Gargant¨²a y Pantagruel, el gran estudioso ruso Bajtin. R¨ªos sigue publicando, pero es dif¨ªcil tener alguna referencia suya fuera de su labor literaria: como si siguiera siendo ese desconocido autor de la famosa Larva. M¨¢s preguntas, esta vez respecto a dos poetas: ?alguien conoc¨ªa la obra de Juan Larrea (Bilbao, 1895-C¨®rdoba, Argentina, 1980) probablemente uno de los m¨¢s importantes entre los poetas y ensayistas vanguardistas espa?oles? Y cuando al principio de los a?os setenta, comenz¨® a hablarse de un escritor recogido en su anonimato valenciano llamado Juan Gil Albert (1904-1994): ?qui¨¦n sab¨ªa de su existencia? Tuvo que ser la edici¨®n de 1974 de Cr¨®nica general, su autobiograf¨ªa en prosa, la que nos pusiera sobre la pista de un autor esencial, que dicho sea de paso, nunca dej¨® de escribir y publicar desde que regresara de su exilio en 1947.
Si hay en la otra orilla un escritor maldito por excelencia este es el argentino Osvaldo Lamborghini (Necochea, 1940-Barcelona, 1985). Autor de referencia en ese corte entre la tradici¨®n que representa Jorge Luis Borges y las nuevas corrientes que ven en su est¨¦tica la llamada a un nuevo paradigma de representaci¨®n novel¨ªstica. De alguna manera, Lamborghini (como tambi¨¦n, aunque en otra tesitura formal, podr¨ªamos incluir al tambi¨¦n argentino N¨¦stor S¨¢nchez, de quien RBA acaba de editar Nosotros dos-Siberia blues), satisface el af¨¢n supremo de los m¨¢s insurgentes enemigos del mercado literario: escribir en orgullosa soledad, como exig¨ªa Roberto Arlt. O como anhela Dami¨¢n Tabarovsky en su po¨¦tica de radical extraterritorialidad: para ning¨²n p¨²blico. La verdadera maldici¨®n, la bendita maldici¨®n de la aut¨¦ntica literatura ser¨ªa escribir el Libro sin autor. La Novela sin pasado ni futuro, donde el autor es un accidente del azar, un pobre tipo escrito por un libro. Por El Libro.
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