La libertad m¨¢s fr¨¢gil
A los mes¨ªas de diverso pelaje, a los devotos de cualquiera de ellos, la libertad de expresi¨®n les parece en el mejor de los casos una incomodidad
La libertad de expresi¨®n es una planta rara y valiosa que arraiga con mucha dificultad y en muchos lugares solo suele florecer brevemente, y nunca deja de estar rodeada de peligros. A los gobernantes, a los l¨ªderes religiosos, a los mes¨ªas de diverso pelaje, a los devotos de cualquiera de ellos, la libertad de expresi¨®n les parece en el mejor de los casos una incomodidad y en el peor y nada infrecuente un delito, una traici¨®n, una blasfemia. No ayuda el hecho de que algunas personas se declaran defensoras de la libertad de expresi¨®n pero no tienen inconveniente en aceptar excepciones. En mi primera juventud a m¨ª me enfurec¨ªa la falta de libertad de expresi¨®n en la Espa?a de Franco o en el Chile de Pinochet, pero extra?amente esa misma libertad no la ve¨ªa necesaria en China o en Cuba. Esa doble vara de medir la hab¨ªa aprendido de la intelectualidad europea, y de sus derivados espa?oles, que se caracterizaba por un curioso sentido geogr¨¢fico de las libertades: en los pa¨ªses donde ellos viv¨ªan las consideraban imprescindibles, y hasta insuficientes. Pero a medida que aumentaba la distancia geogr¨¢fica o variaba la temperatura se iban volviendo progresivamente m¨¢s comprensivos con los abusos que para s¨ª mismos nunca habr¨ªan aceptado.
En enero de este a?o Salman Rushdie ten¨ªa previsto asistir a un festival literario en Jaipur, en la India. La India est¨¢ considerada una democracia. Grupos musulmanes oficialmente moderados mostraron su rechazo a la visita de este presunto hereje que tuvo que pasar varios a?os escondido y en peligro de muerte por el delito de haber escrito una novela. Grupos musulmanes extremistas anunciaron que atentar¨ªan contra la vida de Rushdie. El Gobierno al parecer democr¨¢tico de la India no se molest¨® en asegurar al escritor que mientras estuviera en su pa¨ªs de origen gozar¨ªa de la protecci¨®n que dan las leyes a cualquier ciudadano. Salman Rushdie, que es un hombre bastante tranquilo y partidario de la buena vida, y que no tiene ning¨²n deseo de ser un m¨¢rtir de la libertad de expresi¨®n, opt¨® por quedarse en su casa y participar en el festival por videoconferencia.
No ayuda el hecho de que algunas personas se declaran defensoras de la libertad de expresi¨®n pero no tienen inconveniente en aceptar excepciones
Pero eso no bast¨® para apaciguar a esas sensibilidades religiosas que tan f¨¢cilmente se consideran heridas. Hubo amenazas de atentados si la efigie de Rushdie aparec¨ªa en una pantalla durante el festival. De nuevo el Gobierno no dijo nada. El Gobierno est¨¢ formado por nacionalistas hind¨²es que no quieren arriesgarse a perder votos musulmanes. Y en cualquier caso, por mucho que se odien entre s¨ª un extremista hind¨² y un extremista musulm¨¢n, m¨¢s odiar¨¢n los dos juntos a un ap¨®stata como Salman Rushdie. Ya digo que en estos casos lo que m¨¢s intriga es la oportunidad que desperdician los moderados de marcar distancia hacia esos extremistas con los que tanto se duelen de ser confundidos. Como ni pod¨ªa estar Rushdie en el festival ni tampoco participar¨ªa por videoconferencia, dos escritores indios, Amitava Kumar y Hari Kunzru, organizaron una lectura a medias de Los versos sat¨¢nicos, la novela que casi le cuesta la vida a Rushdie, y que se la cost¨® a alguno de sus traductores y editores. No iban ni por el final de la primera p¨¢gina cuando el director del festival irrumpi¨® en la sala llena de gente y cancel¨® el acto. Aquella lectura era una provocaci¨®n. Al salir de all¨ª, cont¨® Amitava Kumar, los reporteros de las televisiones hind¨²es los acosaban a ¨¦l y a Kunzru con una pregunta que era de antemano una acusaci¨®n: ?no se sentir¨ªan culpables si se desataba la violencia religiosa?
Recuerdo el paseo que di por Granada con Salman Rushdie y con Enrique Murillo, que era entonces su editor en Espa?a. Aquellos lugares que para m¨ª eran cotidianos ¡ªPuerta Real, la calle Reyes Cat¨®licos, la plaza de Bibarrambla¡ª para Rushdie ten¨ªan una cualidad de prodigio, porque era la primera vez desde hac¨ªa seis a?os que paseaba entre la gente con normalidad casi perfecta, una ma?ana de septiembre, con las manos en los bolsillos, casi olvidado de los polic¨ªas brit¨¢nicos y espa?oles de paisano que nos rodeaban discretamente. Creo que aquel d¨ªa aprend¨ª para siempre la excepcionalidad de lo com¨²n, el valor inmenso de lo que se da tan por supuesto que ni se recuerda que se tiene, y desde luego no se piensa que pueda perderse. Era en 1995: diecisiete a?os despu¨¦s, Los versos sat¨¢nicos siguen sin poder leerse en la India, que oficialmente es una democracia, y Salman Rushdie, que en todo este tiempo ha ido adquiriendo un aire todav¨ªa m¨¢s consistente de vividor tranquilo, sigue irritando a los enemigos jurados de la libertad de expresi¨®n, a los que nunca les faltan c¨®mplices en apariencia menos furibundos, pero igualmente efectivos. No dicen, por ejemplo, que un autor ha de ser decapitado o merece ir al infierno, pero s¨ª que no ha tenido en cuenta la sensibilidad de los creyentes, o que no ha sido oportuno, o que en realidad no es tan buen escritor, y quiere aprovecharse del esc¨¢ndalo¡
No todos los reg¨ªmenes son iguales, desde luego, y por imperfectamente que funcione siempre ser¨¢ m¨¢s respirable una democracia que una dictadura. Pero no hay pa¨ªs en el que la libertad de expresi¨®n no est¨¦ en peligro, no tenga que ser defendida a diario. En la Espa?a democr¨¢tica al periodista Jos¨¦ Luis L¨®pez de la Calle lo mataron unos malnacidos para que no siguiera escribiendo contra el chantaje de la conformidad y la sangre derramada. Cu¨¢ntos abusos han dejado de hacerse p¨²blicos en Espa?a porque los medios regionales y locales dependen tan estrechamente de la publicidad oficial para sobrevivir. Al inolvidable F¨¦lix Bay¨®n le sabote¨® su carrera y su capacidad para ganarse dignamente la vida un presidente de la Junta de Andaluc¨ªa al que le molestaban sus columnas y sus opiniones en la radio. En Argentina el Gobierno acosa econ¨®micamente a La Naci¨®n y a Clar¨ªn porque la se?ora Kirchner cada vez tolera menos discordancias en su apoteosis populista.
En Ecuador, ahora mismo, el periodista Emilio Palacio, dos colegas suyos y el peri¨®dico entero en el que los tres escriben est¨¢n a punto de sucumbir bajo el acoso del Gobierno, convenientemente asistido por el poder judicial. Emilio Palacio escribi¨® en El Universo un art¨ªculo por el que el presidente Correa se sinti¨® tan injuriado que puso una demanda por cuarenta y dos millones de d¨®lares. Emilio Palacio y dos de sus colegas han sido condenados a pagar esa cantidad y adem¨¢s a tres a?os de c¨¢rcel. Finalmente Correa ha cedido a la presi¨®n internacional y ha otorgado un ¡°perd¨®n sin olvido¡±. La f¨®rmula no puede ser m¨¢s inquietante. Amigos que vienen de Ecuador me cuentan que la omnipresencia del poder pol¨ªtico y de su propaganda se ha vuelto agobiante, amparada en las victorias plebiscitarias del presidente Correa y en sus gesticulaciones demag¨®gicas. Pero sin rigurosa separaci¨®n de poderes, imperio de la ley, respeto a las minor¨ªas y libertad de expresi¨®n la democracia no existe, por muchos millones de votos que acumule un gobernante mesi¨¢nico. Y no creo que a estas alturas sea necesario recordar que un escritor o un periodista ecuatoriano tienen tanto derecho a esas libertades como esos literatos europeos que a veces se olvidan de defenderlas cuando el Gobierno que las ha quebrantado usa una ret¨®rica que parece de izquierdas.
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