De rumba con Marlon Brando
Ya sabr¨¢n que Galaxia Gutenberg est¨¢ publicando las obras completas de Guillermo Cabrera Infante (GCI). El primer volumen, El cronista de cine, recopila sus labores en la revista Carteles, entre 1954 y 1960, mucho antes de ascender a novelista.
Conoc¨ªamos esa faceta de GCI como cr¨ªtico de cine habanero, primero con el seud¨®nimo de G. Ca¨ªn y, ya con su nombre, en Un oficio del siglo XX. No me convence excesivamente su teor¨ªa de que, en esas p¨¢ginas, se convirti¨® en personaje de ficci¨®n ya que ¡°la ¨²nica forma en que un cr¨ªtico puede sobrevivir en el comunismo es como ente de ficci¨®n¡±. Reducir a GCI a un disidente del castrismo resulta empobrecedor; su ruptura fue paulatina y no sufri¨® grandes penurias a la hora de exiliarse. Cierto que, en ese punto, mejor cambiar de asunto ya que GCI ten¨ªa un punto ciego.
Lo que revela El cronista de cine es m¨¢s cercano: un periodista perif¨¦rico que cubre brillantemente su campo de especializaci¨®n. Acepta encantado una invitaci¨®n del productor Mike Todd para la fiesta en Manhattan de La vuelta al mundo en 80 d¨ªas. El evento se desarrolla en el Madison Square Garden y GCI realiza una cr¨®nica mortal. Nada de lo que invent¨® Freddie Mercury en sus a?os de esplendor puede compararse con el delirio del entonces esposo de Elizabeth Taylor: desfile de orquestas y bailarinas, un elefante, una avioneta, diez mil pizzas y Duke Ellington como final de fiesta.
¡°Estaba en Miami y quise comprar una tumbadora cubana¡±
Aqu¨ª se re¨²ne la producci¨®n de un periodista en faena. Debe reaccionar r¨¢pido ante las muertes de James Dean, Bogart, Errol Flynn, Tyrone Power o el mismo Todd, lo que hace con brillantez. Como jurado en un festival, est¨¢ a punto de dar el m¨¢ximo premio a su querida Los 400 golpes, de Truffaut, cuando la arrogancia de los cr¨ªticos franceses le empuja, en compa?¨ªa de Carlos Fuentes, a cambiar su voto decisivo por Nazar¨ªn, de Bu?uel.
El gran aporte de El cronista de cine son las entrevistas. No confundir con los encuentros rigurosamente cronometrados de tiempos presentes, con alguien vigilando para que la conversaci¨®n no se desv¨ªe de la pel¨ªcula a promocionar. Eran actores, directores y guionistas de visita en La Habana, para rodar o para ¡°buscar argumentos¡±. GCI se muestra erudito y respetuoso, excepto cuando se topa con sex bombs tipo Mamie Van Doren o Martine Carol.
El reportaje m¨¢s extenso est¨¢ protagonizado por Marlon Brando. Contradiciendo su fama de hura?o, acepta el asalto de GCI ¨Cen este caso, no hab¨ªa agente de prensa- y ya no se separan durante el resto del d¨ªa. Brando hila fino: se presta a determinadas fotos, siempre que no se publiquen en Estados Unidos, donde podr¨ªan confundirse con ¡°turisteo¡± vulgar.
Un Marlon l¨²cido y abierto¡aunque no por mucho tiempo. Sus siguientes periplos le llevar¨¢n a Asia. En Kyoto, durante el rodaje de Sayonara, le cazar¨¢ Truman Capote y el reportaje consiguiente, publicado en The New Yorker, le alejar¨¢ de por vida de las confesiones period¨ªsticas.
Pero estamos en 1956, no hay barbudos en La Habana y Marlon quiere conocer la excitante noche tropical, especialmente su vertiente musical. Busca en la radio m¨²sica afrocubana y solo encuentra cha-cha-ch¨¢: ¡°es bueno para bailar pero no hay mucho ritmo¡±. Marlon aporrea una conga que acaba de adquirir y GCI ratifica que sabe manejar los cueros. Confirma as¨ª historias que contaba Celia Cruz sobre visitas de Marlon, empe?ado en que su marido, Pedro Knight, le ense?ara toques profundos.
Hacia el final, el plumilla cubano y su amigo yuma se encuentran con la actriz y cantante Dorothy Dandridge, entonces actuando en el Sans Souci. Esta le pregunta a Marlon qu¨¦ le ha tra¨ªdo por La Habana. GCI usa su respuesta para cerrar este espl¨¦ndido retrato de Brando con 32 a?os: ¡°Estaba en Miami en asuntos de negocios y de pronto se me ocurri¨® comprar una tumbadora¡±.
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