La marea baja
El tiempo muerto como motor del relato La teor¨ªa de los conjuntos borrosos La vida registrada en un cuaderno
Viernes
Ella acort¨® su viaje, y volvi¨® anoche. Pas¨® varias semanas entre Filadelfia, Princeton y Nueva York. No quiso seguir a Los ?ngeles indignada por el trato en los aeropuertos norteamericanos. ¡°Te tratan como si fueras un prisionero pol¨ªtico¡±, dice. En la escala de Dallas le requisaron la m¨¢quina de fotos y se la devolvieron a las dos horas con varias im¨¢genes borradas. Desde hace a?os le saca fotos a las c¨¢maras filmadoras de seguridad. ¡°No les gusta que uno los retrate a ellos¡±, dice.
Lunes
A medianoche cuando afloja el calor salimos a caminar. Cruzamos la ciudad que va envejeciendo a medida que nos acercamos al r¨ªo por el sur. En esa zona la costanera es bell¨ªsima. Hay parrillas con mesas al aire libre bajo los ¨¢rboles. Pescadores en la escollera, de espaldas a la ciudad, con sus ca?as y sus aparejos. Un parque de diversiones con farolitos de colores y juegos medio arruinados. Este es el mundo de Alrededor de la jaula y En vida, dos de los mejores libros de Haroldo Conti. Las luces lejanas de los barcos que cruzan el r¨ªo son el ¨²nico horizonte de esas historias sin salida.
Habitualmente los narradores m¨¢s l¨ªricos y m¨¢s atentos al paisaje narran el r¨ªo. Se han escrito varias obras maestras en esa l¨ªnea: Zama de Di Benedetto, El limonero real de Saer, Sudeste de Conti, La ribera de Wernicke, Hombre en la orilla de Briante. Buscan la lentitud; tienden a narrar en presente lo que ya sucedi¨®. Algunas novelas de Conrad se mueven en esa direcci¨®n: el tiempo muerto es la motivaci¨®n del relato. En El coraz¨®n de las tinieblas mientras espera que suba la marea del T¨¢mesis, Marlow cuenta la historia. Cuanto m¨¢s profunda es la quietud, m¨¢s intensa es la narraci¨®n. La dispersi¨®n del flujo del tiempo se frena y la bajante, la calma, la creciente que no llega, se convierten en una met¨¢fora del arte de narrar.
Martes
Voy al dentista. Me recomend¨® usar una placa de descanso. Es una l¨ªnea de acr¨ªlico transparente ¡ªy muy firme¡ª que reproduce la parte superior de la dentadura. De ese modo al dormir no seguir¨¦ haciendo rechinar los dientes. El crujir y el casta?eteo eran signos de terror en las historietas y las novelas de aventuras que le¨ªa de chico. A la noche duermo apaciblemente y sue?o que viajo en tranv¨ªa.
Jueves
Viene a casa Fernando Kriss, un amigo de toda la vida, profesor de filosof¨ªa, inactivo, o mejor, desactivado, seg¨²n dice. Trae dos botellas de vino blanco. Compramos comida ¨¢rabe en el restaurant de la esquina y nos sentamos a comer en el patio. Sin entrar en la moda actual donde todos hacen de expertos y dan varias vueltas con la copa en la nariz antes de tomar un poco de vino, empezamos una discusi¨®n delirante sobre la diferencia entre el chardonnay y el chenin. Podr¨ªamos aplicar, dice Fernando en la mitad de la primera botella, a la diferencia entre los vinos la teor¨ªa de los conjuntos borrosos. Es un tipo de l¨®gica que pretende introducir silogismos no-perfectos, es decir, un conocimiento incierto, ambiguo, difuso. El razonamiento est¨¢ basado en experiencias similares pero no id¨¦nticas, imprecisas digamos. Se ha casado cuatro veces. Hace un mes, su ¨²ltima mujer se fue de viaje y volvi¨® a la semana sin que Fernando se hubiera dado cuenta de su ausencia. Llama a esos acontecimientos una experiencia con los conjuntos borrosos. Por ejemplo, dice, los periodistas ocupan hoy el lugar de los intelectuales y los intelectuales se han identificado con los periodistas. T¨ªpico caso de un conjunto borroso. Abrimos la segunda botella de vino. Al aire libre, la noche est¨¢ espl¨¦ndida.
Domingo
Leo en el Diario de Brecht (9-8-1940). ¡°Sobre la concisi¨®n del estilo cl¨¢sico: si en una p¨¢gina omito lo suficiente, estoy reservando para una sola palabra ¡ªpor ejemplo, la palabra noche, en la frase ¡ª el valor equivalente a lo que he dejado afuera en la imaginaci¨®n del lector¡±. Id¨¦ntica a la teor¨ªa del iceberg de Hemingway: solo que en el caso de Brecht se deja afuera lo que el lector conoce y en el caso de Hemingway se deja afuera lo que el lector no conoce.
En Par¨ªs era una fiesta refiri¨¦ndose a uno de sus primeros cuentos, escribe Hemingway: ¡°En una historia muy simple llamada Out of Season (Fuera de temporada) omit¨ª el verdadero final en que el viejo se ahorcaba. Lo omit¨ª bas¨¢ndome en mi teor¨ªa de que se puede omitir cualquier cosa si se sabe qu¨¦ omitir y que la parte omitida refuerza la historia y hace al lector sentir algo m¨¢s de lo que ha comprendido¡±.
El cuento de Walsh ¡®Esa mujer¡¯ pertenece a la primera categor¨ªa. Todos los lectores ¡ªargentinos¡ª saben que la mujer, a la que nunca se nombra, es Eva Per¨®n. En cambio ¡®La siesta del martes¡¯ de Garc¨ªa M¨¢rquez pertenece a la segunda. No se narra la escena central ¡ªcon la mujer que va con su hija al cementerio bajo la mirada acusadora del pueblo¡ª y el lector debe imaginarla. En los dos casos lo que se sustrae define la historia.
Martes
Jorge Mara prepara en Madrid y en Buenos Aires una exposici¨®n de trabajos de Eduardo Stup¨ªa con fragmentos de este diario. Eduardo usa mis notas de pretexto para avanzar en su investigaci¨®n sobre las m¨²ltiples posibilidades de construir una imagen. Discutimos sobre los registros posibles de un diario. Ya sabemos que su ¨²nica condici¨®n es cronol¨®gica y aleatoria. Se trata de registros que solo obedecen a la sucesi¨®n de los d¨ªas. Un diario registra lo que todav¨ªa no es, digo yo. Eduardo se r¨ªe, ¡°demasiado metaf¨ªsico¡±, dice. Jorge abre unas cajas de libros que ha recibido. Entre ellos el segundo tomo de la correspondencia de Beckett y varios libros sobre Lee Krasner. ¡°Parece que el marido tambi¨¦n pintaba¡±, dice Eduardo.
Mi¨¦rcoles
La vecina rusa. Ahora al recordar aquellos meses, pienso que si pude mantenerme relativamente cuerdo fue gracias a Nina Andropova, mi vecina rusa. Ten¨ªa una edad incierta entre los ochenta y los noventa a?os, un periodo en el que algunas mujeres florecen otra vez antes de extinguirse gloriosas. Delgada y menuda, de ojos acerados y pelo de un blanco luminoso, exhib¨ªa tal vivacidad y tal gracia que, antes que una anciana real, parec¨ªa una actriz que estuviera representando el papel de una distinguida dama entrada en a?os.
Viernes
En octubre de 1921 Kafka entreg¨® sus cuadernos a Milena. (¡°?Has encontrado en el Diario algo decisivo contra m¨ª?¡±). Lo mismo hace Tolst¨®i con Sof¨ªa su futura mujer (y ella nunca se lo perdona) y tambi¨¦n Nabokov con Vera. En distintos momentos Pavese piensa en esa posibilidad (¡°lo escribo para que ella lo lea¡±). En mi caso quienes han vivido conmigo no solo leen estos cuadernos sino que adem¨¢s escriben en ellos. A veces hay precisiones sobre el contenido (En realidad pasamos la noche en el tren) y otras sobre la forma (?Qu¨¦ sintaxis espantosa!). Nunca escondo estos cuadernos porque no hay nada que esconder. Y quien los interviene solo quiere hacer saber que los ha le¨ªdo.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.