El blues de la mudanza
Otra vez de mudanzas. Los profanos tienden a maravillarse ante los coleccionistas de discos, creyendo que chapoteamos en un Ed¨¦n de placeres inagotables. En realidad, nada que envidiar: una colecci¨®n de soportes f¨ªsicos te hipoteca la vida. Imaginen un pulso entre el monstruo que crece imparable y la necesidad de mantener un lebensraum. Una lucha perdida que te obliga a dividir la colecci¨®n y, s¨ª, a mudarte cada equis a?os.
Cuando aterric¨¦ en Madrid, consegu¨ª una vivienda del siglo XIX que luc¨ªa inmensa, donde hasta se rodaron videos (Autosuficiencia, de Par¨¢lisis Permanente). Pasado un lustro, caramba, ya no quedaba espacio ni para moverse. Se impuso trasladar todo el acopio (entonces, puro vinilo, mucha casete y algo de pizarra) a otro piso menor. Un espacio razonable, aunque se achic¨® cuando se clavaron estanter¨ªas en todas las paredes posibles, incluyendo altillos.
?No obstante, la bestia sigui¨® expandi¨¦ndose. Se supon¨ªa que el CD pesaba (y ocupaba) menos pero planteaba enojosos inconvenientes para su almacenamiento. Inevitablemente, los disquitos plateados expulsaron a toneladas de libros y revistas musicales, que terminaron en un s¨®tano.
?El pasado a?o, una vecina del piso-almac¨¦n dio la alarma. A 250 gramos por elep¨¦, las estanter¨ªas repletas estaban provocando grietas en el piso de abajo. El arquitecto aseguraba que estas casas centenarias aguantan todo pero nadie desea arriesgarse. Fue un buen momento para meditar sobre lo absurdo de este af¨¢n.
?Urg¨ªa acondicionar el desaprovechado s¨®tano, para evitar posibles inundaciones y aumentar la seguridad. Meses de obras frustrantes, nunca acabadas, siempre con detalles imperfectos. Hasta que hubo que desistir y dejarlo m¨¢s o menos aceptable. Urg¨ªa el traslado.
?Y en esas estamos. El desplazamiento de discos es asunto delicado. Requiere introducir elep¨¦s y singles en cajas adecuadas, cuidadosamente numeradas (ninguna colecci¨®n est¨¢ perfectamente ordenada pero conviene conservar la distribuci¨®n original). A continuaci¨®n, desmontar las estanter¨ªas, que han demostrado su solidez durante d¨¦cadas; los presupuestos para fabricar nuevas son vertiginosos.
?Mucho sufrimiento el introducir esos muebles por la diminuta puerta del s¨®tano, que fue necesario desmontar. Una vez reconstruidos, se invierte el proceso: vaciar las cajas y colocar los discos en sus anteriores huecos. Compruebo que los encargados de las mudanzas parecen habituados a toda la gama de humanas excentricidades y aceptan las particularidades del presente cliente. No es peque?a cosa: en los ochenta, deb¨ª soportar a un portero con alma de delator que me denunci¨® ante la Polic¨ªa Municipal, asegurando que ten¨ªa una tienda clandestina.
?Y no: el coleccionismo de discos es incompatible con el menudeo. Deshacerse del conjunto tampoco resulta una opci¨®n: el vinilo puede estar de moda pero los que compran al por mayor pagan cantidades ¨ªnfimas. De todas formas, no podr¨ªa renunciar a nada. Fuera de los promocionales, cada disco oculta una historia.
?Me encuentro con docenas de elep¨¦s del rock que se hac¨ªa en la antigua Yugoslavia: me llegaron a trav¨¦s de la valiente productora de TVE que acompa?¨® a Arturo P¨¦rez-Reverte durante el periplo por Bosnia que inspir¨® Territorio comanche. Aparecen vinilos piratas de Siniestro Total, comprados en el Tianguis del Chopo, en M¨¦xico DF, tal vez el mayor mercadillo rockero del mundo. El responsable del pirateo mostraba humor: los publicaba como Discos Chorizo y despistaba con una direcci¨®n de Madrid. Localizo algunos de los centenares de singles que pill¨¦ en Tower Records, cuando la tienda neoyorquina pasaba al CD y liquidaba su stock de 45 rpm a ?un centavo por ejemplar!
?Ahora vendr¨¢ la parte dulce. Comprobar que la clasificaci¨®n conserva los caprichos personales. As¨ª, los elep¨¦s en solitario de Nicky Hopkins est¨¢n junto a los infinitos discos de The Kinks. Un honor: Nicky colabor¨® con todo el mundo, de Beatles a Quicksilver, pero se supone que Ray Davies le dedic¨® el tema Session man. Un hallazgo reciente, Duane Eddy does Dylan, de 1965, se instala en la balda de Bob Dylan, donde convive su discograf¨ªa oficial y pirata con docenas de homenajes a su cancionero. Un manitas probar¨ªa a confeccionar mashups (injertos) de Duane twangueando detr¨¢s de Dylan¡
Al final, patolog¨ªas aparte, una colecci¨®n de discos quiz¨¢s no sea m¨¢s que un intento de rescribir la historia oficial. Y la voluntad de hacerse un autorretrato, siempre incompleto, esencialmente in¨²til. En esas faenas gastamos nuestra existencia. Con gusto, con fatiga.
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