Bilbao
Bajo esta sensaci¨®n creciente de irresponsabilidad, donde nadie asume, ni siquiera los servidores p¨²blicos, la exigencia de hablar y comportarse como lo que son y representan, no est¨¢ de m¨¢s detenerse en un ejemplo positivo. A menudo, alcanzar la relevancia provoca la p¨¦rdida del sentido de la dignidad y de la responsabilidad social que deber¨ªa asumirse al aparecer bajo la luz p¨²blica. Por ello, el gesto de la familia del joven I?igo Cabacas, el aficionado del Athletic muerto por el impacto de una pelota de goma tras el partido europeo del pasado jueves, merece ser reconocido. Han logrado lo m¨¢s dif¨ªcil, que su dolor no produzca ruido. Han rogado, han exigido y han asumido que nadie utilice su drama como altavoz de nada. El silencio presidi¨® los homenajes del domingo en Bilbao, convirti¨¦ndose en la escenificaci¨®n m¨¢s perfecta de la dignidad en una ¨¦poca de gritos, chirridos y sobreactuaciones.
En los mismos d¨ªas, el ministro del Interior coronaba la cima del desprop¨®sito con su planteamiento de reformas legislativas. En previsi¨®n interesada de un periodo de manifestaciones y convulsiones sociales, suenan de un oportunismo represor intolerable. La resistencia pasiva o la convocatoria de movilizaciones son tratadas como un atentado directo al poder. Los sucesos del Parlament catal¨¢n, las cargas contra estudiantes en Valencia, el drama de Bilbao, nos deber¨ªa abrir los ojos y no invitarnos a cerrarlos. La polic¨ªa no puede ser utilizada para gestionar los climas sociales.
El orden p¨²blico no es una amenaza sobre la sociedad, sino precisamente un acuerdo de convivencia. La polic¨ªa no pertenece a nadie m¨¢s que a la ciudadan¨ªa, que la paga y la requiere con raz¨®n, sentido com¨²n y proporci¨®n. No tiene por qu¨¦ convertirse en el enemigo del manifestante, por m¨¢s que la representaci¨®n as¨ª lo aparente, sino en un aliado de sus derechos a la vez que vigilante de sus deberes. La pelota de goma ha sido la representaci¨®n m¨¢s cruel de una deriva insensata, que pretende eludir la responsabilidad de cada uno, tomando el atajo de la amenaza represora. As¨ª, una familia de Bilbao, con el ejercicio de dignidad que seguramente tanto les ha costado, nos ha ense?ado a todos una lecci¨®n. Agradezc¨¢mosla, al menos, ya que no podemos devolverles nada de lo que han perdido.
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