?Qu¨¦ habr¨ªa pensado Garc¨ªa M¨¢rquez de la versi¨®n de Netflix de ¡®Cien a?os de soledad¡¯?
Fue en una ¡®trattoria¡¯ de la Piazza Navona, a principios de abril de 1974, cuando escuch¨¦ por primera vez, pero no la ¨²ltima, a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez oponerse tajantemente a cualquier intento de convertir la novela en una pel¨ªcula
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se encontraba en Roma oficiando de vicepresidente del Segundo Tribunal Russell convocado para denunciar violaciones a los derechos humanos en Am¨¦rica Latina, por lo que la conversaci¨®n de esa noche gir¨® en torno a asuntos pol¨ªticos. Pero hacia el final de la jornada, el ilustre director brasile?o Glauber Rocha lanz¨® una pregunta sobre la posibilidad de que la obra maestra de Gabo tuviera una versi¨®n cinematogr¨¢fica. Los dem¨¢s comensales se volvieron hacia Garc¨ªa M¨¢rquez, expectantes. Estaban, entre otros, Julio Cort¨¢zar, Roberto Matta y Rafael Alberti y su esposa, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, que hab¨ªa jurado en alg¨²n momento de la cena que entrar¨ªa en Madrid en un caballo blanco, totalmente desnuda tan pronto como muriera Franco.
El novelista colombiano sol¨ªa ser muy suave en sus intervenciones, as¨ª que me sorprendi¨® la vehemencia de su respuesta. ¡ª¡°?Nunca!¡±, exclam¨®¡ª. ¡°Sintetizar esa historia de siete generaciones de Buend¨ªa, toda la historia de mi pa¨ªs y de Am¨¦rica Latina, realmente de la humanidad, ?imposible! Solo los gringos tienen los recursos para ese tipo de superproducciones. Ya he recibido ofertas: proponen una epopeya, de dos horas, tres horas de duraci¨®n. ?Y en ingl¨¦s! Imag¨ªnate a Charlton Heston fingiendo que es un macondiano m¨ªtico en una jungla falsa¡±. Y a?adi¨® un definitivo ¡°?Ni muerto!¡±.
Mientras volv¨ªamos al hotel donde nos ten¨ªan alojados, suger¨ª que ¨¦l, guionista cabal, pod¨ªa controlar la producci¨®n, exigir que los personajes hablaran nuestro idioma. Sacudi¨® la cabeza. ¡°Ser¨ªa una aberraci¨®n. Intraducible a otro medio. Es demasiado... literario¡±. Y repiti¨®: ¡°?Ni muerto!¡±.
Y bien, una d¨¦cada despu¨¦s de la irremediable muerte de mi amigo Gabo, Netflix ha comenzado a difundir a un gigantesco p¨²blico internacional los primeros ocho episodios de Cien a?os de soledad. Varias de las objeciones planteadas por su autor en aquella remota trattoria, han sido abordadas: filmada ¨ªntegramente en castellano en diversas zonas de Colombia, con actores principalmente an¨®nimos y aficionados y una fidelidad digna de elogio al texto. La delirante cinematograf¨ªa, el reparto atento, los bell¨ªsimos paisajes, logran algunas escenas imperecederas como si hubieran salido directamente de las entra?as de la salvaje y tierna imaginaci¨®n del autor.
Y, sin embargo, a esta teleserie le falta algo esencial, como deber¨ªa ser evidente para cualquiera que haya le¨ªdo la novela, como yo lo he hecho, reiteradamente, desde que me cautiv¨® en 1967, cuando tuve la suerte de ser, a los 25 a?os de edad, uno de sus lectores inaugurales, gracias a mi trabajo como cr¨ªtico literario en Chile.
Si la novela de Gabo fuera solo una enrevesada trama de fascinantes y ex¨®ticos incidentes, la transferencia de Netflix podr¨ªa calificarse de exitosa. Pero Cien a?os de soledad es, ante todo, una proeza del lenguaje, una obra revolucionaria en cuanto a que cuestiona el modo en que entendemos esto que se llama nuestro mundo habitual. Desde su primera l¨ªnea ic¨®nica conten¨ªa y a¨²n contiene una estrategia singular para transmitir la epopeya de nuestra especie, con tanta potencia que iba a cambiar el curso de la literatura del siglo XX. Es esa perspectiva irremplazable la que Netflix no ha podido capturar.
Basta con centrarse en uno de los episodios m¨¢s maravillosos de la novela. A la remota aldea de Macondo, fundada por los Buend¨ªa y sus amigos como un para¨ªso donde la muerte no tiene dominio, llega la Peste del Insomnio, cuyos estragos anticipan, nos daremos cuenta m¨¢s tarde, el destino apocal¨ªptico y final del pueblo y sus habitantes, despoj¨¢ndolos de recuerdos e individualidad. Entre las muchas descripciones de los s¨ªntomas de la plaga, el narrador desliza esta joya: ¡°En ese estado de alucinada lucidez, no solo ve¨ªan las im¨¢genes de sus propios sue?os, sino que los unos ve¨ªan las im¨¢genes so?adas por otros¡±. La teleserie no hace el menor intento de filmar una visi¨®n tan escueta y fantasmag¨®rica.
En su lugar, nos ofrece una retah¨ªla de hechos espectaculares, que culminan en una noche de incendios ca¨®ticos y violentos, algo que no consta en la novela. Lo mismo ocurre con el modo de presentar el inicio de la epidemia, cuando Rebeca Buend¨ªa muestra signos de haber contra¨ªdo la enfermedad. Un momento discretamente destacado en la novela: ¡°Sus ojos se iluminaron como los de un gato en la oscuridad¡±. La miniserie ha transmutado esos ojos felinos en un aterrador azul lechoso, una imagen que deriva de los efectos especiales de una t¨ªpica pel¨ªcula de terror, como si Rebeca fuese una protagonista de El exorcista. Pero ella no est¨¢ pose¨ªda por demonios; sino por una aflicci¨®n con inmensas dimensiones existenciales que apunta a las ra¨ªces mismas del lenguaje y la memoria y la muerte.
No mencionar¨ªa siquiera lo que podr¨ªa considerarse un asunto trivial si no fuera indicativo de la aproximaci¨®n est¨¦tica que han tenido los productores de la teleserie hacia lo que es misterioso y ¡°m¨¢gico¡± (un t¨¦rmino reductivo y mercantil que me disgusta; pero que me veo forzado a usar). C¨®mo acercarse a lo espectral no es una cuesti¨®n secundaria, ya que uno de los logros m¨¢s emblem¨¢ticos de la novela es la manera que yuxtapone incesante y c¨®modamente lo ordinario y lo sobrenatural, una peste del olvido contada con la normalidad utilizada para relatar a una ni?a que se chupa el dedo. Los Buend¨ªa no se inmutan cuando los fantasmas los visitan, cuando Aureliano tiene presagios del futuro, cuando una solterona moribunda lleva cartas de los habitantes del pueblo a sus parientes fallecidos. Lo extra?o e incre¨ªble para los hombres y mujeres de Macondo son las invenciones de la ciencia que transmutan el mundo material: el hielo, la fotograf¨ªa, las br¨²julas, las intrusiones de la modernidad en un mundo que, hasta entonces, viv¨ªa en un estado de perpetua inocencia infantil.
Gabo tuvo la genial intuici¨®n de adoptar la perspectiva de la comunidad desde la que narra, desde su sistema de creencias, tan reales para ellos como sus propios cuerpos. Se?alar, como lo hace la adaptaci¨®n de Netflix, que algo antinatural y cr¨ªptico est¨¢ en marcha, rasgueando m¨²sica ominosa y relegando la mayor¨ªa de los sucesos paranormales a una atm¨®sfera sombr¨ªa y oscura, crea el efecto opuesto de lo que la novela logra de manera tan asombrosa. La adaptaci¨®n nos convierte en voyeurs de lo exc¨¦ntrico y lo siniestro, reconfortados por tropos familiares, en lugar de desafiarnos, como lo hace el libro, a preguntar: ?qu¨¦ es exactamente la realidad?
Algo similar ocurre con el sexo. Garc¨ªa M¨¢rquez era un entusiasta de lo er¨®tico, una forma alegre y radiante de salir de la soledad y, finalmente, de darse cuenta de cu¨¢n solitaria es nuestra vida, y que incluso ese prodigio moment¨¢neo de cuerpos unidos no puede vencer a la muerte que, cada uno por su cuenta, tendr¨¢ que enfrentar. Nada podr¨ªa estar m¨¢s lejos de ese enfoque literario, enigm¨¢tico e introspectivo, del sexo que la proliferaci¨®n en la pantalla de escenas t¨®rridas de c¨®pula, con gemidos estandarizados, cuerpos agitados y orgasmos tediosos destinados m¨¢s a aumentar los ¨ªndices de audiencia que a acompa?ar a los personajes en su b¨²squeda por enga?ar la extinci¨®n.
Tampoco se puede deducir de la serie de Netflix, que Cien a?os es, bueno, tan... literaria, deudora de Kafka y Borges, de Faulkner y Rabelais, de El Decamer¨®n y de Las mil y una noches, cu¨¢n profundamente es nieta de Cervantes. Ni que signific¨® un asalto desde los m¨¢rgenes del planeta, una subversi¨®n (en tantos sentidos de la palabra) del modo habitual de narrar, forzando a sus lectores a ver el mundo desde quienes han nacido lejos de los centros calcificados del poder. Los espectadores de esta adaptaci¨®n tampoco podr¨ªan colegir que la novela original, a pesar del incesto, los asesinatos, las guerras civiles, las masacres, el imperialismo, que acosan al clan Buend¨ªa y al gran continente colonizado que aleg¨®ricamente representan, es implacablemente c¨®mica. Los personajes de Gabo est¨¢n atrincherados en sus obsesiones y locuras, tambale¨¢ndose, a menudo de manera risible, hacia el andamiaje de s¨ª mismos y de la historia, una visi¨®n ausente en esta solemne versi¨®n cinematogr¨¢fica.
Hace poco, defend¨ª en la New York Review of Books la decisi¨®n de los hijos y herederos de Garc¨ªa M¨¢rquez de publicar, contra su voluntad expresa, su novela p¨®stuma, Nos vemos en agosto. En esta ocasi¨®n soy menos indulgente. ?Encontrar¨ªa su padre mucho que admirar en esta dramatizaci¨®n? Sin duda. Y de ninguna manera es una aberraci¨®n. Gabo estar¨ªa complacido, creo, de la dignidad otorgada a sus amados y falibles Buend¨ªa. Y es cierto que millones de personas adicionales ser¨¢n llevadas a leer este regalo extraordinario que nos sigue llegando desde las zonas problem¨¢ticas y rebeldes de nuestra humanidad.
Tengo que complacerme, entonces, con la esperanza de que la visi¨®n seminal contenida en ese libro no quedar¨¢ atrapada para siempre en la lujosa; pero limitada versi¨®n que ahora impregna las pantallas del globo.
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