Mi padre es un tirano
Las hijas de Stalin, Himmler, Fidel Castro, Franco y Ratko Mladic han vivido historias tr¨¢gicas A sus ojos, sus padres pasaron de h¨¦roes a dictadores y criminales ?Los juzgan? ?Se hereda la culpa?
Oscar Wilde escribi¨®: ¡°De peque?os, los hijos quieren a sus padres; de mayores, los juzgan, rara vez los perdonan¡±. Como todos los aforismos, este admite salvedades y matices; hay hijos que no quieren a sus padres, los hay que nunca los juzgan. Para bien o para mal, la familia nos determina desde el primer d¨ªa que asomamos al mundo nuestra cabecita. Nuestros padres configuran nuestra identidad: nos dan el nombre y los apellidos, que nos se?alan como hijos suyos. En el imaginario colectivo, los hijos pertenecen a los padres, son una extensi¨®n suya. En la Biblia, Dios ordena a Abraham que le sacrifique a su hijo Isaac, y solo una vez ha comprobado que Abraham le obedece, manda a un ¨¢ngel para que impida el sacrificio. Ese es el t¨¦rmino empleado: sacrificio, no ejecuci¨®n, ni asesinato, ni, en terminolog¨ªa jur¨ªdica moderna, parricidio. Abraham al matar a su hijo se sacrifica; ofrece a Dios algo suyo. Ninguna divinidad ha exigido nunca a un hijo que le demuestre su fidelidad sacrific¨¢ndole a su padre. Los padres no pertenecen a los hijos. Quiz¨¢ por ello los descendientes heredan la culpa, y no al rev¨¦s.
?Qu¨¦ sucede cuando las leyes del Estado las dicta tu padre? ?Cuando lo que est¨¢ bien y lo que est¨¢ mal, no solo en el seno familiar, sino en todo el pa¨ªs, lo determina su voluntad o su capricho? Cuando tu padre es lo m¨¢s parecido a una divinidad de carne y hueso que conoces; cuando su efigie adorna los billetes, cuando las calles llevan su nombre¡ Y de pronto llega un d¨ªa en que el mundo que conoces sufre un vuelco y tu padre, que era un h¨¦roe, se convierte en el enemigo p¨²blico n¨²mero uno y los medios de comunicaci¨®n denuncian sus cr¨ªmenes. ?C¨®mo es la vida de la hija de un tirano? ?Se hereda la culpa? ?Juzgan a sus padres? Y si lo hacen, ?los absuelven o los condenan?
La conclusi¨®n a la que he llegado tras analizar las biograf¨ªas de las hijas de cinco tiranos, o dictadores, o genocidas, Svetlana Stalina, Carmen Franco, Alina Fern¨¢ndez (hija de Fidel Castro), Gudrun Himmler y Ana Mladic, es que, como era previsible, no hay una norma o un patr¨®n general: unas buscan sacudirse la pesada carga del apellido paterno cambi¨¢ndoselo y huyendo a otro pa¨ªs; otras, por el contrario, se enorgullecen de su filiaci¨®n y reivindican con fanatismo la figura del padre, cuyos cr¨ªmenes niegan; la quinta y ¨²ltima, Ana Mladic, tiene una reacci¨®n tr¨¢gica e imprevisible. Unas se presentan como v¨ªctimas, otras eligen ser c¨®mplices; de lo que no cabe duda es de que su trayectoria personal, su identidad, lo que hacen o dicen, qui¨¦nes son y c¨®mo las ven los dem¨¢s, viene determinado por su apellido y que ninguna de ellas ha logrado evadirse de la ominosa sombra paterna.
I. Svetlana
Svetlana Alil¨²yeva, nacida Svetlana Stalina, fue la ¨²nica hija de I¨®sif Stalin. Naci¨® en Rusia el 28 de febrero de 1926. Muri¨® en Wisconsin el 22 de noviembre de 2011 bajo el nombre de Lana Peters.
Seg¨²n cont¨® en un libro autobiogr¨¢fico, Veinte cartas a un amigo, tuvo una infancia privilegiada, de princesa comunista: la educ¨® una institutriz y su padre la adoraba. La llamaba ¡°mi peque?o gorri¨®n¡±, le regalaba juguetes fuera del alcance de otros ni?os rusos, sol¨ªa cogerla en brazos, besarla, acariciarla¡ Hay fotos que inmortalizan esos recuerdos; en una de ellas se ve a Svetlana, una ni?a de unos diez a?os, en brazos de un mostachudo Stalin, de uniforme y con gorra de plato. Su madre, Nadya, era m¨¢s distante con ella, menos cari?osa. En noviembre de 1932, los jerifaltes comunistas celebraron un banquete en conmemoraci¨®n del decimoquinto aniversario de la revoluci¨®n. Stalin exigi¨® en p¨²blico a su mujer que bebiera alcohol; Nadya se neg¨®. Su marido insisti¨® hasta que Nadya se levant¨® de la silla, sali¨® corriendo de la sala y regres¨® a su apartamento en el Kremlin, donde se peg¨® un tiro. A la peque?a Svetlana le dijeron que su madre hab¨ªa muerto de apendicitis. Circularon rumores que atribu¨ªan la muerte de Nadya al propio Stalin. Svetlana desmiente esa acusaci¨®n; su madre se suicid¨® y dej¨® una carta dirigida a su marido llena de reproches y acusaciones, no solo personales, sino tambi¨¦n pol¨ªticas.
Los siguientes diez a?os de la vida de Svetlana transcurrieron sin mayores sobresaltos, en un mundo de privilegios y envuelta en el cari?o de su padre, quien no era igual de tierno con sus otros hijos. Svetlana ten¨ªa un medio hermano, Yakov, que intent¨® suicidarse, sin conseguirlo, provocando el comentario de su padre: ¡°Es tan in¨²til que ni matarse sabe¡±. Durante la II Guerra Mundial, Yakov cay¨® prisionero de los alemanes, quienes exigieron a Stalin la entrega de un general alem¨¢n a cambio de su liberaci¨®n. Stalin rechaz¨® el trueque y el ej¨¦rcito alem¨¢n ejecut¨® a su hijo.
Al cumplir Svetlana los 17 a?os, las relaciones con su padre cambiaron. Fue cuando descubri¨® que su madre no hab¨ªa muerto de enfermedad y fue testigo del maltrato de sus dos hermanos por su padre: a uno lo dej¨® morir; al otro, Vassily, lo humill¨® y acos¨® de tal modo que se volvi¨® alcoh¨®lico. Svetlana inici¨® un romance con un joven realizador de cine jud¨ªo. Su padre, antisemita, mont¨® en c¨®lera al enterarse, la abofete¨® y acus¨® al joven de ser un esp¨ªa ingl¨¦s, deport¨¢ndolo a Siberia. Svetlana desafi¨® a su padre cas¨¢ndose a continuaci¨®n con otro hombre jud¨ªo, a quien Stalin nunca quiso conocer y del cual Svetlana se divorci¨® tras dar a luz un ni?o.
Su segundo matrimonio fue de conveniencia: por indicaci¨®n de su padre se cas¨® con el hijo de un alto cargo del partido, con el que tuvo una hija y de quien tambi¨¦n se divorciar¨ªa. Tras la muerte de Stalin en 1953, Svetlana dej¨® de ser una princesa comunista. Jruschov denunci¨® p¨²blicamente los cr¨ªmenes de su padre y ella fue despojada de sus prerrogativas. Su apellido ya no le abr¨ªa todas las puertas, al contrario: era el del d¨¦spota ca¨ªdo en desgracia, al que todos odiaban. Quiz¨¢ por eso, en 1957 adopt¨® de forma legal el apellido de su madre, Alil¨²yeva. En 1963 se enamor¨® de un comunista indio que visitaba Mosc¨², Brajesh Singh. No llegaron a casarse, el Gobierno no se lo permiti¨®, aunque ella siempre se refer¨ªa a ¨¦l como a su marido. Singh muri¨® enfermo en Mosc¨² en 1966 y Svetlana obtuvo permiso para viajar a India con las cenizas de su marido. En ese viaje, la vida de Svetlana dio un giro: para esc¨¢ndalo del Gobierno sovi¨¦tico y regocijo del norteamericano, pidi¨® asilo pol¨ªtico en la Embajada de Estados Unidos en Nueva Delhi. Lleg¨® a Nueva York en abril de 1967 y en una multitudinaria conferencia de prensa tild¨® a su padre de d¨¦spota y de monstruo y afirm¨® que hu¨ªa a Estados Unidos en busca de la libertad de que estaba privada en Rusia, donde imperaba un r¨¦gimen corrupto. Dej¨® en Rusia a sus dos hijos. En Estados Unidos escribi¨® el libro autobiogr¨¢fico que he mencionado, por el que cobr¨® medio mill¨®n de d¨®lares y en el que, reconociendo las atrocidades cometidas por su padre, atenuaba la culpa de este atribuyendo sus desmanes a un trastorno paranoico que se le habr¨ªa declarado tras el suicidio de su mujer y a la influencia de su insidioso jefe de polic¨ªa, el taimado Beria. En 1970 se cas¨® con el arquitecto William Wesley Peters, disc¨ªpulo de Frank Lloyd Wright. Actu¨® como celestina Olgivanna, la viuda de Wright, una mujer que cre¨ªa en el espiritismo y que hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que Svetlana era la reencarnaci¨®n de su propia hija, tambi¨¦n llamada Svetlana, quien muri¨® en un accidente de tr¨¢fico tras su matrimonio con Peters. A Olgivanna se le meti¨® en la cabeza casar al viudo con la reencarnaci¨®n de su hija y lo consigui¨®. Peters fue el padre de Olga, la tercera hija de Svetlana. Ese matrimonio tampoco dur¨®. Svetlana se fue a vivir a Inglaterra con Olga, y en 1984, en otro viraje sorprendente, volvi¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, donde fue recibida como una hija pr¨®diga y donde no se cans¨® de condenar ¡°los sufrimientos y miserias¡± del mundo occidental.
Su regreso coincidi¨®, y no por casualidad, con la rehabilitaci¨®n oficial de la figura de Stalin; Svetlana, que tanto lo hab¨ªa criticado en Am¨¦rica, le dedic¨® todo tipo de elogios e inaugur¨® un museo en su honor. Volvi¨® a ver a su hijo Yosef; su hija Ekaterina no quiso encontrarse con ella. El idilio ruso dur¨® poco; su hijo y ella se pelearon, el Gobierno la trat¨® bien, aunque no tanto como esperaba, y en 1986 regres¨® a Estados Unidos, donde llev¨® una vida solitaria bajo la identidad de Lana Peters. All¨ª muri¨® hace unos meses en una residencia de la tercera edad. ?Era Svetlana Stalin una oportunista que solo dej¨® la URSS tras la muerte de su padre y su ca¨ªda en desgracia? ?Lo habr¨ªa criticado p¨²blicamente en otro caso? Es dif¨ªcil saber.
Lo cierto es que fue una mujer inestable que no encontr¨® el equilibrio ni la paz en ning¨²n sitio y que su vida estuvo marcada de principio a fin por su filiaci¨®n. ¡°La sombra de mi padre me envuelve haga lo que haga o diga lo que diga¡±, se quej¨®. Puede que fuera eso lo que intentara, in¨²tilmente: escapar de la sombra del padre, del peso del apellido, del estigma o la mancha de ser la hija del tirano, de una culpa heredada de la que no consigui¨® librarse.
II. Carmen
Debe de ser muy extra?o criarte en un pa¨ªs en el que las calles principales de todas las poblaciones llevan el nombre de tu padre, su foto preside las oficinas administrativas, los despachos oficiales, las aulas escolares, los hospitales; estatuas suyas a caballo o en pose marcial adornan las plazas, y los sacerdotes ruegan por su salud y su alma en todas las misas. Es como si el pa¨ªs entero fuera parte del patrimonio familiar, y todos sus habitantes, s¨²bditos de tu padre, siervos suyos.
Tu padre hace y deshace a su antojo; ordena construir una carretera o un aeropuerto, nombra y depone a los ministros del Gobierno, sus subalternos, dicta las leyes, cambia la geograf¨ªa: por una decisi¨®n suya, un valle entero queda sumergido bajo un pantano¡ Tu padre es omnipotente: ante ¨¦l tiemblan generales cubiertos de medallas y galones y cardenales purpurados. En las pel¨ªculas del cine, los actores van cambiando, solo hay uno permanente: tu padre, en el No-Do, donde a veces tambi¨¦n sales t¨², acompa?ando a mam¨¢, las dos con los brazos cargados de flores. Te acostumbras desde que tienes raz¨®n a ver a tu pap¨¢ rodeado de cortesanos que le rinden tributo y le lisonjean. Si has de dar cr¨¦dito a tus ojos, es un hombre muy querido. Lo llaman salvador de la patria, Caudillo¡ Y a ti tambi¨¦n te quieren mucho; todo el mundo te hace fiestas, se te consienten todos los caprichos, las ni?as se pelean por ser tus amigas y hay un consenso un¨¢nime sobre lo guapa que eres, lo lista y lo simp¨¢tica. Es como vivir en un pa¨ªs encantado, en un lugar de cuento, y como en los cuentos, tambi¨¦n hay malos: los rojos, esos seres siniestros a los que tu padre derrot¨® en la guerra, y los jud¨ªos y los masones, los cuales est¨¢n constantemente conspirando contra ese h¨¦roe, tu padre, quien con mano firme los persigue y castiga: mata a los malos o los mete en la c¨¢rcel, hace justicia y asegura la paz y la prosperidad de esta gran finca vuestra, donde sois tan amados y que se llama Espa?a.
En su familia la llamaban Nenuca y Carmencita. Fue educada por su madre, porque su padre ten¨ªa ocupaciones m¨¢s importantes. Se cas¨® con el marqu¨¦s de Villaverde y tuvo siete hijos, todos nacidos en el palacio del Pardo. En el a?o 2008 public¨® un libro titulado Franco, mi padre, en el que cuenta que su padre era muy cari?oso y extravertido y que sol¨ªa cantar zarzuela, pero la guerra le cambi¨® el talante ¡°por el sentido de la responsabilidad¡±. Dijo que a su padre no le molestaba que le llamaran dictador porque a ¨¦l no le parec¨ªa que eso fuera algo malo, lo cual es coherente con su forma de pensar: a Franco lo que le parec¨ªa mal era la democracia.
Seg¨²n carmen franco, su padre hizo mucho bien: elev¨® el nivel de vida de Espa?a y cre¨® la clase media, ¡°que ahora existe y antes de ¨¦l no exist¨ªa¡±. El progreso del pa¨ªs, para su hija, fue m¨¦rito de su padre y no de sus habitantes. Sobre la represi¨®n pol¨ªtica bajo la dictadura de su padre, aclara que ¡°no se hablaba de eso en casa¡±, y en cuanto a la pena de muerte, su padre era partidario de la ley del Tali¨®n. Tambi¨¦n era muy mon¨¢rquico, dice, y confiaba en que el rey Juan Carlos seguir¨ªa fiel a los principios del r¨¦gimen, dando a entender que los franquistas, y entre ellos la hija de Franco, se han sentido traicionados.
Nuestra transici¨®n fue incruenta, por fortuna, pero hubo que pagar un precio por ello. No hubo condena oficial del r¨¦gimen franquista, ni de las atrocidades y excesos del dictador; una ley de amnist¨ªa impide pedir cuentas por los cr¨ªmenes de la Guerra Civil. La familia de Franco no fue empujada al exilio, ni despose¨ªda del enorme patrimonio que el dictador acumul¨® durante sus a?os de gobierno; siguieron veraneando en el pazo de Meir¨¢s y a Carmen Franco se le otorg¨® el t¨ªtulo de duquesa de Franco con grandeza de Espa?a y vive muy tranquila, salvo por alg¨²n percance, como cuando la detuvo la polic¨ªa en el aeropuerto de Barajas, cargada de joyas, con destino a Suiza. Dudo que Carmen Franco sienta compunci¨®n o verg¨¹enza alguna por lo que hizo su padre; supongo que ella considera que era un mal necesario y que, fuera como fuere, hab¨ªa que poner coto a los rojos. Por tanto, sospecho que, a diferencia de Svetlana Stalina, no se siente abrumada por el peso de la culpa de su padre, porque para ella este no era culpable de nada.
III. Alina
Alina Fern¨¢ndez es la ¨²nica hija de Fidel Castro, que adem¨¢s tiene siete hijos varones. Su madre, Natalia Revuelta, pertenec¨ªa a la alta burgues¨ªa cubana de la ¨¦poca de Batista. Nati Revuelta era una mujer muy guapa y bastante osada, que entreg¨® al rebelde Fidel Castro la llave de un apartamento suyo en La Habana para que este pudiera organizar desde all¨ª sus actividades clandestinas. Nati y Fidel se hicieron amantes. En 1953, Castro fue detenido y acab¨® en prisi¨®n, pero sigui¨® comunic¨¢ndose con Nati en secreto.
Un d¨ªa envi¨® por error a su mujer, Myrta D¨ªaz-Balart, una carta dirigida a su amante. El adulterio se descubri¨®; Myrta D¨ªaz-Balart pidi¨® el divorci¨® y abandon¨® Cuba. En 1959, cuando la revoluci¨®n triunf¨®, fue el doctor Fern¨¢ndez, el marido de Nati, quien huy¨® de Cuba con su hija mayor. En La Habana se quedaron Nati y Alina, la hija ileg¨ªtima y no reconocida de Fidel Castro. Seg¨²n Alina, aunque Fidel sigui¨® visitando regularmente a su madre en los primeros a?os de la revoluci¨®n, nunca ofreci¨® casarse con Nati, ni reconoci¨® a su hija como tal; para Alina, Fidel Castro era un amigo muy simp¨¢tico de su madre que le hac¨ªa regalos.
A los diez a?os se enter¨® de que Fidel Castro era su verdadero padre. En su libro autobiogr¨¢fico La hija de Castro: Memorias del exilio de Cuba, escribi¨® que reaccion¨® pidiendo a su madre que llamara a Fidel Castro. ¡°Dile que venga ahora mismo. ?Tengo tantas cosas que decirle!¡±, y Nati le contest¨® que no pod¨ªa hacerlo porque no sab¨ªa c¨®mo localizarlo. Sea verdad o mentira, esta es la historia que cuenta Alina. Escribe en su relato que su padre acab¨® por reconocerla y le ofreci¨® su apellido, pero ella no lo?acept¨®, la oferta lleg¨® demasiado tarde. Sus detractores sostienen que durante su adolescencia y juventud, Alina goz¨® de los privilegios propios de los hijos de los altos cargos del partido comunista: ten¨ªa coche, ch¨®fer, fue aceptada en el equipo de nataci¨®n sincronizada y en la escuela de ballet sin ning¨²n requisito previo, le bastaba con pedir un trabajo para conseguirlo¡
Ella afirma que su vida no fue f¨¢cil; solo una vez visit¨® en su casa a Fidel Castro, sus contactos con ¨¦l eran espor¨¢dicos y viv¨ªa como cualquier otro cubano ¡°en un pa¨ªs sin comida, ni electricidad, ni libertad de opini¨®n o movimientos¡±. Ser hija de Fidel, protesta, supon¨ªa vivir bajo vigilancia permanente. ¡°No puedo poner una pata en la calle sin que me hagan un informito. Si voy a un cabaret, intimidan a la gente que me invita. No puedo entrar dos veces a una embajada, est¨¢ prohibido que me monte en un avi¨®n. No encuentro trabajo si alguien no lo autoriza. Si me ves con una amiga, se convierte en tu amante. Soy una isla dentro de esta dichosa isla. ¡®?Quieres que acabe por pegarme un tiro?¡±, le pregunt¨® una desesperada Alina al ministro del Interior cuando intentaba conseguir la autorizaci¨®n de Fidel para casarse, seg¨²n recoge su autobiograf¨ªa. Lo cierto es que pese a su car¨¢cter rebelde, su apoyo a la disidencia y sus cr¨ªticas constantes al Gobierno de su padre, no fue perseguida ni encarcelada: es obvio que s¨ª ten¨ªa privilegios, por lo menos este. Su padre quer¨ªa que estudiara Qu¨ªmicas; ella emprendi¨®, y no termin¨®, estudios de medicina, fue modelo, editora y prostituta (¡°jinetera¡±), o eso afirma, para poder dar de comer a su hija. ¡°Ser hija de Fidel Castro no es f¨¢cil, ni en Cuba ni fuera¡±, se lamenta. ¡°Cuando la gente me ve, se acuerda de su verdugo. Cuando me encuentro con sus v¨ªctimas, no puedo evitar angustiarme, sentir culpa¡±.
Se cas¨® con un mexicano y pidi¨® permiso para viajar a M¨¦xico; le fue denegado. En 1993, haci¨¦ndose pasar por una turista espa?ola, con un pasaporte falso y una peluca, escap¨® de Cuba y se instal¨® en Miami, sede del exilio cubano. Como Svetlana Stalin, huy¨® sola, dejando atr¨¢s una hija, Mumin, aunque poco despu¨¦s Castro permiti¨® que saliera del pa¨ªs para reunirse con su madre.
Alina Fern¨¢ndez ha dedicado su vida en el exilio a criticar a su padre y su r¨¦gimen pol¨ªtico. Dice de Fidel que en un principio fue un revolucionario, empe?ado en lograr la justicia social, pero que cuando accedi¨® al poder y empez¨® a fusilar gente, el revolucionario se torn¨® en d¨¦spota. Ella se presenta como otra v¨ªctima m¨¢s de Fidel Castro. Puede que influya en su reacci¨®n el ser hija ileg¨ªtima y no querida, tal vez haya un fondo de resentimiento en su postura. Al igual que Svetlana Stalin, tiene un car¨¢cter inestable, con bruscos cambios de humor. Ha tenido problemas de anorexia, dicen de ella que es imprevisible y caprichosa. Niega haber sido nunca una hija de pap¨¢ y se considera una disidente como cualquier otra. ¡°Nuestros padres son un accidente gen¨¦tico, no los escogimos¡±, alega, y lleva raz¨®n, pero es y ser¨¢ hasta que muera la hija de Fidel, el h¨¦roe para algunos, el tirano para otros; como Svetlana Stalina, haga lo que haga, diga lo que diga, no podr¨¢ escapar de su sombra.
IV. Gudrun
La culpa heredada puede ser colectiva. En la Alemania de la posguerra, una generaci¨®n de ni?os creci¨® sabiendo que sus padres hab¨ªan sido nazis. Para escribir su libro Nacido culpable, Peter Sichrovsky entrevist¨® a 40 descendientes de nazis. La mayor¨ªa de ellos confesaron que una cosa es condenar los asesinatos, las torturas, las vejaciones cometidas por los nazis, y otra, enterarte de que tu padre fue uno de ellos. En muchos casos lo descubrieron tarde y a trav¨¦s de terceras personas, en sus familias hab¨ªa un pacto de silencio.
Las reacciones de los hijos de los nazis oscilaban del odio y el rechazo a la verg¨¹enza callada, la distancia, el disgusto o la lealtad. Ninguno hablaba de amor al referirse a su padre. Peter Sichrovsky estaba empe?ado en que esos hijos se atrevieran a preguntar a sus padres: ¡°?por qu¨¦ lo hiciste?¡±, y esa, quiz¨¢, es la pregunta que no quer¨ªan o no pod¨ªan hacer, por temor a la respuesta: ¡°Porque para m¨ª estaba bien, no me arrepiento de nada; lo volver¨ªa a hacer¡±.
No me arrepiento de nada es precisamente el t¨ªtulo de una biograf¨ªa de Rudolph Hess publicada por su hijo, Wolf-R¨¹diger Hess, negador del Holocausto y quien sostiene que su padre no muri¨® de forma natural en la c¨¢rcel, sino que fue asesinado. Niklas Frank, uno de los dos hijos de Hans Frank, el gobernador nazi de Polonia, cont¨® a la revista alemana Stern que el d¨ªa que ahorcaron a su padre tras el juicio de N¨²remberg se masturb¨® sobre una foto de aquel hombre a quien calificaba de cobarde, corrupto, ansioso de poder, cruel y asesino, ¡°el hombre que hizo posible Auschwitz¡±.
Niklas Frank dedic¨® gran parte de su vida a publicar libros y art¨ªculos contra su padre. Su hermano Norman declar¨® en 1959 que su progenitor era culpable sin paliativos. ¡°Cometi¨® cr¨ªmenes terribles y pag¨® por ello con su vida¡±. Norman no ha querido tener hijos propios para no propagar la simiente maldita, para extinguir ese apellido infame.
Martin Bormann, el hijo del lugarteniente de Hitler, se aplic¨® a la misi¨®n de investigar la vida de su padre, con un objetivo: averiguar si aquel ten¨ªa conocimiento del Holocausto y los cr¨ªmenes perpetrados por el r¨¦gimen al que sirvi¨® o si era inocente. Lleg¨® a la conclusi¨®n de que su padre lo sab¨ªa todo; su firma estaba al pie de demasiados documentos y ¨®rdenes importantes. Sin embargo, lleva siempre en su bolsillo una vieja postal que su padre le mand¨® en 1943 en la que le llamaba ¡°hijo de mi coraz¨®n¡±. Se disculpa diciendo: ¡°Entienda usted que esa es la imagen que yo tengo como hijo y no me la pueden quitar¡±.
Dentro de la jerarqu¨ªa de los criminales nazis, tras Hitler, quiz¨¢ el que m¨¢s horror o espanto provoca es Heinrich Himmler, el jefe de las temibles SS, quien dirigi¨®, como ministro del Interior, a la polic¨ªa secreta de la Gestapo y fue el impulsor, organizador y responsable del programa de exterminio de los jud¨ªos, a los que odiaba. Himmler se enorgullec¨ªa de sus SS, en sus palabras ¡°una Organizaci¨®n Nacional Socialista integrada por hombres escogidos por sus caracter¨ªsticas n¨®rdicas y unidos por un juramento de sangre¡ Con el coraje de ser impopulares¡ Con el valor de ser duros e insensibles¡¡±. En esa alocuci¨®n de octubre de 1943, Himmler explic¨® a sus generales de las SS que ¡°el pueblo jud¨ªo est¨¢ siendo exterminado¡ Muchos de vosotros sabr¨¦is lo que es contemplar una monta?a de 100, 500 o 1.000 cad¨¢veres¡ Esta es una p¨¢gina gloriosa de nuestra historia¡±.
Los jud¨ªos, seg¨²n himmler, aunque f¨ªsica y biol¨®gicamente id¨¦nticos a los dem¨¢s seres humanos, eran mental y espiritualmente inferiores, menos que animales: subhumanos. Himmler era un fan¨¢tico, un tipo gris, fr¨ªo, met¨®dico, tremendamente eficaz, obsesionado con medrar y complacer al F¨¹hrer, pero era tambi¨¦n un padre cari?oso que idolatraba a su ¨²nica hija, Gudrun, una ni?a rubia de aspecto angelical a quien llamaba Puppi (mu?eca). En una fotograf¨ªa muy difundida se ve a Heinrich Himmler ataviado con el uniforme negro de las SS, en la manga izquierda un brazalete con la esv¨¢stica, sosteniendo en sus rodillas a la peque?a Gudrun, y hay un gran contraste entre ese hombre de perfil ratonil, con nariz afilada, gafas redondas, bigotito fascista, mejillas fofas y barbilla huidiza y esa ni?a guapa, de trenzas rubias, piel transparente y rasgos delicados, la perfecta aria. Gudrun adoraba a su padre; sol¨ªa entretenerse recortando las fotos de Himmler que aparec¨ªan en la prensa y peg¨¢ndolas en un ¨¢lbum.
Al final de la guerra, Himmler fue capturado por los ingleses y se suicid¨® antes de ser juzgado, como su venerado Hitler. Gudrun y su madre fueron detenidas en Italia por los americanos, quienes las recluyeron en un campo de prisioneros, donde Gudrun dio muestras de su obstinaci¨®n y su car¨¢cter. En el libro My Father¡¯s Keeper (en espa?ol, T¨² llevas mi nombre), de Stephan y Norbert Lebert, sobre las vidas de seis hijos de gerifaltes nazis, se recoge una an¨¦cdota muy ilustrativa: a Gudrun no le gustaba el rancho que les daban los americanos e inici¨® una huelga de hambre. Se puso enferma, perdi¨® peso de forma alarmante, pero consigui¨® su prop¨®sito: al cabo de unas semanas, ella y su madre fueron las ¨²nicas prisioneras que ten¨ªan el privilegio de comer lo mismo que los oficiales norteamericanos. Gudrun y su madre pasaron dos a?os en sucesivos campos de concentraci¨®n; las llevaron a N¨²remberg, en calidad de testigos. A Gudrun le preguntaron si alguna vez hab¨ªa ido a un campo de concentraci¨®n.
¨CUna vez fui a Dachau ¨Crespondi¨®.
?Con tu padre?
¨CS¨ª.
¨C?Y qu¨¦ viste all¨ª?
¨CMi padre me mostr¨® un jard¨ªn plantado con hierbas y me ense?¨® a diferenciar unas de otras ¨Cdijo Gudrun.
¨CYa veo¡ ?Quieres darme a entender que no viste a ning¨²n prisionero?
¨CVi algunos prisioneros¡ ¨Cadmiti¨® Gudrun.
¨C?Y qu¨¦ te explic¨® tu padre sobre ellos?
¨CMe dijo que los que llevaban un tri¨¢ngulo rojo eran presos pol¨ªticos, y los otros, criminales.
No le pudieron sacar nada m¨¢s. Gudrun se enter¨® de la muerte de su padre por casualidad, sus captores se la hab¨ªan ocultado, pero un d¨ªa un periodista americano fue a entrevistar a la mujer de Himmler en su celda y Gudrun aprovech¨® para hacerle aquella pregunta que nadie le respond¨ªa:
¨C?D¨®nde est¨¢ mi padre?
¨CMuerto ¨Crespondi¨® el periodista¨C. Se envenen¨® con cianuro hace alg¨²n tiempo.
Gudrun, que ya hab¨ªa cumplido los quince a?os, sufri¨® un colapso f¨ªsico y mental. Era una chica p¨¢lida, enfermiza, extremadamente delgada, propensa a los desmayos y poco desarrollada; a los diecis¨¦is a?os la tomaban por una ni?a de doce. Siempre ha negado el suicidio de su padre y afirma que fue asesinado. Los americanos no sab¨ªan c¨®mo sacarse de encima a la viuda y la hija del gerifalte nazi. Estas les confesaron que no ten¨ªan familia, ni conocidos, ni nadie a quien acudir. Estaban solas en el mundo y ten¨ªan un apellido maldito. Los americanos les aconsejaron que se lo cambiaran, pero Gudrun se resisti¨®; mantuvo el apellido Himmler, y cuando le preguntaban sobre la ocupaci¨®n de su padre, contestaba: ¡°Era el jefe de las SS¡±.
Tuvo problemas para ser admitida en la escuela y en la universidad y perdi¨® varios trabajos debido a su apellido, pero se neg¨® en redondo a modificarlo; por voluntad propia se convirti¨® en una especie de m¨¢rtir del nazismo. Con el tiempo se cas¨® y pas¨® a llamarse Gudrun Burwitz. Tuvo varios hijos y fue una t¨ªpica madre de familia alemana, con un hobby muy especial: Gudrun Burwitz es el alma de una organizaci¨®n de apoyo a los exmiembros del r¨¦gimen nazi denominada Stille Hilfe (ayuda tranquila), que les presta ayuda financiera, m¨¦dica y legal, tanto en Alemania como en otros pa¨ªses donde buscaron refugio los nazis pr¨®fugos. Stille Hilfe naci¨® en 1951 como una organizaci¨®n humanitaria, promovida por la aristocracia nazi, la Iglesia cat¨®lica y la protestante, que cont¨® con el benepl¨¢cito del papa P¨ªo XII, de un obispo y del sacerdote responsable de C¨¢ritas de Alemania. Dispone de amplios recursos y m¨¢s de un millar de benefactores. Gudrun Burwitz es asidua a los m¨ªtines neonazis y ha consagrado su vida a rehabilitar la figura de su padre y a glorificar su memoria. Es una nazi convencida; para ella, su padre no fue culpable, sino v¨ªctima. Al parecer, tiene mal car¨¢cter, es una mujer ¨¢spera, desabrida y terca que ha hecho de su vida una cruzada: Gudrun Himmler contra el mundo.
V. Ana
Hace seis a?os le¨ª en el peri¨®dico ingl¨¦s The Times una historia que me impresion¨® sobre una joven serbia, de 23 a?os, atractiva, simp¨¢tica y muy estudiosa, que cursaba el ¨²ltimo curso de Medicina en la Universidad de Belgrado, quiz¨¢ para cumplir la vocaci¨®n frustrada de su padre, quien la quer¨ªa con locura. Era una hija modelo y se llamaba Ana; su padre es Ratko Mladic, tambi¨¦n conocido como el Carnicero de Srebrenica, comandante en jefe del Ej¨¦rcito serbobosnio, el Himmler de Karadzic, a quien se imputan, entre otros cr¨ªmenes de guerra, el prolongado asedio de Sarajevo y la matanza de 8.000 musulmanes en Srebrenica, la mayor masacre en suelo europeo desde la II Guerra Mundial.
A principios de marzo de 1994, en plena guerra de Bosnia, Ana fue a Mosc¨² con compa?eros de curso en viaje de fin de carrera. A su regreso era otra: se quejaba de un incesante dolor de cabeza, de no poder concentrarse en el estudio de los ex¨¢menes finales, estaba triste, abatida, apenas hablaba¡ La noche del 24 de marzo de 1994, Ana se dispar¨® un tiro en la sien con la pistola favorita de su padre, quien se hallaba en el frente. Esa pistola ten¨ªa un significado especial en la familia: era la que regalaron sus compa?eros al general cuando se gradu¨® como el mejor cadete de su promoci¨®n en la academia militar de Belgrado. Mladic hab¨ªa dicho que solo la disparar¨ªa para celebrar el nacimiento del primer nieto que llevara su apellido. En la casa hab¨ªa otras dos pistolas. ?Por qu¨¦ eligi¨® aquella Ana? La hija de Mladic no dej¨® ninguna nota que explicara sus motivos. Tras su muerte se dispararon los rumores: se dec¨ªa que Ana hab¨ªa descubierto en Mosc¨² las atrocidades perpetradas por su padre y que esa revelaci¨®n la empuj¨® al suicidio. Mladic sigue sin aceptar que su hija se quitara la vida; sostiene que fue asesinada o que alguien en Mosc¨² le inocul¨® un veneno que le trastorn¨® la mente. ¡°Mi hija nunca se matar¨ªa con esa pistola¡±, afirma. ¡°Sab¨ªa lo que significaba para m¨ª¡±.
Si con su gesto Ana mand¨® a su padre un mensaje cifrado que buscaba hacerle recapacitar, no lo consigui¨®: tras la muerte de su hija, la crueldad de Mladic se desat¨® hasta extremos inconcebibles. Pocos d¨ªas despu¨¦s del entierro emprendi¨® la ofensiva de Gorazde, que bautiz¨® con el nombre de Operaci¨®n Estrella, apelativo cari?oso que daba a su hija. En julio de 1995 invadi¨® Srebrenica; en menos de cuatro d¨ªas, las fuerzas de Mladic ejecutaron a sangre fr¨ªa a 8.000 varones musulmanes de entre 12 y 75 a?os, todos civiles, que se hab¨ªan refugiado en la base militar de la ONU de Potocari. Los cad¨¢veres fueron arrojados a fosas comunes. Diecisiete a?os despu¨¦s, un equipo internacional de forenses contin¨²a trabajando en la apertura de las fosas y en la exhumaci¨®n de los cuerpos para su identificaci¨®n. Ratko Mladic permaneci¨® fugitivo de la justicia durante 15 a?os; era el criminal de guerra m¨¢s buscado de Europa. Poco despu¨¦s de su captura en Serbia, en mayo de 2011, Ratko Mladic pidi¨® al Gobierno serbio que antes de extraditarlo a La Haya le permitieran visitar la tumba de su hija, ¡°o si no, que me traigan su ata¨²d a la c¨¢rcel¡±, dijo. Est¨¢ previsto que ma?ana, 14 de mayo, comience la vista oral de su juicio en La Haya.
El caso de Ana Mladic es excepcional. Las otras hijas de genocidas y tiranos que acabo de mencionar, bien han reaccionado negando los cr¨ªmenes de sus progenitores, bien han procurado librarse de la culpa heredada mediante la huida y una nueva identidad. Ana Mladic se quit¨® la vida cuando su padre era un h¨¦roe para los que le rodeaban, cuando a¨²n no hab¨ªa perdido la guerra ni hab¨ªa ca¨ªdo en desgracia. Ana era una joven nacionalista serbia que cre¨ªa firmemente en la causa del general Mladic y en su visi¨®n maniquea de la contienda: nosotros somos los buenos, y ellos, los musulmanes, los malos; hay que aniquilarlos para que no acaben con el pueblo serbio. Pero algo sucedi¨® en Mosc¨² que resquebraj¨® esa certidumbre. Todo hace pensar que tuvo lugar una lucha entre el amor filial y su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal: se atrevi¨® a dudar, a enfrentarse a la verdad. He empleado tres a?os en investigar la vida de Ana Mladic y el conflicto b¨¦lico de los Balcanes. En mi novela La hija del Este mezclo realidad y ficci¨®n; creo que el lector advertir¨¢ cu¨¢n cercano le resulta el personaje y se dir¨¢, como me dec¨ªa yo en el curso de mi investigaci¨®n: ¡°Podr¨ªa haber sucedido aqu¨ª, podr¨ªamos ser nosotros¡±.
el peso del apellido. I¨®sif Stalin llamaba a su hija Svetlana (con ¨¦l en las im¨¢genes) ¡°mi peque?o gorri¨®n¡±, le regalaba juguetes, sol¨ªa besarla¡ A los 17 a?os descubri¨® que su madre se hab¨ªa suicidado y fue testigo del maltrato a sus hermanos. El resto de su vida fue un continuo deambular tratando de huir de la sombra de su padre. orgullo de raza. En la imagen, Heinrich Himmler (segundo por la izquierda), con otros ditrigentes nazis en Praga.Al lado, Himmler con su hija en 1938. Y abajo, Gudrun y su madre en la 88? Divisi¨®n de la Armada de EE UU en 1945 en Bozen (Italia), pa¨ªs en el que fueron detenidas al acabar la guerra. del amor al suicidio. A la izquierda, Ratko Mladic, El carnicero de Srebrenica, con su mujer y su hija Ana, que se suicid¨® en 1994. Al lado, su tumba en Belgrado. Abajo, el comandante del Ej¨¦rcito serbobosnio entrevistado en el monte Igman (Sarajevo) en agosto de 1993. El padre justiciero. Si todos le adulan, es f¨¢cil ver as¨ª a un padre, haga lo que haga. A la derecha, Franco con su hija Carmen el d¨ªa de su boda en 1950. Abajo, en la comuni¨®n de su nieto Jaime Mart¨ªnez-Bordi¨². En la otra p¨¢gina, la hija de Franco en el Valle de los Ca¨ªdos, en 2005, en el 30? aniversario de la muerte de su padre. de revolucionario a d¨¦spota. De?izquierda a derecha, Alina Fern¨¢ndez con su madre; en una protesta contra el r¨¦gimen castrista, y con su padre, el d¨ªa de su comuni¨®n.
Babelia
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