Meritorio Fandi?o
La firmeza, la gallard¨ªa, la raza y el hambre de este torero no eximen del tremendo sopor vivido
Muy meritoria fue la labor de Iv¨¢n Fandi?o ante el sexto de la tarde. Pero la firmeza, la gallard¨ªa, la raza y el hambre de este torero no eximen del tremendo sopor vivido durante toda la tarde.
?Qu¨¦ dura la vida del aficionado¡! Pagar un buen dinero en los tiempos que corren, sentarte dos horas en una piedra tan dura como lo que es, y aguantar un toro tras otro, grandones, de largos y astifinos pitones, pero llenos de mentiras porque eran borricos sin alma, sin sangre brava, cobardes, acorralados en la puerta de toriles¡ Y el aficionado, cansado del dolor que produce la espera que m¨¢s sabe a desesperaci¨®n que a esperanza, aburrido por tan infumable espect¨¢culo, y pidiendo a gritos en su interior que, por favor, pase cuanto antes este c¨¢liz de sufrimiento.
?Pues no vaya usted¡! Qu¨¦ f¨¢cil es la palabra cuando se carece de sensibilidad. Como si el aficionado, ese que est¨¢ atrapado por este vicio, por esta pasi¨®n, que se ilusiona con el destello del vuelo de un capote, pudiera dejar de ir. Esa es la suerte de los taurinos: que la afici¨®n a los toros es una enfermedad que obnubila, que ciega, que hace so?ar despierto y aun en las tardes aciagas como la de ayer permite aguantar el dolor del pedregal hasta el final por si, por un milagro, surge la luz que espante la oscuridad de la tristeza.
Y ayer ocurri¨®, lo que son las cosas¡ La tarde ya vencida, agotados los cuerpos, y sale el ¨²ltimo toro, perdida ya toda ilusi¨®n, y acude al capote con tan mustio galope como los dem¨¢s. Desmonta al picador, que cae encima del lomo negro y logra refugiarse en las tablas. Acude el animal con cierta alegr¨ªa a los banderilleros, y Jarocho se luce en dos pares de categor¨ªa. Pero nadie conf¨ªa ya. Se parar¨¢ en la primera tanda, como los dem¨¢s; ya ver¨¢s. Pero, no. Fandi?o se plant¨® delante, atornill¨® las zapatillas en la arena, tir¨® de la embestida con toda la fuerza de su pundonor, y el toro obedeci¨®, con fijeza, humillado, en una tanda de derechazos honda y ligada que levant¨® los alica¨ªdos ¨¢nimos del respetable. Mejor fue la segunda, aguantando el torero, estoico, las miradas inciertas de su oponente, y los muletazos brotaron templados, suaves y a la vez apasionados. Baj¨® de tono la labor por la mano izquierda. Dio la impresi¨®n, primero, de que falt¨® mando en la mu?eca de Fandi?o; quiz¨¢, el toro no era el mismo. Volvi¨® a cruzarse Fandi?o de nuevo por el derecho, muy valiente, desafiante, y exprimi¨® lo poco que ya quedaba del ¨²nico toro que sirvi¨® en toda la tarde. Hizo bien la suerte de matar, pero la espada cay¨® baja, asunto menor cuando se trata de reconocer la meritoria labor de quien espant¨® el pegajoso fantasma del aburrimiento. Y le concedieron una oreja, la primera que consigue un matador en lo que va de feria. Ya era hora.
El Montecillo/El Cid, Jim¨¦nez, Fandi?o
Toros de El Montecillo, bien presentados, de vistosa arboladura y astifinos, mansos, muy descastados y sin clase. Destac¨® el sexto.
El Cid: estocada y tres descabellos (silencio); pinchazo, estocada, dos descabellos _aviso_ y el toro se echa (silencio).
C¨¦sar Jim¨¦nez: estocada _aviso_ y un descabello (palmas); tres pinchazos y media (silencio).
Iv¨¢n Fandi?o: dos pinchazos _aviso_ y un descabello (silencio); estocada baja (oreja)
Plaza de las Ventas. 16 de mayo. Corrida de la Asociaci¨®n de la Prensa S¨¦ptima de feria. Tres de entrada. Se guard¨® un minuto de silencio en memoria de Joselito el Gallo. Asisti¨® la Infanta Elena desde una barrera.
Contada la entonada faena del torero de Ordu?a, se acab¨® la presente historia. Los cinco toros restantes de El Montecillos, elefantes o borricos, qu¨¦ m¨¢s da, no ofrecieron opciones a la terna, a la que, por una vez, habr¨ªa que eximir de responsabilidad en el tostonazo.
El propio Fandi?o se aburri¨® ante el rajado tercero, uno de los mansos que busc¨® la salida como un desesperado.
OVACI?N: Roberto Mart¨ªn Jarocho, de la cuadrilla de Fandi?o, coloc¨® dos buenos pares de banderillas al sexto de la tarde
PITOS: El sexto toro no salva una descastad¨ªsima corrida de El Montecillo
El Cid hizo su primer pase¨ªllo en la feria y se le esperaba con la expectaci¨®n propia de una figura de la casa. Su lote fue infumable. Su primero, un aut¨¦ntico cobarde, solo quer¨ªa morir en paz, y El Cid se empe?¨® en molestarlo sin ¨¦xito. El quinto, un monumento a la soser¨ªa.
Y C¨¦sar Jim¨¦nez se gust¨® mucho ante su primero, pero su toreo gust¨® poco al p¨²blico. Se mir¨® mucho en el espejo, pero su labor ante la soser¨ªa del animal fue larga y anodina. Brind¨® a la Infanta Elena el quinto -el ¨²nico brindis de la tarde-, pero el toro, que no se pic¨®, topaba en lugar de embestir.
En fin, que como esto es una vicio, la gente hasta sali¨® contenta. Los aficionados es que no tienen remedio¡ Est¨¢n todos enfermos.
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