Factory, la org¨ªa interminable
Fue m¨¢s que el hogar de un colectivo de creadores Un sue?o de pura vida art¨ªstica auspiciado por Andy Warhol Una org¨ªa en la que particip¨® todo el que aspiraba a formar parte de la historia de la modernidad Este es el retrato que los invitados a la fiesta hicieron de s¨ª mismos.
![Andy Warhol, junto a unos moteros.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZCD4QYR6FI6FRDVCA7ELHNG3NY.jpg?auth=766e73e58f455cb0d6aff5299d96b6bb580a31d1a7cee1edbfd1d123198efb39&width=414)
Sin exagerar se podr¨ªa decir que Andy Warhol es el inventor del estilo de vida de los sesenta. Como el artista serio que es, Warhol sigue la l¨ªnea de todos los que han planteado grandes retos a las convenciones y las hipocres¨ªas de la sociedad. Actor extraordinario, se relaciona con los dem¨¢s precursores de las vanguardias parisienses, gentes como Antonin Artaud o Alfred Jarry, cuyas vidas ten¨ªan algo de teatrales¡±. De esta manera describ¨ªa al artista estadounidense Barbara Rose, una de las cr¨ªticas esenciales a la hora de identificar y hasta de codificar el pop art.
No estaba desencaminada en su percepci¨®n del personaje, ya que Warhol, a ratos artista y a ratos, m¨¢s que actor, director de escena ¨Cde su vida y sobre todo de la de los dem¨¢s¨C, creaba un estilo, una forma de estar en el mundo que no solo dictar¨ªa las tendencias de los sesenta, sino nuestra forma de mirar el futuro. El lugar donde todo ocurr¨ªa, el escenario perfecto en el que se constru¨ªan los personajes a la carta, era la conocida The Factory, lugar m¨ªtico, espacio no solo f¨ªsico sino mental, que a lo largo de los a?os fue cambiando de emplazamiento geogr¨¢fico y, por qu¨¦ no decirlo, de filosof¨ªa. En cada una de las nuevas sedes ¨Chasta tres en diferentes lugares de Nueva York¨C las metas fueron distintas ¨Cy los habitantes y los invitados y las costumbres¨C, a pesar de que en todas ellas gobern¨® un denominador com¨²n: la intuici¨®n brillante de Warhol, su capacidad de mirar el mundo, darle la vuelta y convencer a todos a su alrededor de que ese nuevo mundo era el que val¨ªa la pena perseguir. Warhol era perfecto para dar confianza a los t¨ªmidos, para hacer sentir importantes a los que le rodeaban. Sab¨ªa dejarse fascinar por los extrovertidos, ¨¦l que hablaba poco, y dar a cada uno ¨Cal menos durante un rato¨C lo que andaba buscando. Como alguien ha comentado, la Factory ten¨ªa bastante de confesionario, en el cual Warhol actuaba como sumo sacerdote.
Con bastante de casa familiar, la Factory termina por ser el territorio dom¨¦stico que posibilita el ¡°rodaje¡± de cierta biograf¨ªa a la carta, ese tipo de proyecto que exige una ¨¦poca, la nuestra, consciente de lo endeble de las verdades absolutas. En la Factory, decorado donde se act¨²a hasta cuando la c¨¢mara est¨¢ apagada, se conforma la historia de la modernidad para terminar por ser el sitio donde todo el que quiera pertenecer a dicha modernidad debe pasar. Es la habilidad de Warhol en sus estrategias: hacerse imprescindible.
![Fotomat¨®n de Warhol junto a Gerard Malanga y Philip Fagan en 1965](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/GWZI2Y27WWPNMREE3YV5V7XBSM.jpg?auth=95aa5a204384b9df2878897ae03a9954dc2b77a5ba883c57c3181af1eb412e89&width=414)
Quiz¨¢s por este motivo, Andy, despojado de un yo estable, vive en la Factory ¨Ccomo en el cine¨C su falsa/verdadera vida a trav¨¦s de la vida de los dem¨¢s. All¨ª se travisten los travestidos y se hacen m¨¢s travestidos si cabe para las c¨¢maras. La Factory es el gran escenario de la mascarada que, muchos a?os despu¨¦s de los m¨ªticos sesenta, traviste al propio Warhol para la serie de instant¨¢neas de Makos tiradas en 1981, durante una sesi¨®n en la cual autor y actor acaban por confundirse al infinito en una prodigiosa secuencia de autorretratos que, pese a ser polaroids, mantiene el car¨¢cter de serialidad de algunas de sus fotograf¨ªas de los a?os sesenta. Y en la serialidad la autor¨ªa se diluye, se camufla, como en Hollywood se tambalea, a trav¨¦s de los g¨¦neros y el sistema de estudios, nuestra noci¨®n cultural de ¡°autor/autoridad¡±. Al fin y al cabo, Warhol lo ha aprendido todo de Hollywood. Queda claro en la Factory, donde hay famosos que solo lo son all¨ª, mientras dura el rodaje.
Esa ser¨ªa la vida a partir de entonces en la escena cool neoyorquina, al menos hasta los ochenta del siglo XX. Una escena luminosa en la cual todo se mezclaba y adquir¨ªa una dimensi¨®n de novedad constante que Andy Warhol era capaz de dise?ar a su alrededor. Todo era posible entre la paredes plateadas de la primera Factory, la de la Calle 47 cerca de Lexington Avenue, en el centro de Manhattan, la m¨¢s radical de todas desde cualquier punto de vista. En esa primera Factory, completamente cubierta por Billy Linich con papel plateado a juego con la peluca del artista ¨Cesa plata que, seg¨²n Warhol ten¨ªa un poco de astronauta y un poco de narcisismo¨C, pas¨® mucho de lo m¨¢s interesante en la producci¨®n del artista, desde las cajas de Brillo hasta los retratos de Marilyn que un d¨ªa una visitante dispar¨®.
Pas¨® mucho y pasaron muchos. Duchamp, Nico, Ondine, Gerard Malanga, The Velvet Undergroung o los protagonistas de las pel¨ªculas minimal como Empire (las m¨¢s experimentales) est¨¢n ligados a ese territorio eminentemente gay en el cual corr¨ªan las anfetaminas y el Obetrol ¨Centonces f¨¢ciles de conseguir y hasta pol¨ªticamente correctos y usados por los m¨¦dicos en las dietas de adelgazamiento¨C que daban a los pobladores cierta energ¨ªa infatigable para el trabajo. Tambi¨¦n hab¨ªa drogas duras como la hero¨ªna o el LSD, pero Warhol, en su vida privada conservador salvo en el caso del Obetrol, prefer¨ªa no saber mucho del tema y sus guardaespaldas ocultaban el asunto de su vista.
All¨ª se instal¨® la m¨¢quina de fotomat¨®n y all¨ª se rodaron los screen tests, ambos trabajos firmados por Warhol, a pesar de ser obra de un objetivo sin ojo. Los primeros, fuera de su control por razones obvias, se hallan entre las m¨¢s warholianas de sus propuestas. Definen el hechizo de la reproducci¨®n mec¨¢nica sobre una generaci¨®n entera y recuerdan al confesionario cat¨®lico, como plantea Gary Indiana. Pero poseen, sobre todo, cierto regusto voyeurista, tan t¨ªpico de Warhol. Es la idea de la autor¨ªa quebrada, el sujeto roto, el autor como actor, papeles intercambiables al infinito que nunca se acaban de cerrar, trasvases entre quien mira y es mirado, quien sue?a y es so?ado. Al fin y al cabo ¨Cse advert¨ªa¨C la Factory es un set cinemat¨®grafo, una particular vida paralela, donde se rodaban las pel¨ªculas y se rodaba la vida o, como dijo Emilio de Antonio, se hac¨ªa una pel¨ªcula de una pel¨ªcula y en la cual, desde muy temprano, todos, incluida la buena sociedad neoyorquina, quisieron participar. Era el principio que regir¨ªa la escena de los ochenta en Nueva York cuando en medio del auge de las galer¨ªas del Alphabet City, las Avenidas A, B, C y D ¨Centonces un barrio muy degradado¨C, las se?oras elegantes, con visones hasta los pies, llegaban en sus coches de lujo buscando un poco de acci¨®n sin excesivo peligro, entre hogueras, gentes sin techo y degradaci¨®n urbana. Esa idea de permeabilizaci¨®n social, tan neoyorquina por otro lado, reg¨ªa en la Factory como en la obra de Warhol, donde la alta y baja cultura dibujaban las metas ¨²ltimas igual que los ¡°aut¨¦nticos famosos¡± se mezclaban con los ¡°famosos de cuarto de hora¡±.
Luego las cosas se precipitar¨ªan y las anfetaminas y las pocas horas de sue?o dar¨ªan paso a la calma. Ondine, Billy y el resto de los chicos dowtown eran sustituidos por Morrisey, Fred Hughs y Jed Johnson, quienes dieron a la segunda Factory, la de Union Square West, un car¨¢cter m¨¢s profesional, m¨¢s ordenado, cierta puesta en escena que culminar¨ªa en la Factory de 860 Broadway, en la cual ¨Capoyado en gente como Vincent Fremont y el propio Hughs¨C Andy se convertir¨ªa en un hombre de negocios que captaba clientes para ser retratados en una atm¨®sfera de almuerzos en medio de flores y olores impecables y presidida por una mesa d¨¦co.
El cambio radical, sin duda, se hab¨ªa ido instalando despu¨¦s del atentado de Valerie Solanas, quien ¨Csiempre se comenta¨C desarroll¨® en ¨¦l una prevenci¨®n b¨¢sica sobre las mujeres que le hicieron volver los ojos hacia los travestidos. Entonces su favorita, Candy Cardling, representaba la fascinaci¨®n hacia el despojamiento de la identidad primera que obsesiona a Warhol. Ese juego de papeles intercambiados llega a su cenit con la modelo m¨¢s retratada, la hija m¨¢s querida, la imperfecci¨®n de unas enc¨ªas sangrantes, cuyo arreglo Warhol se niega a pagar por lo que tienen de continuo recordatorio de la imperfecci¨®n irremediable en ese mundo de apariencia perfecta, un poco esas latas Campbell o esas Liz que parecen id¨¦nticas y que, bien miradas, se muestran defectuosas en sus sutiles diferencias. Aunque en la pasi¨®n tampoco nada era del todo nuevo. ¡°Las drags son archivos ambulatorios de la feminidad cinematogr¨¢fica ideal. Cumplen un servicio documental¡±, escrib¨ªa en La filosof¨ªa de Andy Warhol, asistido por Pat Hackett, otro nombre esencial en el Andy Warhol Enterprise.
De hecho, la Factory entendida como proyecto global tiene el papel de lugar de construcci¨®n de significados, capaz de acoger las obsesiones del autor y capaz sobre todo de dise?ar el universo id¨®neo para ser habitado por las criaturas ambulatorias, inventadas, adoradas, imprescindibles para la supervivencia de su propio personaje como Andy lo inventa. Un personaje que define toda una ¨¦poca excitante y creativa, inesperada y brillante, que sigue viviendo como una estela entre nosotros porque Warhol y su Factory no inventaron solo los sesenta sino la modernidad como estado de ¨¢nimo.
La exposici¨®n ¡®De la Factory al mundo. Fotograf¨ªa y la comunidad de Warhol¡¯, organizada por la Fundaci¨®n Banco Santander y PHotoEspa?a, podr¨¢ verse en el teatro Fern¨¢n-G¨®mez de Madrid del 6 de junio al 22 de julio (cat¨¢logo coeditado por la Fundaci¨®n Banco Santander y La F¨¢brica Editorial).
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