La agon¨ªa del rock latino
Desde finales de los ochenta, en Espa?a mir¨¢bamos con admiraci¨®n hacia Am¨¦rica Latina. Seg¨²n el pop espa?ol iba mostrando una creciente cobard¨ªa creativa, nos regode¨¢bamos con la pura vida que transmit¨ªan los grupos y solistas del otro lado del Atl¨¢ntico. Estaba la asombrosa cantera del rock argentino, con una tradici¨®n no interrumpida desde los a?os sesenta. Adem¨¢s, el rock mexicano empezaba a escapar del pu?o de hierro del PRI; tambi¨¦n perd¨ªa fuerza la dictadura militar brasile?a, desafiada simb¨®licamente por el BRock.
??Y ahora? Am¨¦rica Latina todav¨ªa ejerce de vergel sonoro pero ya no sentimos tanta diferencia, excepto en nombres sueltos y, naturalmente, el caso especial de Brasil, gigante autosuficiente. Aparte del lenguaje (y cada vez se canta m¨¢s en ingl¨¦s), uno tiene la sospecha de escuchar propuestas iguales en lo sustancial a las de Londres, Nueva York, Los ?ngeles. No me refiero ¨²nicamente a esa homogeneizaci¨®n mainstream que impone Miami; ocurre algo similar en los m¨¢rgenes. Lo menciona hasta un cr¨ªtico tan angloc¨¦ntrico como Simon Reynolds en su libro Retroman¨ªa, tras una visita a S?o Paulo.
Bienvenidos a la Era Internet. ?ltimamente, los nuevos artistas ya no compiten en la liga local, regional o nacional: se desenvuelven en un estadio global, con reglas de juego definidas por Pitchfork o similares. Si integran alg¨²n movimiento, ¨¦ste es plurinacional. Tal vez tengan mayor ansia de comunicaci¨®n que sus equivalentes espa?oles pero, si eliminas los acentos, ambos contingentes podr¨ªan confundirse: hipsters ingeniosos, nerds graduados en cultura basura, cultivadores del chiste para enterados, ombliguistas y onanistas.
As¨ª que no se nota urgencia por hallar una voz propia. Puede que sea una buena noticia: la normalizaci¨®n. El rock argentino encontr¨® el lenguaje personal debido a su distancia respecto a los centros internacionales, por el agobio de vivir en una sociedad encrespada, por la mitificaci¨®n de sus creadores. Hoy, la opci¨®n musical no es cuesti¨®n de vida o muerte; abunda la vulgaridad. En otras latitudes, ni se puede so?ar con la normalizaci¨®n: de ah¨ª esa insospechada pasi¨®n de los grupos de rock cubano por el heavy metal extremo (¡°lo que m¨¢s moleste, broder¡±).
Atenci¨®n, no estoy sugiriendo que el mestizaje sea paradigma obligado para los m¨²sicos latinoamericanos. Sabemos que puede llegar a convertirse en una peste, con esa saturaci¨®n de grupos que maltratan la salsa, la cumbia o el ska. Recuerden aquella maldad difundida por Molotov: ¡°Si el rock es cultura, el ska es agricultura¡±. Para alguien medianamente inquieto, pueden resultar repelentes esas orquestillas que rebosan simplezas literarias y r¨ªtmicas, aparte de una insufrible demagogia, derivada de unas lecturas r¨¢pidas de Galeano.
Hay hueco para todos, supongo, pero la hegemon¨ªa del mestizaje reduce la fronda de anta?o a un t¨®pico. Cuando el p¨¦ndulo va al otro extremo, como ocurre en los ¨²ltimos tiempos con el indie, cabe sospechar que estamos asistiendo a una impostaci¨®n, por muy cosmopolita e ingeniosa que luzca.
No todas son impresiones deprimentes. Tambi¨¦n llegan noticias reconfortantes, como el continuado gancho de un grupo tan poli¨¦drico como Caf¨¦ Tacuba, que todav¨ªa puede convocar a 150.000 personas en el DF, aunque su ¨²ltimo disco lleve fecha de 2007.
Por el contrario, los nuevos artistas no parecen ansiosos por alcanzar semejante representatividad. Hay un sentimiento de alienaci¨®n, de desenganche con la realidad inmediata. El pop ¡ªpocos hablan de rock¡ª parece un entretenimiento de cachorros de la clase media y alta, sin grandes planteamientos profesionales. M¨¢s bien, el premio parece estar en la agudeza a la hora de traducir tendencias. Eso no deslegitima lo que se hace all¨ª ¡ªen Santiago, La Plata o Monterrey¡ª pero uno lamenta que se haya perdido la ¨¦pica de d¨¦cadas pasadas.
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