Aquellos jinetes libres y salvajes
A falta de recientes pel¨ªculas del Oeste, los libros y la televisi¨®n vuelven a muchas de las mejores sensaciones que regala el cine
En el ¨²ltimo art¨ªculo que escrib¨ª en Babelia les hablaba con alborozo del milagro que supon¨ªa la reposici¨®n en la gran pantalla, su espacio natural e ideal, de una copia en alta definici¨®n de ese western inmarchitable titulado Centauros del desierto, algo ins¨®lito para varias generaciones de cin¨¦filos que solo la hab¨ªan visto en televisi¨®n, en v¨ªdeo o en DVD. Sospecho que van a seguir record¨¢ndola exclusivamente en esos formatos, ya que a los siete d¨ªas se esfum¨® de la cartelera. Imagino que con el permiso de su exhibidor, debido a las excesivas colas que se formaban en su taquilla, a que los viejos y los nuevos espectadores no pueden vivir sin John Ford y certidumbres por el estilo. Las entregas en Babelia se hacen una semana antes de su publicaci¨®n. O sea, que Centauros del desierto desapareci¨® del cine el d¨ªa anterior a mi fervorosa recomendaci¨®n a aquellos espectadores que la desconocieran. Pido disculpas si alguien se acerc¨® al cine Verdi y se sinti¨® estafado al constatar con gesto de pasmo que hab¨ªa desaparecido. Qu¨¦ corta y tr¨¢gica es la resurrecci¨®n de los cl¨¢sicos en los tiempos modernos. Aunque habr¨ªa que plantearse qu¨¦ diablos significa eso del clasicismo. A cada uno lo suyo, a cada uno sus cl¨¢sicos.
Descubro en la lista de las veinte mejores pel¨ªculas de la historia del cine que han votado los lectores de la revista Cineman¨ªa que figuran Origen, El club de la lucha, Forrest Gump, La naranja mec¨¢nica, La comunidad del anillo, El retorno del rey, El imperio contraataca y as¨ª. La tercera es Pulp Fiction, y la segunda, El caballero oscuro (a m¨ª tambi¨¦n me fascina, pero hasta cierto l¨ªmite). La primera, El Padrino, creo que es innegociable, que nos pone de acuerdo a los habitantes del paleol¨ªtico y a los que han descubierto el cine (y no tengo la menor duda de que se han enamorado de ¨¦l con la misma intensidad que lo hicimos nosotros, los dinosaurios) en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. Y tal vez sepan que existi¨® algo llamado blanco y negro, incluso que alguna vez el cine fue mudo y que algunos hombres geniales inventaron, perfeccionaron, hicieron maravillas, expresaron inmejorablemente los sentimientos, hicieron re¨ªr, conmovieron, provocaron miedo con ese lenguaje sin palabras. El problema, en el caso de que tuvieran remoto inter¨¦s en comprobar si el gran cine existi¨® antes de que Peter Jackson entregara la trilog¨ªa del anillo o George Lucas la saga de las galaxias, estriba en que los caminos para llegar a ¨¦l son tortuosos o inexistentes. No lo descubrir¨¢n en la televisi¨®n actual (juro que hubo ¨¦pocas en Televisi¨®n Espa?ola que supusieron una filmoteca impagable) ni en las salas de cine. Pero si gracias a un dificultoso milagro pudieran tener acceso al gran cine de cualquier ¨¦poca, sin obligaciones culturalistas ni disciplinado esp¨ªritu de arque¨®logos, sino ¨²nicamente en nombre del placer, descubrir¨ªan que muchas de las mejores sensaciones que regala el cine, la capacidad de narrar las mejores historias mediante im¨¢genes y sonidos, alcanzaron su plenitud hace muchos a?os, cuando los efectos especiales eran inexistentes o rudimentarios, ni los infinitos inventos que proporcionan los ordenadores m¨¢s sofisticados se antepon¨ªan a un gui¨®n mod¨¦lico.
Hay g¨¦neros, como el western, que ya pertenecen al recuerdo. Como el personaje de William Munny en la obra maestra Sin perd¨®n, despu¨¦s de comprobar que los viejos demonios y la frialdad para matar siguen intactos cuando han linchado a tu socio y te reencuentras con el alcohol volc¨¢nico, recogi¨® a sus ni?os, cerr¨® su granja de cerdos moribundos y nadie volvi¨® a saber de ¨¦l. Las productoras decidieron hace tiempo que las pel¨ªculas del Oeste ya no interesaban a nadie. Y te preguntas, al igual que muchas generaciones de ni?os que encontramos el para¨ªso en las pel¨ªculas de vaqueros, indios, sheriffs, cuatreros, soldados de caballer¨ªa, cabalgadas, peleas y tiros antes de saber que eso eran westerns y que algunos de los grandes directores de la historia, como Ford, Hawks, Walsh, Mann, Hathaway, Peckinpah y Eastwood se expresaran frecuentemente a trav¨¦s de este g¨¦nero, cu¨¢les son las razones para desterrar a perpetuidad ese universo del cine.
A falta de recientes pel¨ªculas del Oeste, constato con gozo que las editoriales de libros no se han olvidado de ¨¦l. Tengo en mis manos, con la seguridad de que ese territorio y esos personajes tan ex¨®ticos y lejanos me interesan mucho m¨¢s que lo cercano en el espacio y en el tiempo, dos textos con t¨ªtulos sabrosos: Al infierno en un caballo veloz y La mano del muerto. Los protagonistas del primero son Billy el Ni?o y Pat Garrett. Tambi¨¦n del segundo, con la particularidad de que despu¨¦s del espl¨¦ndido pr¨®logo de Javier Lucini (este g¨¦nero ha dado obras de arte, y no me refiero exclusivamente a las proezas que nos leg¨® Borges; uno de mis libros de cabecera ser¨ªa el que agrupara todos los pr¨®logos que ha escrito el admirable Rodrigo Fres¨¢n) es el propio Pat Garrett el que cuenta las proezas y los cr¨ªmenes de Billy el Ni?o, de un tipo que alguna vez fue su amigo y al que mat¨® en nombre de las exigencias de los nuevos tiempos. Tambi¨¦n habla (o alguien an¨®nimo lo hizo por ella y firm¨® esa confesi¨®n con su nombre) la siempre tr¨¢gica Calamity Jane y el esclavo emancipado Deadwood Dick, un negro que se pate¨® la frontera en tiempos duros y logr¨® sobrevivir a ella.
Borges conden¨® con inmejorable prosa y s¨®lidos argumentos a Billy el Ni?o a su Historia universal de la infamia. Yo prefiero imagin¨¢rmelo con el careto, la chuler¨ªa y el fatalismo de Kris Kristofferson (no me gusta el muy pasado Paul Newman de El zurdo) en la grandiosa y muy triste pel¨ªcula que le dedic¨® Sam Peckinpah, sabiendo que Garrett se lo va a cargar y que despu¨¦s romper¨¢ el espejo que refleja su desolada imagen, llamando sin ¨¦xito a las puertas del cielo, acompa?ado por la impresionante banda sonora que invent¨® Bob Dylan, se?or que ya sab¨ªa de lo que hablaba, y me remito a ese disco hipn¨®tico y subvalorado que se titula John Wesley Harding.
Curiosamente, el ¨²ltimo western genial que he visto no lo cuenta una pel¨ªcula, sino una serie de televisi¨®n. Dura infinitas e impagables horas, la cre¨® David Milch y se titula Deadwood. A Wild Bill Hickok le asesina un cobarde torvo en el cuarto cap¨ªtulo. Calamity Jane, la persona que m¨¢s le amaba (los dem¨¢s le respetaban y le tem¨ªan), le sobrevive durante un tiempo a base de una borrachera permanente y sombr¨ªa. Pero nos acompa?a hasta el final el fascinante, tenebroso, complejo e inolvidable chuloputas Al Swearengen. Y ese comisario cuyos andares recuerda a los del gran Henry Fonda. Y una exyonqui tan elegante como er¨®tica. Y una galer¨ªa de personajes destinados a permanecer en la retina y en el o¨ªdo. No s¨¦ si Deadwood representa la despedida definitiva del western. Si lamentablemente as¨ª fuera, lo ha hecho a lo grande.
Al infierno en un caballo veloz. Billy el Ni?o y Pat Garrett. La ¨¦pica b¨²squeda de justicia en el viejo Oeste. Mark Lee Gardner. Traducci¨®n de Esther Roig. Pen¨ªnsula, 2012. 352 p¨¢ginas. 23,50 euros. La mano del muerto. El ocaso del salvaje Oeste seg¨²n Pat Garrett, Calamity Jane y Deadwood Dick. Javier Lucini. Antonio Machado Libros, 2012. 344 p¨¢ginas. 17,10 euros.
Babelia
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