Conociendo a ¡°Goya san¡±
Una visita al Museo del Prado ¡®empotrados¡¯ en un grupo de turistas japoneses
Mientras la gu¨ªa les explica la situaci¨®n, 28 rostros japoneses nos miran sin mover un m¨²sculo de la cara. Imposible saber qu¨¦ piensan, si les parece bien, mal o regular, el hecho de que un periodista y un fot¨®grafo espa?oles les acompa?en en su visita al museo del Prado. Acaba la explicaci¨®n. Silencio. Y de pronto una ola de reverencias nos da la bienvenida. Comienza el tour por la pinacoteca nacional.
La gu¨ªa, Mar¨ªa Jos¨¦ Bernardo, de 55 a?os, viste de blanco con un llamativo fular color salm¨®n, para que nunca la pierdan de vista. Habla a trav¨¦s de un micr¨®fono. Los turistas japoneses reciben su fon¨¦tica gutural y ametrallada por un auricular que emerge de una peque?a cajita azul que llevan colgada al cuello. Se adentran en la sala LV. Una breve introducci¨®n al siglo XVI. Aunque lo principal en esta sala, nos gui?a Bernardo en castellano, es dejar claras un par de cosas. ¡°Do not touch¡±, les muestra en un cartel a los japoneses. Y nada de fotos. El respeto ser¨¢ total. Ni uno intentar¨¢ vadear la norma. Nunca lo hacen. Es una caracter¨ªstica de estos turistas, seg¨²n la gu¨ªa. Se mueven muy juntos, caminan a pasitos, apenas hablan, apenas sonr¨ªen. Son muy puntuales. Pisan donde tu pisas y no tocan nada.
Con La anunciaci¨®n de Fra Angelico y el Ad¨¢n y Eva de Durero pasan de puntillas del G¨®tico al Renacimiento. Ascensores. Los japoneses entran de diez en diez. Apretados, pero contentos. Con una c¨¢mara apagada al cuello, un hombre de unos 40 a?os chapurrea un ingl¨¦s desmigajado. Viene de Tokio. Pero en el grupo tienen de todo. Aterrizaron ayer. Hoy les toca el Prado, la Gran V¨ªa y Toledo. Luego se ir¨¢n a C¨®rdoba y Granada. Ser¨¢n diez d¨ªas en Espa?a. El espect¨¢culo flamenco lo ver¨¢n en alg¨²n tablao del sur.
Primera planta, nos adentramos en la nave central abovedada. Un tiziano fugaz. Giramos hacia una sala adyacente y encontramos a El Greco. En la explicaci¨®n de Bernardo, en japon¨¦s, algunas palabras sueltas brillan como luci¨¦rnagas en una cueva oscura. Se entiende algo de ¡°Italia¡± y de ¡°El Escorial¡± y de un ¡°Felipe¡± y de ¡°Toledo¡±. Parece una de aquellas visitas escolares en que uno se despistaba y la profesora preguntaba de pronto: ¡°?De qu¨¦ etapa estamos hablando?¡±. La gu¨ªa acerca el dedo ¨ªndice a la golilla de El caballero de la mano en el pecho. ¡°Son como vuestros guerreros¡±, les dice. Alguno se ajusta el volumen del receptor. Otros se quitan el auricular de la oreja.
Vel¨¢zquez. Hay unas cincuenta personas frente a Las Meninas. Europeos, americanos, asi¨¢ticos. Poco espa?ol. Cuesta ver el perro recostado a los pies de la infanta Margarita. Es domingo. Once de la ma?ana. Los japoneses, de corta estatura, se escurren entre la aglomeraci¨®n, firmes y flexibles, como el tallo de un junco. Con estas visitas fugaces, la gu¨ªa pretende colmar las expectativas sin pasarse. El Greco, Vel¨¢zquez y Goya. Poco m¨¢s. ¡°Al japon¨¦s le gusta que le den las cosas hechas. Buscan un turismo cultural. Viajan en grupo. Hacen muchas preguntas. Les interesa c¨®mo vivimos aqu¨ª: cu¨¢nto nos cuesta la vida; en qu¨¦ trabajamos¡ Antes gastaban mucho dinero en regalitos. Ahora no¡±.
Ante La maja desnuda se percibe un cambio de humor. Sonr¨ªen. ¡°Goya san¡±, repite Mar¨ªa Jos¨¦ Bernardo frente a uno de los hitos de su visita, ¡°Goya san¡±. Luego desfilan por Los fusilamientos del 3 de mayo y La lucha con los mamelucos, y abren mucho los ojos frente a Saturno devorando a un hijo. ¡°Es el primer pintor que se independiza y comienza a pintar porque quiere, porque lo necesita¡±, les ilustra Bernardo, seg¨²n traduce despu¨¦s. Y fin de la visita. Tiempo libre: quince minutos.
Tsuruo y Yukari Hayata, un matrimonio de Yokohama, en los cincuenta, ¨¦l empleado en la industria farmac¨¦utica, ella ama da casa, preguntan por El Bosco. A un palmo de El jard¨ªn de las delicias miran extra?ados la mezcla de frutos, sexo y humanos. ¡°Son s¨ªmbolos¡±, les dice la gu¨ªa. ¡°El tr¨ªptico se cierra y se empieza por fuera. Como si fuera un c¨®mic manga¡±. A la hora en punto, 26 rostros japoneses esperan muy tiesos, sin mover un m¨²sculo. Los Hayata vienen corriendo de la tienda. En el interior de la bolsa llevan un im¨¢n de Las Meninas. Un recuerdo para la nevera.
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