El gladiador en la arena
Hay una creaci¨®n de Gore Vidal que hoy nos parece indestructible: su propio personaje, el intelectual p¨²blico con recursos de boxeador. Era un polemista feroz, bendecido por esa ¨¦tica del trabajo que aprendi¨® como guionista a sueldo de la MGM. De aquellos tiempos dorados ¡ªdos mil y pico d¨®lares semanales, toda una fortuna en los a?os cincuenta¡ª guardaba un respeto reverencial por Hollywood.
Si el enemigo val¨ªa la pena, este hombre de letras derrochaba energ¨ªas: para un perfil de E. Howard Hunt, agente de la CIA implicado en el caso Watergate, Vidal se ley¨® cuidadosamente las abundantes novelas que el esp¨ªa hab¨ªa publicado; el retrato resultante resultaba devastador. Disparaba su artiller¨ªa con igual conocimiento de causa contra las teor¨ªas del nouveau roman franc¨¦s.
Incisivo como cr¨ªtico literario, Vidal perfeccion¨® una variedad del ensayo que extra¨ªa el comentario pol¨ªtico y social de su propia trayectoria biogr¨¢fica. Conectado familiarmente con el Pent¨¢gono y el Senado, sab¨ªa donde estaban enterrados los cad¨¢veres. En 1967, contratado por la cadena ABC, comentaba las convenciones de dem¨®cratas y republicanos desde una perspectiva liberal, mientras William F. Buckley ofrec¨ªa su visi¨®n de cat¨®lico ultraconservador. Hasta que su antipat¨ªa mutua estall¨® ante las c¨¢maras: definido como ¡°cripto-nazi¡± por Vidal, Buckley le llam¨® ¡°maric¨®n¡± y ¡°porn¨®grafo¡±. El choque se prolong¨® en art¨ªculos y deriv¨® en demandas de libelo de Buckley contra Gore y la revista Esquire. Pero Vidal hab¨ªa documentado el antisemitismo de los Buckley, por un incidente de 1944 en el que profanaron una iglesia de Connecticut.
Incisivo como cr¨ªtico literario, Vidal perfeccion¨® una variedad del ensayo que extra¨ªa el comentario pol¨ªtico y social de su propia trayectoria biogr¨¢fica
Aunque Gore rechazaba los cajones de ¡°homosexual¡± y ¡°heterosexual¡± (argumentaba que eran definiciones t¨¦cnicas para actos que bien pod¨ªan ser protagonizados por la misma persona), ten¨ªa memoria de paquidermo para la homofobia institucionalizada. Pose¨ªa suficientes ma?as para pelear duro, pero entend¨ªa la indefensi¨®n de amigos como el dramaturgo Tennessee Williams, alias El P¨¢jaro, condenado al ostracismo por publicaciones como Time. Educado en los modos sure?os de Washington, Vidal sab¨ªa lo que era correcto: ri?¨® al P¨¢jaro cuando este le susurr¨® sus deseos libidinosos por John F. Kennedy, entonces todav¨ªa un senador.
Nadie estaba libre del veneno de su pluma. Como sus dos competidores, Mailer y Capote, era un escritor medi¨¢tico pero sab¨ªa modular su mensaje: los argumentos deb¨ªan ser ¡°seductores y originales¡±; en general, reservaba para sus escritos las predicciones m¨¢s apocal¨ªpticas sobre el destino de su pa¨ªs.
Para ser un producto del establishment, Vidal manifestaba un rencor profundo por instituciones como el New York Times o los departamentos de Literatura universitarios; no perdon¨® que Vladimir Nabokov se hubiera dedicado a la ense?anza. Le perd¨ªa su sentido patrimonial de la historia estadounidense: recibi¨® agriamente la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, aparentemente por el pecado de no pertenecer a ninguna dinast¨ªa que ¨¦l pudiera reconocer.
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