¡°Fue una diosa, pero una diosa marginal¡±
Pedro Almod¨®var publica en el Facebook de su productora un texto de recuerdo a su amiga
Pedro Almod¨®var ha usado el perfil de Facebook de El Deseo, su productora, para publicar un texto en memoria de su amiga mexicana. El director fue quiz¨¢s el principal responsable del ¨¦xito de Chavela en los ¨²ltimos 20 a?os al incluir la canci¨®n Piensa en m¨ª? en su pel¨ªcula Tacones lejanos (1991), en versi¨®n de Luz Casal.
A continuaci¨®n reproducimos en su totalidad el escrito del manchego, titulado, Adi¨®s, volc¨¢n.
Adi¨®s volc¨¢n
Durante veinte a?os la busqu¨¦ en sus escenarios habituales y desde que la encontr¨¦ en el diminuto backstage de la madrile?a Sala Caracol llevo otros veinte a?os despidi¨¦ndome de ella, hasta esta largu¨ªsima despedida, bajo el sol abrasivo del agosto madrile?o.
Chavela Vargas hizo del abandono y la desolaci¨®n una catedral en la que cab¨ªamos todos y de la que se sal¨ªa reconciliado con los propios errores, y dispuesto a seguir cometi¨¦ndolos, a intentarlo de nuevo.
El gran escritor Carlos Monsiv¨¢is dijo ¡°Chavela Vargas ha sabido expresar la desolaci¨®n de las rancheras con la radical desnudez del blues¡±. Seg¨²n el mismo escritor, al prescindir del mariachi Chavela elimin¨® el car¨¢cter festivo de las rancheras, mostrando en toda su desnudez el dolor y la derrota de sus letras. En el caso de Piensa en m¨ª, (eso lo digo yo) una especie de danz¨®n de Agust¨ªn Lara, Chavela cambi¨® hasta tal punto el comp¨¢s original que de una canci¨®n pizpireta y bailable se convirti¨® en un fado o una nana dolorida.
Ning¨²n ser vivo cant¨® con el debido desgarro al genial Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez como lo hizo Chavela. ¡°Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira. Les dir¨¦ que llegu¨¦ de un mundo raro, que no s¨¦ del dolor, que triunf¨¦ en el amor y que nunca (YO NUNCA, cantaba ella) he llorado¡±. Chavela cre¨® con el ¨¦nfasis de los finales de sus canciones un nuevo g¨¦nero que deber¨ªa llevar su nombre. Las canciones de Jos¨¦ Alfredo nacen en los m¨¢rgenes de la sociedad y hablan de derrotas y abandonos, Chavela a?ad¨ªa una amargura ir¨®nica que se sobrepon¨ªa a la hipocres¨ªa del mundo que le hab¨ªa tocado vivir y al que le cant¨® siempre desafiante. Se regodeaba en los finales, convert¨ªa el lamento en himno, te escup¨ªa el final a la cara. Como espectador era una experiencia que me desbordaba, uno no est¨¢ acostrumbrado a que te pongan un espejo tan cerca de los ojos, el desgarro con tir¨®n final, literalmente me desgarraba. No exagero. Supongo que habr¨¢ alguien por ah¨ª que le pasara lo mismo que a m¨ª.
En su segunda vida, cuando ya ten¨ªa m¨¢s de setenta a?os, el tiempo y Chavela caminaron de la mano, en Espa?a encontr¨® una complicidad que M¨¦jico le neg¨®. Y en el seno de esta complicidad Chavela alcanz¨® una plenitud serena, sus canciones ganaron en dulzura, y desarroll¨® todo el amor que tambi¨¦n anidaba en su repertorio. ¡°Oye, quiero la estrella de eterno fulgor, quiero la copa m¨¢s fina de cristal para brindar la noche de mi amor. Quiero la alegr¨ªa de un barco volviendo, y mil campanas de gloria ta?endo para brindar la noche de mi amor.¡± A lo largo de los a?os noventa y parte de este siglo, Chavela vivi¨® esta noche de amor, eterna y feliz con nuestro pa¨ªs, y como cada espectador, siento que esa noche de amor la vivi¨® exclusivamente conmigo. Chavela te cantaba solo a t¨ª, al o¨ªdo, y cuando el torrente de su voz fue menos potente, (no hablo de declive, ella no lo conoci¨®, hizo y cant¨® lo que quiso y como quiso) Chavela se volvi¨® m¨¢s ¨ªntima. Las mejores versiones de La llorona las interpret¨® en sus ¨²ltimos conciertos. Abordaba la canci¨®n con un murmullo, y en ese tono continuaba, recitando palabra por palabra, hasta llegar al ¨¦pico final. Cantar lo que se dice cantar solo cantaba la ¨²ltima estrofa, de un modo ascendente hasta gritar su ¨²ltima y breve palabra. ¡°Si como te quiero quieres llorona, quieres que te quiera m¨¢s. Si ya te he dado la vida, llorona, qu¨¦ m¨¢s quieres. ?Quieres M?S!" Estremec¨ªa escuchar la palabra ¡°m¨¢s¡± gritada por Chavela.
La present¨¦ en decenas de ciudades, recuerdo cada una de ellas, los minutos previos al concierto en los camerinos, ella hab¨ªa dejado el alcohol y yo el tabaco y en esos instantes ¨¦ramos como dos s¨ªndromes de abstinencia juntos, ella me comentaba lo bien que le vendr¨ªa una copita de tequila, para calentar la voz, y yo le dec¨ªa que me comer¨ªa un paquete de cigarrillos para combatir la ansiedad, y acab¨¢bamos ri¨¦ndonos, cogidos de la mano, bes¨¢ndonos. Nos hemos besado mucho, conozco muy bien su piel.
Los a?os de apoteosis espa?ola hicieron posible que Chavela debutara en el Olympia de Par¨ªs, una gesta que solo hab¨ªa conseguido la gran Lola Beltr¨¢n antes que ella. En el patio de butacas ten¨ªa a mi lado a Jeanne Moreau, a veces le traduc¨ªa alguna estrofa de la canci¨®n hasta que Moreau me murmur¨® ¡°no hace falta, Pedro, la entiendo perfectamente¡± y no porque supiera espa?ol.
Y con su deslumbrante actuaci¨®n en el Olympia parisino consigui¨®, por fin, abrir las puertas que m¨¢s f¨¦rreamente se le hab¨ªan cerrado, las del Teatro Bellas Artes de M¨¦jico DF, otro de sus sue?os. Antes de la presentaci¨®n en Par¨ªs un periodista mejicano me agradeci¨® mi generosidad con Chavela. Yo le respond¨ª que lo m¨ªo no era generosidad, sino ego¨ªsmo, recib¨ªa mucho m¨¢s que daba. Tambi¨¦n le dije que aunque no cre¨ªa en la generosidad s¨ª cre¨ªa en la mezquindad, y me refer¨ªa justamente al pa¨ªs de cuya cultura Chavela era la embajadora m¨¢s ardiente. Es cierto que desde que empezara a cantar en los a?os cincuenta en peque?os antros (?lo que hubiera dado por conocer El Alacr¨¢n, donde debut¨® con la bailarina ex¨®tica Tongolele!) Chavela Vargas fue una diosa, pero una diosa marginal. Me cont¨® que nunca se le permiti¨® cantar en televisi¨®n o en un teatro. Despu¨¦s del Olympia su situaci¨®n cambi¨® radicalmente. Aquella noche, la del Bellas Artes del D.F., tambi¨¦n tuve el privilegio de presentarla, Chavela hab¨ªa alcanzado otro de sus sue?os y fuimos a celebrarlo y a compartirlo con la persona que m¨¢s lo merec¨ªa, Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez, en el bar Tenampa de la Plaza de Garibaldi. Sentados debajo de uno de los murales dedicados al inconmensurable Jos¨¦ Alfredo bebimos y cantamos hasta el amanecer (ella no, solo bebi¨® agua aunque al d¨ªa siguiente los diarios locales titulaban en su portada ¡°Chavela vuelve al trago¡±). Cantamos hasta el delirio todos los que tuvimos la suerte de acompa?arla esa noche, pero sobre todo cant¨® Chavela, con uno de los mariachis que alquilamos para la ocasi¨®n. Era la primera vez que la escuch¨¢bamos acompa?ada por la formaci¨®n original y t¨ªpica de las rancheras. Y fue un milagro, de los tantos que he vivido a su lado.
En su ¨²ltima visita a Madrid, en una comida ¨ªntima con Elena Benarroch, Mariana Gyalui y Fernando Iglesias, tres d¨ªas antes de su presentaci¨®n en la Residencia de Estudiantes, Elena le pregunt¨® si nunca olvidaba las letras de sus canciones. Chavela le respondi¨®: ¡°a veces, pero siempre acabo donde debo¡±. Me tatuar¨ªa esa frase en su honor. ?Cu¨¢ntas veces la he visto terminar donde debe! Aquella noche en el indescriptible bar Tenampa, Chavela termin¨® la noche donde deb¨ªa, bajo la efigie de su querido compa?ero de farras Jos¨¦ Alfredo, y acompa?ada de un mariachi. Las canciones que ella desagarr¨® en el pasado, acompa?ada por dos guitarras, volvieron a sonar l¨²dicas y festivas, donde y como deb¨ªa ser. El ¨²ltimo trago fue aquella noche un delicioso himno a la alegr¨ªa de haberse bebido todo, de haber amado sin freno y de seguir viva para cantarlo. El abandono se convert¨ªa en fiesta.
Hace cuatro a?os fui a conocer el lugar de Tepoztl¨¢n donde viv¨ªa, frente a un cerro de nombre impronunciable, el cerro de Chalchit¨¦petl. En esos valles y cerros se rod¨® Los siete magn¨ªficos, que a su vez era la versi¨®n americana de Los siete samur¨¢is de Kurosawa. Chavela me cuenta que la leyenda dice que el cerro abrir¨¢ sus puertas cuando llegue el pr¨®ximo Apocalipsis y solo se salvar¨¢n los que acierten a entrar en su seno. Me se?al¨® el lugar concreto de la ladera del cerro donde parec¨ªan estar dibujadas dichas puertas.
Circulan muchas leyendas, org¨¢nicas, espirituales, vegetales, siderales, en esta zona de Morelos. Adem¨¢s de los cerros, con m¨¢s roca que tierra, Chavela tambi¨¦n convive con un volc¨¢n de nombre rotundo, Popocat¨¦petl. Un volc¨¢n vivo, con un pasado de amante humano, rendido ante el cuerpo sin vida de su amada. Tomo nota de los nombres en el mismo momento en que salen de los labios de Chavela y le confieso mis dificultades para la pronunciaci¨®n de las ¡°ptl¡± finales. Me comenta que durante una ¨¦poca las mujeres ten¨ªan prohibido pronunciar estas letras. ?Por qu¨¦? Por el mero hecho de ser mujeres, me responde. Una de las formas m¨¢s irracionales (todas lo son) de machismo, en un pa¨ªs que no se averg¨¹enza de ello.
En aquella visita tambi¨¦n me dijo ¡°estoy tranquila¡±, y me lo volvi¨® a repetir en Madrid, en sus labios la palabra tranquila cobra todo su significado, est¨¢ serena, sin miedo, sin angustias, sin expectativas (o con todas, pero eso no se puede explicar), tranquila. Tambi¨¦n me dijo ¡°una noche me detendr¨¦¡±, y la palabra ¡°detendr¨¦¡± cay¨® con peso y a la vez ligera, definitiva y a la vez casual. ¡°Poco a poco¡±, continu¨®, ¡°sola, y lo disfrutar¨¦¡±. Eso dijo.
Adi¨®s Chavela, adi¨®s volc¨¢n.
Tu esposo, en este mundo, como te gustaba llamarme,
Pedro Almod¨®var.
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