Sentido y sensibilidad
La buena literatura no tiene sexo, ni siquiera g¨¦nero, pero cuando la escribe una mujer siempre ser¨¢ bautizada como literatura femenina. Y se le asignar¨¢n rasgos idiosincr¨¢sicos que la cargan de un punto ex¨®tico, como si llegase desde un continente casi inexplorado. Pero ?son acaso las buenas escritoras ind¨ªgenas de un continente desconocido por los varones, lleno de zonas en blanco en las que solo pone ¡°aqu¨ª hay leones¡±? As¨ª parece haber sido, desde Madame de Lafayette y Jane Austen, pasando por las Bront?, George Sand o la maravillosa Emily Dickinson, hasta comienzos del siglo XX. Pero entonces lleg¨® Virginia Woolf, seguida luego por Simone de Beauvoir, y el espectro en camis¨®n de lo femeninoen literatura se convirti¨® en una antigualla m¨¢s bien risible, como el fantasma de Canterville. Creer que esa denominaci¨®n nos ayudar¨¢ a entender mejor las obras de Silvina Ocampo y Marguerite Yourcenar, o las de Agatha Christie, J.K. Rowling o Fred Vargas, suena ahora un punto rid¨ªculo y hasta absurdo.
No hay una ¡°literatura femenina¡±, a efectos cr¨ªticos, pero sin duda ha habido una larga lucha femenina para abrirse paso en la literatura monopolizada y dirigida por la autoridad de los varones. Si hoy esa batalla est¨¢ ya decidida y han ganado las buenas, a pocas personas debe tanto ese triunfo como a Virginia Woolf. Llamarla escritora a secas es poco, porque fue en toda la extensi¨®n del t¨¦rmino una mujer de letras, una humanista en el sentido m¨¢s moderno e innovador de esa calificaci¨®n: novelista, cuentista, cr¨ªtica de arte y literatura, ensayista, periodista, editora, alma de esa combinaci¨®n de tertulia y sociedad secreta que fue el grupo de Bloomsbury, autora de un diario imprescindible y de una correspondencia que conmueve por su penetrante inteligencia y por su atormentado coraje. Si llamamos intelectual al artista que se compromete p¨²blicamente con causas c¨ªvicas, Virginia Woolf fue una de las figuras intelectuales decisivas del pasado siglo, pese a mantenerse alejada de la lucha de partidos, porque su ensayo Una habitaci¨®n propia tiene tantas implicaciones pol¨ªticas y culturales como el Yo acuso de Zola. Ninguno de quienes la hemos amado a trav¨¦s de la lectura podemos consolarnos de no haberla o¨ªdo conversar¡
Como novelista, resulta inadmisible confinarla en el papel de mero ep¨ªgono de James Joyce, aunque solo sea en atenci¨®n a que alguna de sus novelas ¡ªMrs. Dalloway, por ejemplo¡ª y varias de sus narraciones son tan buenas como lo mejor que escribi¨® el gran irland¨¦s. Fue una escritora experimental, lo que en su ¨¦poca no resulta demasiado ins¨®lito, pero a quien la mayor¨ªa de los experimentos le resultaron bien, lo cual ya es m¨¢s raro. Demuestra penetraci¨®n psicol¨®gica, aguda visi¨®n social, un humor malicioso no indigno de Swift aunque mucho menos expl¨ªcito, y ocasionales toques de aut¨¦ntica reflexi¨®n trascendente ¡ª?filos¨®fica? ?metaf¨ªsica?¡ª sin los cuales ning¨²n buen narrador llega a ser verdaderamente grande. Como cr¨ªtica, tanto de obras ajenas como de las propias (desencantada, con sobrada raz¨®n, por el escaso reconocimiento que estas obten¨ªan) alcanza una penetraci¨®n y una libertad de juicio verdaderamente ins¨®litas, en su tiempo¡ o en cualquiera. Sab¨ªa leer y por eso merece la pena volver a su precioso ensayito ?C¨®mo deber¨ªa leerse un libro?, editado ahora por Jos¨¦ J. de Ola?eta.
No conozco escrito m¨¢s emocionante ¡ªintelectualmente emocionante, no solo en lo sentimental¡ª que la carta de despedida a su marido Leonard cuando decidi¨® suicidarse. Acaba con una frase terrible y sincera (¡°no creo que dos personas puedan ser m¨¢s felices de lo que hemos sido t¨² y yo¡±), la declaraci¨®n estremecedora de que ni siquiera la felicidad basta. Lo que m¨¢s tememos o¨ªr. Y comienza: ¡°Siento que voy a enloquecer de nuevo¡±. Pero no se trataba solamente de un p¨¢nico por la cordura personal. Los nazis amenazaban con invadir Inglaterra y la ten¨ªan en la lista de personalidades que deb¨ªan ser eliminadas cuando dominaran la isla. Ella presinti¨® que formaba parte natural e inevitable del enemigo para los b¨¢rbaros y que era en realidad Europa la que iba a enloquecer de nuevo¡
Babelia
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