?Tambi¨¦n la poes¨ªa es medi¨¢tica?
A muchos prosistas consagrados les gusta decir que lo mejor que han escrito son sus versos. Es buen momento para comprobarlo: dos novelistas de ¨¦xito como Michel Houellebecq y Paul Auster publican en Espa?a su l¨ªrica reunida
Se supone que los dise?adores gr¨¢ficos estrujan su imaginaci¨®n ante el encargo de crear la portada de los libros, buscando im¨¢genes y referencias que capten el esp¨ªritu de lo que estos pretenden transmitir. Tarea mucho m¨¢s compleja si estos est¨¢n dedicados a algo tan sutil o et¨¦reo llamado poes¨ªa, g¨¦nero que desgraciadamente nunca figura en la lista de best sellers, destinado al minoritario disfrute de paladares selectivos. ?Qu¨¦ hacer para que ese ancestral alimento del alma se haga popular sin renunciar a la exquisitez y los editores paguen adelantos fastuosos a los grandes poetas por las futuras plasmaciones de las heridas, percepciones y alegr¨ªas de su coraz¨®n? El siempre inteligente y polemista Hans Magnus Enzensberger se invent¨® un t¨ªtulo genial para sus penetrantes versos, pero dudo que Poes¨ªas para los que no leen poes¨ªas (aquel que empieza con: ¡°El que no tiene con qu¨¦ comprarse una isla, el que espera a la reina de Saba frente a un cine, el que da de comer a las ardillas, el que no hace nada¡¡±) se vendiera demasiado a pesar del cebo de su enunciado.
Por ello, me alucina gratamente ver en las cada vez m¨¢s solitarias librer¨ªas montones de ejemplares de un libro titulado secamente Poes¨ªa. Y mucho m¨¢s al constatar que su portada est¨¢ ocupada por la fotograf¨ªa de un se?or ataviado con chaqueta de cuero negro, mirada entre inquisitiva y desde?osa, cabello escaso y ralo, pero convenientemente despeinado, la manita displicente y acarici¨¢ndose la barbilla, un cigarro colgando de sus finos labios, el humo de este creando vaporosa atm¨®sfera. Es todo tan desbordantemente natural que huele a pose. Y luego veo el nombre del autor. Fin del enigma. El bardo nihilista, se llama, como no, Michel Houellebecq. Y entiendo la osad¨ªa de los editores al elegir la ins¨®lita y narcisista portada de algo que pretende vender l¨ªrica desesperada. Es el leg¨ªtimo tributo de los que arriesgan la pasta y pretenden hacer negocio con alguien con un aura similar al de una estrella del rock, del cine o de la moda. Y es que mola mucho hablar de este escritor en bares, discotecas y restaurantes de dise?o, entre amantes de las tendencias y gente con permanente carn¨¦ de modernidad. Es probable que en conversaciones muy profundas y sofisticadas, entre copa y raya, preocupadas por la salud de la literatura y por el apocal¨ªptico estado de las cosas, alguien que jam¨¢s ha tenido demasiado inter¨¦s por leer a Cervantes y a Stendhal confiese que no podr¨ªa vivir sin las amargas y demoledoras novelas de Michel Houellebecq. ?l, eterno retratista de la autodestrucci¨®n, el vac¨ªo, el suicidio, la soledad, el fracaso y otros desastres existenciales, puede seguir viviendo eternamente, aunque sea tan atrevido como para imaginar que su subyugante y desolado personaje es asesinado en la excelente novela El mapa y el territorio o para que abriendo al azar cualquier p¨¢gina de su poes¨ªa completa, que agrupa los libros Sobrevivir, El sentido de la lucha, La b¨²squeda de la felicidad y Renacimiento (que nadie se asuste ante el vitalista t¨ªtulo de los dos ¨²ltimos, solo obedecen a la afici¨®n del autor por el sarcasmo), puedas leer: ¡°Me entran ganas de matarme, de meterme en una secta, me entran ganas de moverme, pero ser¨ªa in¨²til¡± o ¡°La vida, los intentos, el fracaso que se confirma, miro a los lisiados, despu¨¦s queda la deriva¡±. Y as¨ª todo el rato.
En mi caso, sintiendo tanta y antigua atracci¨®n hacia el abismo, los desgarrados y tr¨¢gicos poemas de este posmoderno tan cultivado me dejan como un t¨¦mpano. Me creo a Stendhal cuando afirma algo tan parad¨®jico, contradictorio o masoquista como: ¡°He puesto mi felicidad en estar triste¡± y los juglares que m¨¢s me enamoran casi siempre hablan de frustraciones y ocasos, son luminosamente expresivos describiendo sensaciones sombr¨ªas. Por lo tanto, soy territorio abonado para que me identifique con el universo emocional de Houellebecq, pero no hay forma. No tengo razones s¨®lidas, obedece a la visceralidad m¨¢s caprichosa, pero el mundo po¨¦tico de este perpetuo agonizante me suena a impostura de lujo, a complacencia en la sordidez helada, al v¨®mito eternamente previsible del que se ha construido laboriosamente una imagen de malditismo y est¨¢ siempre pendiente de ella y de los m¨²ltiples beneficios que le aporta.
Obedece a la visceralidad m¨¢s caprichosa, pero el mundo po¨¦tico de este perpetuo agonizante me suena a impostura de lujo
De cualquier forma, imagino que en el curso del tiempo voy a releer esos poemas, intentando despojarme de los prejuicios que siempre me provoca este profesional de la provocaci¨®n. Su prosa, en la que me adentr¨¦ tarde y con recelo, debido al entusiasmo que sent¨ªan hacia ella algunas personas con las que no tengo ninguna afinidad literaria (ni de cualquier otro tipo), termin¨® removi¨¦ndome algunas fibras muy sensibles. Tambi¨¦n haci¨¦ndome pensar sus feroces razonamientos. Hay cosas que me gustan y otras que detesto, hallazgos deslumbrantes y boutades previsibles en Ampliaci¨®n del campo de batalla, Las part¨ªculas elementales, Lanzarote y La posibilidad de una isla, pero todo me result¨® perturbador y adictivo en Plataforma y El mapa y el territorio. Hay ensayos y perfiles muy estimulantes para la inteligencia en Intervenciones. Y su correspondencia con Bernard-Henri L¨¦vy, el falso duelo que montan las dos estrellonas francesas de la palabra impresa, los dos pavos reales del pensamiento, para que el espejito m¨¢gico decida qui¨¦n es el m¨¢s listo, culto y mordaz entre ambos, tiene alg¨²n momento memorable.
Volviendo a la l¨ªrica, acabo de recibir un libro que re¨²ne los poemas de Paul Auster. Cuenta en la contraportada este magn¨ªfico escritor de novelas, este autor de tantas ficciones inquietantes, que siente un gran apego hacia su poes¨ªa, que probablemente sea lo mejor que ha escrito. Que man¨ªa les ha dado a los narradores consagrados con su certidumbre de que la poes¨ªa es para los que est¨¢n m¨¢s dotados. Intentar¨¦ comprobar su certeza. Tambi¨¦n deduzco que la cotizaci¨®n de Auster en el mercado literario no atraviesa su ¨¦poca m¨¢s esplendorosa, ya que en la portada del libro aparece una simb¨®lica puerta que est¨¢ semiabierta en vez de figurar una fotograf¨ªa de su apuesta presencia. Me cuenta alguien que ha compartido m¨¢s de una cena con Houellebecq que este es canijo, balbuceante su lenguaje, evasivas sus respuestas, nada atrayente su permanente trasiego con el alcohol. Puedo asegurar que Auster, al que conoc¨ª en un programa de radio, es un se?or alto, guapo, seductor y cordial. Adem¨¢s, ha vendido m¨¢s libros que Houellebecq. O sea, que es injusto que para promocionar su poes¨ªa a uno le presenten en la portada con su decadente fotograf¨ªa y al otro le despachen con una puerta. Para consolarme de estas trivialidades, releo a los poetas verdaderamente grandes, esos cuya obra no precisa aureola medi¨¢tica ni posar en la portada de sus libros. Se llamaban Fernando Pessoa, C¨¦sar Vallejo, Claudio Rodr¨ªguez, gente as¨ª, eternos transmisores de emoci¨®n.
Poes¨ªa. Michel Houellebecq. Edici¨®n biling¨¹e de Altair D¨ªez y Abel H. Pozuelo. Anagrama. Barcelona, 2012. 365 p¨¢ginas. 22,90 euros.
Poes¨ªa completa. Paul Auster. Traducci¨®n de Jordi Doce. Seix Barral. Barcelona, 2012. 328 p¨¢ginas. 18,50 euros.
Babelia
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