El arte del s¨ª y el no
Los arquitectos, los aficionados a la arquitectura y diletantes de todo g¨¦nero nos sentimos contentos de que Ivorypress haya publicado un conjunto de escritos de Paul Goldberger, premio Pulitzer 1984, el cr¨ªtico m¨¢s influyente de The New York Times primero y de The New Yorker desde 1996.
Como dice Fern¨¢ndez Galiano en el pr¨®logo, Goldberger que es muy entendido se hace a la vez entender. La arquitectura es una de las artes m¨¢s complejas tanto por la suma de factores que abraza como por la dificultad de comprenderla estando en sus brazos. Goldberger dedica un canto al interior de los edificios, puesto que ve en ese cuenco emocional la mayor raz¨®n del edificio. Su ecuaci¨®n es esta: todo lo que siendo hermoso o bonito por fuera provoca malestar interior nos perjudica la vida. No digamos ya el humor.
En estos ¨²ltimos a?os han dominado las fachadas atractivas sobre los interiores bienhechores y, con ello, una lista de celebrados arquitectos han dado el pego fotografiando, en revistas de lujo, el cutis de sus obras. La pr¨¢ctica parec¨ªa coherente con la importancia de la apariencia y la ¡°buena pinta¡±.
Afortunadamente, como corresponde a los libros de arte completos, las p¨¢ginas est¨¢n salpicadas de im¨¢genes representativas. El viejo lema de que ¡°la forma ha de seguir a la funci¨®n¡±, tan amado por la facci¨®n de arquitectos moralistas, la desmonta Goldberger alegando que no hay una ¨²nica funci¨®n sagrada. Como ¨¦l dice ¡°hay demasiadas clases de funci¨®n y distintas formas que pueden cumplir la misma¡±.
Quien vea los edificios de Gehry o Rem Koolhaas se dar¨¢ cuenta de ello. O de lo inverso. Muchos arquitectos de estos a?os espectaculares han sentido un irresistible impulso por crear edificios divertidos. De hecho, el posmodernismo naci¨® con Venturi ¡°aprendiendo de Las Vegas¡± y el juego parec¨ªa, como el fuego, primordial fuerza de la inspiraci¨®n.
Ser divertido en la publicidad, en el vestido, en la m¨²sica o en los viajes del Papa ha sido hasta la actual hecatombe regla com¨²n. Divertirse hasta morir (Amusing ourselves to death) se llam¨® el best seller Neil Postman que plasm¨® la juerga mercantil a mediados de los ochenta.
Erigir edificios divertidos, coloreados, optimistas, acrob¨¢ticos o estramb¨®ticos no termin¨® enseguida. Hasta hace una d¨¦cada segu¨ªan brotando entre la sociedad sin malestar.
Y ?ahora? Ahora vale la pena referirse a las consideraciones que Paul Goldberger hace sobre diferencia y repetici¨®n. No exactamente a la manera en que Deleuze (Diff¨¦rence et r¨¦p¨¦tition) trataba el asunto, pero s¨ª evocando claves comunes en las obras de arte y hasta en la vida personal.
No hay cuadro, novela o edificio arm¨®nicamente terminado que descuide la dial¨¦ctica entre la repetici¨®n y la diferencia. El cuadro parece tan abigarrado como coherente, la novela parece tan pesada como entretenida, el potente edificio es amable sin saber por qu¨¦. Y la causa radica, como se advierte con las cl¨¢sicas sinfon¨ªas en la secuencia de la letan¨ªa y de su interrupci¨®n. El seductor efecto del edificio BBVA de S¨¢enz de Oiza, en la Castellana de Madrid, se apoya en el protagonismo de las bandejas sobresalientes cuando la secuencia de las ventanas ha llegado al justo punto de la repetici¨®n. Esa interrupci¨®n con el mismo acero cort¨¦n no solo salva del tedio, sino que convierte su pasaje en ¡°camino de perfecci¨®n¡±.
Los escritores, los artistas pl¨¢sticos tienen acaso un estilo personal, pero lo peor de lo peor es copiarse a s¨ª mismo. Toda obra que no cree un hiato esta muerta. Tan muerta como las obras que Goldberger repudia o tal como Johann Sebastian Bach logr¨® dar vida en sus Variaciones Goldberg cautivando el o¨ªdo con la sabia proporci¨®n est¨¦tica del s¨ª y el no.
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