Habitaci¨®n con vistas al XIX europeo
El Prado rescata la figura de Mart¨ªn Rico, exquisito paisajista espa?ol
La ribera del Sena a la altura de Poissy, un bullicioso pedazo de vida observado desde una g¨®ndola en el Gran Canal veneciano, la intocada desembocadura del Bidasoa o la Huerta del Retiro en Sevilla. Casi cualquier mundo de la Europa de la segunda mitad del siglo XIX est¨¢ en Mart¨ªn Rico (1833-1908), gran paisajista madrile?o de trazo detallista y personalidad cosmopolita. La muestra con la que el Prado tratar¨¢ hasta el 10 de febrero de hacer justicia al pintor madrile?o puede contemplarse tambi¨¦n como un paseo por las quietas aguas de un continente que quiz¨¢ no conoc¨ªa a¨²n que el germen de la autodestrucci¨®n anidaba en su interior.
La exposici¨®n detalla asimismo el viaje del artista entre el romanticismo, que ya sinti¨® peque?o durante sus a?os formativos en la Academia de San Fernando, y el realismo, que lo llevar¨ªa incluso hasta la frontera con el impresionismo en la contemplaci¨®n del trabajo de unas lavanderas en Cloyes, en dos piezas de 1872 incluidas en la muestra. Entre sus primeros cuadros de la d¨¦cada de los sesenta del XIX en las cercan¨ªas de Madrid y la fama que le llegar¨ªa como vedutista genuinamente veneciano.
En la ciudad, que consideraba un ¡°gran taller al aire libre¡± y donde fue padre primerizo a los 67, pas¨® los ¨²ltimos a?os de una vida de pintor prol¨ªfico (su producci¨®n se calcula superior a las 700 obras) y exitoso: entre sus numerosos y asiduos compradores destaca una fuerte representaci¨®n estadounidense, como viene a demostrar el hecho de que en el centenar de obras de la exposici¨®n, organizada en colaboraci¨®n con el Meadows Museum de Dallas, abunden, entre los fondos del propio Prado, prestadores norteamericanos.
En lo estrictamente tangible, el suyo tambi¨¦n se trata de un trayecto de ida y vuelta, emprendido tras obtener en 1861 una ¡°pensi¨®n de paisaje en el extranjero¡± gracias a una vista de la Casa de Campo, y le llev¨® en busca de la luz y sus reflejos a Par¨ªs, Suiza, Verona o Chartres, con ocasionales regresos a Granada (y su extra?a quietud ar¨¢biga), Toledo o Sevilla. De sus primeras incursiones europeas destaca en el segundo tramo de la exposici¨®n su trabajo al natural (siempre prefiri¨® la usabilidad del caballete de campo) Lavanderas de La Varenne, con Chennevi¨¨res-sur-Marne al fondo, donde trat¨® a Camille Pissarro y conoci¨® a la primera de sus dos mujeres.
Frente a la envidiable quietud desplegada por el lienzo, uno de los m¨¢s famosos de la producci¨®n del pintor, se han colocado (en una vitrina que recorre las salas pegada a la pared como una suerte de columna vertebral) los cuadernos de apuntes de Mart¨ªn Rico adquiridos en 2007 por el Prado de una descendiente del artista: esbozos de vistas de la Sierra Nevada, estudios de ¨¢rboles con curiosos ecos de la ilustraci¨®n japonesa o bocetos de los mulos que tiraban de la diligencia que llevaba pasajeros rumbo a Santiago de Compostela.
Estos trazos extra?amente contempor¨¢neos se incluyen en el ejemplar cat¨¢logo editado (¡°con pasi¨®n¡±, dijo el director Miguel Zugaza) por el comisario Javier Bar¨®n (jefe del Departamento de Pintura del Siglo XIX) en colaboraci¨®n con Claude Rico Robert. El tratado tambi¨¦n contiene un curioso carn¨¦ de ventas y una correspondencia en la que el artista disculpa una y otra vez su ¡°pereza¡± para contestar a cartas de clientes como William H. Stewart o amigos como el pintor y maestro Mariano Fortuny.
Durante su presentaci¨®n, que sirvi¨® para el estreno en el museo de Jos¨¦ Pedro P¨¦rez Llorca, nuevo presidente del patronato, e Ignacio Gonz¨¢lez, de la Comunidad de Madrid, Bar¨®n pareci¨® vivir ayer la muestra como un logro personal. Otro jal¨®n en el empe?o de su departamento por lograr que las colecciones del XIX dejen de ser vistas como un pintoresco par¨¦ntesis en el gran relato del Prado.
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