Las cuatro paredes entre las que nace el arte
La muestra ¡®El mito del atelier¡¯ recorre en Stuttgart la historia de los talleres de artista durante los dos ¨²ltimos siglos, de Picasso y Mondrian a Bruce Nauman y Matthew Barney
![?lex Vicente](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F5cdb1f50-1218-4413-9833-86d0f0cf4bc7.jpg?auth=523fab4402db9ec9fe62eb8e05c500b0f0703607cfae1f400858c690aa22d4bb&width=100&height=100&smart=true)
![Daniel Spoerri, 'Rekonstruktion von chambre'.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/BLOQ3MSIMSXIWVQ2CKTIRFDUGY.jpg?auth=43ba34c10e6babaf0003f8fed4a7102f666622472a6fc9b8eb2942172c2f4eb6&width=414)
Puede traducir parajes lejanos y dar cuenta de mundos interiores, pero el arte suele nacer entre cuatro paredes tirando a banales. Si no fuera, claro est¨¢, porque los propios artistas las han elevado a la categor¨ªa de templos de la creaci¨®n. Si Picasso, Matisse, Beckmann, Magritte, De Chirico y Beuys dejaron constancia de sus lugares de trabajo tal vez sea porque les atribu¨ªan cualidades m¨¢gicas y extraordinarias. Este es el punto de partida de la exposici¨®n El mito del atelier, inaugurada en la Staatsgalerie de Stuttgart, que recorrer¨¢ hasta el 10 de febrero la representaci¨®n de los talleres de artista en la pintura de los ¨²ltimos dos siglos.
Para todo artista, el estudio suele suponer una cueva en la que brota el genio creativo y se cristaliza su obra, as¨ª como un marco en el que ponerse en escena a s¨ª mismo en medio de cierto esplendor. Lo hizo Vel¨¢zquez al introducirse en Las Meninas, el m¨¢s c¨¦lebre de los cuadros que pintar¨ªa en su propio taller. Dos siglos m¨¢s tarde, cuando los artistas se empezaban a sentir autorizados a exhibir sus egos sin complejos, Courbet pintar¨¢ en El taller del pintor una ¡°alegor¨ªa real determinante de siete a?os en [su] vida art¨ªstica y moral¡±, como reza el subt¨ªtulo de la obra. Al retratar su atelier, el pintor franc¨¦s se estaba perfilando a s¨ª mismo y dando cuenta de su nutrida biograf¨ªa y su excepcional destino. El estudio se convierte en un reflejo de la personalidad del artista y de su manera de concebir el arte y la vida.
Fue durante el Romanticismo cuando el taller cobr¨® la dimensi¨®n casi mitol¨®gica que sigue teniendo hoy. Hasta entonces, hab¨ªa sido poco m¨¢s que un obrador de artesano. La exposici¨®n arranca en este periodo, cuando el estatus social del pintor cambia rotundamente. Y con ¨¦l, el del atelier. ¡°Durante esa ¨¦poca, el artista se erige en figura rechazada por la sociedad a causa de su car¨¢cter antiburgu¨¦s y su voluntad de conducir una vida ajena a las convenciones. El taller se convierte en un refugio, en un lugar especial que va m¨¢s all¨¢ del propio espacio f¨ªsico. Es entonces cuando surge el mito del atelier, que sigue conserv¨¢ndose intacto¡±, explica la comisaria de la muestra, Ina Conzen. La percepci¨®n del atelier como lugar donde suceden cosas extraordinarias procede, como tantas otras cosas, del misticismo rom¨¢ntico. Para entender qu¨¦ convert¨ªa al taller en un lugar tan extraordinario, basta con observar el retrato que Georg Kersting hizo de su amigo Caspar David Friedrich. Se le puede ver absorto en un lienzo en su propio atelier, convertido en una especie de celda mon¨¢stica. En la austeridad de esa habitaci¨®n sin vistas, el artista reconstruy¨®, lejos del mundanal ruido, los paisajes ¨¦picos que ten¨ªa almacenados en la retina.
Los impresionistas abandonaron esa reclusi¨®n para salir a pintar en plein air. La exposici¨®n lo ejemplifica con el retrato que Manet hizo de Monet en su atelier flotante, que le permit¨ªa pintar desde una barca con la que cruzaba el Sena de orilla a orilla en las pastoriles cercan¨ªas de Aubervilliers, hoy convertidas en deprimente banlieue parisina. Bazille, uno de sus contempor¨¢neos, inmortaliz¨® a ambos pintores junto a otros personajes de la ¨¦poca en su propio atelier. Beneficiado por su posici¨®n acomodada, Bazille concedi¨® espacio y material para pintar a todos los pintores rechazados por el Sal¨®n y convirti¨® su taller de dos plantas en una especie de academia off, en punto de encuentro para los artistas con pedigr¨ª bohemio y en territorio marginal ajeno a toda convenci¨®n social. Durante la emergencia del expresionismo alem¨¢n, Kirchner y Heckel montaron multitudinarias sesiones de pintura al desnudo que, como se observa en la agitaci¨®n de sus propias telas, a menudo terminaban en fiestas orgi¨¢sticas.
Con la erupci¨®n de las vanguardias, el taller se convertir¨¢ en extensi¨®n de la obra del artista. En especial, en casos como los de Mondrian, Brancusi y Giacometti, para quienes el taller era una obra de arte de la misma val¨ªa, cuando no m¨¢s, que cualquiera de sus cuadros y esculturas. Del primero, la muestra expone una reconstrucci¨®n a escala real de su taller y residencia ocasional, en total coherencia con el universo tricolor y geom¨¦trico de su obra. Del ¨²ltimo, se exponen dos de las paredes de su atelier parisino, donde esboz¨® las siluetas de sus esculturas filiformes como si fueran pinturas rupestres. Los que frecuentaron a Giacometti, como Breton o Sartre, contaban que su relaci¨®n con el taller, situado en un rinc¨®n poco frecuentado de Montparnasse, era casi simbi¨®tica. ¡°Toda su persona ha adoptado el color gris de su estudio¡±, dej¨® dicho Jean Genet tras un encuentro con el artista suizo.
Los artistas posmodernos apostar¨¢n por deconstruir el atelier al tiempo que dinamitan el resto de motivos pict¨®ricos cl¨¢sicos. Roy Lichtenstein reinterpretar¨¢ en 1989 el celeb¨¦rrimo L¡¯atelier de Picasso (por primera vez, en la muestra de Stuttgart se pueden ver ambos cuadros juntos). Pero otros ir¨¢n mucho m¨¢s all¨¢ de la simple distorsi¨®n pop. Los abanderados del arte conceptual, el happening y el land art exigir¨¢n a sus contempor¨¢neos que salgan de su aislamiento para fundirse con la sociedad que les aguarda ah¨ª afuera. Pero muchos artistas contempor¨¢neos se negar¨¢n a abandonar el estudio. El fot¨®grafo Jeff Wall imitar¨¢ una composici¨®n de Manet en una de sus primeras im¨¢genes, Picture for Women (1979), tomada en su atelier canadiense, en la que se introduce en el marco casi como si fuera una carta de presentaci¨®n ante el mundo del galerismo. Por su parte, Anselm Kiefer dotar¨¢ al estudio del peso traum¨¢tico de la historia, representando el desv¨¢n que le serv¨ªa de taller como una habitaci¨®n que encierra l¨²gubres secretos, en relaci¨®n con la obsesi¨®n por el pasado nazi que vehicula buena parte de su obra.
Una de las salas de la exposici¨®n recoge la instalaci¨®n de otro fan¨¢tico del estudio, Bruce Nauman, que desarrolla casi toda su actividad en su taller de Nuevo M¨¦xico. En Mapping the Studio, liber¨® a varios ratones y un gato en su espacio de trabajo y film¨® c¨®mo se persegu¨ªan durante docenas de noches con una c¨¢mara configurada en modo infrarrojos. Para Nauman, que cada ma?ana se obliga acudir a su taller como si fuera una oficina, el estudio es el m¨¢ximo com¨²n denominador del arte: todo lo que sucede en ¨¦l lo es, por anodino que parezca a primera vista. En el extremo opuesto, la muestra acoge a videoartistas como Matthew Barney y Paul McCarthy, que ironizan sobre este estatus mitol¨®gico del atelier y, a ratos, lo ridiculizan sin piedad. Barney se representa a s¨ª mismo saltando en un trampol¨ªn para pintar su autorretrato en el techo de su estudio, con un sentido del absurdo remarcable. McCarthy, que no renuncia a su estatus de enfant terrible pese a haber superado la edad de jubilarse, interpreta en Painter a un artista patoso y egoc¨¦ntrico, que pinta rodeado de sus propias heces mientras es adulado por un rid¨ªculo coleccionista.
C¨¢usticos o admirativos, todos contribuyen a reafirmar un mito que dibuja trazos de habitaciones ca¨®ticas y repletas de manchas de pintura en nuestras mentes, con caballetes rotos y viejas estufas que apenas irradian algo de calor, pero s¨ª el encanto irresistible de la precariedad. Estos ¡°purgatorios del arte¡±, como los defini¨® el franc¨¦s Daniel Buren, donde reposan las obras antes de salir hacia el supuesto para¨ªso de la exhibici¨®n p¨²blica, se han convertido incluso en reclamo tur¨ªstico. Por un pu?ado de monedas, se pueden visitar espacios tan definitorios del mito como el estudio de Pollock en los Hamptons, el de C¨¦zanne en su casa-museo de la Provenza y el de Henry Moore en un buc¨®lico cottage de Perry Green. Hacia ellos peregrinan cada a?o miles de visitantes convencidos de que, para conocer mejor a su pintor favorito, no hay nada como ubicarse entre las cuatro paredes que acogieron su creaci¨®n. La leyenda del atelier sigue viva.
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