El enemigo derrotado
'NME' ejemplifica el desfase entre el ritmo de la industria musical y la necesidad period¨ªstica de novedades
El n¨²mero de Navidad del New Musical Express muestra en portada a... ?Keith Richards? Vale, tiene sentido comercial: sabemos que la Calavera Viviente siempre vende revistas. Pero se supon¨ªa que el NME dedicaba sus energ¨ªas a la renovaci¨®n del santoral, entronizando a sucesivas oleadas de grupos: este a?o, Palma Violets son ¡°the best new band¡±. Recurrir a un rollingstone huele a renuncio, no, apesta a desesperaci¨®n.
?Mucho m¨¢s deprimente lo que hay dentro. Y no hablo del contenido, perfectamente previsible. La entrevista es un phoner, un encuentro telef¨®nico, a pesar de que Richards y el plumilla est¨¢n en Londres. Tampoco hay fotos exclusivas. En sus buenos tiempos, el NME hubiera rechazado tan mis¨¦rrimas concesiones.
El semanario exig¨ªa full access. Y los resultados eran fascinantes: en 1974, Nick Kent pas¨® 40 horas precisamente con Richards, compartiendo sus sustancias. Se demostr¨® que los m¨²sicos est¨¢n hechos de otra pasta: Kent termin¨® vomitando sobre la alfombra persa del guitarrista. Tal era el modus operandi del NME: un periodista en n¨®mina viviendo dos d¨ªas de marcha ¡ªy muchos m¨¢s para recuperarse y escribirlo¡ª con su objetivo profesional.
Este a?o, coincidiendo con su 60 aniversario, se public¨® The history of the NME, libro de Pat Logan; la BBC ya le hab¨ªa dedicado un agudo documental. ?Otro capricho de una naci¨®n rebosante de exc¨¦ntricos? Ocurre que el NME fue una potencia cultural, incluso fuera del Reino Unido. En Espa?a, su palabra era ley inapelable. Se aceptaban sus planteamientos y se celebraba a los grupos ungidos por su aprobaci¨®n, sin muchos cuestionamientos.
Se olvidaban las peculiaridades del mercado brit¨¢nico de la prensa musical. Cada semana, el NME coincid¨ªa con el venerable Melody Maker, el impertinente Sounds y el juvenil Record Mirror. Compet¨ªan por descubrir nuevos artistas y bautizar movimientos m¨¢s o menos consistentes.
Una din¨¢mica que provocaba un desfase entre el ritmo de la industria musical y la necesidad period¨ªstica de novedades y pol¨¦micas. Grupos que comenzaban a disfrutar del ¨¦xito masivo se quedaban pasmados al perder el favor del hebdomadario que les hab¨ªa servido de trampol¨ªn. Era la naturaleza del juego pero a los m¨²sicos no les cab¨ªa en la cabeza. Tampoco entend¨ªan que la plantilla iba cambiando y las opiniones evolucionaban. Inevitablemente, el NME se transform¨®, por similitud fon¨¦tica, en ¡°the enemy¡±, el enemigo.
Los lectores atentos intu¨ªan la realidad: la redacci¨®n era un campo de batalla. Por su propia naturaleza: una revista de naturaleza insurgente incrustada en IPC, un gigante medi¨¢tico inevitablemente conservador, cuyos directivos se horrorizaban cuando se dedicaba la portada a pol¨ªticos laboristas tipo Neil Kinnock o Tony Benn.
A pesar de semejantes gestos, no abundaban los redactores politizados. Las mayores peleas ten¨ªan motivos est¨¦ticos o generacionales. Logan explica el prolongado conflicto entre los amantes de la m¨²sica negra ¡ªabiertos al hip-hop o el acid house¡ª y la mayor¨ªa comprometida con lo que ahora llamar¨ªamos indie. Conscientes de su p¨²blico, los directores priorizaban a los chicos p¨¢lidos con guitarras el¨¦ctricas.
Tales enfrentamientos no explican la actual decadencia del NME. Fueron antiguos trabajadores del semanario los que pilotaron el cambio hacia los vistosos mensuales; otros saltaron hacia la televisi¨®n o los diarios, que ansiaban incorporar el esp¨ªritu del NME a sus medios. Aunque los verdaderos problemas aparecieron con el entorno digital: una cabecera que pudo despachar 270.000 copias, ahora se conforma con la d¨¦cima parte. El declive de nivel period¨ªstico ha sido igualmente abrupto.
Sin embargo, Logan nos recuerda que NME tuvo una influencia notable en el devenir musical. Lleg¨® tarde al punk rock pero lo anticip¨® con un editorial de Mick Farren, El Titanic zarpa al amanecer. Ya en los cincuenta, puso en pr¨¢ctica iniciativas que luego fueron lugares comunes en la prensa musical: la lista de ventas, la punzante secci¨®n de cotilleos, los premios anuales; en 1966, el concierto de los NME Awards incluy¨® a los Beatles y los Rolling Stones. Imaginen.
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