Por fin ruso
La ¨²nica vez que he tenido cerca a Gerard Depardieu se comport¨® como un caballero, atendi¨® con educaci¨®n y calidez a dos veintea?eros que pretend¨ªan hacerle una entrevista que ning¨²n medio les hab¨ªa encargado y que no sab¨ªan si se publicar¨ªa. Ocurri¨® en la universidad de Nanterre en el a?o 76, donde Depardieu estaba interpretando en teatro una obra de Peter Handke. Nos la conced¨ªa, pero dos noches m¨¢s tarde al terminar la funci¨®n. No acudimos. Le dimos plant¨®n. No creo que nos echara de menos. Nos dio verg¨¹enza disculparnos. Nos hab¨ªamos quedado sin un franco esperando en vano d¨ªa tras d¨ªa una postergada cita con Truffaut. No entrevistamos a un actor que desprend¨ªa energ¨ªa, fuerza, peligro y humanidad, que nos acababa de enamorar con su macarra de Les valseuses y el inolvidable Olmo Dalco de Novecento.
Por mi parte, esa admiraci¨®n se prolong¨® hasta Cyrano de Bergerac. Y poco a poco me dej¨® de interesar, le encontraba pasado, previsible, cargante. Tampoco me hac¨ªa gracia, incluido su celeb¨¦rrimo Ob¨¦lix. Evidentemente, ese desencanto no lo han compartido el p¨²blico franc¨¦s. Depardieu, como antes Jean Gabin, es considerado como algo m¨¢s que un actor, es uno de los intocables s¨ªmbolos de Francia, un personaje al que identifican con las esencias nacionales.
Nada que objetar a los grandes capitales que pueden acumular los artistas. Se supone que no los consiguen explotando a nadie, que los genera la oferta y la demanda, que su obra supone un alimento para el alma de la gente. Pero resultar¨ªa l¨®gico en un mundo que respetara esa utop¨ªa de que deben de pagar m¨¢s impuestos los que posean mucho (hasta los ni?os saben que eso es mentira, que los gobiernos de cualquier signo est¨¢n controlados por su poder, que todo est¨¢ pactado para que ellos no pierdan jam¨¢s) que los perjudicados no sintieran que su venerada patria les ha traicionado, que el exilio de todo lo que aseguran amar sea la ¨²nica soluci¨®n ante la ofensa. Es curioso c¨®mo se disipa el patriotismo cuando las enormes ganancias merman un poquito en nombre de la justicia social. Y Depardieu descubre de repente que ya no quiere ser franc¨¦s, que quiere ser ruso porque adora ese pa¨ªs, su historia, sus hombres, sus escritores. Es de risa. Tambi¨¦n pat¨¦tico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.