Lo que esconden los desiertos
Pierre Benoit, Depardieu y el ministro Wert
"No se es hu¨¦sped del desierto impunemente", declara el capit¨¢n Andr¨¦ de Saint-Avit en la narraci¨®n de su azarosa expedici¨®n por el Hoggar, la m¨¢s misteriosa e inexplorada regi¨®n del S¨¢hara. Su historia, incluida en otro relato como pieza de una muy ajustada caja china, constituye el n¨²cleo de La Atl¨¢ntida (RBA), de Pierre Benoit, una novela que ha vendido cerca de dos millones de ejemplares desde que fue publicada por Albin Michel. La clave de su fulgurante ¨¦xito residi¨®, adem¨¢s de en el talento de su autor, en su oportunidad: en 1919, con las trincheras a¨²n oliendo a p¨®lvora, los franceses deseaban leer historias que sustituyeran el naturalismo radical y s¨®rdido de lo vivido por la pasi¨®n y el exotismo de lo so?ado. Y Benoit (1886- 1962), que ya hab¨ªa conocido el triunfo con Koenigsmark (1918), sab¨ªa c¨®mo hacerlo. El secreto de su ¨¦xito resid¨ªa en su convicci¨®n ¡ªla misma que m¨¢s tarde animar¨ªa a Lapierre y Collins o Ken Follett¡ª de que la novela es un artefacto cuya eficacia se sostiene en tres requisitos: una historia bien imaginada con anclajes en la realidad, escenarios y ambientes suficientemente documentados, y puntilloso sentido de la medida.
'La Antl¨¢ntida' de Pierre Benoit han vendido cerca de dos millones de ejemplares desde que fue publicada en Francia por Albin Michel
De lo primero dej¨® cumplida constancia en sus cuarenta novelas, publicadas con puntualidad obsesiva a raz¨®n de una por a?o (el sue?o de cualquier editor de best sellers) y respaldadas por un entusiasmo popular que logr¨® atraer el inter¨¦s de otros medios (Pabst, por ejemplo, dedic¨® una trilog¨ªa cinematogr¨¢fica a La Atl¨¢ntida); la concienzuda documentaci¨®n proporcionaba al relato la verosimilitud necesaria para propiciar la suspensi¨®n de la incredulidad del lector; la escrupulosa medida era la obligada herramienta que evitaba que la historia se desmadrase, proporcionando al autor un mapa con los principales vericuetos de la trama marcados de antemano. La profesionalidad de Benoit era caricaturesca: sus novelas ten¨ªan una extensi¨®n casi invariable (habitualmente, 227 p¨¢ginas en el manuscrito) y el nombre de sus protagonistas femeninas empezaba siempre por ¡°A¡±, como si la inicial fuera un talism¨¢n. Como Antinea, la ¨²ltima reina de la Atl¨¢ntida a cuyos monta?osos dominios llegan los militares Saint-Avit y Morhange tras ser inducidos al sue?o por un inquietante tuareg. Una mujer irresistible que, como Calipso, como Circe, como la Ayesha de Rider Haggard (protagonista de Ella, 1867, primera pieza importante del subg¨¦nero ¡°mundo perdido¡±, con m¨¢s de ochenta millones de ejemplares vendidos desde su publicaci¨®n), como tantas femmes fatales construidas por la imaginaci¨®n (y el inconsciente) de los varones es una reina con secreto: el suyo es una insaciable sed de venganza de g¨¦nero. Consigue que los hombres se vuelvan locos por ella, y luego los destruye, como hace la mantis religiosa con sus machos. Antinea, descendiente de Poseid¨®n, es la ¨²ltima gobernante de los restos de aquel imperio del que Plat¨®n habl¨® en el Timeo y, sobre todo, en el inacabado Critias, interrumpido precisamente cuando Zeus se dispone a castigar a los soberbios atlantes. Aventura, misterio, pasi¨®n, venganza, muerte. Todo sabiamente dispuesto seg¨²n las pautas de un mecanismo que acabar¨ªa por hacerse predecible y aburrir a los lectores. Les pasa a todos los grandes profesionales del best seller: aciertan con su olfato, construyen una f¨®rmula y terminan agot¨¢ndola. Pero en La Atl¨¢ntida la f¨®rmula est¨¢ fresca. Por eso a¨²n podemos leerla como si no hubi¨¦ramos perdido la inocencia.
Rusos
Nada me trajeron los Reyes, pero al menos consegu¨ª que tampoco me quitaran algo, lo que no es poco en los tiempos que corren. Me despert¨¦ de la Epifan¨ªa contemplando at¨®nito en la tele el abrazo del oso Putin a esa monta?a de carne que llamamos G¨¦rard Depardieu (observ¨¢ndolo me siento liviano como Twiggy, uno de los iconos de mi poco anor¨¦xica juventud), agradecido a su protector por la graciosa concesi¨®n de una nacionalidad bastante libre de impuestos. Me result¨® pat¨¦tico el cari?oso choque de la barriga prominente del actor que encarn¨® al ¡°indulgente¡± Danton (Andrzej Wajda, 1983) con la m¨¢s magra del estadista posestaliniano, pero supongo que, desde Harpagon (El avaro, Moli¨¨re), hay gente capaz de lo que sea con tal de burlar al fisco, de modo que no es extra?o que Depardieu, uno de los comediantes europeos mejor pagados, no haya tenido empacho en mostrar su agradecimiento a la ¡°gran democracia¡± rusa. Algo que, por cierto, ha suscitado las iras de los que opinan que all¨ª no toda la tundra es or¨¦gano (o caviar), como le ha pasado a Eduard Lim¨®nov, el disidente escritor (las Ediciones del Oriente y el Mediterr¨¢neo publicaron algunas de sus obras a principios de los noventa) que se present¨® a las ¨²ltimas elecciones presidenciales como candidato por el partido nacional-bolchevique, un marbete que no deja de producir escalofr¨ªos.
En 1953 Stalin se convirti¨® en una obsesi¨®n para Anselmo Santos
Nacionalista y bolchevique lo era tambi¨¦n Stalin, por tantas cosas modelo del exagente del KGB Putin. Anselmo Santos, entonces un joven teniente al inicio de su carrera, comenz¨® a interesarse por la figura de I¨®sif Vissarion¨®vich en 1953, pocas semanas despu¨¦s de su muerte, gracias a la lectura casual de un art¨ªculo que Isaiah Berlin hab¨ªa firmado con seud¨®nimo. Desde entonces Stalin se convirti¨® para ¨¦l en un aut¨¦ntico desaf¨ªo intelectual, una especie de obsesi¨®n que le ha llevado a consagrar casi todos sus ocios ¡ªprimero militares, luego empresariales¡ª a recopilar, leer y anotar todo lo que ha podido encontrar sobre el georgiano m¨¢s c¨¦lebre desde la reina Tamara (siglo XII). Con ese fin ha convertido a Rusia (incluyendo su anterior avatar sovi¨¦tico) en una especie de segunda patria; solo que, a diferencia de Depardieu, m¨¢s como archivo y biblioteca vivos que como cueva de Al¨ª Bab¨¢ libre de impuestos. Fruto de su trabajo ¡ªsu hobby, le llama¡ª es Stalin el grande, un voluminoso ensayo hist¨®rico-biogr¨¢fico que acaba de publicar Edhasa y en el que Anselmo Santos ha volcado su particular procesamiento de la informaci¨®n acumulada sobre ¡°uno de los grandes asesinos de la historia¡±, y al que, sin embargo, reconoce grandes m¨¦ritos como gobernante, militar y forjador del mundo contempor¨¢neo. Una lectura apasionante (particularmente instructivas resultan las secciones dedicadas a las relaciones del dictador con artistas y escritores) que, adem¨¢s y oblicuamente, revela casi tanto del autor como de su personaje.
Caricatura
Nadie puede salir ileso de la entrevista que concedi¨® el se?or Wert a este peri¨®dico. ?Qu¨¦ me dicen, por ejemplo, de su impl¨ªcita declaraci¨®n de que, en el fondo, las bibliotecas p¨²blicas ya cuentan con suficientes libros, de que, al fin y al cabo, las novedades no son tan importantes? No puedo desprenderme de la impresi¨®n, cada vez m¨¢s acusada, de que este se?or es como la caricatura de un ministro de Cultura dibujada por quien no concede mucho cr¨¦dito al asunto. Tranquiliza saber, en todo caso, que Wert es ¡°m¨¢s ministro de cultura despu¨¦s de las ocho de la tarde¡±, ya cerca de la hora del conticinio. Imag¨ªnense el quilombo si ejerciera desde el canto del gallo.
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