Disney en el Real: una desmitificaci¨®n
La ¨®pera ¡®The perfect american¡¯, de Philip Glass, evoca las sombras del genio Buena acogida al estreno mundial, el primero de un gran compositor internacional en el teatro
¡ª ?Est¨¢ nervioso, se?or Glass?
¡ª Bueno, no mucho. Pero nunca puedes predecir la reacci¨®n del p¨²blico. Hasta ahora est¨¢ funcionando muy bien. La tecnolog¨ªa, que a veces te traiciona, no ha fallado. Solo espero que a la gente le guste.
El d¨ªa del estreno mundial de su nueva ¨®pera, cuando todo el mundo (pol¨ªticos, directores de teatro o colegas de profesi¨®n) buscaba a su autor para estrecharle la mano, cambiar impresiones y tomar champ¨¢n en el entreacto, Philip Glass prefiri¨® escaparse a la cantina del s¨®tano del Teatro Real. Discretamente, rodeado de t¨¦cnicos que hac¨ªan su descanso, el compositor tomaba un caf¨¦ con leche 45 minutos antes de salir ovacionado del Real y que The perfect american, dirigida en el foso por Dennis Russell Davies, fuera largamente aplaudida. No fue apote¨®sico ni mucho menos. Pero no hubo ni un solo abucheo. Todo un ¨¦xito teniendo en cuenta la heterodoxia de la obra y la rigidez de ciertos sectores del p¨²blico madrile?o.
Cr¨ªticos y directores de ¨®pera de todo el mundo acudieron al estreno de ayer
Anoche confirmamos tambi¨¦n que Disney no aguarda sumergido en nitr¨®geno l¨ªquido el advenimiento de la cura de su enfermedad. B¨®rrenlo ya de su cabeza. Su cuerpo fue incinerado, completamente calcinado despu¨¦s de que un c¨¢ncer de pulm¨®n, probablemente provocado por las tres cajetillas de Lucky Strike que aspiraba al d¨ªa, le fulminase. Su familia ni siquiera respet¨® su gran deseo de trascendencia en el momento final. Con esa imagen crepuscular, la de un hombre convertido en una empresa ¡ª¡°como la sopa Campbell¡¯s¡±, dice ¨¦l en la obra¡ª, desbordado por los delirios de grandeza y traicionado en el ¨²ltimo momento por los suyos, termina esta visi¨®n llena de grises del creador del reino de fantas¨ªa m¨¢s importante del siglo XX. Porque Disney tampoco era solo el encanecido t¨ªo Walt que hac¨ªa felices a millones de ni?os con los trazos de sus animalitos parlantes. Fue tambi¨¦n un perturbado megal¨®mano, racista y mis¨®gino que se arrim¨® al macartismo traicionando incluso a sus inspiradores. Estas son las llamas en las que ardi¨® anoche su leyenda criogenizada.
Ese fuego, como sus mundos imaginarios, su infancia, los dibujos¡ subieron a escena a trav¨¦s de un ingenioso artefacto que a ratos convert¨ªa la obra en una pel¨ªcula. Una gr¨²a giratoria de cuatro cabezas que creaba un juego de proyecciones sobre telas en movimiento que se iban desplegando para transformar la escena a cada rato. Un invento solvente para el dinamismo de un escenario que fi¨® el resto de recursos a una plataforma giratoria que tanto serv¨ªa de estudio de Disney, como de la habitaci¨®n de hospital donde pas¨® sus ¨²ltimas horas.
Lo que se vio ayer en el Real ¡ªrepleto de prensa especializada, directores de teatros de todo el mundo y pol¨ªticos como el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallard¨®n o la alcaldesa de Madrid, Ana Botella¡ª es la historia ap¨®crifa de la desmitificaci¨®n de un monstruo y la fascinaci¨®n que, al mismo tiempo, ejerci¨® como genio. Es f¨¢cil percibir el tira y afloja surgido en la construcci¨®n del libreto de Rudy Wurlitzer, con el resultado final de una visi¨®n m¨¢s amable del protagonista que la de la novela. Mortier, justo antes de sentarse en la sala, se?alaba que el mito est¨¢ hecho de luces y sombras, ¡°como Wagner¡±. Para Glass, que dos horas antes del estreno se encerr¨® con un piano a terminar de componer otras obras pendientes ¡ªas¨ª de tranquilo estaba¡ª, tambi¨¦n se trataba de humanizarlo. ¡°Creo que es un icono. Yo admiro a esos personajes que se mueven con toda naturalidad entre la cultura popular y la alta cultura. En Estados Unidos abundan. La ¨®pera debe entrar en ese espacio en el que el arte y el espect¨¢culo van de la mano¡±, sostiene en defensa de un personaje a quien equipara a Andy Warhol, tambi¨¦n sobre la escena de esta obra.
Se trata de una producci¨®n entre el Real y la English National Opera
Todo empez¨® hace unos siete a?os, cuando Gerard Mortier ¡ªque todav¨ªa dirig¨ªa la ?pera de Par¨ªs¡ª recibi¨® el libro de un austriaco que novelaba el lado m¨¢s oscuro de la vida de Walter Elias Disney. Peter Stephan Jungk, su autor, sab¨ªa que aquello ten¨ªa los mimbres de una gran historia l¨ªrica. Pero la cosa qued¨® en una cort¨¦s entrega y no volvieron a tocar el tema. Siguiente escena. Philip Glass y Mortier (que acababa de arrancar su breve andadura en EE UU y quer¨ªa un gran proyecto) cenan en Nueva York. El compositor trabajaba en un libreto sobre Los cuentos de Canterbury. Mortier vio el cielo abierto y, persuasivo como es, le convenci¨® para embarcarse en una gran pieza sobre la vida de Walt Disney. As¨ª, en una sobremesa, se fraguan las ¨®peras del siglo XXI.
Glass era perfecto. Quedan pocos compositores vivos capaces de suscitar un inter¨¦s mundial como el de anoche. Es estadounidense y entiende el significado y las dobleces del personaje. Iba a ser su ¨®pera n¨²mero 24 y la primera que armaba sobre un compatriota. Pero la encontrada relaci¨®n que mantiene el compositor de Baltimore con la cultura popular y su imaginer¨ªa tambi¨¦n crear¨ªa ciertos titubeos a la hora de emitir un veredicto claro sobre el padre de Mickey Mouse. ¡°Tem¨ªa a los estudios Disney¡±, recuerda Mortier. Para el m¨²sico es un poco distinto: ¡°Fue un hombre que empez¨® desde cero y construy¨® un imperio. Las luces y las sombras le hacen verdaderamente interesante¡±, sostiene Glass en la cantina del Real, a donde lleg¨® el pasado 3 de diciembre. Incluso ha terminado de componer sus ¨²ltimas sonatas en Madrid.
Una de las miradas de este relato es la de un exempleado de Disney (Wilhelm Dantine, n¨¦mesis perfecta de su exjefe) cuya labor, como la del resto de trabajadores de la factor¨ªa, nunca fue reconocida en un miserable t¨ªtulo de cr¨¦dito. Ah¨ª s¨ª, la obra critica sin vacilar el anonimato al que someti¨® Disney a los centenares de hombres (las mujeres solo coloreaban) que crearon su mundo. En realidad, lo que puede verse sobre el escenario es una f¨¢brica en la que, como ¨¦l mismo admite, Disney camina de mesa en mesa recolectando el polen. Al final, un hombre de pueblo, un indisimulado racista que discute a un encasquillado aut¨®mata de Abraham Lincoln la abolici¨®n de la esclavitud y que muere, literalmente, con sus botas de cowboy puestas.
La primera parte muestra al mito; la segunda, lo que ¨¦l cre¨ªa de s¨ª mismo
Enfermo de c¨¢ncer de pulm¨®n y apesadumbrado porque sus mu?ecos fueran a sobrevivirle, apura sus ¨²ltimos d¨ªas obsesionado con el trabajo y la transcendencia m¨¢s banal. La ¨®pera se divide en dos partes. En la primera se muestra al mito Disney. En la segunda, se explora lo que ¨¦l cre¨ªa de s¨ª mismo. Y ah¨ª radica la modernidad que reivindica el compositor estadounidense: la de un hombre temeroso de que le engullera el pasado y de pasar a ser, solo, uno m¨¢s de sus animalitos.
Pese a su permanente flirteo con lo popular, a los tintes cinematogr¨¢ficos de su m¨²sica y al colorido magnetismo del tema, The perfect american no es un musical. Es cierto que la partitura de Glass, plagada de percusi¨®n y alardes r¨ªtmicos, es f¨¢cil y agradable de escuchar (ayer sonaron casta?uelas y ritmos de bolero). Pero la ejecuci¨®n de los 70 m¨²sicos que hab¨ªa en el foso ¡ªm¨¢s elevado y amplio que de costumbre¡ª es de una complejidad un tanto alejada a la cultura de Broadway.
¡°Disney empez¨® de cero y construy¨® un imperio¡±, reconoce Philip Glass
Glass, que ayer por la tarde paseaba tranquilamente por la calle Arenal con un gorro y un chubasquero, es un tipo sencillo procedente del underground neoyorquino; alguien todav¨ªa chocante de ver en la fila 8 del patio de butacas de un teatro de ¨®pera, desde donde segu¨ªa anoche su obra antes de subir al escenario a saludar. Lo hizo t¨ªmidamente. Como es ¨¦l. Pero no hubo dudas de la aprobaci¨®n del p¨²blico.
The perfect american no es la primera ocasi¨®n en que la figura de Disney se somete a un juicio despojado del mundo de luz y color que construy¨® con mano de hierro. Incluso forma parte de la iconograf¨ªa de Gerard Mortier para hablar de la ligereza de la cultura popular del siglo XX (ya se vio en el Rey Roger de Warlikowski). Pero estaba claro que a los estudios no iba a hacerles ni pizca de gracia: ¡°Preferir¨ªamos que no lo hicieras¡±, le dijeron a Glass. Siete a?os despu¨¦s, pese a que por imperativo legal no haya ni rastro en el escenario de Mickey Mouse y sus amigos, ¨¦l y Mortier s¨ª han preferido que se hiciese.
Babelia
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