Los ojos de Roman Vishniac
En 1935 emprendi¨® uno de los grandes proyectos de su vida: recorrer la Europa central y oriental para documentar fotogr¨¢ficamente la vida jud¨ªa. El fot¨®grafo invent¨® un sistema para tomar fotos a trav¨¦s de los ojos de una luci¨¦rnaga.
Parece imposible que los ojos de un solo ser humano puedan abarcar todo lo que vieron los de Roman Vishniac a lo largo de su vida. Mir¨® con la misma curiosidad a los seres humanos y a los animales. Pase¨® su mirada por m¨¢s de una docena de pa¨ªses y por dos continentes. Disfrut¨® de la belleza y la bulla de esa edad de oro de las grandes ciudades que fueron los a?os veinte y treinta en Europa, pero con igual energ¨ªa recorri¨® caminos inh¨®spitos que s¨®lo pod¨ªan ser transitados a pie o en mulo buscando las aldeas donde viv¨ªan comunidades jud¨ªas aisladas, absortas en la religi¨®n y en la pobreza. Para llegar adonde estaba prohibido o donde sab¨ªa que no iban a recibirlo bien, Roman Vishniac se hac¨ªa pasar por viajante de telas, lo cual justificaba la maleta en la que llevaba su breve equipaje fotogr¨¢fico.
Desde muy joven hab¨ªa tenido una inclinaci¨®n extraordinaria hacia la fotograf¨ªa y hacia los disfraces, y hacia los cambios de saberes y oficios. Cuando ten¨ªa siete a?os y viv¨ªa en Mosc¨² se las arregl¨® para acoplar una c¨¢mara primitiva a la lente de un microscopio que acababa de regalarle su abuela y tomar una foto de la pata de una cucaracha ampliada ciento cincuenta veces. Estudi¨® biolog¨ªa y arte del Extremo Oriente. Cuando la vida se le volvi¨® irrespirable en la Rusia sovi¨¦tica, Roman Vishniac se disfraz¨® de bolchevique y consigui¨® que el mismo Trotski le firmara un salvoconducto de salida para toda su familia.
Porque a los jud¨ªos se les prohibi¨® tener c¨¢maras fotogr¨¢ficas, Vishniac sal¨ªa a veces con la suya disfrazado de nazi
Su padre hab¨ªa hecho una fortuna en Rusia fabricando paraguas. Cuando se instalaron en Berl¨ªn y vendieron las pocas joyas familiares que su madre hab¨ªa salvado, se encontraron en la pobreza. Su padre estaba enfermo y derrumbado. Con poco m¨¢s de veinte a?os, en Berl¨ªn, Roman Vishniac ten¨ªa que sostener a toda su familia, incluida su esposa, porque acababa de casarse. Trabaj¨® en una lecher¨ªa, en una empresa de seguros, en una tienda de m¨¢quinas de escribir, en una f¨¢brica de coches. De alg¨²n modo se las arregl¨® para proseguir estudios universitarios de endocrinolog¨ªa, de ¨®ptica y de arte oriental. Invent¨® una manera de usar la luz polarizada para revelar la estructura interna de los seres vivos. Con sus dos c¨¢maras port¨¢tiles, una Leica y una Rolleiflex, iba por Berl¨ªn tomando fotograf¨ªas de los lugares y la gente, casi siempre inadvertido. Se instalaba en un portal y disparaba hacia fuera, el rect¨¢ngulo de sombra de la puerta convertido en el marco y en la boca del escenario en el que se perfilaban los personajes casuales de la ciudad. Es un Berl¨ªn de calles adoquinadas, de bicicletas, tranv¨ªas, coches negros, motos rutilantes, r¨®tulos de comercios, grandes carteles de teatros y cines.
Poco a poco, al principio de una manera tan intermitente que pueden no ser advertidas, en las fotos berlinesas de Roman Vishniac empiezan a aparecer esv¨¢sticas: una esv¨¢stica pintada en el escaparate de una tienda, una banderita colgada de un balc¨®n. Porque a los jud¨ªos se les prohibi¨® tener c¨¢maras fotogr¨¢ficas, Vishniac sal¨ªa a veces con la suya disfrazado de nazi. Ten¨ªa otro truco para tomar fotos sin peligro de la deriva visual monstruosa que iba tomando la ciudad: sal¨ªa con su hija, y la hac¨ªa pararse sonriente delante de un cartel antisemita, o de la entrada de una tienda de ortopedia en la que se anunciaba con letras grandes un aparato para medir las diferencias entre el tama?o del cr¨¢neo de los arios y de los jud¨ªos. En 1935 emprendi¨® uno de los grandes proyectos de su vida: recorrer la Europa central y oriental para documentar fotogr¨¢ficamente la vida jud¨ªa. La mayor parte de sus amigos descartaban las amenazas de exterminio de Hitler como delirios de un demagogo. Roman Vishniac, a quien se ve que su disposici¨®n activa y jovial no le interfer¨ªa con la lucidez, estuvo convencido muy pronto de que Hitler hablaba en serio. Durante casi cuatro a?os enteros recorri¨® barrios jud¨ªos en ciudades, se abri¨® paso por caminos invernales cegados de nieve, visit¨® peque?as comunidades rurales y arrabales populosos. Retrat¨® a campesinos, a estudiantes del Talmud, a patriarcas barbudos, a ni?os de ojos grandes y asustados, a familias enteras amontonadas en s¨®tanos, a mujeres de belleza pensativa rodeadas de penumbra, a vendedores ambulantes, a p¨ªcaros. Ver sus fotos es invocar el mundo de los cuentos de Isaac Bashevis Singer. En una aldea de Checoslovaquia lo tomaron por un esp¨ªa y lo tuvieron en un calabozo durante un mes. En Zbaszyn, en diciembre de 1938, en la frontera de Alemania y Polonia, se las arregl¨® para colarse en un campo donde se amontonaban en cuadras y barracones en medio del barro y la nieve jud¨ªos polacos expulsados de Alemania a los que el Gobierno polaco se negaba a aceptar. Sali¨® de all¨ª saltando la alambrada con su maleta y mand¨® las fotos que hab¨ªa tomado a la Sociedad de Naciones.
Volvi¨® a Europa despu¨¦s de la guerra y tom¨® fotos de las mismas calles de Berl¨ªn en las que hab¨ªa vivido, ahora cordillera de ruinas
Con un pasaporte de Estonia escap¨® de Alemania en 1939 y se instal¨® en Francia. Pero la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de las rep¨²blicas del B¨¢ltico lo convirti¨® en un ap¨¢trida y el Gobierno de Vichy lo mand¨® a un campo para extranjeros indeseables. Logr¨® llegar con su familia a Nueva York en 1940 y se encontr¨® por tercera o cuarta vez teniendo que empezar otra vida en un mundo ajeno a ¨¦l. Hablaba ruso, alem¨¢n, franc¨¦s, polaco, eslovaco, ruteno, italiano, pero estaba perdido porque no sab¨ªa ingl¨¦s. Fingiendo ir de parte de un amigo com¨²n se present¨® en casa de Einstein, en Princeton, y aprovechando un descuido le hizo su mejor retrato. Volvi¨® a Europa despu¨¦s de la guerra y tom¨® fotos de las mismas calles de Berl¨ªn en las que hab¨ªa vivido menos de diez a?os antes, ahora cordilleras de ruinas. Le contaron que la casa de su infancia en Mosc¨² hab¨ªa sido derribada para hacer sitio a una ampliaci¨®n de la c¨¢rcel Lubianka. La inmensa mayor¨ªa de las personas a las que hab¨ªa retratado en las m¨¢s de cinco mil fotos que tom¨® durante sus viajes hab¨ªan sido exterminadas.
Hab¨ªa inventado un sistema para tomar fotos a trav¨¦s de los ojos de una luci¨¦rnaga. De vuelta a Nueva York, durante los a?os cincuenta, logr¨® asombrosas fotos en color de avispas en vuelo, de medusas, de algas unicelulares, de gl¨®bulos rojos, de larvas de insectos, del tapiz celular de una mano humana, del interior de una ra¨ªz, de la secci¨®n de una aguja de pino, de las metamorfosis de renacuajos, de los cristales de nieve cuando empieza a derretirse al sol. Para no espantar a los insectos a los que estudiaba se frotaba con hierba y tierra disimulando su olor y hab¨ªa aprendido a contener la respiraci¨®n durante un m¨¢ximo de dos minutos. Se negaba a fotografiar animales muertos. De ni?o lo hab¨ªan llevado a pescar, cuando atrap¨® un pez y al sacarlo del agua vio la sangre y el anzuelo que le atravesaba la boca lo estremeci¨® un remordimiento que no olvid¨® en toda su vida. Muri¨® en Nueva York, en el mismo barrio de refugiados europeos al que hab¨ªa llegado en 1940. Ten¨ªa 92 a?os y hab¨ªa visto tantas cosas que a veces se extraviar¨ªa por sus recuerdos como por las vidas de muchos otros hombres.
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