Ra¨²l Mao, fundador y director de ¡®Cuadernos de Jazz¡¯
Convirti¨® la publicaci¨®n en la mejor del g¨¦nero en Espa?a
Se mantuvo al pie del ca?¨®n hasta que ya no pudo m¨¢s. Era un luchador, un tipo singular, vehemente y erudito, discutido por unos, idolatrado por otros; un cabezota, en el mejor sentido de la palabra. A¨²n enfermo, Ra¨²l Mao segu¨ªa empe?ado en no parar la m¨¢quina que ¨¦l mismo hab¨ªa puesto en marcha 20 a?os antes, sus Cuadernos de Jazz, reducidos a la versi¨®n online por la crisis. Pero todos sab¨ªamos que era eso, precisamente, lo que le manten¨ªa con vida: el trabajo. Hasta que, al anochecer del pasado viernes, su cuerpo dijo basta.
Ra¨²l Mao naci¨® en Buenos Aires, en 1944. Como tantos otros, vino a Espa?a con lo puesto, buscando encontrar aqu¨ª lo que su pa¨ªs le negaba. Lleg¨® en barco, a Vigo, y de all¨ª viaj¨® a Madrid, donde se qued¨®, salvo un breve par¨¦ntesis en EE UU, que aprovech¨® para empaparse con lo mejor del jazz a trav¨¦s de la radio. De aquella estancia quedan las fotos, extraordinarias, que realiz¨® a su paisano Jorge Luis Borges en la visita que este realiz¨® a la Universidad de Tejas de la que Ra¨²l fue, en parte, responsable. Eso, y algunos recuerdos personales del maestro no aptos para todos los p¨²blicos que gustaba de contar en petit comit¨¦.
De vuelta en la capital del reino, hizo un poco de todo. Fue fot¨®grafo de bodas, bautizos y estrellas del espect¨¢culo, se convirti¨® en asiduo de los cines de arte y ensayo y termin¨® convertido en comercial en una conocida multinacional bancaria, cargo que abandon¨® en cuanto pudo para dedicarse en cuerpo y alma a su gran pasi¨®n: la m¨²sica de jazz. Lo sab¨ªa todo de todos desde Jelly Roll Morton en adelante, y no solo eso, tambi¨¦n sab¨ªa contarlo. Pod¨ªa estarse horas hablando de un disco, de un int¨¦rprete. Sus favoritos: Mingus, Bill Evans, Miles Davis. Le recuerdo hablando con emoci¨®n de su primer disco de jazz, que compr¨® sin saber lo que era: The Black saint and the sinner lady, de Charles Mingus. En una ocasi¨®n en la que pudo escuchar a su ¨ªdolo en una visita a Buenos Aires, Ra¨²l acudi¨® al concierto cargado con un magnet¨®fono cuidadosamente oculto bajo la ropa; se libr¨® por poco de ser descubierto, pero su osad¨ªa casi le cuesta un disgusto serio.
La pasi¨®n de Ra¨²l por el jazz le condujo a la radio ¡ªaquellas radios libres de fin de siglo¡ª y, por extensi¨®n, a quien se convertir¨ªa en su mujer y compa?era hasta el fin de sus d¨ªas, Mar¨ªa Antonia Garc¨ªa. Juntos fundaron Cuadernos de Jazz en 1990. Ese mismo a?o, se plantaron en el Festival de Jazz de Vitoria, n¨²mero 0 en mano, con la idea de reclutar a posibles colaboradores entre los profesionales del sector. La mayor¨ªa, por no decir todos ellos, les dieron la espalda. ¡°Flor de un d¨ªa¡±, dijeron. Solo el tes¨®n y la bendita terquedad de Ra¨²l pudo convertir el desd¨¦n con que su iniciativa fue acogida por parte del establishment cr¨ªtico en un impulso renovador necesario al que se adhirieron quienes nunca hab¨ªan publicado y se hallaban dotados con una visi¨®n distinta y renovadora del hecho jazz¨ªstico: la joven cr¨ªtica. Gracias a ello, Cuadernos de Jazz ha podido sobrevivir hasta hoy mismo, adornada con un prestigio que va m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras.
Por las p¨¢ginas de la revista han pasado escritores y poetas, m¨²sicos y hombres de cine; quienes entonces arrancaban en el oficio del periodismo y quienes ya llevaban sus buenos a?os ejerciendo el magisterio en el medio, caso del dan¨¦s, residente en Madrid, Ebbe Traberg. Desde 1996, la revista ampara a la fundaci¨®n que lleva su nombre, cuyos fondos custodia actualmente el Instituto Valenciano de la M¨²sica.
En 2011, Cuadernos de Jazz dej¨® de publicarse en papel. Inaccesible al desaliento, Ra¨²l se mantuvo al frente de la edici¨®n online contra viento y marea. Tocado por el c¨¢ncer, aprovechaba las pocas fuerzas que le quedaban para darle una vuelta a un texto que no terminaba de cuadrarle o corregir la foto que le hab¨ªa llegado defectuosa. Todo con tal de que la m¨¢quina no detuviese su marcha. Ahora, esa m¨¢quina se ha parado, qui¨¦n sabe si para siempre. Algunos no le olvidaremos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.