El triunfo del halago
Esta edici¨®n de los Oscar deja claro el camino a seguir: lo que hay que hacer es decir lo que la Academia quiere escuchar
En el plano que cierra Argo ¡ªuna colecci¨®n de figuras articuladas de La guerra de las galaxias en la habitaci¨®n del hijo del agente de la CIA Tony Mendez¡ª puede descifrarse el motivo que ha llevado a la pel¨ªcula de Ben Affleck a alzarse con el Oscar a la Mejor Pel¨ªcula por encima de propuestas mucho m¨¢s problem¨¢ticas como La noche m¨¢s oscura, Lincoln, Django desencadenado, Amor y, por supuesto, esa radical The Master que ni siquiera fue nominada. Ese plano final alcanza la excelencia en el arte del halago (que es, tambi¨¦n, el arte de la falacia): la pol¨ªtica exterior norteamericana es un noble asunto propio de caballeros jedis, justo lo contrario de lo que cuenta, con frialdad notarial, la pel¨ªcula de Kathryn Bigelow.
Affleck sostiene su idea con un discurso que juega con m¨¢s eficacia inmediata que perdurable solidez la carta del sentido del espect¨¢culo. La manera en que, en los cr¨¦ditos finales, Affleck subraya el parecido entre sus referentes y su emulaci¨®n no hace m¨¢s que poner de manifiesto la ingenuidad del conjunto: el cineasta se muestra como el aplicado alumno que aspira a matr¨ªcula de honor y que entrega un trabajo sin tachones ni borrones de Tippex, escrito con perfecta caligraf¨ªa, pero que, en el fondo, se sostiene sobre una mentira (o, por lo menos, una media verdad). La pol¨ªtica exterior americana s¨®lo puede contarse como una cosa de caballeros jedis si uno solo muestra una parte del asunto: esa micro aventura en la que todo sali¨® bien. La imagen de Michelle Obama bendiciendo Argo cierra un c¨ªrculo: el que se abri¨® con esa otra imagen que mostraba a su marido contemplando algo en fuera de campo. Ese algo que acab¨® siendo el cl¨ªmax final de La noche m¨¢s oscura, una pel¨ªcula que escogi¨® no contar las cosas como a sus interlocutores les gustar¨ªa escucharlas.
En esta gala de los Oscar lo que ha librado un pulso es el cine entendido como espejo que devuelve una imagen favorecedora o como espejo que devuelve una imagen inc¨®moda. Tanto Django desencadenado como Lincoln se enfrentaban al mayor cargamento de culpa hist¨®rica de Estados Unidos. La pel¨ªcula de Spielberg, a trav¨¦s del guion de Tony Kusher, se atrev¨ªa a plantear estimulantes preguntas sobre la corrupci¨®n usada para un buen fin en el juego democr¨¢tico. Y Django articulaba su airado discurso pol¨ªtico ¨Cque inclu¨ªa el sacrificio de un arquetipo reprobable: el criado fiel- mediante un compromiso, ¨¦tico y est¨¦tico, con el cine de subg¨¦neros situado en las ant¨ªpodas del uso que hace Argo de su pel¨ªcula-dentro-de-la-pel¨ªcula. Tratar esa falsa pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n como cosa de friquis es una decisi¨®n que masajea el papanatismo cultural del espectador medio: en realidad, la falsa pel¨ªcula que concibi¨® Tony Mendez era una cosa bastante m¨¢s seria, con nombres del prestigio de Roger Zelazny y Jack Kirby embarcados para darle espesor al asunto. Por lo menos, tanto Lincoln como Django desencadenado no se han ido del todo de vac¨ªo. Con todo, los premios que han recibido se mantienen dentro de cierta zona de seguridad, como el obtenido por Amor, pel¨ªcula que si hubiese extendido su triunfo a otras categor¨ªas hubiese reforzado su poder para impugnar la larga tradici¨®n hollywoodense de edulcorar con falso sentimentalismo la representaci¨®n de la muerte.
La victoria de Ang Lee como director tambi¨¦n habla claro. La contrafigura de La vida de Pi ¡ªuna pel¨ªcula que invita a creer en Dios a trav¨¦s de la ch¨¢chara New Age y una est¨¦tica evocadora de cuadro tridimensional saldado en un todo-a-cien oriental¡ª era una pel¨ªcula rechazada ya en la criba de las nominaciones. The Master, un trabajo que propone una estremecedora s¨ªntesis del alma americana a trav¨¦s del pulso entre los da?os colaterales (espirituales) de toda guerra y la fe como discurso espectacular y embaucador, como objeto de consumo. Si alguien est¨¢ m¨¢s obsesionado en ganar un oscar que en firmar una obra honesta y capaz de encontrar un lugar para siempre en la historia del cine, esta edici¨®n de los premios deja bien claro el camino a seguir: lo que hay que hacer es decir lo que la Academia (y, por extensi¨®n, Am¨¦rica) quiere escuchar. Y, por supuesto, tal y como quiere escucharlo.
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