El Prado resuelve el enigma de ¡®El Labrador¡¯
El museo descubre en una muestra la misteriosa figura del pintor de bodegones Juan Fern¨¢ndez, que estuvo activo en Madrid en la primera mitad del siglo XVII
Poco, por no decir casi nada, sabemos de Juan Fern¨¢ndez El Labrador y sus discretas circunstancias biogr¨¢ficas. Para la posteridad qued¨®, eso s¨ª, la extraordinaria atenci¨®n por el detalle y el amor por la naturaleza y sus c¨ªclicas razones de este pintor de bodegones activo en Madrid en las d¨¦cadas veinte y treinta del siglo XVII. Con tan inciertos mimbres, El Prado ha inaugurado hoy la estupenda exposici¨®n El Labrador, Naturalezas muertas, que aguarda hasta el 16 de junio al visitante en la sala de la planta superior de la ampliaci¨®n reservada a las muestras m¨¢s exquisitas. O traducido: a las apuestas m¨¢s eruditas y de menor tir¨®n popular.
El recorrido re¨²ne 11 de los 13 bodegones conocidos del pintor. En ¨¦l, y en el cat¨¢logo de la muestra, producto de los estudios del comisario ?ngel Aterido, est¨¢ contenido todo lo que hoy conocemos de la misteriosa trayectoria del artista. Que no es mucho¡ A saber: pudo nacer en C¨¢ceres o Badajoz y viv¨ªa fuera de Madrid (?quiz¨¢ en ?vila?). Bajaba a la corte una sola vez al a?o, m¨¢s o menos por estas fechas, para mercadear con su arte. Casi con toda seguridad gir¨® en la ¨®rbita del romano Giovanni Battista Crescenzi, maestro en las intrigas art¨ªsticas en tiempos de Felipe III y Felipe IV y que en un documento se refiri¨® a ¨¦l como su ¡°criado¡±. Era ¨¢grafo y probablemente analfabeto. Trabajaba el campo, de ah¨ª el sobrenombre. Y su pintura, tan parad¨®jicamente delicada en su escaso refinamiento, cosech¨® adeptos en Inglaterra, gracias al gusto de los embajadores de Londres en Madrid, sir Francis Cottington y sir Arthur Hopton, que impulsaron y moldearon su trayectoria. Y regalaron al rey Carlos I algunos de sus ¨®leos, como el oto?al Bodeg¨®n con uvas, membrillos y frutos secos, prestado al Prado por la colecci¨®n de la actual reina de Inglaterra.
Tambi¨¦n tenemos constancia de que le obsesionaban las uvas. O mejor, la idea de una uva. Blancas, tintas y en todas sus variantes. Presentadas en racimos solitarios que cuelgan con la inesperada presencia de una mosca, o en grupos de dos, tres y cuatro. A ellas consagr¨® sus primeros esfuerzos, como indica el viaje propuesto por el Prado. Las pintaba con fidelidad a los preceptos del naturalismo de principios de su siglo, el de S¨¢nchez Cot¨¢n y otros, a cuyo arte remiten sus lienzos. Y las dispon¨ªa con un premonitorio gusto por la abstracci¨®n y el hechizo seductor de lo inexplicable.
Las composiciones del Labrador se resisten a la catalogaci¨®n. Los frutos cuelgan de no se sabe bien d¨®nde en escenas en penumbra, en las que una potente luz fr¨ªa delimita las formas. El resultado produce un efecto que le vale, seg¨²n el comisario Aterido, el apelativo de ¡°Zeuxis moderno¡±, en referencia al pintor cl¨¢sico que elev¨® la uva a la categor¨ªa de arte.
Tras las vides vendr¨ªan las flores, gracias a los consejos disuasorios de los diplom¨¢ticos ingleses. Un incre¨ªble Florero marca en la muestra la ruptura con lo anterior, pese a que en la esquina inferior izquierda asoman unas uvas dif¨ªciles de distinguir. El cuadro es uno de los cinco que del autor posee El Prado; los otros cuatro, tambi¨¦n incluidos en la muestra, entraron en la pinacoteca con la compra en 2006 de la colecci¨®n de bodegones de Rosendo Naseiro, como parte de un lote que inclu¨ªa los circunstancialmente famosos lienzos que el empresario y coleccionista adquiri¨® de otro tesorero del PP, Luis B¨¢rcenas.
Prueba del olvido sufrido hasta fechas recientes por la figura del Labrador es que ese Florero fue comprado en 1946 por el marqu¨¦s de Lozoya, creyendo que era de Zurbar¨¢n. Fue antes de que se hallase la firma temblorosa de Juan Fern¨¢ndez en la parte posterior de un cuadro, perteneciente hoy a una colecci¨®n particular holandesa que deneg¨® su pr¨¦stamo para la exposici¨®n (falta adem¨¢s otra pieza montada en un cabinet brit¨¢nico). A partir de ese descubrimiento y como parte de una labor detectivesca sostenida desde los a?os setenta, se ha ido inventariando a partir de un pu?ado de documentos el misterio de este pintor, que ya luce en el Prado con los honores denegados durante cuatro siglos. Y como un indisimulado reclamo: los responsables de la pinacoteca conf¨ªan en que la muestra sirva para que afloren nuevas piezas de su enigm¨¢tica producci¨®n.
A final de a?o, Vel¨¢zquez
La oferta del Prado para esta temporada incluye el rescate de un pintor desconocido (El Labrador), dibujos espa?oles del Museo Brit¨¢nico y la pr¨®rroga de Van Dyck El Joven, cita abierta en 2012. Nada m¨¢s hasta la apertura en mayo de La belleza encerrada, con obra de peque?o formato. Es indudable que el museo afronta 2013 con intenci¨®n modesta. En 2012 se rozaron los tres millones de visitantes.
El director, Miguel Zugaza, no disimul¨® ayer las razones: en las cuentas del Prado pesa el recorte del 30% en la asignaci¨®n ministerial. ?Cree que har¨¢ mella en el ¨¢nimo de los visitantes, acostumbrados desde la ampliaci¨®n a un sostenido m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa? ¡°Es un museo casi bicentenario [lo ser¨¢ en 2019]. ?A cu¨¢ntas cosas no se habr¨¢n acostumbrado y desacostumbrado los visitantes?¡±, se pregunt¨®, antes de desvelar un gran nombre, este s¨ª, para final de a?o: se prepara una muestra con los retratos de madurez de Vel¨¢zquez. Tambi¨¦n trabajan en El Greco (2014) y El Bosco (2016).
Babelia
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