La sonrisa que deslumbr¨® a tres grandes genios de la pintura
Una muestra compara la obra de Frans Hals con Rembrandt, Rubens y Tiziano El museo dedicado al pintor flamenco alberga la muestra
Los retratos de Frans Hals, el pintor del barroco flamenco afincado en Haarlem en 1585, est¨¢n llenos de sonrisas y bocas abiertas, una haza?a en su ¨¦poca, cuando la expresi¨®n austera del cliente era sin¨®nimo de poder. Hals, que trabaj¨® sin parar en vida, es tambi¨¦n el artista del trazo visible al ojo del espectador. El ¨²nico capaz de lograr al ¨®leo la impresi¨®n que har¨¢ famoso en el siglo XIX a un movimiento entero de colegas. A ese Frans Hals audaz que pintaba sin esbozo previo y de un tir¨®n un cuadro entero, dedica el museo de su nombre en la ciudad holandesa de Haarlem una muestra todav¨ªa m¨¢s atrevida. En Frans Hals, cara a cara con Rembrandt, Rubens y Tiziano, lo compara con los dos gigantes del barroco y su supremo predecesor renacentista italiano, uno de los m¨¢s influyentes del arte occidental. El resultado es un regalo para el espectador, que contempla el distinto enfoque dado por los cuatro autores a piezas con m¨²sicos, matrimonios adinerados y rectores de asilos y orfelinatos. En el caso de Hals, que entreg¨® ya octogenario dos piezas enormes para estos ¨²ltimos, se a?ade la infancia y encargos de milicias c¨ªvicas.
Hals, nacido en Amberes, huy¨® con su familia a Haarlem cuando la ciudad flamenca cay¨® en manos de las tropas espa?olas durante la guerra de Flandes. Fue uno de los pocos pintores consagrados cuyos descendientes siguieron el oficio. Su hermano menor, Dirk, plasm¨® con cierto ¨¦xito bailes y fiestas populares. Cuatro de sus 11 hijos (Harmen, Frans, Reynier y Nicolaes) se ganaron asimismo la vida con los pinceles. Hals padre enseguida mostr¨® aptitudes y la exposici¨®n rebate uno de los equ¨ªvocos m¨¢s extendidos sobre su obra. La historia oficial se?ala que fue un desconocido fuera de Haarlem en el siglo XVII. Que sali¨® del olvido en el XIX gracias al ojo del historiador Th¨¦ophile Thor¨¦-B¨¹rgerue y acab¨® por recuperar su puesto entre los grandes por los impresionistas Van Gogh y Monet y Manet, rendidos a la ¡°expresi¨®n que extra¨ªa de sus pinceles¡±. Pues bien, Hals nunca perdi¨® clientela ni dej¨® de estar en boga a lo largo de su vida y del siglo posterior. Trabaj¨® hasta su muerte, en 1666, y sus deudas fueron debidas a la carga familiar.
Anna Tummers, conservadora del Museo Frans Hals, y principal valedora de la nueva teor¨ªa, subraya que ¡°era muy querido por sus alumnos y un buen padre¡±. ¡°Una vez pag¨® al panadero los 200 florines que le deb¨ªa vendiendo muebles y cinco cuadros, pero es que ten¨ªa muchos gastos. Sus tribulaciones no oscurecieron el aprecio de su clientela por ese trazo grueso, propio a su vez de la obra final de Tiziano y Tintoretto. Y de Rembrandt. Lo especial de Hals es que lo aplica a su manera hasta convertirlo en su sello personal¡±, explica Tummers. Un buen ejemplo es la ins¨®lita pareja formada por Ni?o riendo, pintado por Hals en 1625, y Hombre riendo, firmado por Rembrandt en 1629. El primero contagia su alegr¨ªa al visitante con una pincelada r¨¢pida, moderna para nuestros ojos, y los grises verdosos tan usados por el flamenco. El var¨®n de Rembrandt es espont¨¢neo y con movimiento, pero juega m¨¢s con las sombras, la especialidad del maestro del Siglo de Oro.
Tres de los retratos de prohombres de la ¨¦poca confrontados por el museo reflejan con sutileza el diferente enfoque dado por Rubens, Van Dyck (su alumno) y Hals al modelo. El cuadro titulado Jan Vermoelen, del primero, y Retrato de un hombre de 55 a?os, del segundo, salidos de forma excepcional de la colecci¨®n del pr¨ªncipe de Liechtenstein, son anteriores a Nicolaes van der Meer, pintado por Hals. Los tres se apoyan en sendas sillas bordadas en oro, a veces m¨¢s caras que el cuadro mismo, para marcar su estatus. Est¨¢n destinados a impresionar y lo consiguen. El caballero de Hals, sin embargo, aparece sobre un fondo m¨¢s claro, y con unas manos que son un esbozo al ¨®leo, sin perder empaque.
Abierta hasta el 28 de julio, la muestra permite disfrutar adem¨¢s del barrio del museo, una zona de Haarlem por la que tampoco parece haber pasado el tiempo.
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