El centauro metaf¨ªsico
El autor, cr¨ªtico de arte y presidente de la Fundaci¨®n-Museo Jorge Oteiza, pone en valor la dimensi¨®n intelectual y art¨ªstica del gran escultor nacido en Orio (Gipuzkoa) en 1908 y de cuya muerte se cumplir¨¢n ma?ana 10 a?os
A diez a?os de su muerte, el 9 de abril de 2003, a los 94 de edad, pues naci¨® el 21 de octubre de 1908, y justo a medio siglo de haberse publicado Quosque t¨¢ndem¡! Ensayo de interpretaci¨®n est¨¦tica del alma vasca, que vio la luz en 1963, la figura del escultor vasco Jorge Oteiza nos sigue interpelando como si su capacidad de invocar y provocar no tuviera l¨ªmite. Antes, cuando viv¨ªa, ¨¦l mismo se encargaba de sacudir nuestra modorra con sus virulentas y geniales intervenciones p¨²blicas, pero, tras su muerte, es su obra la que nos sigue sobresaltando y haci¨¦ndonos pensar. Afirmar que Oteiza es uno de los mejores escultores del siglo XX de nuestro pa¨ªs es algo consabido, aunque no banal, porque en este rasero se confronta con formidables figuras, como Picasso, Gargallo, Julio Gonz¨¢lez, Alberto S¨¢nchez, ?ngel Ferrant y, por supuesto, Eduardo Chillida, por solo citar algunos nombres capitales de referencia.
De todas formas, la importancia de Oteiza como escultor no se puede ce?ir a los lares patrios, porque, entre 1955 y 1959, su obra alcanz¨® una intensidad que le permiti¨® sobrevolar toda la vanguardia internacional. As¨ª le fue reconocido en su momento con el correspondiente triunfo de la Bienal de S?o Paulo, pero tambi¨¦n as¨ª lo ha seguido siendo, tras su muerte, por algunos de los mejores escultores actuales, como, en primer¨ªsimo lugar, el estadounidense Richard Serra, pero tambi¨¦n el brit¨¢nico Richard Deacon o el brasile?o Waltercio Caldas, por citar solo quienes en fechas recientes y por escrito han dejado un testimonio palmario de su admiraci¨®n por la obra del gran artista vasco.
Jorge Oteiza fue, sin duda, un gran escultor, entre el constructivismo y el minimalismo, pero su capacidad creadora trascend¨ªa cualquier lenguaje espec¨ªfico. Como es sabido, a finales de la d¨¦cada de los cincuenta, abandon¨® la escultura, entrando en este sentido en un silencio creador muy caracter¨ªstico del arte de nuestra ¨¦poca, pero ello no signific¨®, ni mucho menos, un desaparecer, porque justo en ese momento Oteiza entr¨® en un trance fren¨¦tico de actividad y activismo; esto es, entreg¨¢ndose a la creaci¨®n de una obra literaria y ensay¨ªstica, cuya edici¨®n cr¨ªtica, emprendida por la Fundaci¨®n-Museo Jorge Oteiza de Alzuza (Navarra), suma hasta el momento presente casi una decena de vol¨²menes. Adem¨¢s, junto a ella, tambi¨¦n hay que rese?ar una militancia constante, b¨¢sicamente dedicada a lograr no solo la reanimaci¨®n espiritual y est¨¦tica del pueblo vasco, sino tambi¨¦n beligerante en cualquier otro frente.
El contenido de esta ingente producci¨®n escrita es de una variedad asombrosa, que demuestra la inquietud y erudici¨®n formidables de su autor. Porque Oteiza fue docto en casi todo: arte, arquitectura, est¨¦tica, filosof¨ªa, teolog¨ªa, antropolog¨ªa, filolog¨ªa, m¨²sica, historia, pedagog¨ªa, etc¨¦tera. Estaba al tanto de casi todo y basta con echar un vistazo a su notable biblioteca ¡ªhoy conservada, ordenada y estudiada en su maravilloso museo, dise?ado por su ¨ªntimo amigo S¨¢enz de Oiza¡ª para comprobar que Oteiza le¨ªa de primera mano y con prontitud todo lo que se publicaba de interesante en Espa?a y en el extranjero.
Hay, pues, muchos oteizas, no solo por la diversidad de asuntos abordados sino por la riqu¨ªsima experiencia vital acumulada en su dilatada existencia. No hay que olvidar que Oteiza form¨® parte muy relevante de la interesante vanguardia art¨ªstica donostiarra de antes de la Guerra Civil y que vivi¨® casi tres lustros en Am¨¦rica, donde no solo recorri¨® de arriba abajo casi todo el continente latinoamericano, sino que fue muy permeable a sus apasionantes caladeros art¨ªsticos entre 1930 y 1950.
Esa extraordinaria personalidad abierta a tan diferentes inquietudes le hace merecedor del calificativo de centauro metaf¨ªsico, que ¨¦l aplic¨® al pueblo vasco, ¡°para mostrar la doble naturaleza, est¨¦tica y religiosa, de nuestra alma tradicional, tomada as¨ª en nuestra prehistoria¡±, porque, en definitiva, como los antiguos grandes maestros de la vanguardia, ¨¦l hizo suya la idea de la aut¨¦ntica innovaci¨®n, que es la de avanzar retrocediendo.
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