Claude Lanzmann demuestra otra vez que nunca existi¨® la banalidad del mal
Como ¡®Shoah¡¯, el documental ¡®El ¨²ltimo de los injustos¡¯ bucea en el horror del Holocausto
Claude Lanzmann ofreci¨® al mundo mediante un documental de 10 horas titulado Shoah la reconstrucci¨®n y los testimonios de una de las barbaries m¨¢s grandes que se han perpetrado en la historia de la humanidad. El cine ha conseguido estremecer a cualquier espectador con dos dedos de frente y un poco de coraz¨®n con historias sobre el Holocausto, como las magistrales La lista de Schindler y El pianista, pero all¨ª hab¨ªa int¨¦rpretes, m¨²sica, el tratamiento est¨¦tico con el que se construyen las ficciones. Sin embargo, en Shoah todo est¨¢ desnudo, es pavorosamente real, ofrece incontestables datos y la concesi¨®n de algunos que lograron sobrevivir al espanto.
Lanzmann, que ahora tiene 87 a?os, ha dedicado toda su obra cinematogr¨¢fica al tema de la cuesti¨®n jud¨ªa, a recordarnos a todos una y otra vez la ignominia en la que fueron asesinadas seis millones de personas por el hecho de pertenecer a una determinada raza. Su eterna obsesi¨®n es tan leg¨ªtima como necesaria.
Ayer present¨® en Cannes, fuera de concurso y en presencia de la ministra de Cultura francesa, el documental El ¨²ltimo de los injustos, un nuevo buceo en el antiguo horror. Cuenta la deportaci¨®n de 121.000 jud¨ªos austriacos a una ciudad de Checoslovaquia que la propaganda nazi pretendi¨® disfrazar como si fuera un gueto ejemplar, en el que sus habitantes hac¨ªan una vida normal y aparentaban sentirse felices. Hubo tres rabinos en ese gueto presidiendo el Consejo jud¨ªo. Dos de ellos fueron asesinados, pero uno tuvo la inmensa suerte de seguir vivo. Se llamaba Benjamin Murmelstein. Al terminar la guerra fue acusado de haber colaborado con los nazis y encarcelado durante un tiempo. Le liberaron al demostrarse no solo su inocencia sino la inmensa labor que hab¨ªa realizado por la salvaci¨®n de su gente. Cuando se celebr¨® el juicio en Jerusal¨¦n a Adolf Eichmann, inventor y administrador de ese gueto presuntamente mod¨¦lico, los fiscales utilizaron un libro que escribi¨® Murmelstein en el que describ¨ªa la suprema responsabilidad de Eichmann en el genocidio, pero no fue invitado a Israel para testificar en el proceso. De alguna forma, la sospecha sobre su culpabilidad le hab¨ªa marcado a perpetuidad.
Claude Lanzmann entrevist¨® largamente en Roma al exiliado Murmelstein a lo largo de 1975. Su testimonio es la base de El ¨²ltimo de los injustos, un documental de 220 minutos que mantiene permanentemente el inter¨¦s del espantado receptor. La fil¨®sofa Hannah Arendt, que sigui¨® el juicio a Eichmann, describi¨® a este hombre como alguien absolutamente banal, un ser inconsistente al servicio del mal. Murmelstein desmiente esa famosa teor¨ªa al describir la verdadera personalidad de Eichmann, un bur¨®crata cuya corrupci¨®n era ilimitada, sinuoso, calculador, fan¨¢tico, ladr¨®n, en posesi¨®n de una estrategia maquiav¨¦lica para exterminar a los jud¨ªos, un tipo que era cualquier cosa excepto banal. El discurso de Murmelstein es mordaz, ilustrado, l¨²cido y fascinante. Lo que cuenta y c¨®mo lo cuenta deja huella en el espectador. El ¨²ltimo de los injustos no solo es un documental impresionante, tambi¨¦n es obligatorio. La obra de Claude Lanzmann sobre el Holocausto deber¨ªa exhibirse en todos los colegios del mundo para que desde peque?os conoci¨¦ramos la maldad que puede llegar a practicar el hombre.
Nada bueno que contar de la violencia hist¨¦rica y la negrura de ¨ªnfima clase que despliegan el director japon¨¦s Takashi Miike en Wara no tate y el chino Johnnie To en Blind detective. Para m¨ª sigue siendo un enigma indescifrable las razones del fervor de los festivales de cine hacia estos directores orientales especializados en tiroteos y mamporros, en el ruido y la furia. Es un cine bastante tonto, una moda sin sentido.
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