Michael Douglas y Matt Damon, dos locas memorables
¡®Behind the candelabra¡¯, de Soderbergh, describe con talento el exhibicionismo
El primer d¨ªa del Festival de Cannes de 1989 vimos la ¨®pera prima de un director estadounidense de 25 a?os llamado Steven Soderbergh que ven¨ªa avalada con la bendici¨®n del cine independiente en el Festival de Sundance. Se titulaba Sexo, mentiras y cintas de v¨ªdeo y los elogios estaban justificados. Era una historia turbadora y rodada con muy poco dinero sobre un hombre enigm¨¢tico, traumado y voyeur que filmaba en v¨ªdeo las confesiones sexuales de las mujeres que encontraba en su vagabundo camino. Tambi¨¦n era m¨¢s cosas y todas interesantes. Soderbergh demostraba una originalidad y un talento poco comunes. Gan¨® justamente la Palma de Oro.
Despu¨¦s de mil bandazos alternando el cine de autor con el transparentemente comercial, de fracasos y ¨¦xitos, de haber compaginado los proyectos personales y arriesgados con el cine de f¨®rmula segura, de haber producido a bastantes colegas, de llevar anunciando desde hace una d¨¦cada que la pel¨ªcula que est¨¢ rodando en ese momento supondr¨¢ su definitiva despedida del cine y desmintiendo al a?o siguiente su antigua certidumbre, este extra?o director retorna a Cannes con Behind the candelabra, producida por la cadena HBO y que se estrenar¨¢ en Estados Unidos en la televisi¨®n por cable.
Soderbergh utiliza al pianista y showman Liberace, una figura con enorme arraigo popular en el mundo del espect¨¢culo de Las Vegas y en la televisi¨®n, s¨ªmbolo del kitsch m¨¢s ostentoso, homosexual en una ¨¦poca en la que la mayor¨ªa de los famosos no se atrev¨ªan a salir del armario, para contarnos su destructiva historia de amor con un hombre joven con el que ejerc¨ªa de tutor, amante, padre o amigo en funci¨®n de sus distintos estados an¨ªmicos.
Comienza en la d¨¦cada de los setenta, mostrando la apoteosis de la coca¨ªna y la promiscuidad, y acaba en los ochenta con la llegada del depredador sida. Soderbergh describe con talento el exhibicionismo del lujo delirantemente hortera, la paranoia, el caos mental, las subidas y bajadas emocionales, la violencia que provoca la adicci¨®n a la golosa y peligrosa sustancia blanca, la moda antinatural en que se convirti¨® el trato continuo con los cirujanos pl¨¢sticos intentando disfrazar la temida vejez, el imposible equilibrio sentimental en una pareja que se necesita y se estorba, que pasa de la plenitud a la sordidez, marcada por las relaciones de poder debido a la fortuna y la fama que posee Liberace y la dependencia econ¨®mica, profesional y social que su pareja tiene de ¨¦l. Existe ternura y alegr¨ªa inicial en los d¨ªas de vino y rosas entre la estrella rutilante y vieja loca (la agria definici¨®n es de su novio) y el arribista que se acostumbr¨® al esplendor que compra el dinero. El declive de ese amor estar¨¢ marcado por una galer¨ªa de mezquindades, por la volc¨¢nica negativa del trepa enamorado a perder sus privilegios y volver a la intemperie de la calle.
Para protagonizar este ¨¢spero retrato de dos personajes tan excesivos como amanerados, Soderbergh ha elegido a dos actores heterosexuales y prototipos de la virilidad como Michael Douglas y Matt Damon. El trabajo de ambos es excelso. Mantienen la sobriedad gestual y la intensidad interna y los matices en la piel y en el coraz¨®n de dos personas cuya imagen y caracter¨ªsticas invitan al desmadre. Es probable que el Oscar se acuerde de ellos.
El director italiano Paolo Sorrentino es alguien con reconocible y poderoso lenguaje visual, con vocaci¨®n ancestral de combinar el esperpento, la s¨¢tira y el lirismo, cuando la mezcla est¨¢ equilibrada le salen pel¨ªculas tan memorables como Las consecuencias del amor o el inquietante retrato que hizo de Andreotti en Il divo. Pero cuando su afici¨®n al capricho nubla su lucidez puede hacer cosas tan rid¨ªculas como This must be the place, con un insoportable Sean Penn encarnando a un retirado y herm¨¦tico ¨ªdolo del punk.
En la pel¨ªcula La gran belleza Sorrentino despliega lo peor y lo mejor de su universo. Dedica excesivo y repetitivo metraje a una historia que ganar¨ªa si en el montaje hubiera desechado unas cuantas tonter¨ªas. A trav¨¦s de la desencantada mirada de un periodista a punto de ancianidad y especializado en la noche romana, describe la enloquecida decadencia de un mundo que se acaba, protagonizado por una fauna adinerada y caricaturesca que monta fiestas nocturnas en los palacios y en las grandes villas de Roma. Hay demasiadas referencias argumentales no solo a La dolce vita de Fellini, sino tambi¨¦n a su barroco estilo visual. La c¨¢mara de Sorrentino pretende ser tan experimentadora y audaz que acaba mare¨¢ndote. Y si se encapricha de la idea m¨¢s gratuita que se le ha ocurrido o cree que alcanza la plenitud expresiva filmando un baile, puede repetir hasta la extenuaci¨®n del espectador lo que ¨¦l considera brillantes hallazgos. Pero en otros momentos existe aut¨¦ntico poder po¨¦tico, im¨¢genes hermosas y sugerentes, di¨¢logos y reflexiones que desprenden inteligencia y veracidad. Tambi¨¦n dispone de un actor excepcional, habitual en su cine, llamado Toni Servillo. Su campo magn¨¦tico es muy amplio. Transmite de forma admirable las complejas sensaciones de su personaje. Es lo m¨¢s cre¨ªble en una pel¨ªcula que coquetea excesivamente con el delirio.
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