Tamara Rojo y Sergei Polunin agitan el escenario del Bolshoi con su qu¨ªmica
La gala de clausura de los premios Benois 2013 fue un derroche de buena danza con visi¨®n del futuro cor¨¦utico
Los dos aplausos espont¨¢neos m¨¢s cerrados en la gran sala del Bolshoi fueron cuando se oyeron por megafon¨ªa los nombres de Tamara Rojo y Sergei Polunin. Ambos volv¨ªan a bailar juntos despu¨¦s todo este agitado a?o en que Polunin ha saltado a las portadas de los tabloides brit¨¢nicos y las p¨¢ginas de los peri¨®dicos de todo el mundo por su espantada, primero de Royal Ballet en Londres, y despu¨¦s de un promisorio estreno de Expreso de medianoche de Peter Schaufuss en el Coliseum londinense. Polunin quiere bailar, seguir su carrera, d¨ªgase lo que se diga, conspiren sus propias declaraciones contra su prestigio; hoy ya se ha mudado a Mosc¨² y aparece en la n¨®mina de un prestigioso teatro vecino del Bolshoi: el Stanislavski & Nemirovich-Danchenko. Tamara Rojo ha sido su pareja perfecta en Londres, sus f¨ªsicos juegan a una simpat¨ªa din¨¢mica que engrana la danza con belleza y rigor. Hasta ¨²ltimo minuto, muchos nervios. ?Aparecer¨ªa al final en escena el nuevo divo a quien ya se compara (esta vez con justicia) con el m¨ªtico Nureyev? Pero el Bolshoi es mucho Bolshoi y Polunin, aunque le gusten David Bowie y los Rolling Stones, aunque luzca en su vida civil sus agresivos tatuajes y escarificaciones, para esta responsabilidad ha puesto toda la carne en el asador del escenario. Vestido de caballero rom¨¢ntico decimon¨®nico aunque estilizado, nadie dir¨ªa que es el mismo de antes. Hasta su corte de pelo se atiene a canon.
D¨²ctil, expresivo, con una facilidad en el salto y la ligaz¨®n del fraseo, Polunin se mostr¨® grande y centrado, lo mismo que Rojo, atentos ambos a un di¨¢logo intens¨ªsimo de amor en Margarithe y Armand, el m¨ªtico ballet de Frederic Ashton con los dise?os de Cecil Beaton (y que pasearan por el mundo Nureyev y Fonteyn: hay hasta un filme). Tamara apareci¨® resplandeciente, como una gran dram¨¢tica, lejos de cualquier floritura vana, haciendo raz¨®n de aquello de que la madurez es un grado. Ella baila mejor ahora que hace cinco o siete a?os, est¨¢ en estado de gracia con una solvencia que justifica a trav¨¦s de los muchos sentidos, las detalladas intenciones sutiles del ballet cl¨¢sico y que precisamente lo hacen grande y trascendente; no es la t¨¦cnica (que ella se la pasea y hasta olvida: no la ves, pero est¨¢ detr¨¢s como cimiento) sino el arte. Para este papel, se necesita vida y experiencia, y ella ya lo lleva todo en sus pronunciados empeines y en el delicado gesto del estilo.
Este a?o, entre otras particularidades, no ha habido candidatos a los Benois en las categor¨ªas de dise?ador y compositor. Si se quiere mirar as¨ª, puede entenderse como sintom¨¢tico de los signos de nuestro tiempo. En esos terrenos, escasea la originalidad y los destellos de genio. Toda la m¨²sica que se fabrica hoy para bailar es endiablada y traicioneramente parecida, sintetizadores mediante. A pesar, la gala se dise?¨® para mirar al futuro coreogr¨¢fico con obras potentes de Russel Malifant, David Watson y Wayne McGregor. No falt¨® la cita rom¨¢ntica con unos perfectos daneses del Real Ballet Dan¨¦s: Gudrun Bojesen y el premiado Alban Lendorf, nombre a retener para el futuro. Las piezas de John Neumeier y Rudy Van Dantzig funcionaron como bisagra entre el repertorio del siglo XX y el XXI.
Volviendo a Tamara Rojo y Serguei Polunin, entre ellos se da una qu¨ªmica particular y explosiva que raras veces se da en el baile en pareja, se atienden, se responden con apenas un segundo de respiraci¨®n. La mirada siempre es una, como m¨²sica. Ha sido ella, con la inveterada tenacidad que la caracteriza, art¨ªfice de que la d¨ªscola estrella de Ucrania estuviera anteanoche en el escenario del Bolshoi en esa gala retrospectiva de premiados a la que hay muy pocos peros que poner. Ella es la heredera natural de un papel creado para Margot Fonteyn. Cosas del destino. Cuando lo estren¨® con prisas en Covent Garden hace a?os, tuvo que hacerlo con los mismos trajes de Fonteyn, y de ah¨ª en adelante, profundiz¨® en el personaje. Ahora tiene sus propios vestidos reproduciendo al mil¨ªmetro los originales; en el pelo, como Margot, dos camelias de seda.
La presencia espa?ola no se limit¨® a Rojo (en la edici¨®n de 2011 incluso tuvo lugar una pincelada de baile flamenco con Fernando Romero). Esta vez bail¨® Fernando Madag¨¢n (que fue del Nederlands Dans Theatre de La Haya) un fragmento de un ballet muy intelectualizado de Paul Lightfoot y Sol Leon (madrile?a disc¨ªpula tambi¨¦n de Ullate) sobre versos de Gertrude Stein; estuvo acompa?ado por la iran¨ª Parvaneh Scharafali. El cubano Taras Domitro (del Ballet de San Francisco) en la coreograf¨ªa de McGregor despleg¨® su versatilidad conceptual. Tambi¨¦n con fondo de palabras el solo bailado por Jermalne Spivey, todo plasticidad, creado por Crystal Pite sobre los versos de Voltaire en el poema sobre el hist¨®rico desastre de Lisboa. Un camino dif¨ªcil ese de bailar sin m¨²sica y casi siempre en sombras, a escenario desnudo y en ropa neutra, pero el culto p¨²blico moscovita respondi¨®.
Despu¨¦s de caer el tel¨®n, los bailarines se retrataron, una foto de familia con la m¨ªtica herradura dorada del Bolshoi detr¨¢s. Entonces brindaron con champ¨¢n pero Polunin rechaz¨® la copa.
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